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“La revolución de las viejas”: vivir, disfrutar, tener sexo y decidir

Ana Requena Aguilar

elDiario.es —

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“Tengo 56 años, ya pasé la menopausia, me duelen un poco los huesos, tomo calcio. Pero tengo una sabiduría, un placer, y un conocimiento de mi sexualidad, de mi cuerpo, de mi deseo, de lo que quiero, de lo que no quiero... He dado dos millones de batallas y he ganado muchas aunque he perdido otras. Efectivamente ahora voy más lenta pero es también una decisión. Lo que sentimos es que no tenemos espejo frente al que mirarnos. No somos viejas como fueron nuestras madres, tenemos que construir una nueva vejez y tenemos un mundo que no está preparado para estas nuevas minas que somos, que vamos a vivir muchos más años y que los vamos a vivir plenas, más felices, porque somos producto de las decisiones que fuimos tomando y de los derechos que fuimos conquistando”. Este es el mensaje que en enero de 2020 la escritora y diputada argentina Gabriela Cerruti subió a Instagram. Lo grabó mientras se desmaquillaba frente a un espejo, desenfadada, sin pretender lo que luego sucedió: que se convirtió en un mensaje viral que desencadenó 'la revolución de las viejas'.

“Fue correr un telón, nada se inventa, todo se descubre. Eso llevó a que un montón de mujeres dijeran que a ellas les pasaba lo mismo”, explica ahora Cerruti, que en ese vídeo llamaba a la revolución de las viejas para construir nuevas vejeces alejadas de los estereotipos y los mandatos machistas, vejeces plenas y visibles, y políticas públicas que las hagan posible. Rápidamente se formó un grupo de Facebook de decenas de miles de mujeres, Cerruti escribió un libro con el mismo nombre –'La revolución de las viejas' (Editorial Planeta)– y surgió un movimiento con grupos organizados en varios países.

La negación de la edad aparece como una necesidad imperiosa en la vida de las mujeres para seguir ocupando un lugar significativo

Esa revolución es también la idea que recorre el último libro de la escritora y feminista Anna Freixas, 'Yo, vieja', (Capitán Swing). Frente a la idea de juventud como etapa ideal que hay intentar alargar como sea, también en físico y apariencia, Freixas reivindica a las viejas. “El sistema obliga a las mujeres a aparentar una edad que no tienen porque si no las expulsa. La negación de la edad aparece como una necesidad imperiosa en la vida de las mujeres para seguir ocupando un lugar significativo. ¿Por qué hay mujeres en los cuarenta y los cincuenta que ya piensan que son viejas? Porque piensas que ya estás expulsada de una vida con significado en todos los ámbitos, laboral, emocional, sexual... Cuando cumples años el sistema te va desvalorizando”, explica la escritora.

Su libro critica la medicalización del malestar femenino, especialmente cuando las mujeres cumplen años, en la que también incluye el consumo de productos anti edad con tal de modificar el cuerpo a toda costa y mantenerlo libre de signos que muestren el paso del tiempo. Freixas huye de la dicotomía que de alguna manera se ha creado también en torno a la vejez. El imaginario oscila entre la abuelita arrugada y vestida de negro, que sale a la compra y a misa, y las abuelas de los anuncios de yogures con calcio, con cinturas impensables para muchas veinteañeras, vidas agitadas y pieles tersas. Frente a eso, ella quiere viejas que puedan ser eso, viejas.

Con o sin canas, con cuerpos diversos, con tiempo, con autonomía económica, con curiosidad, con redes de apoyo, con deseo y vida sexual, y alejadas de un paternalismo que a veces viene de los propios hijos. 'Yo, vieja' es también una reivindicación de la vejez propia, contra el tópico de la abuela como sinónimo de una cuidadora amable y siempre disponible. “Yo cuando doy charlas me dedico a agitar viejas. Les digo que les cobren a sus hijos por el trabajo que hacen respecto a sus nietos”, ironiza Freixas, que carga contra ese mandato de las mujeres mayores de cuidar, algo que, defiende, coarta “su libertad, su tiempo, su posibilidad de organizar redes con otros viejos y viejas, o de disfrutar”.

