En el marco de un giro conservador y de vidas cada vez más precarizadas, surgió un espacio idóneo para quienes venden el óxido como oro (y lo monetizan). A través de filtros y edición, con las redes sociales como principal canal de expresión, las tradwives –influencers jóvenes que, desde el ejemplo, reivindican el rol de las “esposas tradicionales”– se erigieron como vendedoras de mandatos usados y ofrecen recetas para la felicidad con una garantía de confianza: la cocina es su terreno de acción. Desde allí, frente a una cámara y un montaje cuidado, muestran, en forma de reels, la película de un pasado idílico o, al menos, más confortable que un presente incierto.
La española Roro Bueno (quien en repetidas ocasiones se alejó del mote “tradwife”, pero en los hechos representa a ese personaje), así como Nara Smith y Hannah Neeleman (con su cuenta “Ballerina Farm”), en Estados Unidos, son las principales exponentes de esta tendencia.
Preparando fastuosos banquetes desde cero, educando a sus hijos en el hogar o cosiendo su propia ropa, las tradwives no solo ofrecen a sus millones de seguidoras una afirmación de la mujer como ama de casa por antonomasia, sino un modelo donde los ultraprocesados, la falta de tiempo y la tecnología no marcan el paso de los días. Siempre de punta en blanco (pueden recoger huevos, realizar tareas de jardinería y amasar sin ensuciar sus vestidos) y con una sonrisa.
Estas creadoras de contenido (y reproductoras de ideología) han atraído la atención de los medios, así como de las usuarias también en estas latitudes. Pero, más allá de la curiosidad, en un país con las características económicas, demográficas, laborales, históricas y sociales de Argentina, ¿es replicable el fenómeno? Si es así, ¿a qué escala y de qué manera?
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¿Tradwives a la criolla?
“A mi modo de ver, es un fenómeno propio de las redes sociales y no estoy muy segura de que pueda ser entendido como movimiento social”, reflexiona Silvana Darré, doctora en Ciencias Sociales y magíster en Estudios de Género. En este sentido, se pregunta “si las audiencias que convocan esos perfiles se plantean desafíos colectivos, si comparten objetivos comunes, si son capaces de generar acciones de incidencia”.
La especialista señala una paradoja: “Los monólogos de fantasía que proponen el retorno a los años cincuenta del siglo pasado requieren del consumo, no de la movilización. Pienso, hipotéticamente, que si estas audiencias se movilizaran en el ámbito público a partir de objetivos comunes, terminarían ocupando un espacio del cual reniegan, por su canto a la domesticidad”.
Ella observa la “invitación a un estado de cosas que nunca existió”, una performance guionada y aspiracional para audiencias específicas (donde las mujeres afroamericanas, inmigrantes o las latinas no tienen mucho lugar). Claro que esto se desarrolla con un trasfondo específico: el avance de los grupos neoconservadores de extrema derecha, antifeministas y anti LGTB+, que promueven discursos de odio y alertan sobre la “pérdida de valores” en torno a la familia “natural”.
“Históricamente los discursos hacia las madres y la prescripción de formas adecuadas de crianza han variado en función de multiplicidad de factores, como las guerras, los niveles de desempleo, las crisis económicas, las migraciones a gran escala y los cambios demográficos. Entonces, no es de extrañar que reaparezcan discursos que promuevan el retorno a la domesticidad”, apunta Darré.
A la doctora, especialista en género y cultura, le resulta difícil imaginar una traducción argentina del fenómeno por la distancia económica y social que separa a la Argentina del Norte Global. “La crisis actual hace difícil pensar que alguna audiencia pueda sentirse interpelada o convocada por un modelo clasista, racista, sexista y excluyente. El movimiento feminista en su gran diversidad ha tenido un importante recorrido, es masivo y está formado mayoritariamente por jóvenes”, concluye.
Una cuestión de clase
“Mujeres conservadoras siempre ha habido. Lo que queda claro es que intentan formar opinión, imponer un punto de vista que fundamentalmente romantiza la vida doméstica y separarla de lo público. Con la contradicción de que, a través de las redes, se hacen famosas y ganan dinero”, estima Mónica Tarducci, directora del Instituto de Investigaciones de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
La experta menciona el caso de la segunda posguerra para recordar que no es la primera vez que surge en Estados Unidos una “apoteosis de la femineidad”. En el caso de las tradwives, recuerda, se apela a las mujeres de clase media acomodada, de tradición evangélica y conservadora. Es decir, el estereotipo no solo deja afuera a mujeres que no son blancas ni religiosas, sino que excluye a la mayoría de las mujeres pertenecientes al llamado “cinturón bíblico” del país, compuesto por familias de granjeros humildes.
Mujeres conservadoras siempre ha habido. Lo que queda claro es que intentan formar opinión, imponer un punto de vista que fundamentalmente romantiza la vida doméstica y separarla de lo público. Con la contradicción de que, a través de las redes, se hacen famosas y ganan dinero
Para Tarducci, la emergencia de las tradwives como guardianas de valores ligados a la vida doméstica no es ajena a la derechización de distintos países del mundo y los discursos misóginos, que aprovechan las crisis económicas para calar sobre el tejido social.
