El Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) conmemora el 23 de junio su 43° aniversario. Es el think tank más importante del país y también el primero de Hispanoamérica, según el último registro que hace la Universidad de Pennsylvania. Produce ideas y conocimiento, una rareza en un país que atraviesa un período de larga decadencia en materia de pensamiento estratégico. Su presidente es José Octavio “Pilo” Bordón, quien ha sido embajador en los Estados Unidos con Néstor Kirchner y en Chile con Mauricio Macri, si seguimos hablando de rarezas. Bordón tiene una larga trayectoria en el justicialismo, fue gobernador de Mendoza y enfrentó a Carlos Menem en la recordada elección presidencial de 1995, en la que obtuvo 5 millones de votos como candidato del Frepaso. Menem fue reelecto.
elDiarioAR tuvo con Bordón una larga charla virtual, que fue desde el incierto mundo que abre la pandemia y la diplomacia de las vacunas, la emergencia de una nueva disputa por la hegemonía global entre EE.UU. y China y los desafíos para la Argentina y la región, hasta la eterna crisis en estas playas. Dice que la pandemia develó una profunda crisis global que muchos se negaban a ver, habla de un nuevo “bipolarismo conflictivo no hegemónico”, en el que habrá otros poderes regionales y asegura que la Argentina y la región deben contemplar ese fenómeno a la hora de diseñar su inserción en el mundo. Sobre la Argentina, sostiene que conviven dos grietas “verticales”: entre la gente común y los dirigentes y entre “los que cada vez tienen más y los que cada vez tienen menos”. Y advierte: “La Argentina tiene una crisis de gobernanza y si no se ocupa, va a generarle, como le ha pasado tantas veces en estos últimos 50 años, otra crisis de gobernabilidad”.
-¿Cómo se observa desde la principal usina de pensamiento estratégico de la Argentina el escenario global abierto con la pandemia? Es un mundo que ya venía en crisis, en una suerte de “desorden” a partir del fenómeno de la transferencia de poder -no saldada- de una hegemonía global a otra, la acentuación de las desigualdades, el debilitamiento de la idea de la democracia liberal en Occidente que se encuentra con una crisis global sanitaria como la que supone la pandemia. ¿Qué mundo podría estar configurándose detrás del virus?
-Primero que nada: el CARI no es un think tank que haga lobby en cuestión de ideas, como pueden hacer otros, que trate de influir con sus ideas en la opinión pública, en la política pública. El CARI en política exterior, inserción internacional, económica, defensa nacional, tiene como característica un fuerte pluralismo y opera básicamente a través del diálogo. No tiene opinión oficial y ninguno de los miembros expresamos la opinión del CARI. Ahora, déjeme hacer un análisis superficial del siglo XX que terminó tempranamente y de este siglo XXI que empieza a mostrar sus perspectivas con mayor claridad retrasadamente. Hemos tenido una transición entre una potencia dominante, que era el Reino Unido, a una potencia emergente, que eran los Estados Unidos, basados en los mismos valores económicos y democráticos. Termina con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Aparece entonces un poder desafiante, la Unión Soviética, como competencia global y como modelo político e ideológico. Con la caída del Muro de Berlín pasamos a una hegemonía de EE.UU.. Recuerdo que entonces escribí un artículo que se llamaba “El muro de Berlín cayó de ambos lados”, a partir de algunas ideas como la del soft power (poder blando) desarrolladas por Joseph Nye, asesor del presidente Clinton, a quien tuve posibilidad de conocer. Básicamente decía que era riesgoso no entender cuál había sido el motivo del triunfo de las democracias occidentales sobre el bloque soviético: su flexibilidad, su capacidad de entender los cambios que en la propia economía capitalista se iban produciendo, las inequidades sociales, los riesgos para su propia estabilidad. Occidente, y especialmente EE.UU., fueron muy dinámicos. Occidente no podía retornar a 1917 ni congelarse con la caída del Muro. No imaginé entonces la evolución que iba a tener China, la velocidad y la profundidad de esa evolución y lo que estamos viviendo en este momento. Imaginé sí las dificultades que podrían plantearse al capitalismo occidental. Y yo creo que el neoliberalismo frenó el dinamismo de la democracia capitalista, la propia competitividad de las economías modernas de Occidente. La crisis de 2008 acentúa el desorden y pone en cuestionamiento la hegemonía supuestamente absoluta de EE.UU. Con la llegada de la pandemia, estamos en un mundo con muchas dificultades e incertidumbres. Con la revolución tecnológica, de la información, los cambios son tan rápidos y tan profundos que empiezan a impactar en la vida cotidiana de las personas. Y en la forma de construir la agenda, en la velocidad de la agenda y en el debate público. La pérdida de elementos que le daban tiempo al sistema republicano, que empezaba a ser interpelado cotidianamente, primero por los medios, después por las redes sociales. A poner en riesgo a nuestras democracias occidentales, que no diría que van a desaparecer, pero sí que están todas ellas desafiadas.
