Opinión y blogs

Sobre este blog

Cien años de humillación: “Napalpí sigue doliendo”

0

“El dolor sigue presente”, sintetiza Raquel Esquivel, investigadora y familiar de víctimas de la Masacre, casi un siglo después de aquel 19 de julio de 1924. Entonces, unas 500 personas, entre mayores e infancias, fueron perseguidas por el monte chaqueño para ser exterminadas. 

En similar sentido reflexiona Vanesa Barrientos, de la fundación “Renacer Napalpí”: “El sistema fue hecho para dar continuidad al proceso de exterminio de nuestros pueblos”, aludiendo a las políticas públicas estatales y costumbres sociales instauradas desde la colonia. 

Esa verdad de la matanza fue ocultada entre cenizas dolientes de las comunidades que no se animaban a hablar porque el terror había trascendido generaciones. Hasta habían escondido la lengua madre para no ser identificados. 

Raquel y Vanesa viven en el lugar del exterminio, Colonia Aborigen, a unos 150 kilómetros de Resistencia. La primera, descendiente del pueblo qom y la segunda del pueblo vilela. Si bien el juicio pudo probar la matanza de originarios de solo tres etnias (moqoit, qom y wichí), fueron varias más las comunidades que habitaron suelo chaqueño, entre las que se destacaron vilelas, pilagás, guaycurúes, entre otras.

El pueblo originario dejó un legado de género en la historia de las comunidades, también ocultado durante casi un siglo, pero sacado a la luz hace una década, por interés de los originarios: el trascendental papel de la Cacica Mercedes Dominga en la resistencia y memoria de la Masacre de Napalpí.

La cacica rebelde

Cacica Dominga, que pertenecía a la comunidad moqoit, fue una de las mujeres que encabezó la rebelión. Lideró la huelga declarada por los originarios al denunciar maltratos y la explotación de los terratenientes del lugar. La Reducción estatal buscaba agruparlos, controlarlos y someterlos a la servidumbre para incorporarlos a la economía como mano de obra barata. Ante eso se sublevó Cacica Dominga. 

Fue una de las sobrevivientes y pudo guiar a resguardo a varios de su pueblo aunque el ejército logró desmembrar a su propia familia. La violencia y el asedio perduraron. Fue buscada, como muchos otros, durante los días posteriores al 19 de julio. Era considerada “rebelde”.  

“Para nosotras fue una heroína. Una mujer muy inteligente que hablaba siete lenguas, incluida el castellano. Esa formación y conocimiento la llevó a ser una lideresa de nuestra comunidad y que la hayan nombrado cacica”, asegura hoy Raquel. Y remarca que siempre fue llamada “cacica” en lugar de “cacique”. 

La valentía y el coraje que la caracterizaron significó un nexo imprescindible para las etnias en aquel contexto. Así lo relata Vanesa: “Cacica Dominga fue clave en la rebelión, porque logró unir a los pueblos qom y moqoit, después de la masacre. Los guió para que puedan estar a salvo, pero también para volver a unirlos en la lucha como hermanos.”  

Según la costumbre originaria, son las y los ancestros de la comunidad, reunidos en un Concejo de ancianas y ancianos, quienes transmiten las ideas y mejores decisiones para el pueblo. La Cacica tenía la responsabilidad de hacer cumplir los reglamentos de los mayores. Para eso debía reunir cierta idoneidad que era característica en Mercedes Dominga: guerrera, fuerte, hábil en la lucha para defender a su pueblo y ser respetada.

Las mujeres, en la mayoría de los pueblos originarios y, en particular en la comunidad moqoit, han tenido siempre un rol preponderante y de igualdad ante los hombres. 

Hay pocos registros sobre su vida. El Archivo Histórico de la Provincia tiene una publicación del 3 de junio de 1965 en el diario El Territorio informando su muerte a los 125 años. El artículo se refiere a la cacica como una figura “inquietante” que había pasado a la historia como parte de la “sufrida, perseguida y nunca comprendida raza aborigen”.

La Cacica tuvo un rol de unión comunitaria, para poder sobrellevar aquel hecho tan violento para el pueblo. Y eso también fue traspasado a las mujeres que hoy siguen cumpliendo la función de sostén de la cultura ancestral. Ya no poniendo el cuerpo como guerrera, pero sí como luchadora y con los mismo objetivos: el rescate cultural y el bienestar de su gente.

La historia de Chaco, la comenzó a mostrar como lo que es, una verdadera heroína  a la altura de  Juana Azurduy y tantas otras mujeres que tenemos el deber de seguir descubriendo. Porque la cultura ancestral de nuestros pueblos originarios ha sido históricamente matriarcal, pero la conquista incluso atravesó la espiritualidad de las diferentes etnias, que en el afán de pertenecer, sometieron su cultura al ideal colonizador.  

