PERFIL

“¿Ahora está de moda ese infeliz?”: Alfredo Chaves, la víctima de la dictadura que le dio una piña a Astiz en Bariloche

“Cuando ya caía el sol, murmuró algo, fue hacia un armario y sacó de él un arma de aspecto siniestro, un tubo largo y amarillento que terminaba en un gatillo y unos fuelles”.

En la cama, en calzoncillos, Alfredo Chaves lee. Recién llega de la casa de su novia, se desviste, se acuesta y lee Crónicas Marcianas. Tiene 19 años, hace dos días salió del servicio militar, está a punto de recibir la baja. Lee a Ray Bradbury cuando de pronto, escucha ruidos.

“El capitán y sus hombres se habían acercado a la puerta de plata, con la esperanza de que se abriera”.

Son las doce menos cuarto de una noche fría del 9 de mayo de 1978. Chaves escucha cuatro golpes en la puerta, el grito de “¡policía!”. El papá, contador, también en calzoncillos corre a la pieza de su hijo.

–¿Tenés algo?

–Estoy limpio

El papá abre, entran siete policías uniformados, algunos de civil se quedan en la puerta de la casa familiar de Villa Ballester, otros están en el fondo, saltaron las paredes por lo del vecino. Comienzan a revisar todo, abren cajones, buscan libros o panfletos o armas, pero también plata, joyas, electrodomésticos.

Gritan “dónde están los fierros”, gritan “hijos de puta”. Al padre lo ponen contra la pared. También grita. Grita que conoce a un militar, que lo dejen llamar, que ya van a ver.

Chaves, que no sabe quién es Alfredo Astiz, escucha los gritos. Tres policías suben al cuarto donde se quedó su mamá. La bajan al comedor. La llevan al lado de su marido. A la hermana de 13 años le ponen una manta en la cabeza y la apuntan con una pistola 45 mm. La mantienen en un rincón, encañonada. Bajan a Chaves, le tapan la cara con la funda de una almohada, lo hacen arrodillar. Lo levantan, se lo empiezan a llevar.

–Déjenme darle un beso –dice la hermana.

No la dejan. Sacan a Chaves de la casa, lo suben a un Chevy de cuatro puertas, color claro, uno de los autos de una larga caravana. Lo ponen en la parte de atrás, junto a dos policías. Lo tiran a los pies, le ponen las botas en la cabeza. Otros dos suben adelante.

“Lo sacaron de allí a rastras. Cerraron de un golpe la portezuela del coche policial y se lo llevaron al alba con la cara pegada a la ventanilla trasera”.

Chaves, que 15 minutos antes en la cama y en calzoncillos tal vez leyó ese párrafo de Crónicas Marcianas y que nunca escuchó hablar de Astiz, la cabeza contra el piso, oye arrancar la caravana de autos. A las pocas cuadras frenan, los policías levantan a otras personas. En la parte delantera del Chevy suben a una mujer. La escucha pedir que no le peguen, la reconoce. Mirta, compañera del colegio Carlos Pellegrini, llora. 

–Tranquila, flaca, no va a pasar nada, no te preocupes.

–¿Qué, se conocen ustedes? –pregunta un policía.

–Flaca, soy yo, Alfredo –insiste Chávez.

–Yo no hice nada –dice entre sollozos Mirta.

Y no dice más. El viaje sigue. Chaves la cara contra el piso de la parte trasera del Chevy, la bota sobre la cabeza, los insultos taladrándolo, se duerme. 

–Podés creer que antes de llegar al chupadero, me dormí. Ahí en el piso me dormí.

Dormido en el piso tal vez quiera transformar todo en un sueño o en un relato de ciencia ficción.

***

Ahora que está de moda, hablemos de Astiz –propongo.

–Ahora que está de moda –repite Chaves.

Preso desde 2003 por delitos de lesa humanidad, condenado en dos oportunidades a prisión perpetua, Alfredo Astiz volvió a la agenda pública cuando el pasado 11 de julio un grupo de diputados nacionales oficialistas de La Libertad Avanza fueron a visitarlo a la cárcel de Ezeiza. A él y a otros once detenidos, responsables todos de violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura militar.