-Bien. Aquí aparece la cuestión de las desigualdades, el principal rasgo de época...
-Y no sólo entre los países más desarrollados y los menos desarrollados. Sino desigualdades también dentro de los países desarrollados y en los países en desarrollo, y entre sectores, por los cambios en la forma de producción. La emergencia de China empieza a generar una situación de tensión con la potencia dominante. EE.UU. no tiene una política de contención, como tenía con la URSS, frente a la emergencia de China que se suma a la competencia global con su propia estrategia y sus propios métodos en todos los campos, de modernidad energética, tecnológica, de presencia en el espacio, de la importancia nuclear y como potencia militar. Frente a esto surge Trump, o el trumpismo. Sobre esta desazón y falta de expectativas que viven sectores de la economía, le gana la elección al establishment. Aplica una política aislacionista con proteccionismo, confrontacional verbal, sobre todo con China, menos con Rusia. Una menor relación con estrategias de Obama, como el Acuerdo Transpacífico, TTP, y sus aliados como Corea del Sur, Japón, Australia y debilita la Alianza Atlántica, con una fuerte desafección, como otras tantas veces, con América latina. Ese proteccionismo, que para algunos economistas lleva a perder competitividad y dinamismo, ese populismo como algunos han llamado, es en el corto plazo exitoso en términos de recuperación, comienza a recuperar empleo, comienza a hacer crecer la economía. Aquí aparece el Covid, que pronuncia el debilitamiento de EE.UU. en términos de soft power. Este desorden no lo inventa la primera gran crisis global sanitaria de la historia moderna. Ya teníamos otra, que no veíamos con claridad, que es la del deterioro del medio ambiente. Ahora llega Biden y dice: “América ha vuelto”. El primer día habla con Canadá y con México, el vecindario de América del Norte, para construir una política respetuosa. Antes de hablar con Europa, habla con Japón. Poco antes se había producido la Asociación Económica Intrarregional, el acuerdo de China con los países del Sudeste Asiático, con Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, casi el 30% de la economía mundial. Lo que quiero decir es que el cambio de era y los conflictos no empiezan con el Covid 19. Pero se toma más conciencia de la globalización y de los temas de medio ambiente, de la necesidad del multilateralismo que rápidamente Biden retoma, con la convocatoria a 40 países, el nuestro también, preparándose para la cumbre del clima de Glasgow, más la que va a haber en septiembre, muy importante para nosotros, que es la cumbre de alimentos, en Naciones Unidas, y vuelve a acuerdo por la cuestión nuclear e Irán. Entonces, la pandemia acelera los problemas, y en algunos casos acelera la conciencia, esperemos que acelere los aprendizajes. Y acelera el regreso de EE.UU. a un multilateralismo tomando conciencia de que hoy tiene una potencia desafiante, entendiendo que si bien se ha sumado fuertemente a esa misma iniciativa, no juega con las mismas cartas que juega Occidente, no tiene la misma transparencia en los sistemas financieros, en los acuerdos comerciales en los sistemas anticorrupción. Y que además le compite en regiones que creía que eran su propio espacio, como el Pacífico.
