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La bicicleta de Chicho

Dos semanas atrás, Victoria De Masi llegó a la redacción del diario para la reunión de sumario de los miércoles. Se sentó en una de las esquinas de la mesa, junto al ventanal que da al patio, y cuando le tocó su turno, deslizó: “Tengo una buena historia, pero también dudas”. La historia en cuestión es la de Chicho, Juan José Milei, el tío del Presidente. Las dudas, las mismas que nos planteamos todos en la reunión: ¿Por qué contar esa historia? ¿No es algo privado? ¿Qué relevancia tiene para el público? ¿Es periodismo o sólo una estrategia para conseguir lectores?

Hubo discusión, hubo debate, pero lo cierto es que no hubo dudas. Todos estuvimos de acuerdo, era una gran historia y había que contarla. Juan José Milei es la síntesis de esta Argentina que nos toca vivir, la del laburante que está a punto de jubilarse pero que en el camino se le quedaron años de aporte de trabajo en negro, la del tipo que a los 63 años sólo puede pedalear y pedalear para llegar a fin de mes. Chicho es la síntesis de la Argentina dividida y crispada, la del voto enojado. Es la Argentina cruzada por la irrupción de los libertarios y el trabajo precarizado. De un lado está él, peronista, admirador de Cristina y votante de Massa. Del otro, esa parte de la familia con la que ya no se habla, y a la que no quiere recurrir aunque le rematarán la casa. Son los antiperonistas, los que tuvieron visión para los negocios y les fue bien.

Esta historia trae también un poco de luz sobre los vínculos del Presidente sobre los que poco se sabe, más allá de sus siempre presentes mastines ingleses y su hermana Karina.

Este fin de semana estará listo finalmente el canil en la Quinta de Olivos para que el Presidente pueda mudarse allí con sus perros. Javier Milei prometió que a su regreso del viaje a la Antártida dejará la habitación que ocupa en el Libertador Hotel, donde se aloja desde que empezó la campaña electoral. Emilia Delfino y Alejandro Rebossio contaron días atrás sobre las sospechas de dádivas que genera esa estadía. El viernes, estuvo frente al hotel Facundo Lo Duca cubriendo la protesta de las cocineras de los comedores comunitarios. Protestaron con sus cacerolas vacías pero ordenadas y en fila para no pasarse de la vereda y activar el protocolo antipiquetes, el nuevo “chiche” de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Con una inflación que en los barrios populares roza el 50% mensual y la demora en la entrega de alimentos, el panorama en los comedores resulta desolador.

El viernes, advirtieron, volverán a protestar, pero en Olivos, frente a la nueva residencia del Presidente y sus mastines.

Las protestas aparecen tibias en una escenario donde los precios no paran de crecer día a día y en el que la reforma planteada por el Gobierno –vía DNU y ley ómnibus– parece más un tackle a la institucionalidad que un conjunto de herramientas pensado para salir de la terrible crisis económica que mantiene a más de la mitad de los argentinos en la pobreza. 

Esa embestida, que mezcla en el mismo saco llevarse puestos por delante derechos laborales con medidas tan fuera de contexto como que los jueces vistan toga, quedó empantanada por tres fallos judiciales que le pusieron un freno al DNU. Emilia Delfino lo cuenta en su nota de hoy y adelanta un escenario complejo para el Gobierno en su intento de voltear leyes a puro decretazo.

Tampoco parece tener mejor suerte la ley ómnibus. El oficialismo tiene apenas el 20% de las bancas del Congreso y en ese porcentaje las fidelidades tampoco están aseguradas en su totalidad. En esa debilidad el Gobierno pretende conseguir la aprobación de una ley de 664 artículos que modifica leyes que a la sociedad civil le costó décadas de debates y negociaciones, acuerdos que la vida democrática requiere y que al oficialismo no pareciera muy convencido en alcanzar.

“Los derechos violentados son infinitos y la precariedad jurídica de la propuesta mete miedo”, plantea Sebastián Lacunza en su panorama.

Sebastián escribió también sobre las Abuelas de Plaza de Mayo. Es una nota agridulce: De las 200 abuelas que tuvo la organización sólo hay dos plenamente activas: Estela de Carlotto y Buscarita Roa. Pero en el medio hay 133 nietos recuperados a los que quisieron borrarles la identidad y los que gracias al trabajo de esas mujeres hoy saben quiénes son.

Así arrancamos el 2024 en elDiarioAR. Queremos que nos acompañes y necesitamos tu apoyo para seguir construyendo este camino, un camino en el que hay tiempo para encontrar historias como las de Chicho y recordar la de la Estela. Este es el camino en el que creemos, el del periodismo independiente.

MG

Dos semanas atrás, Victoria De Masi llegó a la redacción del diario para la reunión de sumario de los miércoles. Se sentó en una de las esquinas de la mesa, junto al ventanal que da al patio, y cuando le tocó su turno, deslizó: “Tengo una buena historia, pero también dudas”. La historia en cuestión es la de Chicho, Juan José Milei, el tío del Presidente. Las dudas, las mismas que nos planteamos todos en la reunión: ¿Por qué contar esa historia? ¿No es algo privado? ¿Qué relevancia tiene para el público? ¿Es periodismo o sólo una estrategia para conseguir lectores?

Hubo discusión, hubo debate, pero lo cierto es que no hubo dudas. Todos estuvimos de acuerdo, era una gran historia y había que contarla. Juan José Milei es la síntesis de esta Argentina que nos toca vivir, la del laburante que está a punto de jubilarse pero que en el camino se le quedaron años de aporte de trabajo en negro, la del tipo que a los 63 años sólo puede pedalear y pedalear para llegar a fin de mes. Chicho es la síntesis de la Argentina dividida y crispada, la del voto enojado. Es la Argentina cruzada por la irrupción de los libertarios y el trabajo precarizado. De un lado está él, peronista, admirador de Cristina y votante de Massa. Del otro, esa parte de la familia con la que ya no se habla, y a la que no quiere recurrir aunque le rematarán la casa. Son los antiperonistas, los que tuvieron visión para los negocios y les fue bien.