El convite se convirtió en un escándalo político, provocó la ruptura del bloque oficialista en la Cámara de Diputados, se presentaron pedidos de informes, disparó –por un tiempo– la indignación social.

Y reinstaló a Alfredo Astiz en la agenda pública.

–De moda, ese infeliz de mierda.

Alfredo Chaves –recién jubilado, 65 años, uno setenta de altura aproximadamente, pura fibra, pelo corto y blanco– se sienta en un bar del oeste de Bariloche, pide un café, y no baja la voz para decir ese infeliz de mierda. Habla de su militancia en el Colegio secundario, del servicio militar, de cuando lo chuparon. Cuenta las sesiones de tortura con una cadencia que se parece a la sistematicidad de los golpes, con frases cortas, un ritmo, una enumeración precisa, los cintazos, la picana, el interrogatorio.

–Los primeros dos o tres días son de tortura. Son de sesiones interrogatorias. Así que arrancan haciéndote hablar. Decí todo lo que quieras decir. Después te cagan a trompadas. Después te dicen que no dijiste nada. Después te vuelven a entrar. Y ya te empiezan a dar máquinas en la parrilla. Y así. Y después vuelven por lo que quedó en el tintero. O te olvidaste de ésto. O tal me dijo que vos sabías que tal. Van haciendo como un mapa, digamos. Y luego me vuelven a entrar. Y me empiezan a dar máquinas de vuelta. Y le digo, ¿por qué?, te dije todo, no me acuerdo de cómo se llama la chica. A tal no la nombraste. Bueno, me olvidé. No me acuerdo. Hijo de puta, era tu novia. No. Y así. Esos primeros días son así. Quedás hecho mierda, te manejan la psiquis de una manera espectacular.

Era mayo del ’78 y Chaves, que hasta entonces nunca había escuchado hablar de Astiz, estuvo engrillado a una pared del centro clandestino de detención El Vesubio. Sólo lo soltaban para llevarlo a la sala, a la parrilla. Pasó 44 días en El Vesubio. No cagó durante 14 días. Después lo trasladaron y pasó dos meses y medio más en una unidad militar en Pablo Podestá y en una comisaría de Ramos Mejía. El papá, la mamá, las hermanas, la novia, no sabían dónde estaba. Lo creían muerto después de más de cuatro meses, hasta que finalmente apareció detenido, blanqueado, en la cárcel de Devoto. Pasó allí dos meses y luego otros dos meses y medio en la cárcel de la ciudad de La Plata. En Devoto vio a la familia a través de un vidrio, en La Plata finalmente los pudo abrazar.

En total fueron más de ocho meses desaparecido y preso. Al salir, el Ejército lo reincorporó al servicio militar para que cumpla la semana que tenía pendiente y ante el acuartelamiento de las tropas del Ejército que casi entran en guerra con Chile por el diferendo del canal Beagle.

–Pasé de ser un subversivo apátrida a un soldado de la patria. Así estaba mi cabeza, hecha un moño.

Veintitrés años después, el 1 de septiembre de 1995, Chaves ya sabe quién era Alfredo Astiz. Lo ve en el kilómetro uno de la Avenida Bustillo de Bariloche y por su cabeza desfilan los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo.

***

Alfredo Chaves ingresó al Colegio Nacional Pellegrini en 1972. Fue delegado de su división desde primer año y uno de los fundadores del centro de estudiantes. Rápidamente se incorporó a la Unión Estudiantes Secundarios (UES) y al calor de la “primavera Camporista” –Héctor Cámpora ganó las elecciones el 11 de marzo de 1973– alternó militancia en el colegio y salidas al territorio. Durante las vacaciones o los fines de semana iba a volantear, a apoyar alguna huelga de trabajadores, a hacer pintadas.

–Nos íbamos a veces a Puente de la Noria, por Remedios de Escalada, a volantear en unas elecciones de la UTA, por ejemplo, del gremio transportista, porque había compañeros que se presentaban en una lista interna del sindicato. Entonces nosotros volanteábamos o pintábamos para la JTP, esas cosas.

