Durante el último lustro, ciudades de todo el mundo fueron tiñéndose de verde. Forma parte de una estrategia global contra el cambio climático y para frenar los elevados datos de contaminación que se basa en robar espacio al coche y regalárselo a parques y zonas de paseo. Urbes como Seattle, Nantes, Boston o Barcelona son las que más se citan a la hora de estudiar este fenómeno.
Los resultados cuentan con un respaldo inequívoco de la comunidad científica a la hora de evaluar los efectos positivos de la pacificación para la salud de la ciudadanía y del planeta. Las 'superillas' de Barcelona, por ejemplo, rebajaron un 25% los niveles de NO2 y un 17% los de las partículas PM10, responsables de diversas enfermedades respiratorias. Por ello, organizaciones como la ONU o la OMS las pusieron de ejemplo para la lucha contra el cambio climático.
Pero la otra cara de la moneda de la sostenibilidad urbana no es tan positiva. “Las ciudades verdes se vuelven más desiguales e injustas”. Así habla Isabelle Anguelovski, planificadora urbana e investigadora del ICTA, Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona. Anguelovski lideró un estudio que analizó 28 ciudades europeas y norteamericanas durante seis años, para terminar constatando que las ciudades sostenibles ven, invariablemente, cómo aumentan sus desigualdades.
Se trata de la llamada gentrificación verde; es decir, las zonas urbanas que se pacifican y llenan de parques sufren una subida de precios y, en consecuencia, terminan expulsando a los colectivos sociales más vulnerables. La investigación del ICTA concluye que, si bien este proceso es mucho más acusado en ciudades americanas porque carecen de políticas públicas fuertes, las urbes europeas no están exentas.
Uno de los ejemplos que pone Anguelovski es el de Barcelona, ciudad que se empezó a pacificar en la década de 2010, con modificaciones en los barrios del distrito de Ciutat Vella, y modernizó la antigua zona industrial del Poblenou con parques y rehabilitando edificios. “Estos espacios son muy susceptibles de sufrir gentrificación, más que los barrios de edificios llenos de viviendas construidos en la década de los setenta”, explica la investigadora.
Tal como apuntan desde el ICTA, “estos resultados no significan que las estructuras verdes sean negativas; al contrario. Se demostraron enormes beneficios para la salud. El problema es la falta de priorización de equidad y justicia en la planificación urbana”. En este sentido, destacan que las políticas de protección a la vivienda y limitaciones de precios de alquiler son claves para frenar la gentrificación. Políticas de las que muchas ciudades americanas carecen y que en muchas urbes europeas “no se dieron hasta mediados de la década de 2010, con la llegada de alcaldes progresistas, como es el caso de Barcelona”, según los autores del estudio.
Políticas públicas contra especulación inmobiliaria
La renaturalización de Barcelona se inició en el marco de una estrategia de urbanización ligada al crecimiento económico. Un ejemplo claro de ello es la zona del Poblenou conocida como el 22@. Allí, las antiguas fábricas y polígonos dejaron paso a avenidas pacificadas, parques nuevos y grandes edificios modernos que acogen, en su mayoría, empresas relacionadas con el mundo tecnológico y la innovación. “Estas iniciativas responsables atraen trabajadores muy cualificados, con un sueldo más elevado que el de la media del barrio”, apuntan los autores del estudio.
Los precios de la vivienda en Poblenou habían aumentado un 27,8% desde que empezó la reconstrucción. El 22@ pretendía convertir el barrio en un polo de atracción para empresas tecnológicas modernas, “pero se olvidaba de la vivienda”, recuerda Janet Sanz, segunda teniente de alcalde y directora del área de Ecología y Urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona. Los comuns llevaron a cabo un nuevo plan urbanístico para impulsar vivienda protegida en la remodelación, aunque “el mercado ya había encontrado brechas”.
Desde el consistorio defienden a capa y espada las medidas pacificadoras y renaturalizadoras, a la vez que reconocen que tienen consecuencias gentrificadoras. “Pero la causa es la especulación, no la pacificación. En muchas ciudades este es un problema histórico, vinculado al turismo sin control. Se tienen que impulsar medidas para que esto no signifique que debamos escoger entre poder permitirnos vivir en nuestros barrios o tener una ciudad respirable y habitable”, reflexiona Sanz.
El antropólogo José Mansilla se muestra de acuerdo en esta afirmación y sostiene que “todos tenemos derecho a vivir en el mejor de los barrios y no podemos dejar de actuar contra el cambio climático por no generar gentrificación”. De hecho, no hacerlo también podría ser contraproducente. Mansilla considera que una zona no intervenida se degrada, cosa que facilita la compra de edificios a menor precio y predispone a la especulación inmobiliaria y, de nuevo, a la expulsión de vecinos debido a una mejora del espacio público, pero esta vez realizado desde la empresa privada.
Los autores del estudio aseguran que “algunos espacios verdes pueden ser más disruptivos que terapéuticos para la salud”. Para evitarlo, apuntan que la clave son políticas de protección de vivienda. En este sentido, desde el Ayuntamiento de Barcelona optaron por ligar toda transformación urbanística a la creación de vivienda pública o la protección de los bajos comerciales para mantener las tiendas de barrio, pero aseguran que no es suficiente. “Necesitamos urgentemente una ley de vivienda que limite el precio del alquiler para que el mercado no pueda campar a sus anchas ni especular con un bien básico”, recuerda Sanz.
En esta línea, Mansilla destaca que desde que el ecologismo cobró fuerza como movimiento, puede ser aprovechado por el capitalismo para hacer negocio. Las superillas o las pacificaciones urbanas son un ejemplo de ello. “Deben ir acompañadas de políticas públicas, pero eso no siempre es fácil. No luchamos solo contra las dinámicas del capital, sino contra las fuerzas políticas que representan los intereses del mercado”, añade.
El estudio del ICTA recomienda que, para minimizar los impactos negativos de las políticas verdes y, a la vez, para aumentar sus beneficios, estas se deben extender a toda la ciudad, de tal manera que los aumentos de precios no se concentren en una sola zona. Barcelona, por ejemplo, está salpicada de 'superillas', además de zonas pacificadas y parquificadas. Por eso, la gentrificación verde que se puede ver en la capital catalana es calificada por el ICTA como 'gentrificación integrada', en la que “la ecologización es un factor similar a otros cambios urbanísticos a la hora de entender la subida de precios”.
“Da igual que se pacifique, que se mejoren infraestructuras o que se apueste por la innovación tecnológica. El mercado encontrará el discurso que le venga bien para especular”, resume Sanz, quien reitera que el ojo del huracán en las problemáticas urbanas se encuentra en la regulación del precio de la vivienda.
SV