La ansiedad es omnipresente. En lo que se siente como un gran último round, este domingo Nicolás Maduro, líder del Gran Polo Patriótico Simón Bolívar y presidente en ejercicio, se enfrenta a Edmundo González Urrutia, candidato de la Plataforma Unitaria, que condensa a más del 90% de la oposición. Ambos sectores, en disputa desde la llegada de Hugo Chávez al poder, a fines del siglo pasado, han hecho todo lo que estaba a su alcance. Apagones, presidentes autoproclamados, intentos de golpe, inhabilitaciones post-elección, pedidos de intervención de los Estados Unidos, advertencias de baño de sangre, atentados a plena luz del día. Pero, con una sociedad que se vuelve a movilizar luego de un largo letargo, pareciera ser que todas las chances están en juego en esta elección. Y en las calles de Caracas desborda el pulso de la oportunidad.
El jueves, tres días antes de la elección, la ciudad se partió con la Plaza Venezuela como epicentro. Al oeste, territorio chavista, Maduro encabezó una jornada de actos de cierre plagada de escenarios, música y fiesta. Al este, en un acto más modesto, la oposición organizó un cierre protagonizado por María Corina Machado, la líder espiritual de la oposición venezolana pero inhabilitada por el Tribunal Supremo de Justicia a ejercer cargos públicos, con González Urrutia a su lado.
Ambos lados de la movilización coincidieron en un punto: el domingo se juega todo. Los comicios se llevarán a cabo a partir de las 6 de la mañana a lo largo de más de 30.000 mesas de votación. Hay diez candidatos para la presidencia, pero esta vez son solo dos los que se disputan el juego.
“El factor de sorpresa es la inteligencia de la oposición”, dice a elDiarioAR José Natanson, autor de Venezuela, ensayo sobre la descomposición, libro donde narra el declive del proyecto chavista y su impacto en la región. Hasta ahora, el comportamiento opositor había sido, por lo menos, torpe. Seguían la ruta electoral, después se abstenían, denunciaban fraude, reconocían. Un desorden que el gobierno capitalizó para seguir al mando. Pero ahora, opina Natanson, “hicieron todo bien”. El Gobierno inhabilitó a su candidata electa, proscribió a la segunda —María Corina Yoris— y entonces la oposición se rearmó apuntando a un tercero y definitivo. “Y ahora sí están cerca de ganar”, dice.
Las encuestas son dispares, algunas dan a Maduro una victoria arrasadora y otras lo dejan en el suelo frente al enorme caudal de votos de González Urrutia. Pero la calle, el único termómetro palpable, dice que el madurismo sigue manteniendo un núcleo duro, mientras que un sector que estaba más bien aletargado ve una oportunidad de cambio en el personaje de González Urrutia.
En ese escenario apretado, hay un factor que preocupa a la oposición. Hace ya unos meses que hay denuncias de irregularidades en la inscripción de venezolanos en el exterior. De un padrón de al menos tres millones, según The New York Times, solo pudieron anotarse 69.000. Este es un factor importante, que podría ser instrumentalizado por la oposición en el caso de perder por poco.
Venezuela, récord en “es más complejo”
Hay algo más. Caracas, por lo menos, está muy lejos de parecerse a las imágenes que vio el mundo hace apenas algunos años. En la ciudad el desabastecimiento y la inseguridad quedaron en el pasado, aunque grabados en la memoria de las personas. Los mercados hoy no solo están llenos de productos, sino también de personas comparándolos. Por la noche las calles que hace apenas algunos años se vaciaban por completo a partir del atardecer rebalsan de familias, grupos de amigos, parejas. Habitan el espacio público, sí, pero también consumen mucho. Es una escena desconcertante para quienes por años vimos por televisión las imágenes un país diezmado.
Gran parte del caso de Venezuela se inscribe en su dependencia de un solo commodity —el petróleo— que, a su vez, moldea una sociedad distinta a las del resto de América Latina. Quizás por eso la comparación con Argentina, aunque en algunas fotos haya similitudes, es imprecisa. Natanson describe a Venezuela como un “gran campamento” anclado en un vínculo entre su gran recurso, el origen del 94% de sus exportaciones, el Estado que lo administra y la sociedad que demanda su derrame. Un Estado rentista, apunta, cuyo 63% del presupuesto público se explica por la renta del petróleo, volviéndolo veneno y salvación.
El Estado tiene el control íntegro de la economía, pero el monopolio económico también implica que factores como sanciones y malas decisiones en la macro puedan disparar crisis brutales. Entre 2013 y 2019 el bolívar se devaluó en un 7.208.437.400,34%. Y, en los últimos diez años, se fueron de Venezuela 7.7 millones de personas, casi el 25% de su población total, en busca de una vida más estable.
El panorama cambió. Hoy faltan cifras confiables oficiales, pero el Fondo Monetario Internacional (FMI), del que no se sospecha alianza con el madurismo, aseguró en un reporte de abril 2024 que Venezuela será el país con mayor crecimiento económico de la región este año, ubicado en un 4%.
Según el comercio, los precios están anunciados en bolívares o en “ref”, que es, esencialmente, el dólar americano. Un freno de mano macroeconómico en una colina empinada: la forma en la que el gobierno logró planchar una inflación exorbitante y habilitar una reactivación del consumo.
