La más chiquita está en el cochecito: tiene un año y medio. Sentados sobre un escalón, la nena de cuatro, un hermanito de 6, y el más grande, de 7, esperan con su mamá a que le digan que puede pasar. “Ahora mamá entra y se quedan con la tía”, dice la mujer, que prefiere que su nombre no se publique. La tía es una amiga de la primaria de esa mamá: las dos caminaron, con el cochecito y los tres nenes a cuestas, cuarenta cuadras para llegar a la Comisaría de la Mujer de Villa Lynch, en San Martín. “No nos querían subir al colectivo con el cochecito y no daba para pagar dos Uber, es fin de mes”, explica esa tía.
La espera es para reforzar una denuncia contra el padre de esos cuatro nenes: “No acepta que estamos separados. Me acosa, me hostiga, y hoy volvió a meterse a mi casa así que vengo a que me renueven la perimetral”, explica. “Estamos hace más de una hora, no sé cuándo me van a hacer pasar”. Las ventanas y la puerta de la comisaría tienen las cortinas cerradas: es para que no se identifique a quienes entran a hacer una averiguación o una denuncia. La espera en la vereda, por la combinación de la alta demanda y la pandemia, contradice ese resguardo de la identidad.
Según fuentes de la línea 144 de la Provincia, La Matanza, Almirante Brown y General San Martín son los tres partidos del Gran Buenos Aires desde los que se reciben mayor cantidad de consultas y denuncias por violencia de género. Las Comisarías de la Mujer dependen del Ministerio de Seguridad bonaerense, pero ante la consulta de elDiarioAR sobre cuáles eran las dependencias más demandadas del Conurbano, no hubo respuesta.
“La información te la tiene que dar el ministerio”, dice una mujer vestida de civil en la puerta de comisaría de San Martín. “Uy, se llenó el boliche”, suma apenas advierte que hay espera en la vereda, y cierra la puerta. La oficina policial tiene una camioneta estacionada en la puerta ploteada con el nombre del municipio, y un cartel con un crespón violeta pegado en la entrada: “No a la violencia de género”, dice.
“A veces hay que esperar horas. En general terminás con el trámite hecho, pero necesitás pedir permiso en el trabajo, o alguien que te cuide a los nenes, o traerlos”, dice Sol, que ha venido varias veces desde Villa Bosch hasta Villa Lynch para denunciar a su ex pareja por violencia física.
“El trámite de la denuncia dura 20 ó 25 minutos, pero a veces se tardan dos o tres horas acá”. Lo dice una de las oficiales que trabajan en la Comisaría de la Mujer de Laferrere, en La Matanza. Es una de las tres dependencias dedicadas a la violencia familiar y de género, y recibe, en promedio 700 denuncias mensuales. Los lunes son los días más concurridos: “Después del mediodía es cuando más gente llega. Los fines de semana, con el consumo de alcohol, se multiplican los casos, especialmente en verano”, dice la oficial.
La titular de la Comisaría tiene un rodillo y un balde de pintura en el piso de su oficina: acondiciona el lugar. Cuelga un portalámparas vacío, igual que en el baño del lugar: para entrar ahí hay que pedir el picaporte, que se pone y se saca. Un cartel dice: “Tenés derecho a una vida sin violencia”. Lucrecia, la perra de la comisaría general de la planta baja, entra y sale de las oficinas en busca de galletitas. Esquiva los trapos de piso que atajan el agua que se filtra por el techo.
“Acá lo principal es la empatía. Tenemos una computadora, una impresora, la conexión con la fiscalía y el Juzgado de Familia, pero lo principal es la empatía de quienes recibimos a las personas”, dice la policía. En turnos de doce horas, trabajan cuatro personas en esa dependencia: los salarios son iguales a los de las comisarías generales, explica esa oficial: las capacitaciones en cuestiones de género son el requisito para estar allí. “A la noche hay un oficial varón siempre: esto es Matanza, y cuando hay conflictos familiares puede haber piñas entre dos que tuvieron un encontronazo. Dos cuñados, dos hermanos, dos primos. Sobre todo si hubo consumo”, explica.
En una oficina de esa dependencia una mamá prepara el terreno para cuando su hija deje de llorar: están ahí para denunciar al novio de la joven por haberle pegado. En la vereda de la comisaría, una amiga acaricia la espalda de otra y le dice: “Cuando vos quieras subimos”. Algunos de las y los policías que trabajaban en esa dependencia volvieron a las comisarías generales: “Vienen por lo menos 20 ó 30 casos de abuso sexual infantil por mes, y hay que bancárselo. Muchos de nosotros tenemos hijos de las edades de esas víctimas, y es difícil escuchar todo eso”, dice la policía de Laferrere.
De abuso sexual infantil hablan algunos de los carteles que están pegados en las paredes de la Comisaría de la Mujer de Burzaco, en Almirante Brown. Hay otros: sobre noviazgos violentos y sobre violencia física contra niñas, niños y adolescentes. Acá también las cortinas están cerradas y acá también hay quienes esperan afuera porque ya no hay más espacio en la antesala de las denuncias. “La oficial a cargo no puede atenderte ahora, hay mucho trabajo”, explica una de las personas que trabaja en esa dependencia.
“Volvamos mañana”, le dice una hija a su papá. En la puerta, Alicia espera su turno: “No soy víctima, sino que hice capacitaciones en género y soy acompañante de víctimas en mi barrio, Malvinas, de Adrogué. Las chicas lo que más denuncian es que las acosan, las hostigan, y les pegan. Yo por un lado las traigo acá conmigo a hacer la denuncia, y por otro lado les hablo para que traten de desarmar esa relación violenta”, cuenta.
Alicia se anotó a la primera de esas capacitaciones, que recibió a través del municipio, cuando ya no supo cómo ayudar a su hija ante una pareja violenta. “Armamos red entre los vecinos y todos están alertados para llamar y pedir ayuda, o filmar si se acercan a las casas de las chicas a hostigarla”, explica. “Hay días en los que hay que esperar más de tres horas acá, y es muy difícil porque para las chicas es difícil sostener la denuncia, entonces no aguantan y se van”, suma. De la antesala, ese padre y esa hija salen a la calle. “El problema es que muchas veces no vuelven, porque les da miedo denunciar o porque están atrapadas en esa violencia”, explica Alicia.
Un hombre apoya la bicicleta contra la pared de la comisaría y entra. Quiere saber a qué hora puede ver al psicólogo del equipo interdisciplinario, explica que está en plena revinculación con sus hijos. “Con la pandemia muchas denuncias te piden que las hagas por mail, y las chicas no saben cómo explicar lo que les pasa, o no se animan a escribir desde sus teléfonos por si se los encuentran”, agrega la acompañante de víctimas. “Acá en la comisaría te ayudan. El problema es que no dan abasto”. En la puerta hay un banco rojo que recuerda a las mujeres víctimas de femicidio. Dos amigas se levantan y se van. En el tiempo que pasaron allí esperando nadie atendió a una víctima.
JR