Según la creencia de los pueblos qom y wichí, el hombre estaba solo y la mujer bajó del cielo. A diferencia de la fe cristiana que sostiene que la mujer salió de la costilla del hombre. Consideraban a la mujer portadora de la vida, del conocimiento y del fuego.

Las ancianas, eran las verdaderas transmisoras del conocimiento y de la vida misma. Fueron las que transmitieron la herencia cultural, incluso a pesar de la intromisión de la evangelización tanto católica como protestante.

La colonización religiosa fue tan fuerte que en buen número, las comunidades de Chaco, Formosa e incluso Salta, convirtieron su espiritualidad. 

Muchos de los pueblos originarios adoptaron una religión distinta a sus creencias, para poder ser aceptados por esta sociedad. 

Equipo Memorial

Hoy la Masacre se recuerda. En 2020 se erigió un Memorial para destacar y dar luz al sitio histórico que las comunidades originarias ya venían conmemorando, desde mucho antes que la verdad fuera acreditada por la Justicia argentina en los últimos años. 

“Antes cada 29 de julio en los encuentros armábamos un pequeño cartel que recordaba la Masacre, en este lugar”, indica Mirta Esquivel, aludiendo al sitio del memorial. 

Mirta, que también es referenta de la comunidad que trae como herencia el coraje de Cacica Dominga, nos muestra con orgullo el lugar que consiguieron a fuerza de reclamos al Gobierno y que, con mucho esfuerzo, resguardan ahora, para contar su historia sin intermediarios. “Somos nosotros, estamos aquí y sostenemos de generación en generación la historia de nuestra gente, para cuidar nuestra cultura. No queremos que otros hablen por nosotros”, sentencia. 

La oralidad autocensurada

El miedo provocado por la masacre llevó a que ni siquiera la tradición originaria de pasar sus costumbres e historias oralmente fuera suficiente para que el relato pudiera trascender a las generaciones de la comunidad. Madres y abuelas, que acostumbran a transferir la cultura oralmente, se habían prohibido hablar de aquello con sus hijos y nietos. La autocensura se sostuvo en el siglo pasado por temor a la muerte, al genocidio, y en el actual, por miedo a la racialización, a la discriminación, al odio “blanco”, que también contribuyó a ocultar la masacre y a que sea cuestionada la verdad. 

En el sitio del Memorial, en la zona rural de Colonia Aborigen, no viven muchas familias. Ramón y Gisela, tienen su casa cercana a la biblioteca que lleva el nombre de “Juan Chico”, en honor al trabajo de investigación y a sus aportes literarios y de lucha. Uno de los pocos originarios que llevó al papel las tradiciones que su cultura transmitía oralmente, sabedor de la necesidad de sacar a la luz algunos dolores ocultos, como la verdad sobre la Masacre.

A unos doscientos metros, un poco más alejada del monumento, está la quinta de Cristina López, una anciana que también fue testigo en el Juicio. Dos corrales construidos con ramas del monte cuidan la huerta y los arbustos de cítricos que están creciendo. Los resguarda de los animales que, junto a su familia, cría en el lugar. 

Cristina nos recibe de pie, pero sus rodillas le pasan factura por los años y el trabajo en el campo, así que nos sentamos para la charla. Hace más de sesenta años que vive en Colonia Aborígen, muy a pesar de la advertencia que le dio su abuelo cuando ella se casó y vino a vivir a estas tierras: “Mira, hija, te fuiste a hacer tu casa donde le mataron a toda la indiada. Cuidate porque son malos”, le había dicho su abuelo. “Indiada”, decía incluso él.

Cristina todavía, y su abuelo antes, hablan de “los indios” o “la indiada”, en tercera persona. Evidencia del temor a ser identificados como originarios. “Ni mi mamá ni mi papá nunca me contaron nada de la masacre”, comenta mientras hace memoria.

La supervivencia de la familia de Cristina fue una cuestión de suerte. El abuelo vendía cueros de animales en la localidad cercana de Machagai, donde le anticiparon los planes estatales para “reducir a los indios”. “Mirá, López, le dijo uno de los compradores, la gente que está aquí, le están por ir a matar a todos esta noche. Mañana no van a estar más. Si no querés morir, tenés que escaparte con tu familia”, detalla Cristina, aliviada ya de poder hablar de estos secretos que ni sus padres se habían animado a enfrentar. 

“Mi mamá tenía tres añitos. Él vino de Machagai, le dijo a mi abuela lo que estaba pasando. Y ahí se fueron antes del amanecer. Quedó calmo todo –recuerda–  cuando todos durmieron, se escaparon. Porque si él quedaba yo no iba a estar contando ahora esto, porque les iban a matar todos”, reflexiona. 

