“Lo peor era esa sensación de vacío interior, no tenía fuerza, salir de la cama me parecía un logro inalcanzable”. Genís, 39 años, recuerda al otro lado de la pantalla los años más duros de su depresión y el insomnio que conllevaba. Este profesor de español residente en Newark (Nueva Jersey, EE.UU.) lo probó todo durante un lustro: infinitas sesiones de psicoterapia, antidepresivos, yoga, deporte y un crisol de terapias alternativas cuyo nombre ni siquiera logra recordar. Llegó un momento en el que asumió que su enfermedad era incurable.
Un amigo de su pareja le habló de un estudio que se había hecho en la universidad de Yale con la ketamina, un anestésico que se ha usado en personas y animales desde los 60 y que durante las últimas décadas se popularizó como droga recreativa en medio mundo. Desconfió. “Nunca he tomado drogas”, recuerda, “pero me informé y comprobé que no era una cosa de cuatro friquis sino que estaba respaldado por estudios científicos”.
Tras acudir a la primera sesión a una clínica especializada en terapias con ketamina -previo pago de casi 500 dólares- notó un cambio instantáneo. “Me parecía incluso irreal”, recuerda ahora. “De golpe esa losa que cargaba era mucho más ligera, casi imperceptible”. Repitió en cuatro ocasiones más. Desde principios de 2020 no volvió a recaer.
Las terapias con ketamina revolucionaron la psiquiatría durante el último lustro. Se publicaron ya más de 80 estudios, muchos de ellos en revistas de gran prestigio (el último en el British Medical Journal) que demuestran sus efectos positivos en casos de depresión severa. La cautela de algunos profesionales sanitarios respecto a este tratamiento se mezcla con cierta euforia por haber encontrado una nueva vía para tratar estos casos, en lo que supone la primera innovación médica relevante contra la depresión en prácticamente 50 años.
“Hemos logrado curar a personas que llevaban muchísimos años mal”, explica Eduard Vieta, jefe de Psiquiatría del Hospital Clínic de Barcelona y participante en varios estudios con esta sustancia y uno de sus derivados. “Incluso algunos pacientes se recuperaban con solo una o dos dosis”, añade. “Ha sido muy impactante”.
Aunque no funciona en todos los pacientes (en algunos estudios un tercio de los enfermos no logró mejorar) los rápidos resultados de esta terapia la convirtieron en una opción muy valorada por los profesionales para prever el suicidio. Los antidepresivos tradicionales pueden tardar entre tres y cuatro semanas en hacer efecto, la ketamina pocos días o incluso horas.
“Lograr el efecto antidepresivo tan rápidamente es muy valioso para pacientes con ideas suicidas”, apunta el psiquiatra Joan Obiols, que durante 16 años (1998-2014) dirigió el Servicio de Salud Mental de Andorra y ahora abrió en Barcelona la clínica Synaptica, un centro para llevar a cabo terapias con ketamina. “Pero hay que ser prudentes, no se puede vender esto como la cura definitiva para la depresión porque a algunos les irá bien y a otros no”, añade.
La diferencia entre los antidepresivos convencionales y la ketamina es que, mientras los primeros actúan aumentando los niveles de serotonina, la segunda incide en un neurotransmisor llamado glutamato. Los efectos secundarios de la ketamina, que duran entre 30 minutos y una hora, generan un efecto disociativo que se controla bajo supervisión médica. “Lo relevante es que una vez se ha administrado y este estado se ha superado, no quedan efectos secundarios”, apunta Vieta.
El escritor francés Emmanuel Carrere describe en su último libro, Yoga (Anagrama), los efectos de la sustancia cuando se le administró para tratar su depresión y trastorno bipolar en una clínica francesa. “Tumbado en la cama, estás consciente, plenamente consciente. Notas el transcurso del tiempo. Oyes al médico y a la enfermera hablar a media voz. Tienes la impresión de que están lejos, muy lejos, abajo, perdidos en el paisaje sobre el que flotas. A la deriva. Lo ves todo”, escribe. “Estás totalmente tranquilo, estás perfectamente bien, te gustaría que esto no acabara nunca”.
Las dudas sobre el tratamiento giran sobre todo acerca de su duración y sobre los efectos cuando se deja de tomar la sustancia. “Hay varias teorías al respecto y hay que ir viéndolo”, explica el psiquiatra Obiols. “Hay que vigilar porque algunos pacientes mejoran muy rápidamente y después pueden volver a recaer”.
