Horacio G. se palpa los bolsillos de su campera marrón cada vez que dice: “lo perdí, lo perdí”. Nació en Jujuy, tiene 84 años y hace 20 que duerme en las calles de la ciudad de Buenos Aires. Lo que perdió es el documento. Lo que quiere es votar en las PASO. Es viernes a la noche, faltan dos días para las elecciones y en la puerta de la asociación Amigos en el Camino âdedicada a la asistencia de personas que duermen a la intemperieâ, ya hay cinco esperando por un plato de comida caliente.
Horacio G. quiere hablar con Mónica De Russis, presidenta de la organización. Ella y otros compañeros están tramitándole los papeles para que tenga un nuevo DNI. “Nosotros nunca hablamos de política en nuestras recorridas, pero queremos que ejerzan su derecho a votar”, cuenta De Russis. “La cantidad de indocumentados que hay en Capital es muchísima”, agrega.
En el último censo, de abril pasado, el Gobierno de la Ciudad identificó a 1.243 personas que duermen en la calle y a otras 2.268 que residen en paradores. La cifra representa un aumento de más del 34% en comparación con el año anterior. De ese número, criticado ampliamente por diferentes organizaciones sociales que sostienen que el es al menos el “triple”, no se desprenden datos oficiales de cuántas personas en esa situación están habilitadas, o no, para votar.
“Muchas veces el mismo Gobierno les tira sus pertenencias con sus documentos cuando hacen la limpieza de los espacios públicos”, retoma la referente de Amigos en el Camino.
El número de DNI de Horacio G., sin embargo, no figura en el padrón electoral. Es decir, aunque tuviera el documento en sus manos, no podría votar. elDiarioAR contactó a la Cámara Electoral para consultar sobre su caso. “Nos figura el nombre de otra persona que ya falleció”, confirmaron.
Horacio G. pide un cigarrillo, mientras le alcanzan un vaso humeante de caldo. “Me preocupa no poder votar”, dice. “No tengo ni la partida de nacimiento”, cuenta y se vuelve a palpar la campera. Esta noche va a dormir afuera del Hospital Ramos Mejía. “Capaz puedo votar en octubre, ¿no?”. Nadie contesta.
La recorrida nocturna de la asociación empieza. Los grupos se dividen por zonas y días. Hoy, viernes, dos autos van a Palermo. Otro a Recoleta. El que va a Palermo lo maneja Roberto y lo acompaña Lidia. Son voluntarios que empezaron hace poco. “Estos últimos meses notamos que las raciones de comida se acababan más rápido”, cuenta Roberto, ingeniero y vecino de Belgrano. “O hacemos una comida muy rica –suma Lidia, vecina de Villa Pueyrredón –o la situación está cada vez peor”.
La primera parada es un Banco Galicia de avenida Santa Fe. Jorge Macri, candidato a gobernador de la ciudad por Juntos por el Cambio y ministro porteño, dijo “que los cajeros se habían transformado en un monoambiente” y que había que “levantar un poco la vara y recuperar ese afuera para el vecino”. Pero ahora, adentro del “monoambiente”, Mariano, 18 años, vestido con un buzo gris, saluda desde un colchón mullido. Dice que le gustaría votar el domingo, pero su documento lo tiene en la casa de su papá en Lomas del Mirador. “Si vuelvo, me revienta”, cuenta. Se escapó de su casa hace dos meses por violencia doméstica. “Prefiero hacerme otro DNI que volver a mi casa”, dice. Al lado, Luciano, 25 años, también quiere votar, pero perdió el documento hace dos semanas cuando le robaron la mochila. Luciano no tiene hambre esta noche: solo quiere bañarse. “Pero no puedo porque en el parador te piden documento”, cuenta. Ningún parador acepta indocumentados.
La segunda parada es en Charcas al 2200. Franco, 26 años, sonrisa pícara, se acerca al auto de Roberto. Conoce a la agrupación desde el año pasado, cuando quedó en la calle luego de que lo despidieran de su trabajo como bachero en un bar. Les pide una frazada. El domingo, cuenta, va a ir votar. Pero, tras chequear en el padrón electoral, su DNI no figura. “Voy a ir igual”, dice, aunque no sabrá dónde. Este medio también consultó a la Cámara Electoral por su caso. Franco, confirmaron las autoridades, nunca renovó su documento a los 14 años; por eso está inhabilitado. Un solo trámite en el Registro Nacional de las Personas le permitiría sufragar en octubre. Los integrantes de Amigos en el camino, además de comida y ropa, también le dejan a las personas que asisten un papel con las direcciones de los principales organismos públicos, como el Renaper. Franco agradece. “¿No los puedo votar a ustedes?”, pregunta.
María está sentada sobre una silla en la parada Honduras del Metrobús. Tiene una frazada rosa que le cubre la cabeza y cuatro bolsas negras alrededor de sus pies. Los ojos huidizos, como si la luz le encandilara. Dice que va a votar, pero no sabe a dónde. Según el padrón vota en Villa Soldati, a unos 11 kilómetros de Palermo. Las piernas le duelen, dice. A sus 55 años, solo “quiere dormir” y “que pase el frío”. Le dejan un papelito con la dirección de la escuela donde vota, aunque apenas puede moverse.
“No solo los derechos políticos están vetados para estas personas, sino también los restantes garantizados en la Constitución Nacional como la salud y la educación”, explica Paula Rosa, doctora en ciencias sociales e investigadora del Conicet en problemáticas urbanas. “Muchas personas tienen un DNI con el domicilio de alguna organización que se las presta para que tengan un lugar donde buscarla”, detalla Rosa. Las organizaciones sociales, señala la investigadora, hacen un “trabajo muy fuerte para que ellos puedan acceder al DNI y acompañarlos a votar”.
Nadie se acercó a explicar lo del voto electrónico en Capital. La exclusión, a través de la tecnología, es un nuevo instrumento de violencia estatal
Horacio Ávila, referente de Proyecto 7, critica la inacción del Gobierno de la Ciudad por no brindar dispositivos de ayuda electoral a quienes duermen en la intemperie. “Nadie se acercó a explicar lo del voto electrónico en Capital”, destaca Ávila. “La exclusión, a través de la tecnología, es un nuevo instrumento de violencia estatal”, asegura el referente de Proyecto 7.
Es una de las últimas paradas de la noche. Son las 2 de la mañana del sábado y la veda electoral rige en todo el país. Un viento frío y cortante vuela las mechas de Luis, de 70 años, sobre la avenida Coronel Díaz. Hace unos meses que duerme en la entrada de una galería. Luis no solo va a votar el domingo, sino que también fue elegido como presidente de mesa en una escuela de Almagro. “Es un honor”, dice. Cuando se le pregunta por la cantidad de personas en situación de calle como él que quieren votar, pero no pueden hacerlo, defiende su postura. “Es aparte”, dice. “El deber cívico es aparte”, repite.
FLD/DTC