Creo que vamos a un bipolarismo conflictivo no hegemónico, entre una potencia global emergente y una potencia global, que sigue siendo EE.UU. Yo no creo en la decadencia corta de los Estados Unidos.
-¿A qué clase de conflicto cree que puede conducir ese tipo de relación, fuertemente interdependiente? Se rechaza esa idea, pero Xi Jinping advirtió en el foro de Davos sobre el riesgo de una nueva “guerra fría”.
-Para mí no lleva a una guerra fría. Porque la relación de China con Occidente no es ni ideológicamente ni económicamente la que tenía la URSS. China tiene otros tiempos, milenarios. Xi es el primer líder desde Mao que une el poder formal el gobierno, el partido, las fuerzas armadas más el liderazgo ideológico. Y habla de las dos velocidades, porque tiene conciencia de que no podrá seguir marchando al mismo ritmo su internacionalización económica sin una mayor autonomía doméstica de su economía. Creo que vamos a un bipolarismo conflictivo no hegemónico, entre una potencia global emergente y una potencia global, que sigue siendo EE.UU. Yo no creo en la decadencia corta de los Estados Unidos ni que China vaya a ocupar todo el globo terráqueo, que se vaya a convertir en la potencia dominante de un día para otro.
-Hemos visto que la pandemia ha pronunciado las inequidades existentes. ¿Podría darse al mismo tiempo el fenómeno de que acentúe el debilitamiento de la democracia liberal en Occidente?
-El propio Xi habla de dos tipos de democracia: la democracia de conflicto de Occidente, observando las crisis de nuestras democracias, por el desafío que a la representatividad le están planteando las nuevas formas de reclamo y de participación, y la democracia de la “armonía”, como la que él dice representar, fuertemente influenciada por el confucionismo, que vuelve, con gran presencia en Asia. Es parte del soft power. “Queremos un mundo en armonía y en paz”, dice Xi. Está dando una batalla conceptual. Si las democracias occidentales se quedan enceguecidas por el reflejo del espejo que la pandemia nos ha generado mostrándonos lo que no podíamos o no queríamos ver antes sobre las inequidades y los riesgos del cambio climático como se venía advirtiendo desde hacía décadas, que este modo de vivir, producir y comerciar podía llevarnos a grandes pandemias, porque esta no es la última, si eso nos enceguece, probablemente profundice la crisis de las democracias. Si por el contrario, si usamos la imagen que nos trae el espejo para darnos cuenta de estos temas que no queríamos ver, nos puede abrir una ventana a encontrar un mundo más equilibrado. Nuestra manera de vivir el desarrollo en las democracias occidentales puede armonizarse con un desarrollo democrático distinto en el Asia emergente, que no es toda igual.
-¿Cómo mantener desde un lugar periférico que ocupa la Argentina y la región en general una relación de equidistancia con esas dos hegemonías en disputa?
