Pez Banana es un club del libro que funciona así: por una suscripción mensual, recibís en tu casa un libro. La selección la hacen Florencia Ure y Santiago Llach.
Los libros son siempre de ficción y la cuota es equivalente al precio promedio de cualquier título que puedas encontrar en las librerías.
También son nuevos, nunca te va a tocar uno que ya tengas.
En sus redes entrevistan a autores, editores, traductores o charlan entre ellos sobre literatura.
Para llegar al elegido del mes, leen (casi) todo lo que se publicará, así que aprovechan y escriben un newsletter con recomendaciones. El newsletter es buen espacio para hablar de libros favoritos que pelearon la final, de otros más de nicho que no imaginaron como “libro del mes” pero que por igual les gusta, presentar editoriales no tan conocidas, rescatar algún clásico que se haya publicado con nueva traducción. En fin, contar un poco el panorama editorial según sus miradas.
Hola, queridos lectores. Estas son los libros con los que nos estuvimos entreteniendo últimamente:
La otra hija, Santiago La Rosa (Sigilo)
Mildred Burton. Fauna del país, Mariana Enríquez y Marcos Kramer (Museo de Arte Moderno de Buenos Aires)
Flor: Empecé esta novela, La otra hija, de Santiago La Rosa, y me pasó lo mismo que cuando miro un cuadro de Mildred Burton.
Es por eso que aprovecho esta asociación libre para hablar de estos dos libros que leí en paralelo y que empezaron a amalgamarse poco a poco. Aclaro que el libro de Mildred no es el catálogo de la muestra (2020, Museo Moderno) sino un libro-libro maravilloso, una edición bilingüe de lujo que además tiene algunas reproducciones de sus pinturas. Mariana Enriquez empieza a entrelazar las obras de Burton con datos biográficos y ficción y logra un texto glorioso y espeluznante. Lo lees y ya no podés separar los cuadros de las historias que Enríquez les teje alrededor. Envuelve los cuadros en un clima donde todo se potencia. Un festín de terror, una dupla macabra absolutamente genial. El texto curatorial de Kramer acompaña sin quedarse atrás, además de ser poético e iluminador.
En La otra hija el silencio del pasado muta al presente con violencia sin control. Porque los fantasmas no piden permiso, te tienen como un monigote haciendo síntomas (cuando no locuras). En la novela, un joven se pone a indagar la historia de su padre al enterarse de que va a tener un bebé. Todo relativamente estándar hasta que pequeños detalles imperceptibles te empiezan a alarmar y muestran que su pasado está repleto de agujeros negros. Horrores sepultados con esmero que el personaje necesita desmenuzar para poder seguir. La idea (correcta o desgraciada) de suponer que entender a nuestros padres salvará a nuestros hijos.
Así transcurre esta historia en la que lo fatídico siempre está. Lo mismo que pasa en la obra de Burton. Lo siniestro está ahí, camuflado, no sabemos dónde, pero al acecho. Y cuando descubrís lo monstruoso, no podes dejar de mirarlo. Hay mucho de literario en Burton y mucho de visual en La Rosa.
Santiago: Guau, ya podés dar una clase en la carrera de Letras, Flor.
Flor: No seas malo, Santiago. En ambos libros el realismo tiene una mínima deformidad, una tiniebla que no es central pero que se asoma. En los cuadros de Burton, de golpe, una oreja tiene espinas; en la novela el protagonista puede sacarse y maltratar a su hijita y que la historia siga. Podés ver la oscuridad, o no porque casi todo lo oscuro está oculto o disimulado.
Santiago: ¿La exhibición de Burton sigue?
Flor: No, fue el año pasado. Ahora hay una espectacular de Alfredo Greco. No tiene nada que ver con lo que estamos hablando pero andá igual y ya que estás comprá el libro de Burton, Enriquez y Kramer. Y la novela de La Rosa no se puede dejar pasar, hay que leerla.
Santiago: Mi tocayo además es el director de Chai.
Flor: Exacto, junto con Soledad Urquía. Un gran editor y descubro que gran autor también.
Demoras en la General Paz, de Rafael Otegui (Caleta Olivia)
Santiago: Rafa es de esos autores que, como lo indica el título de su libro, se demoran y se ocultan. Aunque este es su tercer libro de poesía, se puede decir que es el primero, porque se ocupó de ocultar los otros dos.
Flor: ¡Yo no sabía que ya había publicado!
Santiago: Hay una gracia en ser un poeta secreto. Por ese motivo, Demoras… es un libro que muchos estábamos esperando. Yo ya lo había leído inédito, pero el otro día me fui cuatro días al bosque y lo leí almorzando frente a un pinar. No podría decir por qué, pero lloré mientras lo leía. Incluso fue medio papelón porque apareció un conocido y yo estaba con los ojos indisimulablemente llenos de lágrimas.
