La escena es de película: chaquetas blancas, barbijos y pinceles. Paredes de piedras color ocre envuelven a una veintena de científicos argentinos que excava e investiga una tumba en Egipto: precisamente la de Amenmose, en Luxor, que tiene 3500 años de antigüedad. En el equipo hay miembros de distintas universidades públicas del país. Hay historiadores, ilustradores, traductores, especialistas en conservación y registro. Todos son imprescindibles para la tarea que comenzó en 2019 y ya va por su quinta campaña. Entre ellos está Andrea Paula Zingarelli, egiptóloga, doctora en Historia y docente de la Universidad Nacional de la Plata que lleva consigo la responsabilidad de dirigir el proyecto.
La historia sobre cómo llegaron a trabajar en la tumba del noble tebano Amenmose, que vivió entre el 1400 y el 1450 antes de Cristo, es tan larga como mágica y plagada de obstáculos. Para poder cumplir el sueño de la mayoría de los arqueólogos este grupo argentino atraviesa año a año distintas dificultades: científicas, logísticas y, por supuesto, económicas. No cuentan con ningún tipo de financiamiento, por lo que para desarrollar las labores que la investigación demanda necesitan viajar en el período que tienen sus vacaciones laborales —generalmente enero por tratarse en la mayoría de los casos de docentes—. También deben ahorrar durante varios meses para poder costear pasaje, comida y alojamiento. Una vez en Egipto las tareas, que duran un mes, son a contrarreloj y, hasta ahora, siempre dejaron un cabo suelto por el cual volver.
Así sucedió desde la primera vez que el grupo que integra Proyecto Amenmose viajó a hacer su exploración. En aquella ocasión solo viajaron seis argentinas. Eran arqueólogas, egiptólogas e historiadoras. Iban con el objetivo de trabajar en otro proyecto, pero algunos traspiés administrativos hicieron que no obtuvieran a tiempo el permiso necesario. En 2020 lograron llegar con todas las autorizaciones, pero las tumbas que les interesaban ya estaban en estudio o requerían de recursos con los que no contaban, así fue que apareció la idea de trabajar con Amenmose.
Como Indiana Jones, con la aventura como combustible, Zingarelli entró aquel año por primera vez a la tumba por un diminuto túnel: medía 50 centímetros por 37, estaba absolutamente oscuro y sólo podía iluminarse donde una linterna alcanzara. El entusiasmo y la adrenalina tuvieron más poder que cualquier temor o insecto que pudiera aparecer. Apenas el equipo había recorrido centímetros y ya tenía nuevos objetivos en mente. Uno, por ejemplo, se concretaría el año pasado: poner una puerta para trabajar con más comodidad.
Primeros pasos
En una entrevista a elDiarioAR, Zingarelli repasó las etapas más importantes de este trabajo en equipo de científicos argentinos que constituye un pilar investigativo fundamental para la historia egipcia y de la humanidad. Además, analizó cuáles son las dificultades que detecta en este contexto político y cómo continuarán las tareas en la tumba.
—¿Cómo llegaste a explorar una tumba del antiguo Egipto?
—Empecé cuando apenas terminé mi carrera de grado. Estudié historia en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata. Cuando terminé la carrera veía si seguir una especialización. Siempre me interesó mucho la historia antigua, me gustaban mucho los mitos. Por distintas circunstancias me decidí por Egipto. Más tarde empecé a estudiar jeroglíficos en Buenos Aires, en un instituto que depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Después, en un programa de egiptología de Conicet, y así empecé a tener algunas herramientas. Terminé la facultad entre 1990 y 1991, y fue en 1993 cuando por primera vez se dio una oportunidad promovida por una profesora, Violeta Pereira, para ir a trabajar como voluntaria a Israel, a un sitio de excavación que había sido egipcio. Fue una experiencia que marcó un antes y un después en mi vida.
—¿Cuál fue el siguiente paso en la historia?