Cuando doy charlas me dedico a agitar viejas. Les digo que les cobren a sus hijos por el trabajo que hacen respecto a sus nietos

Algo muy parecido dice Marina Troncoso, presidenta de las asociaciones de alumnos y exalumnos de los programas universitarios de mayores (CAUMAS). “Yo no consiento que me dirijan la vida, que me ordenen cuidar a mis nietos, lo que no quiere decir que yo esté con ellos cuando y como me apetece”, subraya. Troncoso, de 68 años, se reivindica como mujer mayor: “Me enorgullece serlo, muchas no llegan. Soy jubilada, activa, con un proyecto de vida. Mi vida sigue siendo mi vida y la dirijo yo con quien quiero. Estoy encantada con mi edad y con mi físico, claro que me echo cremitas y me tiño las canas porque a mí creo que no me sentarían bien, las que quieran dejárselas me parece estupendamente”. Su discurso anima a llevar los años con dignidad y quererse a lo largo de la vida para llegar a la vejez con una buena autoestima. “Hay una infelicidad enorme que tratamos de rellenar con tratamientos, cremas, operaciones… La sociedad nos arrincona conforme cumplimos años, pero nosotras estamos activas y con mucho que aportar”.

Una inspectora de 63 años

Los libros de la escritora Elia Barceló, algunos de ellos bestsellers, han sido traducidos a 19 idiomas. Con unos cuantos premios en su currículum, incluido el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil de 2020, la escritora, de 64 años, se dio cuenta un día de que en las novelas pasaba exactamente lo mismo que en las series o el cine: “Que las protagonistas tienen entre 21 y 40 y algo y luego las mujeres ya no existen, a menos que seas una loca asesina o la abuelita o estés en papeles secundarios de ese tipo, pero no como protagonistas de su propia vida. Justo cuando a partir de esa edad a los hombres se les dice que son maduritos interesantes a las mujeres nos dicen '¿pero a dónde va esa?', '¿qué quiere?' Pues lo quiero todo, como antes, aventuras, viajes, sexo...”.

Desde ese momento, hace cinco o seis años, Barceló decidió crear conscientemente personajes femeninos en la cincuentena, la sesentena, y más allá. Ya lo había hecho antes, como en su novela El color del silencio, cuya protagonista, Amelia, tiene 64 años. Pero ese 'despertar' la hizo hacerlo más concienzudamente. En La noche de plata (Editorial Roca), la inspectora Carola Rey Rojo tiene 63, una extraña misión en Viena por delante, una inclinación por el vino que a veces le hace pasarse un poco de la raya, un hijo que en ocasiones la saca de quicio, y muchas ganas de acostarse con un hombre con el que comparte alojamiento unos días. Carola parece una mujer de carne y hueso, sin más, pero sorprende encontrar un personaje femenino de su edad que, sin ninguna estridencia que la haga reseñable, sea protagonista de una historia interesante en la que su vida, en todas sus dimensiones, está en primer plano.

“Hay que cambiar esto, tenemos mucho trabajo que hacer”, dice decidida Barceló. Ella misma tiene anécdotas que muestran cómo “tratan de atarte en corto todo lo posible”. Desde peluquerías en las que pide su tinte rojo para el pelo y le ofrecen uno caoba “más acorde a su edad” hasta amigas que se sorprenden cuando lleva un vestido corto y medias negras. “A partir de cierta edad todo está hecho para disimular, para hacer que no tienes cuerpo. Total, te dicen, los hombres van a mirar a las jóvenes. Así que un señor de 60, calvo y con barriga, se siente joven y quiere a una en la treintena, y una señora estupenda de 50 piensa que quién la va a querer a ella”, se queja.

Un señor de 60, calvo y con barriga, se siente joven y quiere a una en la treintena, y una señora estupenda de 50 piensa que quién la va a querer a ella.

