Increíble tentación es el amor
Babasónicos
I. En el año 2020 publiqué un libro sobre el amor. Desde entonces no lo leo. Desde entonces que no vuelvo al asunto. Pensé que no iba a volver más, digo: a escribir sobre eso. Pero como no es un tema, sino una zona, un problema irresoluble, una insistencia, un enigma, una pregunta, eso volvió o, en rigor, nunca se fue. No es tanto que yo vuelva al amor, como que el amor no deja de volver. El amor se sigue escribiendo porque no hay modo de escribirlo todo sobre él. El amor se sigue escribiendo porque nunca está escrito del todo. El amor se sigue escribiendo porque es interminable, inextinguible. Y porque atraviesa, en sus distintas formas, casi todas las escenas de la vida cotidiana. Sobre todo la cotidianeidad del ejercicio del psicoanálisis, ahí donde la transferencia es una experiencia amorosa en la que están concernidos los dos, al menos dos, participantes. Es ahí, en ese entre-dos, que se escribe el amor transferencial.
Entonces vuelvo al amor “como se vuelve siempre al amor”: “con mi deseo, con mi temblor”.
II. Lacan dice que “el amor no se escribe sino gracias a una abundancia, a una proliferación de rodeos, de enredos, de elucubraciones, de delirios, de locuras –por qué no decir el término ¿no?– que ocupan en la vida de cada uno un lugar enorme”. A veces quisiéramos que ese lugar enorme fuera minúsculo, que no nos moleste, que no nos estorbe. El amor a veces es eso: un estorbo, una dificultad que nos inquieta y nos abisma. A veces no queremos saber nada de eso, en el sentido de la represión, y preferimos la anestesia que nos procura la ilusión de que podemos elegir no entrar en ese terreno. Y ahí surgen esos discursos que, tendientes al productivismo y al individualismo, suponen que el amor tiene que sumar y que si no suma, adiós. Y a veces, en cambio, el amor es la anestesia, la analgesia ante el dolor de existir. Lo dijo así Juan José Becerra en una entrevista a propósito de la salida de Amor (Seix Barral), la novela que acaba de publicar: “Es un consuelo que tiene algo de droga alucinógena, y supongo que esa es su gracia y la causa de su vigencia. Es de las drogas que pegan, que hacen otra realidad”. Otra realidad, una realidad extraña que nos hace otros, sobre todo para nosotros mismos. Salirse de sí: un alivio poco frecuente.
III. Hace años que se viene anunciando el fin de la novela, el fin del psicoanálisis, el fin de la historia, etc. Por supuesto que el amor también fue sentenciado al fin, pero “pronosticar su desaparición es medio un número cantado. ¿Qué no va a desaparecer?”, sigue Becerra. Por eso el título de la novela es un hallazgo. Y sale entonces esta novela de Becerra con una tapa muy perfecta: un corazón carnoso, vivo, sangriento, extirpado y metido en una caja como de museo. El corazón como órgano, como la bomba que es, un corazón despojado de todo y recuperando lo que de cuerpo, sangre y carne tiene el amor. A la vez, encerrado en una caja pulcra, blanca. El amor en el museo, el amor en desuso, el amor expuesto como reliquia. Hay algo de esta época que empuja hacia ahí, a meterlo en una caja, a mantenerlo a raya. A creer que se lo puede reducir, en el sentido en que la policía dice que redujo a un delincuente.
IV. Ficción dentro de la ficción, artificio dentro del artificio, Amor transcurre en distintas épocas y está compuesta de muchas voces, pero sobre todo, está escrita en registros distintos. Por supuesto que el amor no es el tema de la novela. O, mejor dicho, no es como tema que entra en la novela -y es que los únicos lugares donde podría entrar como tema sería en una tesis, en una monografía o en un paper científico, en la escritura institucionalizada, en la escritura que se pretende abarcativa, resolutiva, estabilizada y normalizada-. El amor, en Amor, entra como problema. Y los distintos tonos pretenden rodear el problema, abrirlo, extraerle un saber que siempre fracasa. No hay saber sobre el amor, por eso se escribe sobre el amor. No hay teoría sobre el amor y se escribe, no para saber, sino para no saber, para mantenerlo insabido. “No sé nada del amor, por eso escribo sobre el amor. Pero mi impresión -sigue Becerra- es que es un tema universal de orden secundario. Digamos que es el epifenómeno del verdadero gran tema universal, el único del que no se sabe nada de nada, y que es el tiempo”. El amor, como el corazón: una bomba hecha de carne y de tiempo, una bomba. de tiempo.