Esas cosas hacía mientras el clima político se iba espesando y el crecimiento de la organización Montoneros arrinconaba a los militantes peronistas a tomar una decisión: sumarse o no a la lucha armada.

–La UES era una organización satélite de Montoneros, una agrupación territorial. Algunos compartían la doble militancia, definiendo que Montoneros era una organización político-militar y cada agrupación o cada integrante, depende de lo que estratégicamente se fuera resolviendo, tomaba distintas responsabilidades.

Si bien nunca salió del ámbito de la militancia estudiantil, el debate lo cruzó.

–Cuando hacíamos tomas de las escuelas había compañeros que iban enfierrados. No era que hacíamos operativos militares ni mucho menos. Y del otro lado, en el ’75, ya vivíamos en un sistema muy represivo en la escuela, todos los preceptores pasaron a ser policías, el bufoso debajo de la manga, la Triple A.

¿Te tentó la posibilidad de pasar a la lucha armada?

–Si te vas a enfierrar tenés que estar convencido de que lo vas a hacer. No era una cuestión de tentación ni de no. Si la guerrilla hubiese, digamos…

Hubiese ordenado a la UES integrarse…

–No, integrarse no, porque se le daba más relevancia a la parte política que a la militar. Entonces lo importante era formar cuadros y ser dirigentes. Porque las revoluciones no se hacen con los fierros, se hacen con el pueblo atrás, sino son comandos.

¿Por qué sectores del peronismo optaron por la lucha armada?

–Esa experiencia, que se dio en toda Latinoamérica, acá tenía que arraigar firmemente en el peronismo porque fue el primer sector castigado por el fascismo y por la derecha, y por los sectores concentrados y tradicionales de poder, y los dueños del país. Así que la discusión nos involucró a todos los que pretendíamos un cambio más acelerado.

***

Casi nunca habló de las torturas, el secuestro, esos detalles. Muchas veces, en cambio, habló sobre el día que un arrebato, un impulso incontrolable lo empujó hacia esa figura rubia que, en el kilómetro uno de la Avenida Bustillo, esperaba el transporte que lo llevaría al cerro Catedral a esquiar. Era el 1 de septiembre del ’95. Alfredo Astiz disfrutaba de la libertad gracias a las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que impidieron que sea juzgado. Unos días antes el Concejo Deliberante de Bariloche había repudiado su estadía en la ciudad.

Muchas veces habló Chaves y contó de manera detallada cómo se abalanzó, le preguntó si era él –“¿Vos sos Astiz?”, le dijo–, y lo atacó con una trompada y patadas. Se convirtió en un héroe improbable. Dejó atrás, definitivamente, el papel de víctima que le había deparado la historia.

***

El archivo principal de Chaves lo tienen Daniel Nico y Silvia Morete. Amigos, fueron guardando todo lo que se publicaba en diarios y revistas sobre la trompada a Astiz. Pero también la resolución judicial de absolución de Chaves por la agresión, y los panfletos y volantes convocando a los actos de recuerdo de aquel hecho, los manuscritos de invitación a figuras políticas, artísticas y de defensa de los derechos humanos.

Una carpeta grande, marrón, de dibujante, resguarda la memoria de uno de los hechos políticos más importantes de la historia de Bariloche. Daniel y Silvia la sacan de un mueble, la abren con cuidado. Papeles amarillentos, letras manuscritas cuya autoría arriesgan, notas de opinión de los principales columnistas de los diarios nacionales de la época, y reportajes varios a Chaves. En Página/12, la revista Humor, el diario Río Negro, repite al detalle el episodio:

Eran las nueve menos diez de un día radiante. Cuando paso por el monolito, enfrente del hotel de la Marina, estaba ahí parado, con una chica, como mirando para el centro. Lo vi y seguí de largo dos kilómetros... pero pegué la vuelta –le dijo al diario Río Negro–. Quería asegurarme de que fuera él. Pasé por la otra mano y el chabón seguía parado en la banquina. Me convencí de que iba a estar ahí hasta que yo fuera a trompearlo.

Ya lo contaste tantas veces, no te voy a pedir de nuevo…–lo tranquilizo.