—Dos años después se armó un proyecto en lo que es hoy la la península de Sinaí. En el norte se había desarrollado un proyecto de salvataje de los sitios porque iban a construir un canal llamado “De la Paz” y Egipto quería generar espacios para la población en esa zona. Esa fue mi primera experiencia trabajando allá y duró varios años. O sea, Violeta Pereira decidió empezar un proyecto en Tebas, en lo que es hoy Luxor en una tumba, y allá fui también con otra gente, también de otras universidades nacionales. Ahí la experiencia fue distinta, porque a diferencia de Sinaí, que era un sitio de frontera, era otra época. Calculá que no había ni internet cuando fuimos. Entonces nos comunicábamos con nuestra familia y amigos por carta. E ir a Cairo era toda una aventura que me forjó una carrera. Cuando fuimos a a Luxor actual, a la tumba, era otra cosa, otra experiencia, porque es un lugar donde hay muchos más turistas. Empezó a aparecer Internet, íbamos al locutorio al menos. Hasta el 2005 trabajé en esa tumba y después nació mi hijo.
Por el nacimiento de su hijo, Andrea decidió hacer un paréntesis en sus viajes para poder dedicarse a las tareas de cuidado. Mientras tanto se ocupó de trabajar en proyectos de literatura, investigaciones y congresos. Luego, con su hijo grande, retomó la idea de viajar y desplegarse en el campo.
Proyecto Amenmose
—¿En qué consiste el proyecto Amenmose y cómo lo encararon?
—En el 2019 emprendimos el Proyecto Amenmose, que es en una tumba de un artesano ubicada en la necrópolis tebana. Tiene la particularidad de que había sido explorada por una misión japonesa y había sido visitada, pero nunca se había hecho su conservación. Entonces ahí también nos juntamos con una amiga conservadora. Sumamos un grupo de argentinas de todo el país y armamos un equipo argentino. De argentinas, sobre todo. Somos muchas mujeres y este proyecto ya tiene cinco campañas.
—¿Cuáles son las mayores dificultades que encontraron en el proceso?
—Es un poco complicado hacer ciencia en Argentina, sobre todo en este momento, pero además el proyecto es muy especial porque tiene la particularidad de que tenés que viajar a Egipto para desarrollarlo. Eso implica tener que comprarte un pasaje. Nosotros, todos, nos pagamos los pasajes. Es un poco como voluntario, digamos.
—¿Ustedes se costean todo el proyecto? ¿No reciben ningún tipo de financiamiento?
—Nos pagamos los pasajes, la comida y la estadía. Por suerte eso último no es muy caro. Se puede acceder. Lo más complicado cada año es comprar los pasaje. Nos volvemos locos para eso. Siempre estamos buscando el mejor precio. Eso nos lleva un montón de tiempo, lo cual implica restarle ese tiempo a otras cosas que deberíamos hacer. Pero bueno, funciona así. La universidad a veces nos ayuda con algo, pero no es algo que permita sostener todo el proyecto.
—¿Con qué se encontraron en Egipto?
—La tumba de Amenmose es una tumba pequeña, tiene todas las paredes pintadas con escenas de la vida cotidiana o de adoración a los dioses. Tiene la particularidad de que no podías entrar por su entrada original porque estaba cubierta por sedimentos porque está en una colina, en la parte baja. Entonces, por lógica, ha habido distintos movimientos de tierra. Además vivía gente en las tumbas y tenía sus casas al lado, por lo que las usaban o como vivienda o como lugar de otra cosa, y muchas veces muchas quedaron tapadas. De hecho hay muchas que no se han encontrado. A hoy hay más de 400 identificadas con el nombre, pero se supone que hay mil más que no han sido encontradas. Emprendimos este trabajo con el objetivo de encontrar la puerta, porque entramos por un huequito de 50 centímetros por 37 centímetros en el que nos metíamos e íbamos arrastrándonos para tirarnos por ahí. Eso era como una gran aventura. Cuando era chica tenía miedo a cosas así, pero la primera vez que fui, en el 2020, me tiré. No me importaba nada, porque claro, imagínate lo que era el esfuerzo que habíamos hecho para ir. Confiaba en que iba a estar todo bien y estuvo todo bien. Trabajamos en 2020 y en 2022 sin la entrada, por ese hueco, pero en la conservación no se podía avanzar mucho porque no se podían usar químicos. Fue por eso que emprendimos un nuevo proyecto con el objetivo de encontrar la entrada. Entonces se excavó en el 2023, en el 2024, que pusimos la puerta, y este año (en enero).
