Hace millones de años, los homínidos se bajaron de los árboles y lograron vivir en prácticamente cualquier rincón del planeta, e incluso del espacio. Ahora, nuestra especie volvió a subirse… a la nube digital.
Los últimos y acelerados cambios provocaron que nuestro trabajo, nuestras relaciones y, en definitiva, nuestra vida, dependan de un mundo paralelo, irreal en muchas ocasiones. Somos capaces de vivir experiencias totalmente nuevas, romper las barreras espaciales y temporales o disfrutar de nuevas herramientas tecnológicas –incluyendo la irrupción de la inteligencia artificial– que complementan nuestra capacidad de adaptación.
Enganchados a la dopamina
Este mundo digital, abanderado por las redes sociales, ofrece un producto que genera una alta satisfacción en el usuario. Y esto plantea un riesgo: las redes son adictivas porque estimulan la generación de dopamina, un neurotransmisor relacionado íntimamente con la felicidad (y la falta de ella).
El experto en mercadotecnia Armando Espinoza Oliva revela cómo esta generación de dopamina estimulada por las redes sociales puede provocar cambios en nuestro comportamiento y manipular la psique de los usuarios. Su investigación destaca el elevado poder de persuasión de las redes y su eficacia a la hora de marcar tendencias y modas o incluso viralizar determinados productos o conductas.
Son herramientas tecnológicas que nos generan satisfacción de forma inmediata: una notificación, un like, un correo electrónico o un reel son capaces de generar en pocos segundos un aumento de nuestra sensación de felicidad.
Esta realidad digital se basa en una búsqueda de la recompensa inmediata. La mayor parte de lo que vemos es un mundo idealizado. Su estética visual y contenidos distan mucho de su día a día. Además, es un bucle que es alimentado por todos los usuarios.
Así, numerosos perfiles de redes sociales como Instagram, Facebook o TikTok sólo muestran una parte muy selectiva de la vida real, muchas veces camuflada por filtros, fotomontajes y felicidad forzada. Otras redes, por su parte, están más enfocadas a la información, la opinión y la controversia (caso de X, antes Twitter). En cualquier caso, la impostación digital emerge como una de las características fundamentales de este universo online donde prevalecen las apariencias, la imagen y la opinión.
El choque con la realidad
Este quizás sea el principal problema de pasar tantas horas en un mundo virtual: bajarnos de la nube y ver que lo que tenemos alrededor no es tan perfecto. Y el golpe de realidad puede tener consecuencias en la salud mental.
El impacto de estos medios fue ampliamente estudiado. Así, se vio que los usuarios más jóvenes (especialmente los adolescentes) experimentan mayores niveles de exposición y dependencia. Y si ponemos el foco en el género, entran en juego elementos como la desigualdad y el sexismo, ayudando a perpetuar los esteoreotipos machistas.
De acuerdo con diversos estudios, mientras las mujeres utilizan las redes con múltiples motivos (académicos entre ellos), los hombres entran más veces para chatear. En cuanto a la edad, el rango entre los 16 y los 24 años es el que presenta mayor tiempo de exposición a redes sociales (más el 92 % de las personas en este grupo de población las utiliza).
La identificación con referentes como youtubers o influencers es diferente según dichas variables, pero generó cambios profundos en aspectos básicos de la interacción social. Aunque es cierto que los investigadores detectaron que las nuevas tecnologías potencian beneficios como la facilidad e inmediatez de contacto, su uso también acarrea la pérdida de la comunicación cara a cara y las dificultades para mantener relaciones presenciales y duraderas.
Creamos mundos digitales perfectos y expuestos a la opinión pública en una búsqueda constante de reconocimiento (seguidores, likes, comentarios, etc.). Especialmente en adolescentes, más sensibles a las opiniones negativas.
En ese grupo de edad, la digitalización esta generando problemas como el insomnio (vamping), la pérdida de autoestima y de valores, la disminución del rendimiento académico y un aumento de las patologías cardiovasculares, obesidad y sedentarismo.
Esto seguramente incide en el empeoramiento de su salud mental. Un dato significativo es que en España, por ejemplo, el suicidio se convirtió en la primera causa de muerte en la personas de entre 12 y 29 años, con un aumento del 32% entre 2019 y 2021 (de 34 a 45 fallecidos).
Consejos para un uso responsable
Frente a estos riesgos, de los que nadie está exento con independencia de su edad, debemos hacer esfuerzos por gestionar adecuadamente nuestras emociones con las siguientes prácticas:
- Controlar los tiempos de exposición, que se relacionan directamente con la salud mental. Debemos ponernos límites, buscar un equilibrio entre el mundo digital y el mundo real. Pocas veces somos conscientes del tiempo total que pasamos en entornos digitales.
- Consumir información de forma crítica. La infoxicación es un nuevo concepto que hace referencia la cantidad de información incorrecta o falsa a la que estamos expuestos. Las herramientas digitales tienen un gran poder de enseñanza, pero debemos elegir bien nuestras fuentes.
- Evitar las comparaciones. Podemos buscar inspiración, motivación o aprendizaje en los demás, pero debemos ser conscientes de nuestras fortalezas, debilidades y los objetivos que podemos y queremos alcanzar. Somos únicos.
- Estar atentos a las señales de nuestro cuerpo y de nuestra mente. Debemos ser conscientes de cómo nos hacen sentir las interacciones digitales y las reales, es la principal herramienta para poder regularlas. Muchas veces no nos paramos a reconocer nuestras emociones; simplemente desconectamos nuestra mente navegando en el mundo digital.
- Cuidar nuestra salud física. La dieta saludable y el ejercicio físico también pueden contribuir a mejorar nuestra resistencia psíquica.
Como sociedad, debemos colaborar en reconocer y apoyar la salud mental desde todos los ámbitos. El primer paso es hacernos conscientes y hacer un esfuerzo por cuidarla de la mejor forma posible. Quizás una dosis de la hermosa imperfección del mundo real sea un buen sustituto de la belleza del mundo digital.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Podés leerlo aquí.