En tantas notas dijo que en ese momento miró a Astiz varias veces y se le pasaron por la cabeza los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo. Se aseguró que no estuviese armado ni con custodia. Paró su camioneta y caminó 50 metros. Chaves se puso cara a cara con el responsable de desapariciones, torturas, asesinatos, y le preguntó “¿Vos sos Astiz?”. “Sí, ¿vos quién sos”, le respondió el marino. “Vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara para andar por la calle”, le espetó Chaves. Después lo midió y le pegó un golpe en la cara, luego una patada en los testículos y se le tiró encima, le metió los dedos en los ojos, recibió algún golpe. Le gritó criminal, asesino, hijo de puta. Le dijo “vos te cagaste con los ingleses y lo único que sabés es matar adolescentes por la espalda. Tiraste monjas de los aviones, hijo de puta, cobarde, traidor a la patria”. Chaves estaba sacado, revoleaba trompadas y patadas. Un amigo que vio la escena lo levantó por la espalda y se lo llevó en su auto.

La camioneta del héroe improbable quedó encendida a media cuadra.

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“Riña – bronca – gresca – pendencia – querella – reyerta – disputa – altercado – trifulca – discordia – guerra – batalla - combate – choque – encontronazo – puñetazo – trompada – piña”. Con letras manuscritas en birome roja, amigos y amigas de Chaves ensayan palabras para definir el hecho y convocar al acto por el aniversario de la trompada. Cada 1 de septiembre, desde 1995, se realizan marchas o concentraciones para recordarla. Algunas fueron masivas e incluyeron shows gratuitos de la banda La Renga. Otras, un puñado de amigos, unos pocos militantes, todos cerca o más allá de los 60 años. Desde un primer momento y durante varios años seguidos, la titular de Madre de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, estuvo presente en Bariloche.

“A las 8.55 del 1 de septiembre de 1995 aquí se detuvo la muerte. Al rato pasó la vida y le pegó una piña – Memoria y Justicia – Segundo aniversario de la histórica trompada…”, dice uno de los volantes de 1997.

En todos los reportajes posteriores a la riña, la gresca, la pendencia, lo contó igual.

–Lo emboqué justo en la trompa –dijo.

Así nació “la embocadura”. Tanto buscar palabras, sinónimos, y en la enunciación de Chaves estaba la respuesta: embocadura. Así, bajo esa consigna se realiza cada año la convocatoria de todos los 1 de septiembre, a la mañana, en el kilómetro uno de la Avenida Bustillo.

Este 2024, se cumplieron 29 años.

***

El 1 de septiembre unas 25 personas se reúnen en torno a la piedra de un metro de alto que funge de recordatorio. La palabra memoria y dos pañuelos blancos pintados en la piedra. Un manchón de pintura bordó, a modo de atentado, tapó hace unos meses y parcialmente el blanco y por eso ahora, este año, la actividad recordatoria toma la forma de brigada de trabajo que dispuesta con trapos, viruta, thinner Standard y esponjas de acero rasquetea la piedra.

Un turista de enterito de esquiador de colores fluorescentes, casco y guantes en la mano se acerca y pregunta por la parada del colectivo que va al cerro Catedral.

–Ah, están haciendo como un arte, algo así –le dice a su mujer, también de enterito y botas.

Chaves rompe unos trapos, los reparte entre los brigadistas. “Voy a buscar un poco de agua, tengo un oso de felpa en la boca”, dice y cruza corriendo Bustillo, una botella de plástico vacía en la mano.

Chaves arrastra las erres, cortazarianamente, las guturiza. Por eso en los asados cuando el vino ya corrió lo suficiente los amigos lo convidan a cantar tangos llenos de erres. Chaves no esquiva la propuesta y entonces entona su hit “Los cosos de al lao”.

“Sollozaggon los violines

los fueyes se estggremecieggon

y en la noche se peggrdieggon

los acoggrdes de un gotán“.

Sin embargo, la canción de las erres por antonomasia es “Carta de un león a otro”, de Chico Novarro, a la que Chaves cambia la letra y concluye con un enfático: “Ggrebenque en mano”, en lugar del “látigo en mano” original.

