El otro día estaba tomando el café con una amiga cuando, de repente, tomó el celular de encima de la mesa, abrió Instagram, lo cerró, levantó la cabeza y me dijo: “No sé qué me pasa. A veces agarro el celular y entro en Instagram sin darme cuenta. Es automático”. ¿Qué hacer? Estar fuera de las redes sociales es una forma de vida que se pueden permitir cada vez menos personas en un mundo hiperconectado que exige y comercia con nuestra atención constante. ¿Y el resto? Estamos condenados a encontrar una salida, una solución intermedia entre mantener nuestra presencia en el mundo virtual y no desconectarnos del mundo tangible, donde en la tienda de la esquina te dan los buenos días con una sonrisa y el amigo de toda la vida encuentra un rato para charlar.
Algunos, como Daniel Rodríguez, community manager de 24 años que vive en Madrid, lo tienen cada vez más difícil. Su trabajo lo obliga a pasar su jornada frente a la pantalla y navegando en busca de seguidores para las redes sociales de pequeñas empresas. Diseña campañas para el lanzamiento de nuevos productos o eventos y administra el flujo de imágenes y vídeos que publican a diario, todo esto mientras busca nuevas ideas y trata de estar al tanto de las últimas tendencias. “No quiero ver el tiempo que paso en redes porque me voy a dar un susto”, cuenta al teléfono. A pesar de ser plenamente consciente de ese tiempo excesivo que está expuesto a los designios del algoritmo, no para. Al final de la jornada, cuando se sienta a descansar, sigue deslizando el dedo por la pantalla: “Me pongo a ver los resultados de lo que hemos publicado durante el día o a buscar inspiración para las ideas que tengo. Hay que estar siempre pendiente de lo nuevo”, dice.
De los 47 millones de personas que viven en España, 40,7 millones eran usuarios de alguna red social en 2022, según calcula el Informe Digital de ese mismo año elaborado por Hootsuite, plataforma líder en gestión de redes sociales, y We Are Social. El estudio, que analiza las tendencias de uso de redes y celular, revela que los españoles están de media una hora y 53 minutos al día en estas plataformas sociales y que las más utilizadas son WhatsApp, Facebook e Instagram (todas propiedad de la misma empresa, Meta).
De los 47 millones de personas que viven en España, 40,7 millones eran usuarios de alguna red social en 2022
Para quienes se consideran personas “extremadamente online” y que han acabado convirtiendo su interés genuino por el ecosistema de internet y la tecnología en su trabajo, como es el caso de la analista de cultura digital Janira Planes, las fronteras entre el tiempo de trabajo frente a la pantalla y el de ocio y consumo personal se desdibujan más fácilmente, y entonces toca marcarlas. Planes, que ahora trabaja como brand manager en Barcelona, dice que el tiempo y el uso que hacemos de las redes “depende mucho del tipo de trabajo” que tengamos. “Yo antes estaba trabajando como directora de comunicación y marca, tenía un rol directivo, pero también tenía que pensar contenido y ejecutarlo, estaba constantemente con el celular y me quemaba”, dice a este periódico.
Cómo utilizar menos el celular
El Centre for Humane Technology, surgido de las entrañas de Silicon Valley, es una organización creada por Tristan Harris, antiguo diseñador ético de Google, y Aza Raskin, el (arrepentido) creador del scroll infinito que nos arrastra hasta las profundidades de Twitter, TikTok o Instagram. Esta, centrada en promover un uso ético de la tecnología, pone a disposición de la gente herramientas sencillas para limitar el tiempo que pasamos enganchados a las plataformas digitales.
Para quienes tienes trabajos que requieren navegar y estar conectados, las fronteras entre el tiempo laboral frente a la pantalla y el de consumo personal se desdibujan más fácilmente, y entonces toca marcarlas
Como principales consejos a seguir para evitar caer en el bucle de contenido y ruido, señalan: quitar las notificaciones, utilizar el modo “sin distracciones” del celular y activar el modo blanco y negro. También aconsejan generar espacios libres de tecnología. Los primeros momentos de la mañana y los últimos de la noche deberían estar libres de dispositivos, así como las comidas.
“Muchas aplicaciones se benefician de nuestra adicción, nuestra distracción y la desinformación”, asegura la organización. Un ejemplo de cómo estas grandes empresas tecnológicas usan a su favor esos mecanismos lo está dejando la actual difusión de imágenes y contenidos sobre la guerra entre Israel y Hamás en Gaza; donde Bruselas ha intervenido para pedir a empresas como X, TikTok o Facebook que demuestren (en base a la ley de servicios digitales, DSA) de qué manera están tratando de frenar la desinformación y proteger los derechos de sus usuarios. Para controlar el uso desmedido e involuntario de estas plataformas, el Centre for Humane Technology aconseja desde eliminar esas aplicaciones en la medida de lo posible hasta dificultar su acceso dentro del propio teléfono y dejar de seguir cuentas que promuevan el odio y el enfrentamiento.
