Parece una obviedad, pero no está mal recordar que la política no es más que la administración (pacífica) de conflictos de intereses. Por más que los políticos –sobre todo en las campañas presidenciales– prometan que sus futuras medidas “beneficiarán al conjunto de la sociedad”, queda claro que esto en general no es así, y que siempre hay beneficiados y perjudicados ante cada decisión.
En el “mundo de los autos”, la batería de políticas que viene prometiendo Milei avizora cambios muy profundos, que van a dejar ganadores y perdedores. Y no solo se trata de la industria o los consumidores; hay más “partes interesadas” en el escenario de la movilidad sobre cuatro ruedas, incluso la gente de a pie.
Si acaso todo sale según los planes del nuevo presidente (o sea bien, o más o menos bien), ya hay algunas cosas que ya se pueden intuir, teniendo en cuenta sus declaraciones, promesas y orientación ideológica.
Por el lado de la industria (o los fabricantes)
La “política industrial” no parece ocupar un lugar relevante en la agenda del nuevo mandatario, y eso no es un dato menor para una industria automotriz local que, en mayor o menor medida, ha venido teniendo apoyos y protecciones gubernamentales en las últimas décadas. Pero a juzgar por el rumbo económico que se viene prometiendo, ya se pueden sacar algunas conclusiones. En principio, un dólar “unificado” –y sin dudas mucho más alto–, les va a cambiar la ecuación a todos los fabricantes locales con respecto a los componentes que tienen que importar para producir, ya que hasta ahora lo venían haciendo al dólar oficial (que podría considerarse “subsidiado”). Dependiendo el nivel al que se ubique el dólar, los costos de fabricación pueden subir mucho, especialmente para los modelos con poca integración. Las marcas que fabrican modelos más orientados al mercado local (o “duplicados” con Brasil), seguramente van a sufrir, porque el mercado inicialmente se va a achicar y van a tener que afrontar más competencia de productos importados. En todos los casos, los fabricantes se verán beneficiados si se concreta la prometida eliminación de trabas a la importación, que hasta ahora venían siendo un dolor de cabeza para la producción. También deberían ganar competitividad si se produce la anunciada baja de impuestos; y seguro también ganarán rentabilidad por un menor impacto del costo de la masa salarial medida en dólares. Por eso las mayores beneficiarias serán las automotrices con perfil exportador –como Toyota– que ganarán competitividad en los mercados externos y aumentarán sus ingresos relativos con los dólares provenientes del exterior.
Queda ver si todas las empresas radicadas siguen apostando por la fabricación local, teniendo en cuenta que una apertura de la economía también les permitirá reemplazar los productos nacionales por similares importados. Son decisiones difíciles, porque en general los proyectos de inversión industrial abarcan períodos que superan largamente un período presidencial. También habrá que ver si Milei avanza contra el Mercosur, algo que cambiaría dramáticamente las reglas del juego actuales de la industria, especialmente en relación a Brasil, nuestro principal socio comercial en el sector. Lo que se puede tomar como dato es que la industria automotriz argentina ha demostrado ser bastante resilente y adaptable a la dinámica pendular de la economía doméstica. Veremos cuántos jugadores mantienen esa cualidad.
Por el lado de los consumidores
Aquí el tema es bien complicado. En el contexto actual, cualquiera de los planes monetarios de Milei que se tomen como referencia –dolarización lisa y llana o “competencia de monedas” – implican casi seguro una dramática reducción del poder adquisitivo de los que hoy tienen ingresos en pesos (al menos en una primera etapa, siendo optimistas). Se puede dar entonces la paradoja de una oferta de modelos mucho mayor, por una apertura de importaciones, pero mucho más lejos (que hoy) del bolsillo de la mayor parte de los consumidores. Si el plan de estabilización funciona en los “18 a 24 meses” previstos, y los ingresos empiezan a recuperarse, esta situación puede revertirse, incluso beneficiada por una baja de impuestos.
Los que si se van a ver ampliamente favorecidos son los sectores de altos ingresos, especialmente los que estén dolarizados (como los vinculados a la actividad agropecuaria o la exportación de servicios, por ejemplo), porque para ellos la relación ingresos/costo de los autos va a ser beneficiosa y la oferta de productos disponibles se va a multiplicar. Buenas noticias para los productos de alta gama.
Y para todos los consumidores, más allá de su estrato social, una buena notica sería una desregulación en los trámites y tasas para la compraventa de autos, que hoy son carísimas y engorrosas. Pero sin dudas lo que más impacto tendría, en el caso de que Mieli logre estabilizar la economía, aún con precios altos, es la vuelta del crédito, que para la compra de un bien durable como un auto es algo fundamental.
