No éramos feministas. No habíamos mamado feminismo. Ni nuestras madres, ni primas, ni amigas ni maestras lo eran. O si eran, no nos enteramos. Hablo por una generación o un par de generaciones, pero tal vez seamos muchas más a las que nos pasó. ¿Qué nos pasó?
La marea. Fueron las pibas, las hijas, nueras, nietas también, y otras etcéteras, las que nos hicieron abrir unos ojos que estaban bien cerrados. Naturalizábamos un montón de cosas en nuestros vínculos personales y sobre todo, en nuestras parejas. Nos reíamos de chistes que hoy no nos hacen gracia. Los piropos nos incomodaban pero no los vivíamos como violentos. Nos apoyaban en el subte y nos daba vergüenza dar un codazo o decir algo. Entonces vino el #NuncaMas, el #MeToo, todo el debate sobre el lenguaje inclusivo; antes, la reforma del artículo 80 del Código Penal que habló de violencia de género, corriendo la “emoción violenta” del centro justificador de la escena judicial. El feminismo dejó de decirse en singular y vimos que éramos muchas y no todas pensábamos lo mismo. Llegó el aborto. Fue ahí, entonces, en ese punto neurálgico cuando nosotras, las más grandes, empezamos a escuchar también a esas otras, las “viejas”, las históricas, las que venían empujando desde comienzos de la democracia.
Este 8M se cumplen 40 años del primer 8 de marzo en el que un montón de mujeres argentinas salieron a la calle, el primero de la democracia restituida, y el aborto fue uno de los grandes reclamos. Vinieron el cupo y la paridad. Y sin embargo, hasta 2018 seguíamos naturalizando que los ocho de marzo nos regalaran flores y nos dijeran feliz día.
Llenamos las calles de pañuelos verdes, los de las pibas que anidan el blanco de las Madres de Plaza de mayo aleteando en su corazón. Ese símbolo tan lindo de la contención generacional. Las pibas, las madres, las abuelas. Nosotras.
Llegó la ley IVE en pandemia. Y esa otra nueva píldora, ya no la anticonceptiva, la del deseo, la de tener hijos si quiero y puedo. Junto con la ley de los 1.000 días: un estado presente para las que sí se deciden por la maternidad.
Pero la pandemia nos había sacado de las calles, perdimos ese terreno ganado. Y se vino la noche. La reacción ultraderechosa, de aquellos que sentían peligrar sus privilegios, no se hizo esperar. No solo en la Argentina. En el mundo todo.
Pero vivimos aquí, en este país, y ahora nos quieren sacar todo lo que conseguimos. Todo. Y ahora hablo por mí.
Siento una gran impotencia. Algo parecido debí sentir en dictadura: nada de lo que yo haga va a cambiar las cosas. Es horrible sentir eso cuando habías encontrado un lugar. Un lugar donde tu voz importaba, donde había un gran colectivo que te amparaba, donde vos eras con otras, nunca sola. El repliegue. Digo, grito, hago, escribo, pienso, ¿y qué?
Todo ese ejército de trolls en redes, todos esos pibes que votaron a Milei, y señoras, y señores llenos de resentimiento. No encuentro lógica en sus argumentos y sin embargo ganan apelando a qué pasión.
Francia acaba de dar un giro histórico: el país que ya tenía una ley de aborto desde 1975 incluyó el derecho a decidir en su constitución.
Una vara alta. Una celebración. Un avance en el lugar del mundo donde la libertad, la igualdad y la fraternidad fue el primer gran paso. Faltábamos nosotras, sí, pero llegamos. Y me pregunto: ¿por qué al principio siempre faltamos nosotras? ¿Por qué volvemos a esa situación de espera? Somos como la pantalla de descanso de la humanidad. Esperen, chicas, primero lo importante. Ahora nos dicen: el hambre. Primero el hambre. Sí, el hambre está primero. No hay ningún derecho si primero no se garantiza el derecho a comer. Eso, también, somos nosotras. La madre que da la teta tiene que estar alimentada, también la embarazada. ¿Por qué hay que recordar verdades de perogrullo? No se puede criar ni alimentar a un hijo si la sangre no irriga al cerebro, ni desde un cuerpo sin nutrientes. Lo de tomo mate para que mi hijo coma no puede ser la solución ni el recurso. Es parte de lo mismo: el hambre. No te veo, no existís. Te motosierro por todos lados.
Y mientras celebramos el avance que muestra el producto de una lucha popular, histórica, de las mujeres en Francia, Milei adoctrina a chicos en una escuela, hablando de políticos “asesinos de los pañuelos verdes […] para mí el aborto es un asesinato agravado por el vínculo. Y eso lo puedo demostrar desde una perspectiva matemática (sic), filosófica, desde el liberalismo. Y además desde lo biológico”. Este fragmento alcanza para ver cómo la sarasa ideologizante prende cuando es dicha al pasar. ¿Qué cálculo matemático podría negar que sin aborto legal y gratuito mueren más chicas? ¿Qué filosofía justifica esas muertes? Si no lo creen, véanlo aquí con sus propios ojos:
(La Oca retrocede veinte casilleros)
Para sumar otro gesto político, el Presidente cita a todos los gobernadores hoy, 8M de 2024, para hablar del Pacto de Mayo. ¿Por qué elige este día tan significativo? ¿para ningunearnos? ¿para justificar un despliegue mayor de las fuerzas de seguridad? En la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso, la locución es clara. Se dice y se repite: señora vicepresidente. Las mujeres que rodean al Presidente son antifeministas.
(La Oca ha vuelto al punto de salida).
Me enseñaron a mirar las chicas, las grandes, las que habían escrito, las que escriben, las militantes. Aprendí a escuchar en los encuentros de mujeres y disidencias, de mis amigas también. Y de algunos hombres (Engels era hombre). Leí, entrevisté, ahondé. Me dejé interpelar. Hoy no quiero desaprender. Quiero seguir entendiendo.
Yo, otras, todas mezcladas. Aun en nuestros desacuerdos, debates, peleas. Así debe ser. Feminismo no es meseta, son montañas escarpadas, ríos torrentosos, mares explosivos, volcanes rugientes. Ni siquiera sé si se trata de feminismos. Queremos respuestas. Quiero que este 8M seamos un montón. Queremos que nos dejen marchar, expresarnos, que flameen nuestros pañuelos verdes. Exigimos. Oigan nuestro canto. Sé lo que quiero y lo quiero ya.
GS/MG