Una adolescente de 17 años fotografió frente y dorso de las tarjetas de crédito de sus amigas y de familiares de sus amigas, y empezó a gastar: ropa, calzado, accesorios, viajes en remis, entradas a recitales una noche en un hotel cinco estrellas, pasajes a Nueva York ida y vuelta... Esa fue la noticia y la noticia tiene protagonista: Lola. Según los audios que circularon esta semana, la adolescente y su amigas viven en el barrio cerrado Nordelta. Todas las chicas tienen extensiones de las tarjetas de crédito de sus padres. En total y en un año, Lola habría gastado unos 25 mil dólares usando las tarjetas de Trini, Yas, Pipu, Male, Luz y Juanita -las amigas, que serían unas ocho-, las hermanas de las amigas y los padres de las amigas.
Había compras sospechosas. Primero, un padre recriminó un gasto a su hija, pero la chica negó con insistencia haberlo hecho. También habría habido un robo de un collar marca Tiffany, con un pendiente en forma de corazón de color negro que, al parecer, no es muy común. Resulta que el collar había desaparecido de la habitación de una de las chicas del grupo y apareció en el cuello de Lola, tiempo después. La estafa termina de ser comprobada luego de un “hackeo de mail” con el que dan cuenta de la creación de una cuenta de Paypal en la que figuran las 25 tarjetas.
Fue Yanina Latorre, panelista de televisión, la que dio a conocer la historia. Al parecer, Lola sería cercana a su hijo menor. Latorre señala en los audios que los gastos son “chicos, como los que hacen las chicas ahora”: 200, 300, 400 dólares. Al dólar oficial, la suma más baja equivale a 22.700 pesos por mes, lo que cuesta el alquiler de un monoambiente -y con suerte- en el sur de la Ciudad. Quizás lo de Lola sea una travesura o padezca algún comportamiento compulsivo. Pero no hay más que los audios de Latorre y los de otra vecina del country ofendida porque la madre de Lola avisó que devolverá el dinero pero no la ropa. Eso, y una cantidad de memes en las redes sociales.
Lola habría gastado unos 25 mil dólares usando las tarjetas de Trini, Yas, Pipu, Male, Luz y Juanita -las amigas, que serían unas ocho-, las hermanas de las amigas y los padres de las amigas.
Entonces, ¿cuál es el cuento que cuenta la historia de Lola? Un repaso por la lista de compras que habría hecho y un chequeo de los precios de algunos objetos en la Web, sumado a una pequeña revisión de la historia de las marcas, indican que ahí no hay “lujo” sino aspiración. Y, por otro lado, “tener y pertenecer” ya no es anhelo de la generación post pandemia.
Unos datos para poner en contexto la estafa de Lola. En la Argentina, más de la mitad de las chicas y chicos menores de 14 años es pobre. Eso quiere decir que los ingresos en sus hogares no alcanzan a cubrir una canasta básica de alimentos y bienes indispensables. No hay en nuestro país ningún otro rango etario en el que las condiciones de vida sean tan malas. Y en esos primeros años, precisamente, es cuando los nutrientes son más necesarios para el desarrollo intelectual. El cálculo es del INDEC, que en marzo difundió las cifras de pobreza de los últimos seis meses del año pasado.
Después están los datos de empleo. También a partir del informe del INDEC, hoy en Argentina hay niveles de empleo comparables a 2017 cuando la pobreza era casi 12 puntos porcentuales menor (25,7%). Eso quiere decir que gran parte de las personas que engrosan las filas de la pobreza son trabajadores y trabajadoras precarizadas. ¿Educación? En 7 de 24 jurisdicciones del país ni siquiera el 10% de los estudiantes completan su escolarización primaria y secundaria en doce años con saberes fundamentales eficaces. Además, casi uno de cada cinco alumnos de los que perdieron su vínculo con la escuela en la pandemia todavía no fueron reconectados por el sistema educativo.
Ese escenario que abarca a un grueso de los argentinos es compartido con chicas como Lola, Trini, Pipu, Male. Con ellas y con sus padres, adultos que armaron una economía doméstica en la que vale comprarse una cartera que cuesta lo mismo que una cuota en una institución privada. A propósito, según se difundió en uno de los audios, los padres de una de las estafadas estarían pagando la universidad a Lola, dado que su familia no puede hacerlo.
“En la moda de hoy hay creativos que con sutileza saben interpretar el espíritu de época, el glamour y representar los intereses a través de productos que luego son replicados por el mercado. Si bien nuestra economía dolarizada hace que todo sea lejano, retails como H&M y Asos son accesibles y copian esos productos que la moda impone, pero no es high fashion aunque permiten construir un ideario de estilo de vida. Yo creo que todo siempre se relaciona con la necesidad de ser aceptado y pertenecer. Hay personas que lo llevan a otro nivel en su cotidiano, mientras otras solo lo reflejan en la vida que se compone para Instagram”, analiza Lorena Pérez, periodista especializada en Moda y fundadora del sitio Bloc de Moda. Zadig & Voltaire -las carteras- y Urban Outfitters son marcas que arman el guardarropa con la imagen de moda y nada más. Tiffany , en tanto, vende desde joyería cara y de diseño hasta chucherías.
Para Ximena Díaz Alarcón, fundadora de Youniversal, una consultora especializada en investigación, mercado y detección de tendencias para Latinoamérica, la historia de Lola es un mix de “Kardashians, Virgin Suicides y The bling ring, de Sofia Coppola”. Pero sobre todo va a contramano de una tendencia que emerge en la post pandemia y que involucra a los jóvenes: pensar qué consumen y por qué lo consumen.
“El ser y parecer, el show off, es una prótesis que ya no representaría a las juventudes post pandemia. El consumo desbordado no sería la actitud predominante al menos en nuestras investigación en adolescentes de América Latina. Ni la velocidad ni el exceso aparecen como valores. Con velocidad me refiero a la productividad sin sentido, esto de ‘producir para tener’. Y el exceso tiene que ver con la alienación, con que ahora prefieren escuchar su deseo antes de producir para otro. Pero a unos y a otros los emparenta algo: todos los jóvenes van atrás del disfrute”, observa Díaz Alarcón.
VDM/SH