—¿Qué encontraron en la tumba de Amenmose?
—Encontramos la puerta. También unos relieves desconocidos de Amenmose que está sentado frente a una mesa de ofrendas, que es una imagen muy típica de la cultura egipcia, porque es proveerse de alimentos para el más allá y además tiene una serie de inscripciones rituales y una de las inscripciones dice 'Buscando siguiendo el corazón en la puerta'. Era muy significativo. Estábamos buscando la puerta, siguiendo nuestro corazón porque la verdad que era poner todo para estar ahí, hacer eso y bueno... Encontramos la entrada, a él en la entrada y en el 2024 empezamos a excavar y hallamos el patio. También encontramos pinturas, relieves y pozos funerarios donde colocaban el sarcófago y todo lo que se llevaban para el más allá. Algunas tumbas los tienen adentro de capillas, pero esta adelante tiene patios donde se hacían rituales. Los que buscaban los tesoros en el siglo XIX o principios del XX no se interesaban por el patio en sí porque buscaban la riqueza. En el patio encontramos una estructura de dos metros 30 por un metro y pico, que es el pozo totalmente en piedra. Este año lo excavamos y encontramos cientos de objetos dentro del pozo. No obstante, eso tiene seis metros de profundidad. Lo limpiamos todo y tiene tres cámaras que empezamos a excavar. En todos estos años que excavamos encontramos más de 2000 objetos, de todo lo que puedas imaginar: estatuillas, inscripciones, figurinas que se ponían con el difunto para que trabajaran en el más allá, restos de papiro, cerámicas de todos los tamaños y colores, muchísimos restos humanos que este año un equipo fue a a trabajar e identificar, guirnaldas de las que se ponían sobre la momia, partes de sarcófagos, textiles con representaciones y así puedo seguir y seguir.
—¿Y cómo se trabaja con todo eso que encuentran?
—Es muy importante nuestra información, porque nosotros tenemos que dar cuenta al Ministerio de Turismo y Antigüedades, que es el que nos da el permiso para trabajar todos los años. Tenemos que presentar un permiso diciendo qué vamos a hacer y ellos te autorizan o no, y también tenés que presentar un reporte de todo lo que encontrás. Ahora estamos dejando esas cosas en una tumba vecina por la que entrábamos antes. Hay un equipo que trabaja en la recatalogación. Lo que estamos ahora empezando a estudiar todo lo que encontramos que es de diferentes épocas, entonces tenemos una cantidad de información que queda allá porque no la podés extraer ni traer. Por eso es muy importante la documentación, la fotografía, el dibujo, el registro.
—¿Y cómo trabajan para poder traer ese registro?
—Tenemos distintos equipos que trabajamos en distintas etapas de documentación para después publicar o para que esto se conozca. Cada área tiene distintas formas de avanzar en el conocimiento de esos objetos. Cada uno aporta lo que sabe. También se reconstruyen los objetos en 3D. Hay dibujos especiales de algunos objetos porque es imposible dibujar todo. Eso va conformando una cantidad de saberes sobre el antiguo Egipto y no tan antiguo, porque hay muchas cosas que se encuentran de la gente que vivía ahí. Todo eso conforma líneas de estudio, de trabajo.
—¿Cómo es el momento del hallazgo?
—Hay distintas expertises. Por ejemplo, las arqueólogas conocen mucho más de todo lo que tiene que ver con la composición del lugar en el que vos encontrás las cosas de ciertos materiales, de las formas geológicas. En cambio, nosotros que hicimos nuestros estudios en egiptología podemos leer. Entonces, cuando encontrás un objeto con una inscripción podés darte cuenta si es importante o no.
