Lo que sabemos sobre 2024 YR4, el asteroide que podría impactar contra la Tierra en 2032
Fue calificado como 3 en la llamada escala de Turín, con una probabilidad del 1,3 % de impactar la Tierra el 22 de diciembre de 2032: “Probablemente nuevas observaciones lo reasignen sin riesgo”, asegura el especialista Josep Maria Trigo
El asteroide 2024 YR4 fue descubierto por el programa ATLAS (Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System) desde Chile el pasado 27 de diciembre. Su hallazgo sucedió justo dos días después de que pasase a 828 800 km de nuestro planeta, la mínima distancia en esta aproximación. Según el diario The Guardian, el asteroide tiene un 1,3% de posibilidades de estrellarse contra la Tierra el 22 de diciembre de 2032.
La International Asteroid Warning Network (IAWN) anunció que posee un tamaño entre 40 y 90 metros. En el supuesto, todavía bastante improbable, de que chocase contra la Tierra, eso lo convertiría en un evento no exento de riesgo. De hecho, se piensa que el asteroide que colisionó el 30 de junio de 1908 sobre Tunguska (Siberia) poseía un diámetro similar. Recordemos que aquel objeto también se desintegró y generó una energía explosiva de entre 10 y 20 megatones de TNT. Además, la onda de choque generada y su nube de material vaporizado destruyeron un área de unos 2 150 km² de taiga.
Un 3 en la escala de Turín
Al poco de ser descubierto, y después de reconstruir su órbita preliminar, este cuerpo rocoso fue calificado como 3 en la llamada escala de Turín, con una probabilidad de 1 entre 77 (1,3 %) de impactar la Tierra el 22 de diciembre de 2032.
Eso no nos debe alertar a corto plazo. Esa calificación quiere decir que se trata de “un encuentro que merece la atención de los astrónomos. Los cálculos actuales dan una probabilidad inferior al 1 % capaz de causar destrucción localizada. Probablemente nuevas observaciones lo reasignen sin riesgo”.
Esto será así porque seguiremos observando este objeto y mejoraremos su órbita, particularmente en su retorno en 2028.
Contra el alarmismo
Estamos más que acostumbrados a que algunos medios nos bombardeen, casi sin escrúpulos, con noticias del próximo impacto de nuestro planeta con un asteroide. Afortunadamente, la inmensa mayoría de tales noticias son infundadas y tan sólo buscan ganar audiencia, sacrificando la veracidad y dejando de lado la ciencia.
Afortunadamente, los programas de seguimiento telescópico detectan decenas de asteroides cada mes. La mayoría de ellos poseen pocas decenas de metros y no constituyen un riesgo para nosotros dado que la atmósfera terrestre es muy eficiente en fragmentar cuerpos rocosos de ese tamaño que nos alcanzan a hipervelocidad.
De hecho, un ejemplo reciente fue la disrupción en la atmósfera de un asteroide de unos 20 metros de diámetro el 15 de febrero de 2013 sobre Cheliábonsk, en Rusia. La fragmentación de ese asteroide fue tan eficiente que produjo cientos de meteoritos pero sin causar heridos por su caída directa (sí unos 1 500 por quemaduras asociadas a su radiación luminosa o por la rotura de vidrios causada por la onda de choque).
La gran mayoría de tales asteroides de pequeño o mediano tamaño, de hasta unos pocos cientos de metros de diámetro, suelen ser descubiertos en tales aproximaciones a la Tierra, o sea, pocos días antes (o después) de producirse su máximo acercamiento. Sucede así porque son astros pequeños que sólo reflejan una parte de la luz que reciben y, además, se mueven muy rápido. Eso los hace débiles y difíciles de identificar en los telescopios.
Además, la geometría con la que inciden también puede hacer que pasen desapercibidos, dado que la monitorización del firmamento mediante el uso de telescopios en la superficie terrestre dista mucho de poder ser homogénea.
Hasta la invención y el uso sistemático en los años noventa del siglo XX de las modernas cámaras CCD o dispositivos de carga acoplada como detectores, la mayoría de estos cuerpos pasaban desapercibidos para nuestros telescopios.
El pequeño tamaño de estos asteroides hace que no puedan seguirse a lo largo de toda su órbita, sino que lo hagamos en un pequeño arco en el que resultan accesibles a los telescopios.
Básicamente, diversos observatorios profesionales y aficionados captan el objeto moviéndose sobre el fondo de las estrellas aparentemente “fijas”. Incluso los mayores telescopios como el Very Large Telescope del Observatorio Europeo Austral (ESO) le destinan tiempo a los más relevantes. De ese modo se mide su movimiento con precisión sobre las estrellas cuyas coordenadas conocemos y así se puede recalcular su órbita en base a las nuevas observaciones. Cuantas más medidas precisas y más extendidas estén en el tiempo, mejor será la reconstrucción de su órbita. Y la árdua labor de recopilación de esa pléyade de datos astrométricos corresponde al Centro de Cuerpos Menores ó Minor Planet Center (MPC).
La Tierra, en la región de incertidumbre
Pero el reto no acaba ahí, ya que la evolución dinámica de los pequeños asteroides están afectados por los llamados efectos no gravitatorios. Se trata de diversas fuerzas que para asteroides son principalmente de naturaleza radiativa, una especie de sutil “retroceso” al reemitir progresivamente el calor que recibe el asteroide del Sol. Como consecuencia, los pequeños asteroides deben ser continuamente observados para cuantificar y delimitar sus órbitas en cada “aparición” cercana a nuestro planeta.
Con la precisión astrométrica actual, el paso del asteroide posee una incertidumbre de alrededor de 100 000 kilómetros en su posición en el momento de su máxima aproximación a la Tierra. De hecho, con unos 12 000 kilómetros de diámetro, nuestro planeta quedaría dentro de esa región de incertidumbre. Eso equivale a un 1,3 % de probabilidad de que impacte, a la espera de mejorar su órbita y recalcular esa probabilidad en 2028.
Quedamos entonces a la espera de la nueva visita del asteroide 2024 YR4, con su aproximación del 17 de diciembre de 2028. Será entonces cuando, gracias a un esfuerzo conjunto de astrónomos profesionales y aficionados, consigamos precisar mejor su órbita y saber si será necesario prepararse para el impacto o bien aplicar un método paliativo como ejemplificó la misión DART.
Josep M. Trigo Rodríguez es investigador Principal del Grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias, Instituto de Ciencias del Espacio (ICE - CSIC).
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