Por el lado de los importadores
Son potencialmente los que más tienen por ganar. Aún con precios de los autos por las nubes, tendrán una gran oportunidad de negocios si el nuevo gobierno cumple con su plan de abrir totalmente la economía, eliminar de las trabas y restricciones para la importación, e incluso bajar aranceles e impuestos. El escenario será muy favorable para los importadores de productos de gama media y alta, que podrían encajar perfecto con los sectores de consumo más favorecidos por las políticas económicas de Milei. Incluso puede esperarse la llegada de marcas que actualmente no están en el país, empezando por Tesla, que tiene todos los argumentos para convertirse en un símbolo de la “nueva era” liberal-libertaria. Si el aprecio que Elon Musk tiene por Javier Milei se concreta en un desembarco de sus autos, la marca estadounidense podría convertirse en esos Apple Stores que nunca se concretaron en los tiempos de Mauricio Macri.
La incógnita queda con respecto a las marcas chinas, tanto las que ya están como las que podrían llegar (que son muchísimas). Habrá que ver si las expresiones de Milei respecto de las relaciones comerciales con el gigante asiático se cumplen, y en ese caso deberán recurrir a alguna suerte de “triangulación” para llegar al país, lo que las haría menos competitivas. También es un interrogante qué pasará con el famoso Swap de monedas, que hasta hace poco era una enorme ventana de oportunidad para los importadores de autos chinos. La alineación irrestricta que Milei promete con los Estados Unidos podría sumar aún más problemas, en el caso de que escale la guerra comercial que mantienen los EE.UU. con China.
Por el lado de los trabajadores
Poco promisorias las expectativas por este lado. Con la fuerte devaluación inicial prevista, es improbable que los trabajadores de la industria (hoy entre los asalariados mejor pagos) mantengan su poder adquisitivo actual. Dependerá mucho del músculo (o la muñeca) de los gremios para negociar con las empresas, pero desde ya no van a contar con el apoyo del nuevo gobierno, que considera a los sindicatos como parte de “la casta” que hay que eliminar. Eso, sumado a una muy probable contracción del mercado interno, podría llevar a suspensiones y despidos en algunas empresas. Lo mismo vale para el sector autopartista, que además tendrá que lidiar con la apertura de importaciones. Hay un potencial foco de conflictividad ahí, y no será menor, porque hay más de 200.000 trabajadores involucrados directa o indirectamente en toda la cadena.
Por el lado de la sociedad en general
Varias cosas podrían pasar aquí. La “particular” relación personal que Milei tiene con el Estado –si pasa de las declaraciones al acto–, podría llevar a al desmantelamiento o la desfinanciación de varias agencias de control, desde el INTI para las homologaciones, hasta la Agencia de Seguridad Vial, en lo que hace al control del tránsito. La seguridad de conductores y peatones podría verse afectada si las ideas libertarias más extremas de Milei se llevan adelante. Por ejemplo, ha dicho estar en contra de las prohibiciones de manejar alcoholizado, en tanto el conductor se “haga cargo de los costos” que pueda generar. Es poco probable que logre implementar una agenda tan radicalizada, pero marca claramente un rumbo ideológico. Con ese mismo criterio, es poco probable que impulse leyes o regulaciones concernientes a la seguridad en los vehículos, ya que se estaría afectando la “libertad de empresa”. Y su posición negacionista con respecto al Cambio Climático hace poco probable que se impulse una agenda de movilidad sustentable, que quedará librada a la lógica pura del mercado.
En términos económicos, los automovilistas en general sentirán el impacto de la liberación total de precios de los combustibles, peajes y estacionamientos. En definitiva, la relación entre el costo de usar y mantener un auto, respecto de los ingresos de la gran mayoría de los usuarios, aumentará fuerte en un principio. Y habrá que ver dónde se ubica un esperado punto de equilibrio, si el plan de estabilización de la economía funciona. Esta situación sería complementada con una quita de subsidios al transporte público y la consiguiente liberación de tarifas de boletos, así que las alternativas de movilidad al automóvil también serán más caras.
Otro tema crítico es el de la infraestructura vial, si se cumple la promesa de eliminar completamente la inversión en obra pública y dejarla librada a las “reglas del mercado”. Habrá que ver qué pasa con las rutas y caminos “no rentables”, y cuál es el precio de equilibro de eventuales peajes, para las que sí reciban inversión.
Las buenas noticas podrían venir para los “fierreros”, “tuercas” y hasta los “carspotters”. Una eventual apertura de importaciones haría llegar todo tipo de autos, de esos que despiertan el deseo y la admiración de los entusiastas, aunque solo sea para verlos pasar por la calle o saber que circulan por el país. Como en los períodos de 1976-1980, 1990-2000 o 2016-2017, esta nueva etapa podría ser icónica para los fans.
¿Y si sale mal?
La fragilidad actual de la economía argentina, combinada con las intenciones drásticas de Milei, su relativa debilidad legislativa y hasta su temperamento tumultuoso, dejan una amplia posibilidad para que las cosas no salgan según sus planes, y deriven en una crisis de proporciones: política, económica y social. En ese caso, prácticamente todos los actores involucrados en el “mundo de los autos” pasarían a la columna de perdedores, con un mercado que podría descender a niveles similares o peores que los de 2001/2002. En ese escenario, hasta los sectores de consumo más elevado (los dolarizados), verían restringido el uso y disfrute de sus autos de alta gama: por una cuestión de pudor social, o directamente por temor.
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