Puede que si pensamos en peluches se nos vengan a la mente aquellos con los que se relaciona tradicionalmente la infancia, juguetes u objetos con los que se establecen los primeros apegos y cuyo recuerdo queda por entero en nuestra memoria. Hay quienes siguen disfrutando de ese tipo de objetos ante los más acuciantes problemas para conciliar el sueño, que según el Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en Argentina afecta al 75% de las personas.
Cuando se entra en la adultez hay cosas que, quizás, se esperan de dicha etapa y se presuponen como algo coherente con el momento vital en el que se vive. Hay otras que, sin embargo, parecen no encajar y desencadenan preguntas incómodas e incomprensión. Una de ellas probablemente sea la de por qué dormir con un peluche de apego, un acto que según señalaba un estudio publicado en Nature en 2013 puede ayudar a que las hormonas del estrés disminuyan. Por lo que si comentas en una reunión grupal que sigues durmiendo con aquel Pikachu que te tocó en una tómbola hace diez años es probable que te miren con recelo, pero ¿acaso importa?
El peluche es el significante y nosotros le damos el significado. Es ahí, quizás, en donde reside la seguridad de saber que durante la vigilia hay un objeto que permanece inmutable.
Por qué hay adultos que duermen con peluches
Hace unos días saltaba la noticia del nuevo estreno de Toy Story 5, cuyo argumento va de cómo ahora durante la infancia son los objetos tecnológicos los que atrapan la atención de los más pequeños, quedando denostados aquellos objetos analógicos con cualidades antropomórficas o zoomórficas con los que establecer algunas de las primeras relaciones de apego seguras. Relaciones que puede continuar en la edad adulta, y es ahí donde cabe preguntarse si el problema está en perpetuar apegos afectivos con objetos que alivien ciertas ansiedades y miedos o carecer absolutamente de ellos, al menos a la hora de dormir.
Andrea Aranda, de 29 años, cuenta a elDiario.es su experiencia: “Cuando era pequeña tuve problemas para dormir durante un tiempo. Me despertaba en mitad de la noche y acudía a la cama de mis padres. Fue ahí cuando comencé a utilizar peluche”. Un uso que puede estar fomentado en la infancia por los padres, pero que no siempre es así. “De forma espontánea comencé a dormir con un peluche. Poco después, en torno a los nueve años, lo cambié por otro más 'cómodo', que es la que sigo utilizando hoy en día veinte años después”. Noemí Casquet (32 años), periodista y escritora especializada en sexualidad, dice que en su caso, “abrazar una almohada o un peluche es algo como muy intuitivo. De pequeña sí utilizaba peluches para dormir, aunque llevaba muchísimos años sin usar nada hasta mi reciente ruptura”.
Cuando era pequeña tuve problemas para dormir durante un tiempo. Me despertaba en mitad de la noche y acudía a la cama de mis padres. Fue ahí cuando comencé a utilizar peluche
Según Kike Esnaola, psicólogo, “se suele dormir con un peluche de apego porque eso reporta algún tipo de beneficio a la persona que tiene esa conducta”. Hay quienes defienden que dicho impacto es un mero placebo, aunque Esnaola argumenta que “muchas veces seguimos teniendo esta herencia de que lo psicológico y lo emocional es algo casi inventado por la persona que lo experimenta (...) Existe un beneficio real –hablando en general– para las personas que llevan a cabo estas prácticas porque sienten confort y seguridad asociadas a ese peluche. Activan estados funcionales positivos y pueden facilitar también el manejo del estrés y la ansiedad”.
Todo esto puede relacionarse con su simbolismo debido a que “el peluche al final se convierte en un símbolo con un significado positivo en la vida de la persona”, añade el psicólogo, y es que hay estudios que indican que el mero hecho de abrazar una almohada puede descender los niveles de estrés y miedo con los que podamos ir acompañados a la cama. Por otro lado, Jana Fernández, divulgadora formada en fisiología del sueño y bioética, afirma que “el hecho de tener un objeto familiar al lado nos puede transmitir calma y para dormir necesitamos estar calmados. Ahí podemos tener un beneficio siempre que la ausencia de ese objeto no suponga un estrés, porque entonces no podremos dormir”.