Flor: ¡Me muero de de risa con las cosas que te pasan! Muy Larry David.
Santiago: Leyéndolo terminé de confirmar la impresión de que Rafa es un poeta en serio. Me es difícil encontrar las palabras para describir sus poemas. En un sentido, no son nada nuevo: poemas confesionales, melancólicos, sobre la juventud, el paso del tiempo y los amores contrariados. Ante todo, es el tipo de poesía que puede cautivar a un no lector de poesía.
Flor: ¡Yo por ejemplo! Voy a probar y te cuento.
Santiago: Dale. Cuando leo algo así me reconcilio con el género. Como todos, a veces tengo la sensación de que la gente aprieta enter y ya cree que escribe poesía. De hecho, para que mis alumnos pierdan el miedo al género les cito una frase de Esteban Schmidt: poesía es prosa con enter. Pero bueno, obviamente no es así.
Rafa es un maestro de la metáfora, y la metáfora es todo en literatura. “Juntas dos cosas que nunca antes habían estado unidas y el mundo cambia”, dice Julian Barnes. ¡Lean poesía! ¡Lean el libro de Rafa! Y, si me pemitís, salteo tu turno porque me parece que leer Demoras en la General Paz y a renglón seguido el nuevo libro de poesía de Fabián Casas es una gran experiencia.
Envíame tus poemas y te enviaré los míos, de Fabián Casas (Caleta Olivia)
Flor: Amo.
Santiago: Un libro de poesía nuevo de Fabián Casas siempre es una buena noticia. Fabián ante todo es una especie de gran personaje de Buenos Aires. Como en su momento pasaba con Borges o después con Fogwill, todo el petit monde cultural porteño tiene su anécdota con Fabián Casas. Pero sobre todo es un poeta enorme. A mí me gustan también sus ensayos, pero su poesía es realmente grande. En su libro anterior, Últimos poemas en Prozac (Emercé), Casas se autodestruía como poeta, y en estos poemas que dice que fueron escritos en dos grupos de Whatsapp mientras su padre se moría sigue en ese camino de la autodemolición. Juega todo el tiempo al límite del chiste (“Vanguardia: Tan fumado / que no puede armar un porro / mi hermano Juan / es mal armé”), escribe casi con desgano, o sobrando. Si Edgardo Cozarinsky escribió el Museo del chisme, Casas podría escribir el Museo del chiste. Pero esa es su manera de llegar a lo sublime. Curiosamente, Casas es un poeta bastante hermético, lleno de referencias eruditas o de poemas de los que parece haber cortado el noventa por ciento para no delatar a qué se refieren. Pero es el poeta más grande de nuestra generación, y estos libros medio punks que está haciendo confirman que como poeta está vivo.
Flor: ¿Es verdad que después de más de 25 años va a salir el tercer número de la mítica revista 18 Whiskies, donde estaba Casas?
Santiago: ¿Sabés que yo creo que la revista no existió? Nunca la vi. Pero sí, me dijeron que ya están revisando las pruebas de imprenta del tercer número. Y viene con una bomba: una traducción de The Waste Land de Eliot hecha por Casas, La tierra okupa.
Flor: Guau.
Una partida de ajedrez, Stefan Zweig (Godot)
Flor: Estamos ante una novela convencional. Es una historia sin rodeos pero llena de sutilezas.
No me detengo en contarla, léanla porque la van a disfrutar mucho. Solo digo que narra una banda de seres extraños en un barco rumbo a Buenos Aires se baten al ajedrez, juego que desconozco por completo.
Santiago: Para la otra mitad de Pez Banana, el ajedrez es todo. Es lo primero que hago al despertarme y lo último que hago antes de acostarme. En los últimos cuatro años jugué trece mil partidas de ajedrez online (sic).
Flor: Yo no sé cómo se mueve un peón. Pero a pesar de no entender un pito, terminé atrapadísima. Calculo que a vos te va a volver loco.
Daniel Guebel sospecha que Zweig le afanó a Nabokov (al maestro Luzhine de su novela La defensa), lo que es incomprobable. Menos intelectual y más en clave pandémica yo digo que en Gambito de dama hay conceptos que se tomaron prestados o que al menos coinciden. Me refiero a los jugadores que arman en su cabeza ataque y defensa, que juegan contra sí mismos, que son las blancas y las negras. El que padece y el verdugo en un mismo ser. Jugador y contrincante. Esas fuerzas que chocan, pensando un ataque y al rato, del otro lado del tablero, defendiendo ese ataque y redoblando la apuesta. La compulsión, la obsesión que lleva a la demencia. Cómo no volverse loco si lo que te hace zafar te hunde. Y eso que Zweig era amigo personal de Freud.
Buenos amigos, eso es todo por hoy. ¡Nos vemos en septiembre!
Hola, queridos lectores. Estas son los libros con los que nos estuvimos entreteniendo últimamente: