Para Alberto Fernández, esta vez es distinto. El profesor de Derecho Penal de la UBA logró la aprobación del acuerdo con el Fondo gracias al apoyo de la gran oposición pero con el rechazo del sector que, hace poco más de dos años, decidió cumplirle una de sus fantasías más alocadas y convertirlo en Presidente. Fernández contó además con el respaldo mayoritario de un peronismo partido en facciones que solo se unen ante el espanto y repuso al espacio de Cristina Fernández en la categoría de minoría intensa que había ocupado entre 2015 y 2019. En un momento crucial, con la inflación desatada y los alimentos fuera de control, el entendimiento con el organismo de crédito que Mauricio Macri trajo de regreso a la Argentina dejó al Presidente y a sus seguidores más cerca de Juntos que del kirchnerismo. Con el anhelo de evitar un mal mayor, el Congreso que aplaudió el default hace poco más de dos décadas decidió calzarse ahora un chaleco de fuerza que tendrá que llevar incómodo por un período de 10 años. Adolfo Rodríguez Saá se miró en el espejo de la historia y votó en contra; un instante de coherencia en el frenético ida y vuelta que lo caracteriza.
Para Fernández, es distinto y no solo por el choque interno en el oficialismo. Por primera vez, admiten a su alrededor, sostiene un enojo profundo: siente que el grupo identificado con CFK cruzó el límite de las diferencias legítimas y jugó en contra para debilitarlo. Lo piensa por la reacción de La Cámpora después de los piedrazos contra el despacho de la vicepresidenta y por las sospechas que apuntaron a las fuerzas de seguridad que responden a Aníbal Fernández. Al lado de la vice, responden que además de mandar dos mensajes, el Presidente debería haber llamado o ido al lugar de los hechos para ver lo que había sucedido.
El día que las piedras rompieron los vidrios de Cristina, Alberto estaba reunido en Casa Rosada con Gildo Insfrán y el senador José Mayans tratando de conseguir en forma personal el apoyo para el pacto con el Fondo que Cristina no iba a militar. Irónico en su alineamiento, el jueves último el jefe de la bancada del Frente de Todos en la Cámara Alta cuestionó de mil maneras la aventura de gobierno de Macri y el endeudamiento externo, antes de afirmar que entendía a los opositores que no quieren mirar atrás. “Qué vas a hablar del pasado, si tenés que ir preso”, dijo en una alusión general a los representantes de Juntos. Solo entonces Luis Naidenoff dejó de reírse.
Sobre el final de su discurso, Mayans también le regaló a la oposición una frase que se viralizó de forma parcial. “Nosotros dijimos que íbamos a volver para ser mejores. Hasta ahora no lo logramos, pero … si ustedes vuelven como dice Macri para hacer lo mismo más rápido, eso no hay quien lo supere”, dijo.
En la previa del debate, el formoseño fue uno de los que le reprochó al Presidente la ausencia absoluta de contacto con los senadores de su partido durante más de dos años de mandato. Lo mismo le transmitió el jujeño Guillermo Snopek, uno de los que votó en contra del acuerdo y se alineó con la vicepresidenta harto de la sociedad de Fernández y Sergio Massa con el radical Gerardo Morales. Como parte de una historia interminable de cruces y acusaciones que solo se explican por la crisis, al lado del Presidente dicen que si no se reunió antes con los senadores fue porque Cristina se lo impedía, de la misma forma que Máximo y Massa le vetaban la llegada a los diputados. Única coincidencia: la falta de liderazgo en un frente loteado en base a dudosos criterios.
En su búsqueda de consenso interno para aprobar el pacto con Washington, el Presidente no solo habló con los peronistas de la ortodoxia. Estuvo reunido con Juliana Di Tullio, la senadora que conoce a Cristina desde 1998 y la acompaña desde entonces. Di Tullio no comparte la mirada optimista de Fernández y sostiene que no existe una pelea de dirigentes sino una confrontación entre rumbos: el de la plataforma del FDT vs el que el Presidente está ejecutando, con apoyo mayoritario.
