Por todos lados esta pandemia lleva escrito un alerta por el fracaso del orden mundial tal como ha sido forjado por el capitalismo. Para empezar, los especialistas coinciden en que su origen está intrínsecamente relacionado con la ganadería industrial masiva y con la deforestación, que multiplican y aceleran las zoonosis. Por la continuidad y extensión de esas dos prácticas ya se pronostican nuevas pandemias por venir. Habrá que acostumbrarse si, como todo parece, seguirán prevaleciendo los intereses de ganaderos y empresarios agrícolas por sobre los del resto de los humanos.
Luego, estuvo la organización de los cuidados inmediatos y de la salida de la pandemia. Todo estuvo en manos de los Estados; incluso un país tan pro-mercado como Irlanda debió poner la salud privada bajo control estatal para tener algo cercano a una coordinación mínima capaz de enfrentar la crisis. La mano invisible del mercado no sólo no aportó soluciones sino que resultó un peso extra. Los Estados por todas partes tuvieron que salir a asistir a la población e incluso a la economía. Mientras las dificultades aquejaban a la mayoría, los súper ricos de todos modos aceleraron su enriquecimiento. Y ni que hablar de las vacunas: la abrumadora mayoría del financiamiento a la investigación que las desarrolló en tiempo récord fue cubierta por los Estados. La participación de capital privado fue cercana a lo irrelevante. Más aún, la primera vacuna que se registró fue mérito de un instituto estatal de la federación rusa. Financiada y desarrollada por el Estado.
La puja por la distribución mundial de las vacunas agrega ahora una cuota de irracionalidad impactante. La crisis actual muestra en qué medida la arquitectura de gobierno global que se viene erigiendo desde hace décadas está pensada únicamente en función de los intereses del capital. Desde la década de 1940 tenemos organismos internacionales como el GATT y luego la OMC que trabajaron eficientemente para que todos los países sincronicen sus prácticas comerciales e impositivas de modo de favorecer el flujo de mercancías. Pero hoy no tenemos nada parecido en su alcance para coordinar el reparto de las vacunas. Los países más ricos ya han comprado por adelantado la producción futura, de modo que los más pobres deberán esperar uno o dos años más para acceder a las suyas. La irracionalidad es tal, que países como Estados Unidos, Australia o Gran Bretaña ya llevan comprados un número de dosis mucho mayor que el de su población. Al tope de la lista, Canadá ya adquirió casi diez veces más dosis que lo que suman sus habitantes. Por contraste, COVAX, la modesta iniciativa de la Organización Mundial de la Salud, ni siquiera pudo alcanzar a una por persona. Nada más demostrativo de lo lejos que está el capitalismo de cualquier sentido de racionalidad y justicia. E incluso de cualquier noción de meritocracia: algunos de los países que peor manejaron la pandemia serán los que accedan a las vacunas primero.
Nuestro país es un buen muestrario de esas contradicciones. Con total despreocupación por el futuro, la Argentina está entre los líderes mundiales en destrucción de bosques. Desde hace años se registran los daños que eso provoca pero nada consiguió hasta ahora detener la marcha de los empresarios y sus topadoras. Como si eso no alcanzase, el oficialismo se empeña hoy en un proyecto irresponsable de instalar justamente esas fábricas de carne porcina gigantes que el mercado chino necesita externalizar por los problemas sanitarios que le generan. Como cuando se introdujo la soja transgénica mediante un trámite express, sin ningún estudio de impacto, parece que otra vez primará el interés empresario y de corto plazo por sobre el bienestar sustentable de la población.
En el manejo de la pandemia la centralidad del Estado fue indiscutible. Bien o mal, los funcionarios lograron rápidamente coordinar acciones en todos los distritos. La salud pública viene desarrollando una tarea heroica y los aportes del sistema científico y tecnológico han sido titánicos. Hace apenas meses, con el argumento siempre repetido de la necesidad de bajar el gasto público, desfinanciaban incluso al instituto Malbrán, el único que al principio estuvo en condiciones de realizar tests de COVID.
El Estado argentino también salió a sostener económicamente a los empresarios y hacerse cargo de sus nóminas salariales (algo que algunos aprovecharon incluso para pagar a sus CEOs). La actitud no fue recíproca: las entidades empresariales resistieron todo lo que pudieron el modestísimo aporte extraordinario que un puñado de sus representados deberán hacer. Mientras tanto, como en otros sitios, nuestros súper ricos multiplican sus ganancias. Por el contexto de pandemia, la empresa más valiosa de la Argentina vio crecer su capital fabulosamente. Sin haber hecho otra cosa que esperar el aumento de clicks en su página web.
Ironías del momento: el Estado, siempre derrochón e ineficiente a ojos del mercado, fue indispensable para sostener al mercado mientras éste se quedaba boquiabierto sin saber qué hacer. Hoy esperamos las primeras dosis de la vacuna salvadora, inventada y financiada por un Estado, negociada y traída por otro, en aviones del Estado, para ser aplicada por el Estado en la operación logística más compleja que se haya realizado en este país.