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Cuando digo poesía, me refiero a toda la buena literatura

I. Hace poco Diego Rojas me preguntó si siempre había leído poesía. Una pregunta en apariencia anodina me dejó algo perpleja, pensando; me dejó con el asunto dando vueltas, sin poder dejar de ocuparme de él. Y no. No siempre leí poesía. No sé si puedo decir cuándo empecé, pero sé que no es algo que haya estado en mi vida del mismo modo en que estuvieron los otros géneros. Aunque la poesía es otra cosa, no sólo es un género. No sé desde cuándo pero sé que ahora ya no puedo no leer poesía. No hay un día entero que pase sin que eche mano a algún poema, un verso, algo. No hay manera de que la vida, ahora, transcurra sin ella. Entonces, a partir de la pregunta de Rojas, quise construir, no una respuesta temporal -desde cuándo leo poesía-, sino una respuesta que me dé alguna pista de qué hace la poesía en mí.

II. “La poesía, eso hace algo”, escribe Lacan y hay que subrayar eso. No es la poesía la que hace algo, sino que la poesía es un modo en que eso hace. Un hacer efecto del decir. También dice: “el psicoanálisis, eso hace algo”. Y entonces me acordé de lo que Freud le escribe a Thomas Mann: “las palabras del poeta son, en efecto, acciones”. La palabra poética: esa palabra que hace algo: nos alivia de la pesadez de los signos. Me gusta cómo lo dice Fabián Casas: “Los buenos poemas están hechos de preguntas, aunque aparenten afirmar algo. De esa manera, los que leemos podemos meter nuestra propia experiencia. En un bloque sólido, duro, uno no puede meter nada: eso es la publicidad”. No hay poesía sino en los agujeros.

 

III. Dice Roland Barthes: “nada en especial, dice el haiku, en conformidad con el espíritu del Zen: el acontecimiento no es nombrable de acuerdo a ninguna especie, se corta su especificidad; como un rizo gracioso, el haiku se enrolla sobre mismo, la estela del signo que parecía haber sido trazada se borra: nada ha sido adquirido; la piedra de la palabra ha sido arrojada para nada: ni olas ni corrientes del sentido”. “La poesía no sirve para nada”, dice Mirta Rosemberg. “El amor no sirve para nada”, dice Lacan. El psicoanálisis tampoco. Amor, psicoanálisis, poesía: hacer con las palabras para resistirse al imperio de lo útil; hacer con las palabras para agujerear el agobio del sentido que adormece. No para que haya sinsentido -que no es más que el colmo del sentido-, sino para que haya fuga posible. “Las palabras adquieren un valor muy diferente del valor habitual; aunque sea un poema coloquial las palabras quieren decir otra cosa”, dice Mirta Rosenberg. Y en ese desliz, en ese desplazamiento, se abre un mundo.

IV. EL ARTE DE NARRAR, de Juan José Saer:

Ahora escucho una voz que no es más que recuerdo. En la 

 hoja

blanca, el ojo roza la red negra que brilla, por momentos,

como cabellos inmóviles contra la luz que resplandece,

 tensa,

al anochecer. Escucho el eco de una palabra que resonó

antes que la palpitación del oído golpeara, y se estremece

la caja roja del corazón simple como un cuchillo. ¿No hay

otra cosa que días atravesados de violencia sutil, detención

abierta hacia momentos más blancos que el fuego? Está el

 rumor

del recuerdo de todos que crece —el resonar de pasos

sobre caminos duros como planetas que se entrecruzan en

 regiones reales—

con el mismo rumor inaudible de los cuerpos que se abren

y de la lluvia verde que se abre imposible hacia un árbol

 glorioso. Nado

en un río incierto que dicen que me lleva del recuerdo a la 

 voz.

V. Hace poco, Juan B. Ritvo empezó a publicar poesía. Andrés Mainardi lo entrevistó. Ritvo dijo “La poesía es un corte, es una ocurrencia que se va desplegando. A veces uno no tiene ni la menor idea de adónde va”. Quizás en ese mismo sentido es que Lacan dijo: “con la ayuda de lo que se llama la escritura poética, ustedes pueden tener la dimensión de lo que podría ser la interpretación analítica.”

VI. Freud escribió los historiales clínicos como si fueran literatura. Y entonces se justificó diciendo que el cuerpo con el que se encontró no podía ser dicho con el lenguaje burocrático de la ciencia. Necesitaba de la poesía para dar cuenta de su hallazgo. Y decía poesía, creo yo, como lo dice Saer en el epígrafe. En una ocasión, Freud le menciona a Arnold Zweig en una carta que la libertad literaria se ve contrapuesta a la “realidad histórica”, la poesía es “la tierra de nadie” donde puede ejercerse la libertad de la imaginación sin miramientos por la realidad fáctica ni por el rigor histórico.

VII.

 Me gusta cuando Osvaldo Bossi dice que “la poesía es el terror de la lengua. Siempre, de algún modo, la está poniendo en jaque o entredicho”. Y entonces pienso en Barthes y sus escamoteos y sus trampas a la lengua. Porque no hay afuera de ella. La poesía es el borde, no hay más allá. Es el borde y es el margen, es el margen subversivo de la lengua -vaya si lo sabía Platón-. Por eso se emparenta tanto con la comedia, que también estaba en los bordes de la ciudad. El origen de la comedia proviene de komos, cifra de la errancia de los comediantes por haber sido “expulsados, por deshonor, de la ciudad” (Aristóteles), y la kõmodia resulta ser el canto del kõmos, de los ciudadanos que bailaban y cantaban por las calles, embriagados, en las fiestas de Dionisio“. El Witz -que es el chiste pero también el ingenio, el modo de hacer cosas con el filo de las palabras, como la poesía-, que también se pone en juego en la comedia, muta el displacer en placer y ”figura una revuelta contra la autoridad, un liberarse de la presión que ella ejerce“, dice Freud.

VIII. 

A propósito del bello libro de Lola Halfon, Todavía hay fuga -Tanta ceniza editora-, 

Luis Gusmán escribió: “Como la lengua, la música del agua es también impredecible: las olas a veces bailan enloquecidas como en el mar desquiciado y otras lentas como encantadas por una melodía de paso. «De todas las aguas / prefiero el río / que va y va y va», dice la poeta. Verlo irse tiene su encanto; es como ver correr el tiempo, la vida, la lengua. Quizás la poesía sea eso: reconocerse uno mismo en esa fuga, como aquella voz que ocurre dentro de un idioma desconocido y se abre paso a través de los días que simulan ser «tierra firme»”.

Irme de mí: no siempre pude. Quizás de eso se trate lo más lindo de la práctica del psicoanálisis y también de la lectura de poesía.

AK

Cuando digo poesía, me refiero a toda la buena literatura

I. Hace poco Diego Rojas me preguntó si siempre había leído poesía. Una pregunta en apariencia anodina me dejó algo perpleja, pensando; me dejó con el asunto dando vueltas, sin poder dejar de ocuparme de él. Y no. No siempre leí poesía. No sé si puedo decir cuándo empecé, pero sé que no es algo que haya estado en mi vida del mismo modo en que estuvieron los otros géneros. Aunque la poesía es otra cosa, no sólo es un género. No sé desde cuándo pero sé que ahora ya no puedo no leer poesía. No hay un día entero que pase sin que eche mano a algún poema, un verso, algo. No hay manera de que la vida, ahora, transcurra sin ella. Entonces, a partir de la pregunta de Rojas, quise construir, no una respuesta temporal -desde cuándo leo poesía-, sino una respuesta que me dé alguna pista de qué hace la poesía en mí.