Sexo y casa

Uno de los puntos de esta 'revolución de las viejas' tiene precisamente que ver con el sexo. Gabriela Cerruti critica que la idea de que después de la menopausia el sexo no existe para las mujeres sigue muy extendida. “Tenemos la idea de que a los hombres les gustan jovencitas porque es esa idea de la belleza y del atractivo ligado a la reproducción. Incluso los más modernos buscan pibas jóvenes para demostrar su masculinidad porque también el hombre tiene marcado el modelo de virilidad alrededor del macho fuerte, poderoso y reproductivo”, apunta. Freixas subraya algo parecido: “El deseo no desaparece con la edad. Las mujeres mantenemos nuestra capacidad erótica hasta el final. Ellos lo tienen peor, porque su sexualidad es muy falocéntrica”. En su anterior libro, gracias a varias encuestas y testimonios, la escritora descubrió que las mujeres de más de 70 querían más sexo del que tenían, pero también tenían claro lo que no querían: aguantar a nadie en su casa.

Me gustaría que mi libro interpelara a la gente joven: qué tenemos que cambiar en la sociedad, qué políticas públicas tenemos que plantear para que la vejez no sea un camino hacia el matadero

Otro de los ejes de este discurso que va extendiéndose es dónde envejecer. “Reivindico envejecer en casa, con nuestras cosas, nuestras vecinas, nuestras tiendas de la esquina que saben que eres la señora Paquita y que te gustan los tomates maduros”, defiende Freixas. Para eso, claro, hacen falta políticas públicas y dinero. Y apelar a la juventud. “Es algo que nos afecta a todas. Tendríamos que ser capaces de complicar las ideas que tenemos sobre la vejez y ver qué vejez queremos tener. Y hacerlo ahora, porque cuando llegas a los 70 ya no puedes cambiarlo todo. El problema es perder el significado, las ganas de vivir, el interés o la curiosidad. Me gustaría que mi libro interpelara a la gente joven: qué tenemos que cambiar en la sociedad, qué políticas públicas tenemos que plantear para que la vejez no sea un camino hacia el matadero, qué tienen que hacer los hombres en la política de los cuidados...”, defiende.

La presidenta de CAUMAS, Marina Troncoso, también cree que la prioridad de las políticas públicas debería ser fomentar la autonomía personal el mayor tiempo posible: “Tenemos que cubrir nuestras necesidades pero no deberíamos por qué ir a una residencia, muchas personas pueden vivir en su casa o en una casa compartida si están atendidas, esos proyectos son los que hay que apoyar y sin que haya explotación laboral de por medio”. En Argentina, Gabriela Cerruti presentó en el Congreso la Ley Antiedadismo, que además de luchar contra los prejuicios, busca acabar con la discriminación laboral o mediática y promover políticas de vivienda que permitan “habitar una vejez en comunidad”.

Somos fruto de las decisiones que hemos tomado y de los derechos que hemos conquistado, y no hay un mundo en el que podemos habitar una vejez como la que queremos. Pensemos en el proyecto que queremos.

Cerruti propone la unión de “las pibas y las viejas, un cambio de ánimo colectivo” que tiene mucho que ver con el feminismo intergeneracional que ha llenado las calles en los últimos años. “Hay que cambiar la imagen de la vejez, que se construye de acuerdo al modelo de producción y de consumo. Necesitamos una nueva cosmovisión. La noche que aquí se votó el aborto yo dije 'somos las hijas de las viejas locas del pañuelo blanco y las madres de las hijas locas del pañuelo verde'. Esa generación intermedia, que creció con la vieja idea de que a los 60 te jubilas y te vas a casa a cuidar a los nietos. Ahora no sabemos si vamos a tener nietos, no sabemos si nos vamos a jubilar ni cuándo, hemos tomado decisiones que nos hacen llegar a los 60 sin el abuelito de la mano... No hay un mundo en el que podemos habitar una vejez como la que queremos. Pensemos en el proyecto que queremos”.

ARA/AGB