-En mi opinión, lo primero que tiene que tener claro nuestro país y la región es que aquí estamos transitando el mundo de la hegemonía norteamericana ni estamos ante la inexorable y rápida hegemonía china. Marchamos hacia un bipolarismo conflictivo no hegemónico, donde va a haber muchos poderes. Europa va a seguir siendo un poder, Rusia va a seguir siendo un poder, la India, África va a seguir creciendo. Y América latina puede ser un observador o un protagonista, no poderoso, pero sí con voz. Para mí es lo primero que hay que entender para diseñar nuestra inserción como país y como región en el mundo. Necesitamos tres valores: como dicen los hermanos chilenos, convergencia en la diversidad, para lo interno, para la región y para el mundo; multilateralismo y visión de largo plazo. Hoy la visión de la planificación estratégica rígida, con la velocidad de los cambios, donde posiblemente la mitad de las certezas en materia tecnológica y de producción estén obsoletas en diez años, no sirve. Sí una visión estratégica flexible para detectar rápidamente los cambios. Esta fue una gran virtud del dinamismo del capitalismo y de la cultura occidental. En lo positivo y lo negativo la pandemia nos ha mostrado dos cosas fantásticas. Es casi mágico, pero producto de la solidaridad y del intercambio científico global y de la tremenda revolución tecnológica que mientras estamos terminando de aprender y de conocer desde el punto de vista clínico y epidemiológico una enfermedad, ya estamos vacunando, y con bastante éxito. Porque si bien el ritmo lento de la vacunación le está permitiendo al virus aprender las defensas que tenemos y va mutando, se ha demostrado que la gente que ya tiene dos dosis se defiende mucho mejor. Esto es un milagro, es la parte que hay que tener de esperanza. Lo negativo: que aunque en cuestiones de medio ambiente o epidemias o nos salvamos todos o no se salva nadie, hemos visto la tremenda debilidad que estábamos viviendo, el aislacionismo, el proteccionismo, el egoísmo de muchas empresas y de países poderosos y la falta de cooperación de países en desarrollo como es nuestro caso. Sobre estas cuestiones tenemos que elaborar nuestras políticas públicas como país y como región.
-Sobre ese último punto, la pandemia también ha visibilizado el fuerte retroceso al que estamos asistiendo en materia de integración regional desde hace tiempo. Un proceso de marchas y contramarchas, dominado por una visión ideologizada de la política exterior…
-En el momento de mayor globalización de la historia estábamos con una debilidad del multilateralismo. Hay ciertos signos de que esto se puede reactivar. Hay que seguir de cerca a China, la reunión del G7 de estos días, cómo se está dando la cooperación y también la competencia. Europa muestra que la mitad de las vacunas que produjo las exportó y que va a seguir dando más vacunas a través del fondo Covax y Biden dijo en Londres que así como los Estados Unidos fueron el arsenal de reserva para defender las democracias en la Segunda Guerra Mundial, van a ser el arsenal de reserva de las vacunas y de la salud para ayudar al mundo y ya anunció la donación de 500 millones de vacunas a 95 países pobres, también a través de sistema Covax. China se ha planteado para este año producir dos billones de vacunas, de las cuales la mitad dice haberlas enviado a 75 países.
-Diplomacia de las vacunas y poder blando, para volver a mencionar a Nye…
-La competencia… EE.UU. ha decidido enviar a los países más pobres del mundo, y en esa lista, por más que estemos desesperados en una situación de pobreza sin precedentes, la Argentina no figura, ni en la ONU, ni en el BID ni en el Banco Mundial. Volviendo a América latina: así como vemos esta crisis del multilateralismo en el mundo, estamo viendo el momento de mayor desintegración regional, de mayor tensión competitiva de la potencia emergente y de la potencia pre hegemónica, el mayor proceso de inequidad, de retraso económico y de aumento de la pobreza en la Argentina y de estancamiento y retroceso de los países latinoamericanos que habían logrado en las últimas décadas mejorar muchísimo su situación económica. En este momento, es cuando tenemos la menor cooperación. Un ejemplo es la CELAC: ni siquiera el presidente de México, que lo preside, lo ha priorizado, porque el 90 por ciento de su economía está en el Nafta. No porque no se sienta culturalmente parte de América latina.
Hemos visto el aislacionismo, el proteccionismo, el egoísmo de empresas y países poderosos y la falta de cooperación de países en desarrollo. Sobre estas cuestiones tenemos que elaborar nuestras políticas públicas como país y como región.