Igual que el comunicado de los diputados de La Cámpora la semana pasada, el documento de los senadores que responden a Cristina destripa las tesis de Martín Guzmán. Cuestiona el “falso y repetido posibilismo de esto o el abismo”, se pregunta “quién pagará” el ajuste del déficit fiscal que firmó el ministro y sostiene que el propio Fondo admite a su manera que será imposible cumplir en un contexto de alza de los commodities y fuerte inflación global potenciada por la verdadera guerra. “Este nuevo contexto energético internacional altamente inflacionario está afectando el precio de la energía a nivel local. Si a eso sumamos el impacto de la quita de subsidios, el golpe al bolsillo de las familias será brutal y tensionará la inflación”, dice. Ante los precios de guerra y la falta de gas que puede afectar a las pymes en invierno, el secretario Darío Martínez delata en público su propio extravío en una área que lo supera y a Fernández le recomiendan desde el sector empresario crear un ministerio de Energía.
El comunicado de los senadores de Cristina también señala que el límite a las transferencias discrecionales para los gobernadores de provincias golpeadas afectará el crecimiento y que la tasa de interés real positiva “implica un desincentivo directo al consumo, a la inversión productiva y al crecimiento”. Además, se pregunta: “¿Cómo cumpliremos la meta de reducir la inflación si de antemano quedamos comprometidos a devaluar?”. Aunque lo consideren el mal menor, en el ala optimista del Gobierno y las consultoras del mercado reconocen que el acuerdo deberá superar grandes desafíos: reducir subsidios energéticos, ajustar muy fuerte la emisión monetaria y elevar las reservas para contentar al Fondo sin postergar el aumento de importaciones para sostener la producción.
Para todo eso, no sólo falta activar un mecanismo de relojería que hoy no aparece disponible sino contar con el respaldo político suficiente para enfrentar una conflictividad mayor y un despliegue constante en las calles de los que viven en el umbral de la pobreza. ¿De dónde puede salir la fortaleza en un frente partido al medio? ¿Los nombres del relanzamiento que ya vuelve a promocionarse son capaces de lograr una síntesis o van a profundizar la tensión interna?
El campo minado que deberá afrontar el Presidente a partir del acuerdo con el Fondo tiene el aval del establishment, la mayor parte del peronismo, los gobernadores y la CGT, pero también del espacio que llevó al poder al primer presidente de cuna empresaria. Mientras el kirchnerismo pierde fuerza a nivel de las elites hiperinformadas y queda en una posición marginal, el sistema político en su conjunto ata su suerte a la del Fondo, el acreedor privilegiado que seguirá sentado a la mesa de las decisiones por tiempo indeterminado. Para algunos, es asumir la responsabilidad de gobernar y elegir el único camino posible hacia la recuperación; para otros, es mansa resignación de los que no ponen el cuerpo ante un nuevo sacrificio social.
Muy cerca de la vicepresidenta no solo alertan sobre las consecuencias del proceso que se abre y cuestionan al Presidente por haber impedido el debate interno, sino que rechazan la forma en que el acuerdo salda el pasado reciente: piensan que el Gobierno -que siguen integrando hasta nuevo aviso- convirtió en legal lo actuado por Macri, como parte de un extraño déjà vu: si la última dictadura militar estatizó el endeudamiento privado y benefició entre otros al Grupo Macri, dicen, ahora es la administración Fernández la que convalida la estafa de la deuda que ejecutó el líder del PRO desde el Estado.
El Presidente, en cambio, deja trascender que no entiende al cristinismo y repite que el sector alineado con CFK no tenía una alternativa para resolver el frente con el Fondo. Por eso, los habitués de la residencia de Olivos se ríen de la reunión de Oscar Parrilli con el historiador y politólogo belga Eric Toussaint. El presidente del Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas que defiende el concepto de “deuda odiosa” visita desde hace años la Argentina. Ahora, cuando ya es tarde para todo, lo consultan desde por el Instituto Patria.
Fernández y su entorno recuerdan además la noche del cierre de listas, durante un acto en Escobar, cuando la propia Cristina fue la encargada de frustrar el reclamo de los senadores del FDT que pedían usar la plata del Fondo para estimular la economía.
Guerra
El microclima de la política y los alineamientos circunstanciales quedan como siempre supeditados a la crisis social. Nuevo daño autoinfligido a su palabra, la guerra que Fernández anunció viene precedida por una larga humillación: la inflación de 4,7% en febrero es la más alta de los últimos 11 meses, acumula 8,8% en el primer bimestre del año y llega al 52,3% interanual. Si se mide el rubro alimentos, la escalada es mayor: 7,5% en febrero a nivel nacional -cifra récord desde la hiperinflación de 1991, tal como consignó Delfina Torres Cabreros en elDiarioAR- y 55,8% en los últimos 12 meses. En el conurbano bonaerense, histórico bastión electoral del cristinismo, el dato golpea todavía más: 8,6% en febrero y 60,3% interanual. A eso, hay que sumarle el alza en el transporte (4,9%), debido a la suba del 9% en el combustible que se repetirá en marzo.