Pero ahora es de mañana, es septiembre, hace frío y Chaves vuelve corriendo con el agua al lugar donde está la piedra que recuerda la trompada. Al finalizar el acto no se cantan tangos ni la “Carta de un león a otro”. Se canta que “como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”.

***

Si de cantar se trata, la convocatoria al acto por el segundo aniversario de la embocadura, en 1997, incluyó una canción original que debía ser interpretada con la música de Pedro Navaja:

“En la garita esperando el bondi estaba Astiz,

el asesino de tanta gente reía allí.

el compañero Alfredo Chaves por ahí pasó,

frenó su auto, pensó en las Madres y se acercó.

Vos sos Astiz, y el asesino dijo que sí,

entonces Chaves cargó en su brazo todo el dolor

que tanta gente en tantos años acumuló.

Una trompada, una patada al torturador

la dignidad de un pueblo entero reivindicó…“ 

En aquella oportunidad, papel con la letra en mano, entre los discursos, un grupo de Bariloche movió torpemente las caderas.

No fue la única canción.

–Me acuerdo que en la época de la piña me hicieron un poema, una  señora, que es un tango en realidad, que no me lo acuerdo todo, pero habla así como que “veinte años no es nada” y termina diciendo que “en este país cambalache, vos elegís, sos Chaves o sos Astiz”.

Chaves se ríe mientras se le enfría el café.

***

Deja de reír cuando le pregunto:

¿Cuándo escuchaste por primera vez el apellido Astiz?, ¿ya en democracia?

Chaves, a los 20 años, fuerza su autoexilio en la ciudad de Bariloche en 1979, luego del secuestro y de la breve reincorporación al Ejército. Durante cinco años guarda silencio, piensa que lo siguen, mira para los cuatro costados al salir a la calle, no duerme bien. Pone comercios, trabaja, hasta que en 1984 declara en el primer juicio que se realiza por los secuestros en el campo de concentración El Vesubio. Un año después, vuelve ante los tribunales en el Juicio a las Juntas.

El 9 de diciembre de 1985, Chaves saca los parlantes a la puerta del local que tiene en la primera cuadra de la calle Mitre, la principal de Bariloche. La voz del Juez León Arslanián suena clara: “Se ha demostrado que, pese a contar los comandantes de las Fuerzas Armadas que tomaron el poder el 24 de marzo de 1976, con todos los instrumentos legales y los medios para llevar a cabo la represión de modo lícito, sin desmedro de la eficacia”, Chaves sube el volumen, “optaron por la puesta en marcha de procedimientos clandestinos e ilegales sobre la base de órdenes que, en el ámbito de cada uno de sus respectivos comandos, impartieron los enjuiciados”, Chaves ahoga una revancha, hasta que escucha “condenando a Jorge Rafael Videla, de las demás condiciones…”, Chaves grita, “a la pena de reclusión perpetua”, Chaves no llora, “condenando a Emilio Eduardo Massera, de las demás condiciones…”, un grupo en torno a los parlantes mira a Chaves, “a la pena de reclusión perpetua”, Chaves grita. Acaba de terminar su exilio interno.

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¿Y Astiz?

–Ese infeliz de mierda –repite. En (la guerra de) las Malvinas ya lo tenía claro. Ya para las Malvinas había salido su nombre. No recuerdo exactamente, porque también se sabía de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). Yo de la ESMA sabía ya en los ‘70, todavía cuando estaba en Buenos Aires, creo que antes de venirme para acá. De compañeros y compañeras que caían se decía parece que la llevaron a la ESMA. Pero el nombre de Astiz todavía no salía. Después de Malvinas sí.

Desde el ’82 Chaves tuvo claro quién era Astiz. Trece años esperó para demostrarle lo que sentía por él.

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El martes 3 de octubre de 1995, dos meses después de la embocadura, en su viñeta habitual de contratapa –al lado de la historieta Diógenes y el Lineyera, y de Clemente, y debajo de la minifalda ajustada de una de las chicas de El Nene Montanaro–, Roberto Fontanarrosa dibujó a dos mujeres, que mantenían este diálogo: “Y cuando viajaron a Bariloche, ¿qué fueron a conocer?”. “La Isla Victoria, el Cerro Catedral y la esquina donde pegaron a Astiz”.