-El presidente Fernández buscó un acercamiento a México ante las diferencias con el gobierno de Brasil.¿Fue un error de comprensión de este escenario?
-Yo creo que tener muy buena relación con México es muy importante. Pero un país como Argentina no tiene que ser competitivo con México como lo es Brasil, dentro de la buena relación que tienen. La Argentina es el país clave de Sudamérica para la bioceanidad, porque nadie tiene por historia, cultura, ni geográficamente, ni por sus relaciones, por lo que hizo desde el regreso de la democracia con Alfonsín y Sarney, superando todas las desconfianzas estratégicas por más de un siglo con Brasil y la continuidad histórica, más allá de las dificultades en el comercio en el Mercosur. Y la extraordinaria tarea, también iniciada por Alfonsín y acompañada por muchos opositores justicialistas, en firmar con la dictadura de Pinochet, lo cual repugnaba, que fue terminar con todos los conflictos limítrofes de más de un siglo y hoy tener brigadas militares conjuntas con Chile. Entonces: la CELAC funciona pero no funciona; la OEA funciona pero se sabe lo difícil que es lograr consensos; el BID hasta ahora venía funcionando y espero que esta conducción, con Biden presidente entienda que no es para ser parte de la competencia entre China y EE.UU; la CAF no tiene el potencial del BID pero ha funcionado razonablemente, a pesar de algunos conflictos políticos; la Unasur, que tenía un gran valor por los temas de defensa, seguridad y sobre todo por el diálogo entre los presidentes se cayó no por la supuesta derecha emergente. Hoy no existe. El Prosur nunca llegó a conformarse. El Grupo de Lima está en retroceso. La verdad es que tenemos que iniciar paso a paso la reconstrucción. El primer paso que deberíamos dar como país es pedir a Uruguay, Paraguay y Brasil reconstruyamos con fuerza el Mercosur, con todas las flexibilidades y respeto a la distinta situación que tiene cada uno y sin meter las simpatías o antipatías personales que se tienen un presidente u otro, como lo hace Europa y como hicimos en algunos momentos. Buscar en el campo institucional de Mercosur una cantidad de acuerdos financieros, de diálogos políticos…
-Argentina tiene un activo: un grado no despreciable de estabilidad institucional y de paz social que no aparece en otros países de la región. ¿Cree que pueden verse amenazadas en este contexto?
-Los procesos tienen ciertos puntos en común pero analizarlos por igual es caer en un error. Todos estos movimientos que hemos visto, los que empezaron en Brasil, que provocó el juicio y destitución de Dilma Rousseff; la emigración de casi 6 millones de personas de Venezuela, un problema migratorio grave para la región, con una crisis democrática y una crisis humanitaria en Venezuela…
-A propósito de Venezuela, ¿cómo caracterizaría la política que están llevando adelante Alberto Fernández y el canciller Solá?
-La de Venezuela es una crisis que tiene que ser abordada en forma global. No puede ser tratada sólo como una crisis de la democracia, como quieren algunos, ni solo como una crisis humanitaria, como quieren otros. Y ahí están los excelentes informes criticados de un lado y de otro de Michelle Bachelet y la política muy constructiva de la UE. En ninguno de los grupos, el debilitado de Lima ni el de Contacto, que funciona con europeos y latinoamericanos, están EE.UU., China ni Rusia. Y con la nueva política de Biden puede haber un gran espacio de diálogo donde también sumemos a Canadá, por ejemplo. Argentina tiene que trabajar en ese sentido con sus vecinos y con los países europeos. Para mí -y no estoy comprometiendo a ninguna de las instituciones de las que soy parte- la única hoja de ruta son los informes de Bachelet y de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que tiene una visión integral de los derechos humanos, no sectorizada, de democracia plena, por origen, por desempeño, en las normas de las reglas de juego que nuestras constituciones en Occidente y en particular en América latina, en Mercosur y en el sistema Interamericano, hemos adoptado. Pero también democracia plena en términos de objetivos: democracia social, económica, cultural, religiosa. No una o la otra: no democracias electorales que devienen en democracias delegativas, después en democracias anti republicanas y que algunas culminan siendo dictaduras. Democracias por ejercicio, pero no que ejercitan una república que no cumple con aumentar las libertades de la gente en su vida cotidiana, en su seguridad, en su participación en la economía, en la propiedad, en la situación social y en la educación. Este es el gran desafío. Y Argentina tiene por su Constitución todos los elementos para trabajar en eso. No tiene ningún conflicto con sus vecinos salvo conflictos menores o los que a veces nos inventamos.
