La noticia ya es conocida. El martes pasado murió Lorenzo “Lolo” Somaschini, un niño de 9 años que competía en la categoría de motos Superbike en Brasil. Fue en un accidente en el circuito de Interlagos, donde estaba en una sesión de prácticas.
Es muy difícil hablar de este tema. Porque es muy reciente, la tragedia está a flor de piel y sin dudas hay mucha gente sufriendo de verdad, más allá de la tristeza y consternación que genera en la opinión pública. Pero también merece un debate urgente, y no podemos quedarnos solo con las opiniones de los “expertos en motociclismo”, porque es un tema que va mucho más allá de la especialidad. Una de esas opiniones -firmada por el instructor Javier Dobolo- se publicó el jueves en el popular sitio especializado Motor1 Argentina, y ejemplifica a la perfección cómo la gente más cercana al motociclismo ensaya justificaciones de lo que pasó, en nombre de la pasión que genera el deporte. La conclusión que se desprende de esa nota es que el riesgo de exponer a un nene de menos de 10 años a la muerte está justificada si se trata de convertirlo en un piloto ganador y, eventualmente, en un gran campeón. Me resulta difícil explicar el desconcierto y la amargura que me provoca ese razonamiento, pero voy a tratar de hacerlo.
Nueve años
“Lolo ya no se sentía un chico: era un piloto”, escribió Dobalo, y continúa: “Desde que sintió la llamada del deporte, lo encaró de la forma en que lo hace un profesional: entrenando, estudiando y trabajando para una sola cosa, ser el mejor. Lorenzo Somaschini siempre estuvo bajo la tutela de su entrenador, quien lo guiaba por el camino del esfuerzo para lograr su meta: ganar”. No tengo dudas de que Javier dice esto con la mejor de las intenciones, tratando de homenajear al pequeño y desde la convicción que le generan el amor su trabajo y el deporte de las dos ruedas. Incluso hasta le reconozco la valentía de “tomar el toro por las astas” y decir lo que sentía que debía ser dicho. Pero la cantidad de cosas que están mal en lo que escribió me resulta inaceptable. Por una sencilla razón: Lolo tenía 9 años. Ni 11, ni 12, ni 14, mucho menos 17, edad a la que una persona todavía se considera menor de edad. No soy experto en desarrollo madurativo, pero no creo que haga falta para saber que a los 9 años un niño es solo un niño; no es ni puede ser considerado un “piloto”, por más que el pequeño se perciba como tal. Ni tampoco creo que un chico de menos de 10 años debiera “estar entrenando, estudiando y trabajando para una sola cosa, ser el mejor”. A esa edad, los chicos -incluso los prodigios-, deberían estar jugando, no “compitiendo profesionalmente”, porque es justamente el juego lo que los prepara para la vida social. Incluso podría estar aprendiendo a andar en moto mediante el juego, en un contexto muy distinto al de la competición como si fuese un adulto. Y sí, es sabido que hay muchos otros deportes en los que niños de muy corta edad ya se creen profesionales, y los padres los alientan a participar en competencias descarnadas, ya sea en el tenis, en el fútbol o en el ajedrez. Pero eso no significa que esté bien. Y en el caso del motociclismo es muy diferente -muchísimo más grave-, porque la escencia misma del deporte incluye un altísimo riesgo de accidentes graves o muerte. De hecho parte de su éxito como espectáculo es justamente por eso. No hay manera de no ser consciente de esto, y exponer a niños tan pequeños -tan frágiles, tan inmaduros a ese nivel de riesgo es un error por más “medidas de seguridad” que se puedan tomar. No puedo dejar de insistir en esto, porque es fundamental que tomemos consciencia: tenía 9 años, no 11, ni 12, ni 14, ni 17. Nueve. Incluso la categoría los habilita a participar a partir de los ¡8!, para que compitan junto a otros chicos de hasta 16, como si fuese todo lo mismo. ¿Somos conscientes de la abismal diferencia física y madurativa entre esas edades?
Contexto
El instructor Dobalo da algunos datos de contexto, que por cómo están planteados entiendo que intentan minimizar la percepción del riesgo que Lolo corría. Destaco cuatro, que en buena medida hacen al “sentido común” en el ambiente motociclístico.
1. “La moto tenía un motor de 160 cc de cilindrada, motor promedio para una moto de cualquier aplicación de mensajerías y comidas de delivery”. Este planteo daría la sensación de que son motos “pequeñas y poco potentes”. Pero esas “motitos”, no pesan menos de 130 kg, el cuádruple del peso de un niño menor de 10 años. Es un riesgo enorme incluso que se le caiga encima estando parado.