Sobre si puede haber una traslación a Argentina del fenómeno, la investigadora explora diversos ángulos. Por un lado, recalca las diferencias entre el protestantismo anglosajón y la tradición local. En Argentina, constituye “una religión misionera, con adeptos entre las camadas muy pobres, donde sí o sí las mujeres tienen que trabajar”.
“Sí es cierto que, en momentos de penuria económica, esta concepción de la feminidad tradicional puede aliviar el hecho de no encontrar trabajo. Entonces, no sólo se lleva bien con tiempos neoconservadores, sino con una época de profunda crisis económica y de desempleo”, suma. De todas formas, por lo que ha visto hasta ahora, las tradwives se mantienen como una cuestión del Norte.
Los mandatos y los datos
Los recorridos laborales, así como el tiempo dedicado a las tareas no remuneradas en Argentina (como en el mundo) siguen sujetos a preceptos sociales, leyes y un entramado institucional machista.
Si bien las mujeres en Argentina se han incorporado masivamente al empleo, sigue habiendo una brecha de participación considerable. De acuerdo con el INDEC, el 94,7% de los varones de entre 25 y 59 participa en el mercado de trabajo; en el caso de las mujeres, este número desciende a 75,4%.
Al hacer un zoom en ese dato, surgen las grandes diferencias de género, especialmente cuando aparecen las demandas de cuidado. “Mientras la brecha entre quienes no tienen hijos es de 16 puntos porcentuales, cuando hay dos o más niños en el hogar, esta brecha aumenta a casi 37 puntos porcentuales. Es decir, se reafirma una persistente división sexual del trabajo, ya que los varones incrementan su participación en el empleo en un rol de proveedores y las mujeres refuerzan un rol de cuidadoras y toman decisiones sobre sus trayectorias laborales en relación con la demanda de cuidados que hay en la familia. Para decirlo más claramente, once de cada cien mujeres que participaban en el mercado laboral se retiran al tener un hijo o hija, y este número aumenta a veinticuatro de cada cien mujeres al tener dos o más hijos o hijas”, detalla Delfina Schenone Sienra, directora del área de Políticas del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).
“Si miramos nuestra legislación, podemos ver que sigue habiendo un fuerte esquema maternalista que asigna un rol de cuidado a las mujeres y a los varones un rol de proveedores”, desarrolla la socióloga. Pone el foco en las licencias por nacimiento: mientras las mujeres con trabajo registrado tienen noventa días, los varones solo cuentan con dos.
“Esos dos días se estipularon en un inicio para que los padres pudieran inscribir a sus hijos al registro civil, no había una expectativa de cuidados”, subraya Schenone Sienra. Y remarca: “Esa normativa tiene ya medio siglo”. De la misma forma, puntualiza que, mientras las trayectorias laborales de los varones permanecen casi inalteradas cuando tienen hijos o hijas, las mujeres, en muchos casos, deben alterar sus recorridos según las necesidades que existan: se retiran del mercado, disminuyen la cantidad de horas o cambian el empleo por uno más “flexible”.
Delfina Schenone Sienra, directora del área de Políticas del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).
“Antes de pensar si nuevos discursos o discursos antiguos que buscan volver a tener vigencia pueden calar hondo en nuestro país, es necesario mirar a lo que tenemos actualmente y entender que seguimos teniendo estructuras normativas, políticas y prácticas culturales que siguen asignando un rol de cuidado principalmente a las mujeres”, distingue la especialista. Apela a lo que la socióloga estadounidense Arlie Hochschild llama la revolución estancada: mientras las mujeres “salieron” al mercado laboral, los varones no “entraron” al mundo doméstico en la misma medida y eso solo nos ha sobrecargado de tareas.
Antes de pensar si nuevos discursos o discursos antiguos que buscan volver a tener vigencia pueden calar hondo en nuestro país, es necesario mirar a lo que tenemos actualmente y entender que seguimos teniendo estructuras normativas, políticas y prácticas culturales que siguen asignando un rol de cuidado principalmente a las mujeres
Apunta que “para muchas puede tornarse atractivo pensar que es demasiado trabajo ocuparse de todo y que las reivindicaciones feministas fueron un ‘engaño’”: para combatir esto, considera urgente el involucramiento de los varones en estas tareas domésticas y de cuidado.
“Hay que tener cuidado con estos discursos engañosos que promueven una ‘vuelta al hogar y la familia’ como única ocupación, transmitiendo que es un entorno de armonía y paz. Los datos y la evidencia muestran que los hogares siguen siendo el principal ámbito donde se ejerce la violencia hacia las mujeres”. Se centra en dos datos: una de cada dos mujeres que están o han estado en pareja atravesó algún tipo de violencia de género en el ámbito doméstico. Específicamente, el 23% de las mujeres de Argentina sufre violencia económica: es decir que “se le restringe el uso de fondos, el acceso a cuentas bancarias, el manejo del dinero familiar o personal, o sufren control de los gastos, así como la prohibición de trabajar o estudiar”.