Existe un beneficio –hablando en general– para las personas que llevan a cabo estas prácticas porque sienten confort y seguridad asociadas a ese peluche. Activan estados funcionales positivos y pueden facilitar también el manejo del estrés y la ansiedad
¿Sería mejor dejar de dormir con ellos?
Hay estudios que demuestran que durante la etapa infantil los peluches de apego son de gran utilidad. Estos también son llamados objetos transicionales, término acuñado por el pediatra y psicoanalista Dr. Donald Woods Winnicott en 1953. Este último término hace referencia a que el objeto tendrá un final en la vida del niño y parece que se convierte en un símbolo de debilidad si se sigue utilizando en la etapa adulta y, con ello, de vergüenza. Sería interesante realizar una reflexión actual más allá del por qué este tipo de objetos son escogidos para ciertos momentos o fases de nuestra cotidianidad, y de seguir en ella qué ocurre.
El psicólogo Kike Esnaola dice al respecto: “Desde el punto de vista de la salud mental no nos dice nada que alguien duerma siempre con un peluche. Sería más interesante preguntarnos qué significa para esa persona dormir con un peluche y qué implicaría no poder dormir con él. Si no poder dormir con el peluche puede interferir en la calidad del sueño, por ejemplo, pues quizás podría ser algo a trabajar. Nunca nos focalizaríamos en intentar fomentar un desapego del peluche. Evaluaríamos la historia personal y trabajaríamos para fortalecer sus recursos de gestión emocional”.
Desde el punto de vista de la salud mental no nos dice nada que alguien duerma siempre con un peluche. Sería más interesante preguntarnos qué significa para esa persona dormir con un peluche y qué implicaría no poder dormir con él
Puede que normalizar su uso en ciertas situaciones lo convierta en una herramienta interesante con la que ayudarnos a gestionar momentos concretos, pero sin convertirlo en algo esencial. “Lo utilizo cuando estoy enferma o cuando viajo si me va a bajar la regla, para sentir un poco de calor o un poco de compañía”, dice Noemí Casquet. “Sí que ha sido algo que he usado, pero no me da ansiedad no usarlo”.
Desde el punto de vista fisiológico, las características necesarias para conciliar el sueño estarían alejadas del uso de objetos concretos: “Solo necesitamos oscuridad, silencio y temperatura fresca, pero sí es verdad que desde el punto de vista psicológico todo aquello que haga que el entorno sea seguro nos ayuda a dormir”, apunta Jana Fernández.
Darnos cuenta de ese uso puede ser también la clave para que dormir con un peluche sea una experiencia de la que somos conscientes en cuanto a lo que nos aporta y hasta dónde lo necesitamos. Andrea Aranda hace la siguiente reflexión al respecto: “Debe haber un componente muy alto de soporte emocional en la relación con mi peluche, en el sentido de que no lo utilizo cuando duermo con mi pareja. Creo que tiene que ver con la sensación de acompañamiento y sostén emocional que me proporciona mi pareja. Ahora que lo pienso mi peluche tiene un gran peso emocional en mi vida”.
Peluches de apego en duelos y rupturas
Momentos que en la etapa adulta nos pueden quitar el sueño, como un duelo o una ruptura de pareja o amistosa, pueden convertirse en desencadenantes para recurrir o retomar el uso de un peluche. Es el caso de Casquet: “Tras mi ruptura he estado utilizando una bolsa de agua caliente por la forma de cerdito y el tacto. Me ofrece un calor que me recuerda a cuando dormía con mi expareja”. Según Esnaola, “es cierto que en todas las rupturas cuando son no deseadas se nos activa mucho la herida de abandono emocional. Este tiene un resorte fisiológico muy importante y se puede experimentar subjetivamente con sensaciones fisiológicas muy desagradables”.
