Toca en las portadas de revistas eróticas dirigidas al consumo masculino; también toca en el porno, en el cine, la televisión o la publicidad. En esos contextos, sí toca que el cuerpo de las mujeres, y muy en concreto sus pechos, se exhiban, se vean y se usen como atractivo o como gancho. No molestan y se aceptan, siempre que sigan un canon estético concreto. Sin embargo hay lugares y momentos en los que mostrar las tetas (solo las femeninas) sigue siendo problemático y está lejos de poder hacerse con naturalidad.
La cantante Eva Amaral lo hizo este fin de semana en uno de esos espacios en los que, cada vez que ocurre, con más contundencia llega después el escrutinio público: encima de un escenario. “Esto es por Rocío (Saiz), por Rigoberta, por Zahara, por Miren, por Bebe, por todas nosotras. Porque nadie nos puede arrebatar la dignidad de nuestra desnudez, de nuestra fragilidad y fortaleza”, proclamó la cantante en el concierto del festival Sonorama, en Aranda de Duero (Burgos), antes de quitarse la parte de arriba y cantar Revolución a pecho descubierto.
Amaral siguió así la estela de artistas que reivindicaron el fin de la censura sobre los pechos o tuvieron problemas después de mostrarlos. “No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas”, canta Rigoberta Bandini en Ay mamá. A la luz de la polémica que desató la canción y su actuación junto a un pecho gigante que emulaba un globo terráqueo en el escenario, parece que las tetas de las mujeres sí dan miedo: ellos las muestran sin problema, pero las de las mujeres han estado históricamente asociadas al escándalo, la vergüenza, la ocultación o el pudor.
Sobre el cuerpo femenino recae una significación de la cultura y la ideología dominante, que es patriarcal y que sigue cosificando los cuerpos, las tetas y las vidas de las mujeres
“Sobre el cuerpo femenino recae una significación de la cultura y la ideología dominante, que es patriarcal y que sigue cosificando los cuerpos, las tetas y las vidas de las mujeres”, sostiene la socióloga de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Fefa Vila. “Hay un control y una regulación de nuestros cuerpos, que nos dice dónde sí (y cómo) y dónde no –prosigue la experta–. Dependerá de una mirada externa, que es masculina y heterosexual. Por eso tiene todo el sentido lo que ha hecho Amaral, más aún después de ver la polémica que se ha desatado y que sea un escándalo para alguna gente”, remata.
Sin ir más lejos, Instagram y Facebook censuran los pezones femeninos, que solo pueden mostrarse en las redes sociales el poco tiempo que deja el algoritmo antes de fulminarlos sistemáticamente, pero no hace lo mismo con los de hombres. Esta política interna de Meta llegó al punto de incluso censurar de forma automática obras de arte o culturales, como ocurrió con el cartel de la película de Almodóvar Madres Paralelas, que muestra un pezón lactante, o la Venus de Willendorf, una escultura de hace casi 30.000 años. Hoy, en Twitter, el video de Amaral advierte de que el “elemento multimedia incluye contenido potencialmente delicado”.
Una lectura sexualizada y masculina
“Es un acto revolucionario porque está subvirtiendo el contexto en el que a una mujer se le permite mostrar su cuerpo y la función que ese acto cumple”, afirma la historiadora del arte Eugenia Tenenbaum. “El cuerpo femenino rara vez es entendido como un fin en sí mismo, sino que suele contemplarse como un medio y, además, para el disfrute y el placer masculino. Así es como se configura el mito misógino de la belleza, conceptualizado por Naomi Wolf, que dicta desde hace siglos que las mujeres existimos para ser contempladas y nuestros cuerpos para ser juzgados o disfrutados, pero nunca por nosotras mismas y nunca bajo nuestros propios estándares”.
En debate mundial se convirtió lo ocurrido en la Super Bowl de 2004, cuando los telespectadores vieron la teta derecha de Janet Jackson al arrancarle el top Justin Timberlake, algo que fue calificado de escándalo y hoy bautizado como #Nipplegate
La diferente vara de medir que la sociedad impone sobre las tetas de unas y de otros tiene raíces muy profundas, pero lo que emerge detrás es su sexualización para consumo masculino, coinciden las expertas. Tenenbaum explica que “en lugar de concebirse como lo que es, un par de glándulas mamarias”, esta parte del cuerpo se lee como algo erótico y por eso “los únicos ámbitos en los que está bien visto” mostrarlos están atravesados por esa mirada mientras que “cualquier espacio no sexual en el que la mujer enseñe su pecho será condenado, castigado o censurado”.