Una breve historia de la domesticidad (y cómo romperla)
La reclusión de la mujer al ámbito hogareño no es natural. Tiene una historia de hitos, rebeldía, retrocesos y avances. En 1834, la activista francesa Claire Démar formuló una pregunta: “Es necesario que la mujer haga una obra, cumpla una función. Y ¿cómo podría hacerlo si sigue condenada a dedicar una parte, más o menos larga de su vida a los cuidados requeridos por la educación de uno o varios hijos?”.
Démar tenía una propuesta radical: terminar con la “ley de sangre” y liberar la creatividad femenina. Es decir, politizar la maternidad, quitarla del ámbito “natural” y privado, habilitando una crianza social y compartida, con un fuerte rol del Estado, para que todas tuvieran la posibilidad de elegir y crear.
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En Argentina, esta dicotomía entre expectativa social y rebelión se expresó con claridad en 1896, cuando las comunistas anárquicas que publicaban el periódico La voz de la mujer consagraron la frase “Ni Dios, ni patrón, ni marido”. Contra los “infames explotadores” y los “viles esposos ”, exigían su “parte de placeres en el banquete de la vida”.
“En 1926 sólo el 35% de los hogares obreros eran mantenidos sólo por el salario del padre en una muestra que presupone que existía una familia nuclear y que había un padre. Pero, también, en el otro extremo de la sociedad, las mujeres de la élite no cuidaban en exclusividad a sus hijos e hijas. Ellos estaban a cargo de mujeres empleadas que incluso los amamantaban”, agrega Isabella Cosse, doctora en Historia.
En un contexto de falta de derechos políticos y civiles, se ofrecía una sola variante posible de feminidad, ligada a la devoción a la casa, los hijos y el marido. El imperativo –reforzado institucional y culturalmente– se enfrentó tempranamente a la realidad situación material de un gran sector de la sociedad, así como a la resistencia de obreras e intelectuales que no estaban dispuestas a renunciar a sus aspiraciones personales.
Incluso aquellas que no se inscribían dentro de la tradición feminista. Es el caso de la educadora y escritora sin tutelaje Herminia Brumana, quien en 1931 publicó: “He aquí, me digo, que en esta noche soy dueña de mi destino. ¡Lo son, acaso, todas estas mujeres que están en su casa atadas a la voluntad de un marido o de un padre! ¡Cuántas de ellas tendrán deseos de salir en una noche así, estrellada, para ir a ‘ninguna parte’ taconeando por esas veredas, sin más rumbo que la casualidad ni más guía que el azar! Me da tristeza su condición de esclavas disimuladas”. Claro que no todas las mujeres tenían el mismo margen de maniobra a la hora de decidir.
Cosse estudió revistas como Para Ti o Vosotras y llegó a una conclusión: mientras una parte de los artículos ensalzaban el casamiento como la puerta de la felicidad, los otros, referidos a la vida después de casarse, enseñaban a lidiar con esas frustraciones.
“Fueron, justamente, esas frustraciones que estallaron en la segunda ola feminista en los años sesenta y setenta que, en nuestro país, se expresó en un feminismo capilar con micro batallas cotidianas”, amplía. Esta “devaluación del sueño doméstico” estuvo unido al “deseo de las mujeres (a tener una vida propia, a ser tratadas con igualdad, a imaginar su propia libertad) pero, también, a pensar que la respetabilidad no radicaba más en una forma unívoca y excluyente de vivir la vida, la maternidad, la familia”.
Especialista en género y familia, explica que el modelo doméstico de la mujer “no puede pensarse si no es entramada en las jerarquías sociales y familiares”. La condición de madre, esposa y ama de casa expresaba la capacidad económica, política y social de un varón y un grupo familiar para que eso fuese posible.
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“La visión tradicional estuvo siempre en contraposición con la realidad en forma conflictiva y emergió expresando la reluctancia a las transformaciones ‘modernas’, los temores y las ansiedades que provocaban la posibilidad de transformar el orden de género”, se explaya la historiadora.
Trayendo el fenómeno a la actualidad, indica que, detrás de las consignas de vuelta a la domesticidad, probablemente existan también preocupaciones y temores por las transformaciones en curso, ligadas a la economía, los cambios culturales y en los roles de género. “No es difícil pensar que en este momento pueda suceder algo semejante”, comenta Cosse.
Hoy, los debates en torno a la crianza y las tareas de cuidado continúan vigentes porque el doble “trabajo no pago” (que, como marcaron las militantes setentistas, no es solo amor) y los estereotipos siguen pesando fundamentalmente sobre las mujeres. Pero distintas generaciones de feministas disponen de discusiones, movilizaciones y aprendizajes, como llave para abrir las puertas del hogar y encerrar viejos mandatos.
JB/MG