La semana pasada conocimos la noticia de que, por primera vez en 40 años, la Argentina decidió retroceder en las políticas e instituciones que buscan garantizar que las mujeres y LGBTIQ+ puedan vivir una vida libre de discriminación y violencia al eliminar al órgano rector encargado de llevar adelante las políticas de género. Objetivo que está lejos de cumplirse cuando asesinan a una mujer cada 35 horas por motivos de su género y una de cada dos mujeres en pareja ha sufrido o sufre violencia doméstica en nuestro país. En pocos meses, el gobierno de turno desmantela una política de Estado que supimos conseguir a fuerza de luchas y consensos políticos transversales.
Era, en parte, una crónica de una muerte anunciada porque desde que monitoreamos la campaña presidencial desde ELA sabíamos que el candidato anarcocapitalista había elegido al Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y al feminismo como un caballito de su batalla cultural. No quisiera ocupar aquí más caracteres de los que ya ocupamos expresando nuestra preocupación por semejante retroceso e incumplimiento de nuestras leyes y constitución.
Sí quisiera detenerme en un punto que me llamó la atención y que hace a la recepción y aceptación de los discursos que se transmiten desde el gobierno nacional sobre la agenda de género en círculos no feministas, que abona a la reproducción de cierto sentido común que, si bien no inaugura La Libertad Avanza, sin dudas ayuda a profundizar y diseminar.
En distintos medios de comunicación algunos periodistas analizaron que esta medida forma parte de la estrategia de distracción que utiliza el gobierno para cambiar la conversación cuando las cosas no salen como el presidente quiere: cuando “lo importante”, léase la economía, no ofrece datos alentadores, desde el gobierno nacional se suele meter en agenda algún tema de supuesta menor relevancia concreta pero de alta efectividad simbólica para generar indignación social –especialmente en el arco progresista– y así cambiar el eje de la discusión. En un primer nivel, diría que estoy de acuerdo. El gobierno nacional efectivamente utiliza algunos temas –como la agenda de género– como caballitos de su batalla cultural. Pero ¿es acaso la violencia de género un problema de carácter altamente simbólico pero bajo en contenido concreto y material? ¿Es acaso solo una bombita de humo que nos tiran, una mera distracción?
Uno de los programas que la actual gestión paralizó es el programa Acompañar, que otorgaba un apoyo económico y psicosocial a mujeres en situación de violencia, durante seis meses, al entender que sin ingresos las mujeres difícilmente logran cortar un círculo de violencia, abandonar el hogar que comparten con su agresor y no volver. Llegamos a este tipo de intervención después de décadas de aprendizajes y avances, donde comprendimos que sólo con ofrecer mecanismos de denuncia, no alcanza. Más de uno habrá escuchado alguna vez de un caso donde una mujer que denunció a su pareja termina regresando con él, pensando que seguro no era para tanto. Quizás pocos piensen que detrás de esa decisión probablemente haya dependencia económica, falta de un hogar propio, de ingresos o de trabajo.
“Él me decía: sin mí vos no vas a poder, yo te mantengo, quién te va a tener así [...]. Estaba de capa caída. Volvía con él porque sentía que no me quedaba otra”, dice una mujer en el informe “Cadenas invisibles. Un análisis de las manifestaciones e impacto de la violencia económica en la vida de las mujeres”
Precisamente en una evaluación que hicimos del programa Acompañar, desde ELA pudimos constatar la importancia que tenía para las mujeres recibir un apoyo económico y los distintos usos que se le daba como medio para el fortalecimiento de su autonomía económica: desde solventar gastos urgentes y básicos, como también facilitar la compra de una máquina o herramientas y/o insumos para iniciar o fortalecer un emprendimiento. Por su parte, los equipos provinciales y municipales que implementaban el programa nos mencionaron que la difusión de esta política promovió que mujeres que hasta entonces transitaban en soledad el problema se acercaran a pedir ayuda, ocasionando que la demanda en muchos casos se duplicara y hasta triplicara.
Esos equipos provinciales y municipales que trabajan de manera directa asistiendo a mujeres valoraban este abordaje y pudieron contarnos los efectos concretos del desmantelamiento de las políticas:
“Trabajamos antes con el Acompañar. Este año ya no. Era de Nación y este año no sabemos cómo sigue. Y han habido femicidios en este tiempo, y nosotros sí los sentimos porque nosotros en el abordaje y la intervención que se hace con las mujeres, una de las estrategias es el programa económico. Porque para que la mujer pueda empezar a tener otra inserción en la sociedad y en un montón de aspectos de la vida, lo económico influye. En muchas ocasiones nos pasa que regresan con su agresor y a nosotros se nos cae el abordaje. Y es una de las consecuencias que estamos teniendo por la política pública del Estado”
“Sin duda tiene mucho que ver con la cuestión económica. Hay mujeres de las zonas nuestras en las cuales no tienen una autonomía económica. Entonces, no tienen su propia autonomía. Y cuando existe alguna situación de violencia no tienen a dónde ir”
(Testimonios de trabajadoras de áreas de género provinciales/municipales extraídos de “En estado de alerta. Monitoreo de políticas contra la violencia en Argentina entre diciembre – mayo de 2024. Informe preliminar”)
Hoy en día miles de mujeres dejan de pedir ayuda porque saben que no hay respuestas y vuelven a sufrir en soledad, exponiendo su vida y la de sus hijos. Esas mujeres no están por fuera de la crisis económica que describen los periodistas como el problema “importante” sino que están atravesadas por ella y doblemente vulneradas. La agenda de género es también una agenda económica.
Y es importante entender que cuando se cae un abordaje, se pierde una oportunidad. En el “mejor” de los casos esas mujeres continúan una vida con afectaciones a su salud de tipo emocionales/psicológicas y físicas, con diversas manifestaciones que van de la depresión en la mayoría de los casos, pero también, pérdida de autoestima, ansiedad, insomnio, hasta dolores físicos y enfermedades. En el peor, suman un femicidio a nuestras estadísticas. La diferencia es nada más y nada menos que la vida o la muerte.
No se me ocurre nada más concreto y material que poder ofrecerle a las mujeres y LGBTIQ+ la posibilidad de vivir una vida sin discriminación, con acceso al empleo, a oportunidades, a un salario digno, con una distribución más equitativa de las tareas de cuidado y sin acoso ni violencia. En definitiva, por eso luchamos las feministas. Para algunos será batalla cultural. Para nosotras es la posibilidad de vivir una vida digna. Fin.