Janira Planes, analista de redes sociales, explica que, a raíz de su cambio de trabajo, ha notado un descenso del tiempo navegando y, principalmente, una mejor experiencia al hacerlo. Su nuevo rol le permite estar “horas” sin tocar el celular y, cuando lo hace, trata de consumir contenido útil o estimulante. “Sigo cuentas que me inspiran. Intento consumir contenido que me guste, que me aporte algo, y además estoy suscrita a muchas newsletters”, explica. Cuando puede, deja el celular en casa o lo pone en modo avión unas horas.
Sigo cuentas que me inspiran. Intento consumir contenido que me guste, que me aporte algo, y además estoy suscrita a muchas 'newsletters'
Daniel Rodríguez, al contrario que Planes, todavía sigue buscando la fórmula para trabajar de lo suyo sin estar pendiente del celular día y noche. El momento del día en el que consigue desconectar, cuenta, es cuando hace deporte: “La única vez que no cojo el celular es cuando estoy escalando”. Quizás le vendría bien una de las últimas recomendaciones del Centre for Humane Technology: escoger uno o varios días a la semana para desintoxicarse. La organización propone seleccionar un día –los domingos puede ser una buena opción– para estar desconectado y avisar a amigos y familiares de que así lo haremos.
A menudo, el hartazgo y las reflexiones sobre la saturación del uso de las redes y cómo depurarlo se acaban expresando en las mismas. Hace unos días, Delia Rodríguez, subdirectora de La Vanguardia y autora de Memecracia: los virales que nos gobiernan (Gestión 2000), que lleva más de una década escribiendo sobre nuestra relación con Internet, publicaba al respecto una columna titulaba Navegar mejor. “Deberíamos renunciar al algoritmo que nos ha reblandecido las cervicales y el cerebro. Dejar de usar las redes para entretenernos con la deriva y el espectáculo de la indignación. Entrenar la navegación consciente y deliberada. Recordar los lugares que nos sirvieron en un pasado y agradecer regresando. Descubrir voces nuevas. Hacer caso de sus recomendaciones. Cuidar de nuestros marcadores como de un jardín”. En X, un profesor contaba que acababa de usar esa reflexión de Rodríguez a modo de regalo para un alumno de Periodismo: “Para que piense”.
Frente a la preocupación por la deriva del uso desmedido de los dispositivos, José María Ruiz Sánchez, experto en neuropsicología y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, explica la diferencia entre pasar mucho tiempo en las redes sociales y ser adicto a ellas. “Hay un cierto alarmismo. El hecho de que exista una pequeña proporción de individuos adictos a ellas no es motivo para limitar su uso”, dice. El consumo se vuelve adictivo cuando este provoca un “menoscabo en la vida profesional o personal de la persona”.
“Comienza a ser problemático cuando el círculo cercano de la persona juzga que está demasiado tiempo aislada, no estudia para sus exámenes o no rinde en su trabajo”, asegura. Su investigación actual está centrada en el momento de transición entre el consumo recreativo de una sustancia o experiencia hasta el consumo abusivo que realiza por compulsividad. “Las personas transitan una especie de eje imaginario y pasan de disfrutar a consumirlo solo para reducir el malestar que les genera no consumirlo”, dice. Transitar esa línea hacia la adicción depende mucho de los factores ambientales que rodean al individuo: “Le llamamos factor protector y se da cuando existe un ambiente enriquecido en lo intelectual, emocional, familiar, laboral. Parece que ese enriquecimiento funciona como un factor protector contra las adicciones”.
“Vivimos en una sociedad mucho más individualista que antes. Se ha perdido esa conciencia colectiva y el conocer a los vecinos del bloque en el que vives. Ahora nadie se conoce, como individuo ya no necesitas formar parte de ese colectivo. Ese individualismo ha hecho triunfar a las redes sociales”, explica el neuropsicólogo. Sin embargo, Tristan Harris, el creador del Center for Humane Technology, cree que todavía podemos salvarnos de caer en un mundo dominado por estas tecnologías. Según dijo en un artículo de opinión publicado en The New York Times: “Somos la única especie lo suficientemente consciente de sí misma como para identificar este desajuste entre nuestro cerebro y la tecnología que utilizamos. Eso significa que tenemos el poder de revertir esta tendencia”.