2. “La velocidad de caída fue a apenas 40 km/h. Similar a la de una bicicleta ágil, ciclomotor o monopatín eléctrico”. Quiero resaltar el “apenas”, cuando el impacto de un cuerpo a 40 kilómetros por hora contra una superficie sólida es equivalente caer desde un segundo piso. Caer desde un segundo piso con menos de 10 años.
3. “Alcanzaba una máxima de 120 km/h en sólo un sector del circuito. Menos que la máxima en la Panamericana”; como si esos 10 km/h menos que la velocidad máxima permitida en Argentina fuesen un atenuante de riesgo. Un golpe a 120 km/h es el equivalente a caer de un doceavo piso. Ese es el riesgo real al que estuvo expuesto Lolo, por más que su caída haya sido a “solo” 40 km/h; y sigue siendo el mismo riesgo al que están expuestos todos esos nenes de menos de 10 años que participan en esa categoría. Y cualquiera que argumente que en el rugby, en el fútbol, o en cualquier otro deporte los nenes están expuestos a un riesgos similares, seguro deben razonar que cruzar caminando la calle Estomba un domingo a la hora de la siesta es igual de peligroso que cruzar la Panamericana.
4. Y por último, algo no menor: “En Europa, los chicos empiezan a competir a los 4 años. La mayoría de los campeones de MotoGP empezaron desde muy chicos”. Más allá del cinismo que implica la comparación con Europa, como si de alguna manera fuese un aval, lo delicado está en lo que se desprende del comentario sobre los campeones: pone como condición necesaria que para ser un gran campeón asumir este tipo de riesgos desde la más tierna infancia. Para “llegar” hay que exponerse a la muerte aún desde los 8 años, porque si no se supone que se estaría dando ventaja.
Una inteligente evaluación de riesgos, siempre en función de un potencial beneficio, es estar dispuesto a asumir las consecuencias más negativas de nuestras decisiones. Para algunos, parece ser que lo que pasó con Lolo es un riesgo tolerable en aras de convertir a un pequeño en un gran piloto.
Tolerancia
Ni me quiero imaginar por lo que están pasando los padres de Lorenzo. Sospecho que darían cualquier cosa por la posibilidad de haber tomado distintas decisiones. Pasa que muchas veces no tenemos la capacidad para vislumbrar que las peores consecuencias nos resultarán intolerables. El gran problema es que el sistema ofrece demasiados incentivos -promesas de gloria, reconocimiento social, dinero…- que pueden nublar el criterio para tomar buenas decisiones.
Un problema social y por ende político
Justamente para eso están la ley y las reglamentaciones, para poner límites y protegernos de tomar malas decisiones que pueden perjudicarnos a nosotros mismos, o a los que dependen de nosotros. No se trata solo de decisiones personales e individuales; cuando son temas en los que toda la sociedad se ve afectada -como este caso-, es que se hace necesaria una intervención del Estado, si es que las organizaciones deportivas no actúan con buen criterio.
Lamentablemente, muchas veces tienen que ocurrir tragedias para que la sociedad revise cosas que parecían estar bien. Estoy seguro de que este es uno de esos casos. Y no hace falta ser experto en seguridad deportiva para darse cuenta de que -como sociedad- estamos cometiendo un gravísimo error si seguimos permitiendo que niños tan pequeños se expongan a peligros que pueden terminar tan mal como en el caso de Lolo. Luego, se requiere un debate serio para determinar qué es lo más conveniente para proteger a esos chicos. Un buen ejemplo es el de la muerte de Senna, que cambió completamente a la Fórmula 1, e hizo que toda la reglamentación subsecuente ponga prioridad en la seguridad de los pilotos. Queda claro que eso es muy difícil en el motociclismo, por esto de que no hay manera que el vehículo actúe como protección, y una vez que el conductor perdió el control está librado a su suerte. Pero sí se pueden establecer mejores límites de qué tipo de riesgos estamos dispuestos a asumir de acuerdo a la edad de los pilotos. Y si eso implica una edad mínima mucho más razonable para competir de la manera en la que lo hacía Lorenzo, bienvenida sea.
No hay que ser ingenuos: una decisión de prohibir la participación de niños pequeños tendría consecuencias: desde chiquitos muy enojados y padres indignados, hasta pérdidas económicas por parte de sponsors, instructores y organizadores del espectáculo. Pero justamente para eso está la política, que a través de sus leyes y reglamentaciones puede dirimir intereses contrapuestos en función de lo que la mayoría de la sociedad cree más conveniente. Ojalá seamos una amplia mayoría los que estemos de acuerdo en que niños tan pequeños no deben estar expuestos a esos peligros nunca más.
RT