Lo utilizo cuando estoy enferma o cuando viajo si me va a bajar la regla, para sentir un poco de calor o un poco de compañía, pero no me da ansiedad no usarlo
Dentro de esta cuestión cabría preguntarse si los elementos sensoriales son importantes para que la experiencia cumpla su objetivo, el de poder dormir mejor. El psicólogo Kike Esnaola opina que “sí, podríamos decir que existe una relación entre elementos sensitivos cálidos, agradables, de un tacto suave, con la reducción del malestar o con la disminución de la activación del sistema nervioso siempre y cuando para nosotros subjetivamente esas sensaciones fisiológicas que nos puede producir ese peluche sean placenteras y nos tranquilicen”. Lo positivo de este tipo de rutinas a la hora de dormir, y más durante situaciones estresantes, no dependen del hecho en sí, sino de lo que pueda interferir en nuestra rutina diaria. “Si esa conducta no interfiere significativamente en la funcionalidad diaria, no supone una evitación de problemas emocionales o no forma parte de la manifestación de alguna situación dramática que hay que tocar no habría que interferir”, añade.
Nuevo nicho de negocio
En un contexto capitalista en el que cualquier necesidad, problema o deseo del ser humano es susceptible de convertirse en oportunidad de negocio, los sentidos no se quedan atrás Existen estrategias de marketing sensorial enfocadas a desarrollar nichos de mercado con productos enfocados a personas neurotípicas. Según una investigación desarrollada por la Universidad de Rockefeller, somos capaces de recordar el 1% de lo que tocamos, el 2% de lo que escuchamos, el 5% de la información captada por la vista, el 15% de lo que degustamos y el 35% de lo que percibimos mediante el olfato. Información que se utiliza para adaptar ciertos productos a los consumidores.
En el caso de los peluches de apego, estas cualidades sensoriales son un aspecto fundamental, por lo que se diseñan productos específicos con esta finalidad; con sonidos y respiración dirigidos a quienes padecen de insomnio. Noemí Casquet resalta que entre las cualidades de su peluche están que “es una bolsa de agua caliente que está cubierta por una especia de tela como de borreguito y tiene una carita. Creo que estos son alicientes que fomentan el apego y la personificación/humanización de algo inerte”. Andrea Andrea comparte: “Valoro sobre todo la forma redonda que tiene y lo acolchado que es, lo que lo hace perfecto para abrazar”.
Pero, ¿qué pasa si se genera una necesidad de usar un peluche en concreto o no hay manera de pegar ojo si no es abrazado a ese objeto mullido? “Generar una necesidad de algo para dormir creo que va a ser contraproducente porque en el momento en el que ese objeto falte puede ser un problema. Entiendo que haya una industria, pero no es necesario”, dice Jana Fernández.
Peluches de apego y vergüenza
Uno de las ideas que gira en torno a este tema es cómo la vergüenza estigmatiza un hábito que mucha gente cree infantil o debilitante. “Cuando compartí que tenía al cerdi hubo gente que reaccionó con hate [odio vertido en redes]”, cuenta a este medio Noemí Casquet. “En ese sentido ha habido algunas personas que sí decían que esto era una tontería y que no tenía mucho sentido. Yo pensé 'no tendrá sentido para ti, pero para mí sí'. Juzgar algo que le funciona a una persona simplemente porque a ti no te funciona me parece un poco hipócrita y egocéntrico. No se entiende que hay diferentes realidades que pueden funcionar a la par”.
“A mí no me ha juzgado nunca nadie, ya que solo personas de mi entorno cercano saben que duermo con peluche. No es un tema que haya salido en conversaciones de manera recurrente, aunque si sale hablo abiertamente de ello”, dice por su parte Andrea Aranda. “A grandes rasgos, pienso que la mayoría de personas tiene algún tipo de 'manía' al dormir. Algo que, al hacerlo, aporta seguridad y tranquilidad”.
Es probable que uno de los problemas de la vergüenza en torno a los objetos y peluches de apego para dormir se deba a que la psicología y la biología en el ser humano siguen teniendo un recorrido distanciado entre sí y se compartimentan a la hora de estudiar los motivos tras los problemas para dormir. El psicólogo Kike Esnaola apunta: “Esto deberíamos haberlo superado hace muchos años porque desde la OMS se habla de ello desde hace ya más de 25 o 30 años, y se hace comprendiendo que solo desde el prisma del modelo biopsicosocial se puede comprender la salud”, concluye.