Quiénes son los arhuacos, el pueblo indígena colombiano premiado en la COP28

Elena García Quevedo

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A simple vista cualquier poblado arhuaco podría parecer cualquier pueblo tradicional de Colombia: hay un campo de fútbol, una pequeña tienda, las casas –de piedra, madera y paja– se levantan ordenadas una detrás de la otra entre unas calles empedradas tras una tapia a la que hay que subir y bajar para entrar. De vez en cuando hay coches todoterreno que suben o bajan desde Pueblo Bello y descargan –personas, ruedas, paquetes, gallinas– a la entrada. Turismo. También hay niños y adolescentes que van y vienen con sus mochilas desde la escuela, hay ancianas vestidas con una ropa de lana blanca o perla que caminan mientras tejen, y ancianos que llevan entre las manos una pequeña calabaza a la que llaman poporo que, dicen, representa la unión.

Pero los cuatro grandes poblados arhuacos –Nabusímake, Sabana Crespo, Simonorma y Yeunía– están situados en lo más alto de la Sierra Nevada de Santa Marta y sus habitantes trabajan y creen existir como pueblo para proteger el corazón del planeta y, con ello, a la humanidad. Por su carácter inspirador frente al cambio climático, Calixto Suarez, representante arhuaco, acudió a la COP28 en nombre de su pueblo para recoger el Premio Agora por el Clima. “Es tiempo de unirse y hacer la paz”, dijo el líder indígena.

El viaje para llegar de los picos nevados a Dubái no fue fácil ni rápido, al igual que no es fácil el viaje a la inversa. Para llegar hasta el corazón más íntimo de la Sierra un extranjero tiene que tener permiso o una causa importante que le lleve hasta allí. Para los arhuacos, uno de los cuatro pueblos indígenas que viven en la sierra como descendientes de los taironas, trabajar para que este lugar sea preservado es una cuestión de vida o muerte, pero no solo para su pueblo o cultura sino para toda la humanidad y el planeta. Es exactamente aquí donde, según su credo, está el corazón del mundo, que es un ser vivo y consciente de serlo.

Situadas en plena Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia, las montañas se alzan de forma abrupta desde el mar Caribe hasta los nevados, y el paisaje cambia cada pocos kilómetros. Hay unas 50 comunidades en toda la tierra arhuaca divididas en cuatro grandes centros políticos cuyo acuerdo, junto al de los mamos –los líderes de la comunidad–, es imprescindible para tomar cualquier decisión. Entre 30.000 y 40.000 personas están dedicadas tradicionalmente a la agricultura y ganadería, que siguen haciendo trueque pero también usan dinero, y la necesidad de trabajar en comunión con los otros tres pueblos de la sierra –kankuamos, koguis, wiwa– con los que comparten semejantes credos.

La vida en la sierra

“¿Ves este pasto? ¿Ves esta tierra? Pues todo lo que ves aquí, aunque esté lejos de las ciudades, sufre tanto como lo que hay abajo. Nada se libra. En este momento la tierra es como una mujer que ha sido violada muchas veces”, me dijo Julián, uno de los mamos u hombres sabios de la nación arhuaca, para intentar explicar su credo cuando viajé allí la primera vez. El anciano –cerca de 80 años, mirada huidiza y manos duras– llevaba un hilo en torno a su muñeca, y fue educado en la soledad de las montañas. “Lo que pasa a la tierra lo puedes sentir en tu cuerpo de mujer. Todos estamos unidos a ella”, añadía minutos más tarde María, una mujer mayor.

En torno a ambos, gallinas y ovejas, perros y mulas; también los caminos que unen los poblados en la montaña con las kankuamas, el lugar donde se educa a los niños escogidos como líderes a la manera tradicional. En torno a ellos el pueblo arhuaco ha conseguido sobrevivir pese a la colonización o la guerra librada entre la guerrilla y los paramilitares en su tierra, pese a la lucha por la explotación de las riquezas minerales; pese a la expropiación de tierras que a mediados del siglo XX se quedó con las zonas más ricas y que después, gracias a la movilización del pueblo, tuvieron que ser devueltas.

Ahora algunos hijos de la comunidad arhuaca, tal vez al margen de los deseos mamos y de sus propias organizaciones, hacen llegar a través de las redes su forma de vivir y tradiciones, sus credos y costumbres, que han propiciado su supervivencia. “No olvides tus raíces. No olvides de dónde vienes; eso te hace fuerte”, dice un anciano mamo al instagramer 'Indigena arhuaco' en una entrevista rápida para su canal. A lo que el joven, casi un niño, responde: “Estas palabras son muy importantes para mí”. Y lo son. La imagen tradicional e inspiradora de la comunidad arhuaca no da la espalda al siglo XXI. Tal vez ahí –en la suma, esta vez de tradición y modernidad para proteger a la tierra– resida parte de su fuerza.