La de Venezuela es una crisis que tiene que ser abordada en forma global. No puede ser tratada sólo como una crisis de la democracia, como quieren algunos, ni solo como una crisis humanitaria, como quieren otros.
-¿Cómo afectan los episodios de esta semana, el tropiezo que ha tenido el Presidente con Brasil y México, la precipitada opinión sobre el resultado electoral en Perú, en las relaciones con estos países?
-Primero: obviamente hubiera preferido que éstos y otros hechos no ocurrieran. Me han preocupado. La representación de la Argentina, del Estado, no está en manos ni del Congreso, que es el poder del pueblo y el control; ni de la Corte Suprema. Es el Poder Ejecutivo el que representa al Estado argentino. Por lo tanto, no es bueno esto. Segundo: no creo que nada de estos hechos sean insalvables y no permitan que sean resueltos con paciencia y con buena actitud. Por ejemplo, a pesar de algunas diferencias que ha habido con Chile, el diálogo está mucho mejor que al principio. No con la profundidad que quisiéramos, pero está funcionando bien. Creo que no es ningún drama mejorarlo con todos los países vecinos y gane quien gane en Perú y lo mismo con Colombia y con Ecuador. Manejar las diferencias con prudencia. En Perú, hasta tanto no termine el proceso, por más simpatías o presunción que se tenga…
-El Gobierno debería corregir esta tendencia…
-Tenemos tres gobiernos en la Argentina de coaliciones electorales exitosas: el último gobierno del Frente para la Victoria, el gobierno de Cambiemos y el gobierno del Frente de Todos, que no logran funcionar en su primera prioridad, que es articular la convergencia electoral en una convergencia de gobierno, con sus diferencias, como todo gobierno de coalición. Luego, en la búsqueda de mantener correctamente la búsqueda electoral como coalición de gobierno, cuando tenemos elecciones tan equilibradas, se tiene que mantener la coalición interna viendo cómo maneja una concertación básica en algunos temas esenciales con una parte importante de las concertaciones o los partidos de la oposición.
-Aquí estamos frente a una coalición de gobierno que, si bien puede decirse que es de matriz peronista, es al mismo tiempo bastante heterogénea. Esa heterogeneidad está impactando en distintas esferas, y fundamentalmente en la política exterior. ¿Cómo cree que el Gobierno debería corregir esas distorsiones?
-Primero, ningún gobierno justicialista puede gobernar con todo el éxito al que aspira una visión filosófica que busca darle igualdad de oportunidades al conjunto de la población, construir la integración con los vecinos y buscar un sistema multilateral, que permita afrontar aquellos temas que ya preveía Perón en su momento, y no quiero decir que Perón es el profeta para los siglos por venir. El Justicialismo de hoy es todavía la fuerza electoral más potente, nadie tiene la misma base electoral, pero no es una fuerza mayoritaria en la política argentina. Viene ganando en base a concertaciones electorales más o menos exitosas. Y cuando no logra esa concertación pierde elecciones incluso en su bastión electoral más potente, que es la provincia de Buenos Aires. Cualquier coalición electoral, y esto va también para el gobierno anterior, tiene la difícil tarea de gobernar como una coalición. No digo que sean todos iguales, pero como una coalición. La Concertación chilena funcionó tantos años, y lo mismo lo pudo hacer durante un período la coalición de la centroderecha, porque funcionaron como una coalición. Las dificultades vienen cuando sólo son exitosas como una coalición electoral. Y esto ya se viene convirtiendo en una costumbre en la Argentina. Por lo tanto, si el Justicialismo no logra tener una verdadera convergencia real no solo electoral… En parte lo que hoy vivimos son herencias. Después podemos discutir cuán difícil es cada una. Si el Gobierno y la oposición son oportunistas y cortoplacistas, lo que ocurre es la desconfianza en el sistema democrático y la aparición de personajes sin capacidad y sin sustento para gobernar el país.