—Entonces, tu conocimiento como egiptóloga es determinante para el aporte que Argentina hace a Egipto
—Nosotros, por ejemplo, encontramos lo que se llaman conos funerarios que se ponían en la puerta de la tumba como identificación. Tienen el nombre de la persona y el título. Las personas tenían títulos asociados a actividades que realizaban. Este año encontramos un cono, porque claro, esos conos se fueron del lugar donde estaban emplazados originariamente. Como te digo, está todo revuelto. Cuando lo vi pude identificar de quién era porque lo leí. Así, muchos de estos objetos que nosotros encontramos están en los museos más importantes del mundo y eso nos sirve mucho para llegar a conclusiones. Por ejemplo, encontramos unos textiles que nosotros pensábamos que podían ser modernos porque tienen unas líneas como de pintura verde y azul, pero detectamos que son antiguos a partir de analizar y estudiar otros que están en el Museo Británico.
—¿Qué conclusiones te dejó esta expedición?
—Por un lado, el tema del propio pozo funerario. Obviamente queríamos encontrar el sarcófago completo y no pasó. Eso fue un poco una desilusión, pero también al mismo tiempo nos dimos cuenta estudiando otros pozos que Amenmose se hizo un pozo perfecto, mucho mejor que los que tienen otros en otras tumbas. Eso puede ser debido a su título, que es el de cantero, que es que trabajaba con la piedra. Supongo, entonces, que eso le dio una ventaja. También como algo positivo rescato que el proyecto argentino pudo identificar una tumba con su pozo funerario, cosa que nadie conocía. Eso es un aporte a los conocimientos, a la historia del antiguo Egipto. Y, por otro lado, encontramos algunos objetos nuevos, como unas estatuillas de madera que dan cuenta de que eran colocadas por los familiares al lado de de las entradas de las tumbas. También encontramos unos bichitos cuando ya casi estábamos llegando al fondo de pozo. Los tenemos que seguir investigando a ver qué significan. Tengo muchas preguntas y queda mucho para el futuro.
—¿Cómo analizás el contexto político y la falta de apoyo del Gobierno a la ciencia y la investigación?
—En 30 años hemos pasado por situaciones muy críticas: crisis económicas, sociales, de la ciencia. Hasta nos han mandado a lavar los platos. También hubo épocas donde se impulsó mucho la investigación. De hecho, muchas personas que forman parte del equipo fueron becarias de Conicet. Creo que lo más complicado que veo hoy es la cuestión del sentido. Y me refiero a que lo que se cuestiona es '¿y para qué?', '¿cuál es la utilidad del conocimiento?'. Me parece que es lo más doloroso y peligroso. Que tengamos que salir a justificar por qué hacemos esto, para qué lo hacemos, para quién, lo que se pierde. Por lo menos hay un discurso que circula, sobre todo en este gobierno, y con algunas personas que estarían de acuerdo con esto que consiste en que el conocimiento científico, la producción científica, el avance científico, no tienen nada que ver con un país o con el desarrollo de un país, con la formación de los jóvenes, con las formas de de estar en el mundo. Y si vos creés que eso no tiene ninguna importancia, quitás sentido a los jóvenes, a las generaciones futuras, pero también en el presente. Porque ¿qué es útil? ¿Qué sería lo útil? ¿Lo que da dinero, lo tiene utilidad práctica? ¿El capitalismo en su más salvaje expresión? ¿Eso sería? Entonces, creo que lo más complicado es la pérdida del sentido de la formación de la gente.
—¿Cómo docente percibís algún tipo de pérdida de sentido en la investigación y la conservación y divulgación de la historia?
—Yo creo que es más una circulación de sentido que un sentido en sí. Hay una parte de la sociedad que sigue creyendo en el conocimiento, que sigue creyendo en la historia. Y eso a mí me da mucha esperanza. Hay, por supuesto, gente que no. Hay también nuevas formas de trabajo y eso también genera cambios. Pero bueno, hay que darle nuevos sentidos a las cosas y creer en que para para cambiar ciertas cosas el conocimiento es fundamental. Sin conocimiento no se va a ningún lado, ¿no? Si no, el conocimiento solo son las finanzas.
MM/MG