Testimonios

Profesores que salen del armario en clase: “Lo hice para que el alumnado LGTBI no sufra lo que sufrí yo”

Marta Borraz

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David Armenteros decidió hacerlo después de que una alumna lesbiana le contara que unos compañeros le habían hecho un comentario homófobo en el recreo. Desde que María José García lo dijo, ha visto a muchos alumnos salir del armario en clase. Mikel Díaz no tenía más remedio ante la transición de género que estaba a punto de emprender. Con la bandera arcoíris en forma de pulsera y las uñas pintadas con los colores de la bisexual es como suele acudir a las aulas Virginia González Ventosa: “No estamos haciendo otra cosa que reflejar lo que es la sociedad realmente”, afirma.

Son docentes que han decidido salir del armario en los centros educativos en los que dan clase. Ante el resto de compañeros y también ante el alumnado. Forman parte del colectivo LGTBI+ y así es cómo son, pero, además, se lo toman casi como una responsabilidad personal con los niños, niñas y jóvenes que tienen delante. “Nada más contar en clase que soy gay, tras el recreo, vinieron algunos a contarme sus casos. Ves que realmente es algo que necesitan y en el momento en el que les pasa algo recurren a ti”, cuenta David, profesor de Matemáticas en un instituto de Salamanca.

Sin embargo, sus casos no son tan habituales. Es todavía un reto la visibilidad en el ámbito laboral, y el docente no es una excepción. Según avala el estudio Fotografía del personal docente LGTBI+ en el ámbito educativo, presentado esta semana por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales, son, de hecho, una minoría los profesores que manifiestan su orientación sexual o identidad de género. Por eso, coincidiendo con el inicio de curso, la organización ha lanzado la campaña Espejos en las aulas, con la que pretende animar a los maestros a salir del armario ante la “necesidad” en los entornos educativos “de referentes LGTBI+ visibles”.

Una buena acogida, con excepciones

“Para mí fue muy difícil, cuando la gente ya se ha hecho una composición sobre ti parece que les estás fallando. Tienes miedo. También me pasó con mi familia”, cuenta María José, que da clase de Música desde hace 18 años en un colegio de Loeches (Madrid). Apunta, además, a complicaciones añadidas en función del tipo de centro. “No es igual en uno público que en uno privado o con ambiente conservador. Yo siempre digo que tengo de mi mano la ley y mi plaza, pero no todo el mundo tiene esta última”, añade.

Las diferencias también las acredita la radiografía elaborada por la FELGTB, que entre sus principales conclusiones destaca que el grado de invisibilidad “generalizada” del colectivo en la educación “no afecta por igual” a todos. Los hombres jóvenes y en Educación Primaria son los más visibles, mientras que los niveles se reducen considerablemente en el caso del personal interino o que no tiene plaza fija, destaca la investigación, que apunta a la movilidad y la inestabilidad del puesto como condicionantes.

“Para mí siempre había sido una línea roja, porque de algún modo siempre se nos transmite que no debemos hablar de nuestra vida personal, pero luego me di cuenta de que debía haberlo hecho antes”, cuenta David, que tras mucho reflexionar decidió contarle a su clase que es gay hace cuatro cursos. “Se dice que forma parte de la vida privada, pero con el alumnado compartes mucho más que los contenidos de la asignatura, esa es para mí la manera de dar clase. Además, de los compañeros heterosexuales en cuestión de pocos meses ya sabes si tienen pareja o con quién se han ido a la playa”, añade María José.

Una vez han salido del armario, las reacciones con las que se han encontrado han sido mayoritariamente positivas, destacan. Sobre todo, de los y las alumnas. Mikel, maestro en el CEIP Moreno Espinosa de Cebreros (Ávila), asegura que “lo recibieron en su día muy bien” y cuando lo cuenta ante nuevas aulas “se recibe con naturalidad”. Virginia reconoce que “ha habido de todo”. “Hay familias que me han dado las gracias porque los menores vivían mucho sufrimiento y otras que siguen recordando a compañeras que la culpa de que sus hijos sean como son es mía”, ejemplifica la docente, miembro del colectivo Docentes LGTBI+.

Un alza de familias que rechazan que la diversidad afectivo sexual se trate en el aula es lo que ha identificado María José “en los últimos tres o cuatro años”. Son pocas, dice, pero “hacen mucho ruido”. Y a ella, esto le ha impactado directamente. “Sobre todo en el caso de padres o madres de alumnos más mayores. Han llegado a poner en duda mi profesionalidad como maestra ante el equipo directivo y el pasado curso me llegaron quejas bastante fuertes como que solo hablo de sexo en el aula o que le digo al alumnado que es mejor ser homosexual”, lamenta la profesora.

La importancia de ser referentes

Para ningún docente consultado ha sido tarea sencilla visibilizarse como LGTBI en el aula, pero no se arrepienten. Al contrario. “Nos convertimos en referentes del alumnado que pertenece al colectivo y ve que puede acudir a nosotras. Yo, mirando atrás, a mi etapa escolar, me hubiera gustado tener personas que están en tu día a día, que forman parte de tu vida y son un modelo en el que verte reflejada. Eso es tan importante... Yo igual no hubiera tardado tanto en aceptarme como bisexual si lo hubiera tenido un referente”, sostiene Virginia, que tiene 34 años y es maestra especialista en pedagogía terapéutica en Madrid.

Es una opinión compartida. “Para mí es una responsabilidad si queremos que el alumnado crezca en libertad. Sobre todo, lo hice para que no pasara por lo que pasé yo. Sin referentes y en un pueblo pequeño, salí del armario con mi entorno muy tarde”, reconoce María José. Mikel va más allá y afirma que “la visibilidad es importante porque salva vidas”. También recuerda su infancia y juventud sin un espejo en el que mirarse. “No conocí ni a una persona trans a mi alrededor y al no tener modelos viví la vida que la sociedad esperaba de mí, por eso he hecho la transición de adulto”, dice.

Todas coinciden en que los tiempos han cambiado y se han dado avances sociales, pero también en que aún es una realidad marcada por la invisibilidad, el miedo al rechazo y el acoso. De acuerdo con la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, los colegios “están todavía lejos de ser lugares seguros para los estudiantes LGTBI”. La última encuesta al respecto, de 2020, reveló que aún la mitad del alumnado LGTBI en España de entre 15 y 17 años está en el armario y más de tres de cada diez ha sido ridiculizado, insultado o amenazado por este motivo.

Por eso, los efectos de su gesto los comprueban en el día a día. María José identifica “un avance” desde entonces y habla de alumnos y alumnas que han salido del armario en clase. “Lo ven con naturalidad, que su maestra sea lesbiana y tenga novia. Y eso es muy positivo”, asegura. Además, el centro educativo ha empezado a trabajar la diversidad de forma transversal. “Celebramos, por ejemplo, el Día contra la LGTBIfobia, se ha incluido en documentos oficiales y se hacen actividades al respecto”, cuenta la profesora. En el instituto en el que da clase David se ha puesto en marcha un grupo LGTBI coordinado por él al que acude el alumnado.

No hay quien no pueda enumerar unas cuantas anécdotas al respecto y varios casos de niños, niñas y adolescentes que se han acercado a ellos en busca de información. Virginia recuerda el caso de un chico de 4º de la ESO que le preguntó si tenía novio y ella le respondió que no, que tenía novia. “Comenzó un diálogo sobre cómo percibía él a las personas homosexuales, tenía una visión totalmente contaminada y me hizo muchas preguntas que a él le inquietaban. Al finalizar el curso, me dijo que gracias por haberle hecho tan feliz”, rememora.