Si el Gobierno y la oposición son oportunistas y cortoplacistas, lo que ocurre es la desconfianza en el sistema democrático y la aparición de personajes sin capacidad y sin sustento para gobernar el país.
-¿Está viendo una acechanza de ese tipo?
-Existe en todos los países. Nosotros tenemos la fortaleza de que hoy, por todas las medidas que se originaron a pàrtir de la crisis de 2001 y se mantuvieron e incrementaron en todos los gobiernos incluido el de Cambiemos, hay una red de protección. Pero esa red de protección tiene un límite. Si este país cada día más vive del subsidio y cada vez menos de la producción, cada día tiene menos capacidad para subsidiar a los sectores golpeados o debilitados porque no son competitivos. Y comienza a afectar a los sectores productivos medios o los altos, que deben pagar más impuestos, pero no más que los que ellos ponen para la producción. Si no hay consenso no podemos cambiar el sistema impositivo argentino. Una cosecha puede salvar en el corto plazo a una administración. A un país con una crisis como la argentina no lo salva sólo el agro, sólo una Vaca Muerta, y hay que ver las ventajas que tiene. En la sociedad del conocimiento, la salva un proyecto de unidad, de educación, que los chicos no sólo vayan a la escuela sino que los eduques con pertinencia, calidad y competitividad; que articules tu sistema científico tecnológico con todos los niveles de tu sistema educativo y productivo; con tu relaciones internacionales; con comprender que no se puede vivir con lo nuestro pero tampoco solamente produciendo commodities e importando todo y que no se puede ser competitivos solos, sin construir cadenas productivas valor con el mundo y sobre todo con el resto del país y con los vecinos. Este proyecto estratégico exige una transversalidad más amplia que la transversalidad electoral. Y combatir la peor grieta, la doble grieta vertical: entre los dirigentes -la más grave, con los políticos- y la gente común, de clase media, de clase media baja, de clase baja. Y la grieta entre los que cada vez tienen más y los que cada vez tienen menos. La crisis que hoy viven otros países es porque el mejoramiento generó una clase media por ingresos pero no había generado suficientemente una clase media estructural. Y descubrieron que no era una clase media. La Argentina no vive esa situación. Argentina estaba hace casi 50 años, producto de un siglo, no de un gobierno, con avances y retrocesos, estaba cerca de ser un país “de” clase media, no “con” clase media, donde los obreros, trabajadores rurales fueran una clase media que vivía de su trabajo y que tenían vacaciones, educación y salud por su trabajo, no necesariamente privatizado. La Argentina ha perdido la gobernanza, la capacidad de armonizar el rol del gobierno, el rol del Estado, el rol del sector privado y el de la comunidad. Tiene una crisis de gobernanza y si no se ocupa, va a generarle, como le ha pasado tantas veces en esto últimos 50 años, otra crisis de gobernabilidad. No estoy diciendo que vamos a perder la democracia. No estoy hablando del caos. En la Argentina, o todos mejoramos, o vamos a tener otra crisis de gobernabilidad, que es ser cada vez menos competitivos, tener cada vez más pobres estructurales, peor educación, peor salud, menos sistema científico-tecnológico, cada vez mayor emigración de la inteligencia y la mano de obra más calificada.
WC