El escenario expresa el fracaso de todas las alas del FDT. No solo del Presidente que genera más bronca que ironías cuando anuncia una guerra con 27 meses de demora. Guzmán, el secretario de Política Económica Fernando Morra -supuesto encargado del tema- y Roberto Feletti quedan hermanados en la impotencia en un contexto nada sencillo, donde Estados Unidos registra la inflación más alta de los últimos 40 años. A esta altura y frente a las cifras de un INDEC que derrumba cualquier optimismo oficial, lo que menos sirve es hablar.
Difícil encontrar un dato positivo en este tema fundamental. La inflación núcleo fue la que más aumentó en febrero -4,5% contra el 3,3% de enero- y el costo de la Canasta Básica Alimentaria se disparó 9% en febrero, el incremento más grande desde septiembre de 2018. La Canasta Básica Total, que mide la línea de pobreza y no tiene en cuenta costos de alquiler, se aceleró 6,6%: en febrero, una familia necesitó $83.807 para no ser pobre.
Hoy en el quinto subsuelo de los 33.000 pesos, el Salario Mínimo Vital y Móvil pasará a 38.940 pesos en abril y subirá este año un 45% en cuatro cuotas, tal como acordaron centrales sindicales y cámaras empresarias. Muestra de la fragmentación en el gremialismo -y el cristinismo-, Hugo Yasky respaldó el aumento en línea con lo que firmaron la UOM y los docentes. El titular de la CTA kirchnerista se abstuvo en Diputados producto de su distancia con Máximo Kirchner y busca seguir cerca del Presidente.
La CTA Autónoma, en cambio, pedía un 53% de suba y planteó su disconformidad hacia adelante y hacia atrás. La corriente que tiene a Ricardo Peidró al frente prevé que la inflación será mayor al 45% y objeta un incremento que está lejísimo de reducir la caída formidable de los últimos seis años. “De ningún modo atiende la pérdida en el salario real del 23,5% durante el gobierno de Macri y el 15,5% durante esta administración”, dice. En el otro extremo y tras convalidar todo ese ciclo de derrumbe, Héctor Daer, el jefe por default de la CGT, no festejó como Yasky: en el Gobierno, afirman que se conformaba incluso con una suba menor a lo pautado.
Lo paradójico de que Fernández se vista de combatiente es que al Gobierno le sirve la inflación alta para continuar el proceso de ajuste silencioso sobre salarios y jubilaciones. Lo muestra uno de los últimos informes de la consultora Analytica, que especula con distintos escenarios para este año: “Si la inflación cae al 45% en 2022, el déficit fiscal aumentaría en tanto que, en el corto plazo, el efecto sobre la actividad sería muy escaso. El gasto en jubilaciones crecería 5% en términos reales mientras la recaudación crecería menos, al ritmo de la inflación; esta dinámica no es compatible con el objetivo fiscal si no se quiere ajustar otras partidas de gasto. Bajo este escenario, el déficit primario sería más del doble del pautado con el FMI para el año (5,4% vs 2,5%)”, dice.
El próximo trimestre de aceleración inflacionaria será decisivo para ver cómo se conjugan esas variables y cómo impactan en la paciencia social. Eso incidirá seguro en el futuro incierto del FDT. Hoy cerca de la vicepresidenta sostienen que la unidad depende de lo que haga el Presidente para reconciliarse con su plataforma electoral. Del lado de Alberto, se dividen entre los que le reclaman a La Cámpora que abandone sus cargos y los que anuncian señales de distensión por parte de un cristinismo que no está dispuesto a quemar las naves.
Mientras tanto, regresa la pregunta que CFK les hacía en 2018 a los que pretendían ser candidatos a presidente después de Macri y delante del propio Fernández: “¿Para qué, con este quilombo?”. Entre el “volvimos al pedo” del humorista Dady Brieva y “las elecciones no se ganan con la unidad de los dirigentes” que repite Cristina por estas horas, se filtra la gran frustración de la vice por el experimento de gobierno que nació de su dedo.
DG