Sobre el riesgo de adicción a la ketamina, tanto Obiols como Vieta creen que no es arriesgado puesto que las dosis son bajas y la sustancia no se puede comprar en la farmacia y la administra siempre un profesional.
Sin financiación pública
La Agencia Europea del Medicamento (EMA, en sus siglas en inglés) aprobó a finales de 2019 el uso de la esketamina, un derivado de la ketamina, para los casos de depresión severa. Meses antes la agencia reguladora de los medicamentos en EEUU, la FDA, también dio el paso y aprobó el fármaco. Este derivado se administra mediante un espray nasal llamado Spravato y comercializado por Janssen.
En España, este medicamento no está todavía incluido en la cartera de servicios del Sistema Nacional de Salud. Si una persona con depresión severa quiere recibir esta terapia, los hospitales públicos deben iniciar un largo proceso burocrático: se debe justificar en la historia clínica que se intentaron previamente otros tratamientos “tradicionales”, pedir la medicación al extranjero, solicitar permiso a la administración del hospital para que sufrague el gasto… “Al final esto acaba desincentivando a muchos pacientes”, opina Vieta, del Clínic.
Según este profesional, el único motivo por el que no se financia es el precio del Spravato. “El medicamento es caro y el coste para el sistema también”, explica Vieta. “Se debe administrar dos veces por semana en un hospital y siempre con un profesional y un enfermero delante”.
Las asociaciones de pacientes también se quejaron y exigen que el Ministerio de Sanidad sufrague el tratamiento. “Cuesta entender que se prive a pacientes con un problema grave de un remedio que supone una mejora relevante en su estado”, explican desde el Foro Español de Pacientes (FEP). Desde Sanidad precisan que se están manteniendo negociaciones con Janssen para la presentación de una nueva solicitud de precio y financiación y así poder sufragar esta terapia.
La falta de opciones para los pacientes que quieren tratar su depresión con ketamina favoreció la apertura de varios recintos privados que ofrecen esta terapia. En estos centros no se administra el Spravato -el medicamento aprobado por las autoridades- sino directamente ketamina a través de una inyección intravenosa (según los estudios publicados, la vía más efectiva). Al estar aprobado el producto como anestésico, los médicos pueden conseguirlo y administrarlo legalmente.
Son cuatro los centros que abrieron sus puertas recientemente en España para ofrecer la terapia: uno en Madrid, otro en Mallorca y en Barcelona se inauguraron recientemente dos espacios. En EEUU se calcula que hay más de un millar de clínicas de este tipo e incluso algunas empresas lo llevan a domicilio.
Genís, el profesor de español residente en EEUU cuyo testimonio encabeza el reportaje, acudió a uno de estos centros privados en su ciudad. “Parecía como si acudiera al dentista”, rememora. “Era una consulta médica como cualquier otra”.
Joan Obiols está al frente, junto a un equipo de psiquiatras, de la clínica Synaptica, la primera en abrir en la capital catalana. “No estamos inventando nada”, explicaba recientemente durante una entrevista en su consulta. “En los 60 la mayoría de tratamientos con psicoactivos se vetaron por motivos políticos, ahora todas estas terapias están regresando”, añadía.
Los pacientes, antes de recibir el tratamiento, son entrevistados a fondo para la elaboración de un historial médico completo. También se les vigila la presión arterial, que suele aumentar durante la administración de la ketamina. Obiols defiende que el estado disociativo que genera la sustancia se puede aprovechar, además, para hacer psicoterapia intensiva y revivir momentos traumáticos de los pacientes. Vieta, del Clínic, no lo ve tan claro. “Su administración da somnolencia”, apunta. “No creo que sea el mejor estado para hacer terapia”.
Vieta, que muestra su aprecio y respeto profesional por Obiols, cree que la apertura de estos centros privados es una “rendija en el sistema” que ocurre porque el medicamento autorizado no está financiado por la administración. “Acabará recibiendo el tratamiento quién tenga dinero para pagarlo”, explica. “Encima no recibirán el medicamento aprobado sino la ketamina directamente, cuando se ha hecho un esfuerzo enorme para que se apruebe su derivado”.
Este profesional del Clínic de Barcelona, experto en tratamientos de depresión y trastornos bipolares, urge a la administración a cambiar su criterio. “Se está discriminando a personas con problemas de salud mental, a veces parece que la gente cree que con unas palmaditas en la espalda ya se les puede curar”, señala. “Se financian medicamentos carísimos para casos de cáncer que te alargan la vida durante 15 días y en cambio no queremos financiar este tratamiento que ha supuesto una auténtica revolución”.
PP