V. Amor comienza en 2123, momento en el que un tal Juan José Becerra se presenta como compilador de una colección llamada “Historias perdidas”. Así empieza: “el amor fue un afecto humano muy extendido hasta las primeras décadas del siglo XXI”. A partir de ahí se intenta rastrear qué es eso que llamaban amor en otros tiempos. Y mientras, los lectores asistimos a la escritura de una novela que se llama Otra novela de amor. Y asistimos porque la novela se está escribiendo en 2023. Esos rulos del tiempo son parte del asunto. El tiempo de Amor no es el mismo tiempo en el que transcurre el amor. Porque el amor es siempre un poco anacrónico. En Fragmentos de un discurso amoroso, Barthes sugiere que lo amoroso es una voz inactual. Esa inactualidad, entiendo, no es solamente puesta ahí en el sentido de un fuera de tiempo sino, además, en el sentido de un fuera de lugar. Lo amoroso no sólo es lo que viene a desubicar, a desorientar al sujeto, sino él mismo el desorientado, el desubicado. No se puede situar -es átopos-, no se puede fechar. Podemos fechar las relaciones, pero no el amor. ¿Cuándo empezó? ¿Cuándo terminó? ¿Cuándo fue que ya no hubo vuelta atrás? ¿Quién dijo qué? El libro escribe también eso: la irrupción de Eros como la cifra del destiempo y del desquicio, de la contingencia y del acontecimiento, de la descolocación y de la sorpresa. Atopía podría ser otro de los nombres de Eros, Eros es átopos, es insituable, inasible, es lo que está fuera de lugar; Eros es casi un exotismo, aquello que aparece alejado de un lugar propio, que aparece siempre extraño, extranjero.
Dice el narrador: “no es fácil recordar un sueño. Tiene algo de barrer vidrios. Aunque sobrevivan todos los elementos, muere la forma general”. Eso también es escribir una historia de amor. Vidrios rotos, desencaje del tiempo, discontinuidades y fragmentos dispersos: los materiales con los que el narrador intenta escribir la novela de amor, los materiales con los que se intenta escribir el amor. “Un montaje enloquecido”, eso es Amor, eso también es el amor. Como en otras novelas de Becerra, se trata también del tiempo -y de la literatura y de la escritura-, sobre todo de la suspensión del tiempo: “les gustó el suspenso, que es la acumulación de un deseo específico: el del que espera que pase lo que tenga que pasar en la medida en que todavía no pase”.
Me gusta especialmente este momento del encuentro amoroso: “Las calles volvieron a poblarse y ellos caminaron juntos por primera vez, amoldando sus ritmos personales a un paso común, y no quedaron en nada, lo que abrió un campo en el que crecían en simultáneo laberintos y desiertos”. No quedaron en nada. Y esa nada abrió un mundo, el mundo que se abre gracias a lo incierto. El amor no necesita un proyecto, el proyecto es otra cosa. Puede haber amor sin proyectos y también proyectos sin amor -esto último abunda-. Porque Eros no se corresponde con la concreción de nada nombrable. El deseo es siempre deseo de otra cosa. El deseo, dice Jean Luc Nancy, “es desear que pase algo, no tener algo”. Porque el amor que pone a jugar el deseo no está interesado, como sugiere Oscar Masotta, en los objetos que el otro pueda dar, se abastece de nada. Esa nada es la que cifra todo, no como totalidad, sino como una especie de absoluto. Esa nada produce, justamente, el cese de las condiciones. Como si nunca fueran propicias las condiciones cuando el amor se precipita. Marcial, uno de los protagonistas, dice: “no estoy hablando de amor romántico. Eso es literatura de llorones, una moda de retardados...No sirve. Les sirve a los snobs del amor, a los consumistas. Está clarísimo que el romanticismo es producto. Yo hablo de asumir un amor feliz ahí donde aparece, al margen de las condiciones. Un amor feliz es capaz de suprimir las condiciones en las que brota. `Brota´ es, a mi juicio, la palabra correcta para hablar de amor. Y uno está obligado a asumir ese brote escapándose de las condiciones (...)”.