Por ese dibujo, por ese homenaje, el jueves 28 de agosto de 1997 a las 14.22 horas sonó el teléfono de la casa personal del dibujante. El fax recibió el siguiente mensaje: “Querido Fontanarrosa: te usamos el dibujo para celebrar esta gesta que nos enorgullece. Descontamos tu acuerdo; nos gustaría mucho que puedas llegarte a festejar con nosotros. ¡Hay alojamiento y comida! Gracias y un abrazo. Daniel y Silvia”.

Fontanarrosa no viajó a Bariloche, pero su dibujo se convirtió en folleto, volante, memoria lúdica.

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Luego de la golpiza, el embocado querelló a Chaves por el delito de lesiones leves. La causa por “lesiones leves” fue caratulada “Astiz Alfredo Ignacio s/denuncia Imputado Alfredo Chaves”. Algo más de dos años después de la trompada, el juez Fernando Héctor Bajos firmó el 9 de octubre de 1997 la sentencia que sobreseyó a Chaves por la golpiza ya que “obró en estado de inconsciencia que le impidió dirigir sus acciones”.

“Yo le decía al juez que no fue emoción violenta, que fue un acto de resistencia”, diría el embocador algunos días después, y que “lo volvería a hacer”. Y que “donde la Justicia no estaba presente la Justicia del pueblo se hacía sentir”.

El fallo del Juez Bajos estuvo a tono con el clima de impunidad otorgado por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y el indulto firmado por el entonces presidente Carlos Menem. Y también con la teoría de los dos demonios como explicación de la tragedia argentina. Para referirse a la década del ’70 y los delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, el magistrado aseguró que “la sociedad argentina en su conjunto aún tiene presente los largos años de enfrentamientos armados entre sus miembros”.

Para edulcorar el indulto, el Juez planteó que estuvo “inspirado en la pacificación nacional”. Y, si bien cuestionó que esa medida de Menem “sólo permitió demostrar que jamás una idea, un deseo, un sentimiento pueden ser impuestos a una sociedad, pues tarde o temprano la imposición será desoída o generará reacciones incompatibles con el orden jurídico”, interpretó que “no es con actitudes vindicantes con las que lograremos recomponer esa estructura jurídica dañada”.

Incluso, el juez dijo que son “voces descarnadas que se alzan contra el olvido y el perdón” las que ejercen una “fuerte y peligrosa influencia (…) sobre la psiquis de todos aquellos que de alguna manera tuvieron una experiencia vivencial en aquellos tristes pasajes de la historia argentina”.

Para el Juez, Chaves era una persona influenciable con una psiquis permeada por el “clamor” contra el olvido y el perdón.

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El héroe improbable, la víctima redimida, ¿mirará para atrás y verá parte de la vida como un cuento de ciencia ficción?, se preguntará ¿Soy yo el que estuvo engrillado, al que le dieron picana y golpearon las costillas? ¿Esta mano que acaricia la cabeza de una de mis tres hijas es la misma mano que estuvo 40 días atada a una pared? ¿Soy el que, luego, salió en los diarios y al que abrazaron tantos por ese imprevisto, por ese cruce de coordenadas, por ese impulso sin freno?

***

Chaves sueña con un gran acto para los 30 años de la embocadura, en 2025. No lo dice, pero algo deja entrever cuando anticipa que ya piensa un discurso para el año próximo. Quiere reafirmar la celebración como un hecho político, con Javier Milei como presidente, con el coletazo de la moda Astiz gracias a la visita de los diputados oficialistas.

–La trompada fue un hecho político, de resistencia –dice.

¿Cuánto cambió tu vida la piña a Astiz?

–Mucho. Yo ya había vuelto a militar. Había declarado en los juicios de lesa humanidad. Pero la trompada me cambió mucho, conocí muchísima gente. Tuve una demanda muy grande de notas hasta el día de hoy.

Hoy deja la taza ya sin café en el bar del oeste de Bariloche. Se para, da un abrazo, y promete “nos vemos el año que viene”, cuando el aniversario de la embocadura vuelva a poner de moda a Astiz.