No hay que irse muy lejos para verlo. No hace ni tres meses que la cantante Rocío Saiz, a la que Eva Amaral nombró en su alegato, vio cómo un agente de policía la obligaba a cubrirse los pechos durante un concierto en el Orgullo de Murcia. En 2018 el PP de Molina de Segura criticó a la entonces vocalista de Las Chillers por enseñar las tetas durante un festival y calificó el espectáculo de “irrespetuoso, carente de valores y erótico”.
En debate mundial se convirtió, por su parte, lo ocurrido en la Super Bowl de 2004, cuando los telespectadores vieron la teta derecha de Janet Jackson al arrancarle el top Justin Timberlake, algo que fue calificado de escándalo y hoy bautizado como #Nipplegate (nipple es pezón en inglés) que perjudicó seriamente la carrera de Jackson y catapultó la de él.
El mito misógino de la belleza, conceptualizado por Naomi Wolf, dicta desde hace siglos que las mujeres existimos para ser contempladas y nuestros cuerpos para ser juzgados o disfrutados, pero nunca por nosotras mismas y ni con nuestros propios estándares
Fuera del mundo del espectáculo, Fefa Vila cita la pelea de las madres que dan de mamar en público para evitar ser juzgadas y reprendidas al hacerlo, una experiencia que no pocas han tenido. Mientras, al otro lado, la naturalidad con las que los hombres enseñan sus tetas: “Sobre un escenario, subiéndose la camiseta para celebrar un gol, luciendo trabajados pectorales en las redes sociales o simplemente tomando el sol en la playa, en cualquier situación”, ejemplifica Patricia Luján, autora de ¡Pechos fuera! (editorial Zenith), en el que hace un recorrido por la cosificación de las tetas de las mujeres y llama a su liberación.
Naturalizar los pechos como acto subversivo
Que la mirada masculina moldea la lectura social que se hace sobre el pecho femenino es algo comprobable en la representación histórica artística que se ha hecho sobre él. Así lo analizó Marilyn Yalom en Historia del pecho, publicado en 1997, en el que explica cómo los senos femeninos se han codificado históricamente como “buenos” o “malos”, pero siempre desde el punto de vista de los hombres, ya sean las vírgenes lactantes, las alegorías políticas como La libertad guiando al pueblo, de Delacroix o la figura de Lady MacBeth de Shakespeare, ejemplifica.
En contraposición, liberar el pecho femenino allí donde no se quiere que esté ha sido también un instrumento político para las feministas en muchos lugares del mundo. Quizás lo más inmediato sean las protestas de Femen, pero “en la II República se empezaban a mostrar como una forma de reivindicar la libertad de dejar los sujetadores al margen mientras que en las manifestaciones de San Francisco meter los sujetadores en cubos de basura fue habitual”, explica Vila, que cita también las acciones que colectivos lésbicos y queer llevaron a cabo en los noventa con el objetivo de darle un sentido al cuerpo femenino al margen de la heterosexualidad, entre ellas la serie Es-cultura lesbiana del colectivo LSD.
Hemos visto una performance donde los pechos de la artista en vez de sexualizarse y ponerse al servicio de la mirada y placer masculinos se transforman en una herramienta política
En este sentido, Luján cree que el desafío de la acción de Amaral radica en que “hemos visto una performance donde los pechos de la artista en vez de sexualizarse y ponerse al servicio de la mirada y placer masculinos se transforman en una herramienta política y de llamada de atención sobre las desigualdades que aún a día de hoy sufrimos las mujeres de todo el mundo”. Una resignificación pública del cuerpo y de las tetas femeninas que cada vez más mujeres reivindican, con movimientos como #FreeTheNipple (Libera el pezón, en inglés) en alza desde hace algunos años.
De ahí que para Tenenbaum “naturalizar” el hecho de mostrar los pechos de las mujeres “es en sí mismo subversivo” porque “en el imaginario colectivo el desnudo femenino existe para ser sexualizado, no naturalizado”. Romper con esa norma y “entender que el cuerpo solo dice de nosotras que existimos”, liberándolo así de la carga erótica que sobre él recae, se traduce en “reivindicar el disfrute de existir y de ocupar el espacio en nuestros propios términos”, concluye la historiadora del arte.