VI. No puedo decir mucho más de la novela. Acabo de terminarla, necesito el tiempo en silencio del después de una buena novela, esas novelas que lo dejan a uno en un estado del que no se quiere salir muy rápidamente. Como el amor, la lectura: una cosa es la experiencia y otra es lo que se puede decir de eso. Es una diferencia entre lo que se escribe del amor y “la realidad extraviada que lo hizo posible”.
Sólo pensé que la literatura que más me gusta es siempre la que, como la de Becerra, hace que la forma y el contenido no puedan escindirse -una novela que se llama Amor y que funciona llevando el artificio al paroxismo, un “montaje enloquecido”-. Se trata de una literatura que no escatima ironías, humor y desparpajo de los cuerpos y del lenguaje. ¿Acaso el amor no está hecho de todo eso? Y también de oscuridad: “la única materia del universo”.
No puedo decir mucho más y entonces me refugio en lo que dice el narrador acerca de uno de los protagonistas de la historia de amor, Marcial: “La conclusión a la que llegó es que no se puede decir nada. Lo supo toda la vida (...) No sabe qué es esto, y nunca lo sabrá. Este baile que bailamos”.
VII. Este poema de Cristina Peri Rossi incluido en Detente, instante, eres tan bello, su poesía reunida editada por Caballo Negro:
La pasión
Salimos del amor
como de una catástrofe aérea
Habíamos perdido la ropa
los papeles
a mí me faltaba un diente
y a ti la noción del tiempo
¿Era un año largo como un siglo
o un siglo corto como un día?
Por los muebles
por la casa
despojos rotos:
vasos fotos libros deshojados
Éramos los sobrevivientes
de un derrumbe
de un volcán
de las aguas arrebatadas
Y nos despedimos con la vaga sensación
de haber sobrevivido
aunque no sabíamos para qué.
Y se entra al amor, como dice Becerra en ¡Felicidades! (Seix Barral), “como si se entrara a un edificio incendiado del que ya sé de antemano que no va a salir nadie vivo”.
Y este poema de José Sbarra, incluido en El mal amor, de editorial Dagas del sur:
Siempre olvidamos que
lanzarnos al amor
es empezar a construir un recuerdo
que seguramente será terrible.
VIII. Hubo, en todas las épocas, intentos de clasificar el amor. De codificarlo, de encerrarlo en compartimentos estancos. Cada época escribe su sentido común acerca del amor, sus paradigmas y sus doxas. Por supuesto que cada época dicta cómo se debe y no se debe amar, cojer y desear. Cada época determina las formas del amor, las lleva hacia algún lugar e intenta paralizarlo, asediarlo. Pero ni el deseo ni el amor se dejan subsumir del todo en esos mandatos. Deseo y amor son, también, nombres de la pequeña resistencia que cada uno encuentra para cerrarle un poco la boca vociferante a la época, apagar los ruidos de esas pretendidas verdades que se gritan y que nos aturden. El amor como resistencia se escribe en los pequeños intersticios de los silencios, de los tonos bajos que se despliegan en una experiencia; el amor como resistencia es casi inaudito, sin épica, sin estridencias. Una experiencia amorosa, esa que no deja ninguna enseñanza, que no se acumula como el capital, que no nos hace ahorrar tiempo en la próxima experiencia, que no nos resguarda de equivocarnos. Una experiencia, no la experiencia. El amor no enseña nada, porque no sabe nada.
IX. Me gusta muchísimo este cuento de Martín Kohan (incluido en Cuerpo a tierra, de Eterna Cadencia) que narra el encuentro amoroso entre Fierro y Cruz. Pero, sobre todo, me encanta el título: El amor.
X. Termino con un poema de Águeda Pereyra incluido en El breve sismo (Modesto Rimba):
Y el amor
era entonces
un lugar de enunciación
-casi como decir cualquier cosa verdaderamente-.
AK