“[Donald] Trump endureció las sanciones pensando que eso provocaría un cambio de régimen político”, dice Natanson refiriéndose al primer Trump, el presidente, en 2018. “Pero eso generó un cambio de régimen económico, acelerando la crisis y la posterior dolarización”. Hoy Estados Unidos asume otra postura, más dialoguista, porque pareciera quedar claro que hay un interés común. Venezuela quiere que se levanten las sanciones, poder entrar de vuelta a la escena internacional y recuperar su diáspora, y Estados Unidos ve un escenario internacional donde reabrir el diálogo podría traerle provecho económico pero también lograr que el flujo migrante hacia su frontera disminuya.
Otra coincidencia entre personajes disímiles: Nicolás Maduro, González Urrutia, Donald Trump y Kamala Harris saben que hay que buscar una respuesta a la crisis migratoria venezolana, contenida por acuerdos temporarios con países como Panamá, México y Colombia, pero que constituye un problema estructural urgente. Y, en distintas intensidades, entienden que esa respuesta no puede ser taponar la frontera en el norte, o simplemente decir que son bienvenidos de vuelta en Venezuela.
Pero el país es todavía un signo de pregunta para quienes se fueron. Leonardo, quien pidió no revelar su verdadero nombre, tiene 23 años y casi ningún amigo viviendo en Venezuela. La mayoría se fueron a pie hacia los Estados Unidos, encarando el peligroso cruce del Darién y los desafíos de México. Otros “hacia abajo”, a Chile y Argentina.
“Quiero capitalismo”, dice Leonardo. “La gente se acostumbró a vivir como en Cuba, hay falta de eficiencia, las personas hacen pocas comidas”. A la pregunta de qué le gustaría que pase en su país, contestó: “Que vengan empresas extranjeras. Tenemos petróleo”.
Desorden y expectativa
“Seremos vencedores, aquí se demuestra”, dijo señalando a su alrededor con brazos alargados Marvin Bastidas, una mujer que asistió al cierre de Maduro con sus dos hijos. “Para el domingo todavía hay suspenso, pero sabemos que seremos triunfadores”. A la pregunta de qué futuro querría para sus hijos, Bastidas contestó que el mismo que tienen hoy: poder hacer deporte, recibir educación. “Tengo que reconocer que el sueldo es bajo”, aclaró, “pero es mucho lo que ha hecho por nosotros nuestro presidente”.
El comentario de los sueldos es un leitmotiv entre venezolanos, independientemente de su afiliación política. Los sueldos continúan muy bajos —algunos en 5 dólares por mes— pero la economía venezolana está tan emparchada como otras de América Latina: asistencia social, bolsones, bonos, remesas, economía informal. Una economía renga, pero inconmensurablemente más dinámica que la que vivió la parálisis de las góndolas vacías y las cifras exorbitantes de devaluación.
Con este panorama el madurismo está convencido de su victoria, o al menos así lo dicta su discurso. Durante su cierre Maduro aprovechó la reciente baja de Joe Biden para atacar a su contrincante, de 74 años, por su edad. “Sólo nosotros garantizamos la paz y la estabilidad de este país”, dijo frente a la concentración en la Avenida Bolívar. “¿Quieren ustedes un presidente débil y sin liderazgo?”
A pocos kilómetros, María Corina Machado afirmó que están “listos para ganar”. Su movilización, que fue sobria, cerró un proceso de semanas de eventos a lo largo del país plagadas de acusaciones de entorpecimientos organizados por el gobierno. Uno de sus puntos de discurso más recurrentes fue el llamado a la ciudadanía a participar como testigos de los comicios del domingo, que se desarrollan con voto electrónico a través del sistema Smartmatic. La oposición reportó que ya hay más de 84.000 ciudadanos acreditados para ello.
La paz al final del túnel
Sobre el mediodía del cierre de campaña la gente parece esperanzada. Nadie quiere hablar on the record, ni dar su nombre, pero cuando se les ofrece el anonimato conversan con soltura. Una pareja detrás del mostrador de una florería del centro dice que sí hubo un repunte de la economía, pero no de su negocio, porque no es de primera necesidad. Una joven que atiende una verdulería enumera más de diez países donde tiene a sus seres queridos desperdigados, pero dice que ella sigue acá porque su marido está enfermo y porque reciben algunas remesas que los ayudan a llegar a fin de mes. Una joven votante de Maduro se conmueve al decir que su hermana emigró a Argentina hace cuatro años y tuvo una niña a la que aún no conoció, pero que querría poder visitar algún día si su sueldo mejora.
Todos, ante la pregunta sobre si están listos para votar, sonríen. Sí, a primera hora.
Pero las sonrisas se desarman ante la pregunta sobre qué pasará el domingo. Nadie lo sabe. Los escenarios posibles se configuran con la combinación de distintos elementos, incluyendo quien gane, por cuanto margen, si el oponente reconoce su derrota y si hay posibilidad de diálogo o transición. Los peores escenarios, también verosímiles, pronostican conflictividad, entorpecimiento y violencia.
Hay una cosa que sí es evidente, y José Natanson la define con claridad: “La sociedad lo que quiere es tranquilidad”. Como en otras latitudes, al final, el domingo también se trata de eso.
LCH/DTC