En tierras de la familia López, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), registró varias excavaciones y, muy cerca de la casa, encontraron restos humanos que sirvieron de pruebas recabadas en el marco de la investigación previa al juicio.

Cien años de humillación 

Parte del equipo del Memorial también participó activamente en el juicio. Algunas y algunos como testigos, otras y otros buscando testimonios de sobrevivientes durante la investigación previa que lideró Juan Chico, incluso mucho antes de generar la inquietud en la Justicia Federal. 

Nosotros no tenemos duda, nunca la tuvimos. Esa masacre existió, y hasta el día de hoy Napalpí sigue doliendo”, dice Raquel, recordando la lucha de Juan Chico.

Los pueblos originarios sufrieron estos casi cien años de humillación con la duda sembrada, primero  por las campañas de “reducciones de indios”, como rezaban los sellos oficiales de la época y luego por la historia oficial, que escondió o tergiversó lo sucedido.

“Porque vivimos muchas injusticias que sentimos también durante el juicio. Nosotros tuvimos que reivindicar la palabra de nuestros abuelos. Debían saber que esto existió. Para que el resto de la sociedad criolla sepa realmente como sucedieron los hechos”, dice Raquel, con la serenidad y la fortaleza que caracteriza a la mujer qom.

Es que apenas dos años antes de que se cumpla un siglo de la matanza, mediante el juicio se acreditó la responsabilidad del Estado argentino en esa masacre indígena y se la consideró un crimen de lesa humanidad cometido en el marco de un proceso de genocidio de los pueblos originarios.

De la negación sucesiva al juicio por la verdad

Pero antes, no sólo la historia negaba la masacre de Napalpí. No figuraba en los planes de estudio del Ministerio de Educación y fue invisibilizada a tal punto que si alguna persona de la comunidad osaba hablar de aquello era considerado una mentira que implicaría un peligro latente para ellos.  

En aquella época la única publicación sobre el tema se hizo recién un año después en el diario de papel “El Heraldo de Corrientes”, del periodista español Pedro Malvarez que se había exiliado en aquella ciudad por el hostigamiento oficial sufrido en Chaco, ante su falta de obsecuencia al oficialismo de la época. 

“El Heraldo de Corrientes sacó un número especial sobre Napalpí en 1925. Fue la primera vez que aparece en la prensa que los hechos ocurridos fueron una masacre”, declaró en su testimonio en el juicio Mariana Giordano, doctora en Historia, investigadora del Conicet y docente en la Universidad Nacional del Nordeste. 

Según Giordano en esa edición especial se refirieron a la muerte de “cientos de personas”. Por primera vez surgía en la prensa de la región, relatos con los acontecimientos que habían sido invisibilizados antes. “Fue el primero en realizar una investigación sistemática de la masacre, da muchos nombres y detalla los roles de cada uno de ellos y ubica al gobernador Centeno como el actor ideológico y político”, explicó la investigadora ante el tribunal federal.

La educación como herramienta emancipadora

Gustavo Gómez, de la comunidad qom, también fue testigo en el juicio y desde hace tiempo integra el Consejo Educativo de la Provincia, como referente de los pueblos originarios: “Nuestra historia nunca fue contada. A nosotros nos pintaban junto a Cristóbal Colón, las carabelas y nos decían que él vino a conquistar todo. Nunca nos mencionaban como pueblos originarios preexistentes. Entonces pasamos todos los niveles estudiando y desconociendo nuestra propia historia”. 

La profunda lucha de los pueblos en la actualidad está dentro de las propias comunidades. A reconocerse, a admitirse, sin temor y con orgullo. A reivindicar la sangre indígena derramada y la que corre por sus venas, para ir contra la discriminación con valentía, con estima a su cultura y con la educación como herramienta. “Nuestros abuelos no tenían la escolarización que hoy nosotros podemos tener. Entonces esa es nuestra fortaleza y será lo que nos permita conquistar esos espacios que nos negaron”, cuenta Gustavo mientras recorremos la biblioteca del Memorial. 

Las y los integrantes de la fundación “Renacer Napalpí” también usan los instrumentos educativos para reivindicar la pertenencia originaria. Han visto y sufrido cómo el temor y la racialización hicieron estragos en el orgullo indígena. “Actuó como un verdadero exterminador potente durante muchos siglos. Nuestra esperanza está puesta en las nuevas generaciones y por eso usamos la educación como una herramienta para recuperar nuestra cultura”, comenta Vanesa Barrientos. El desafío es seguir trabajando en subsanar ese dolor para las descendencias futuras. “Es difícil poder hablar y que ese dolor no genere odio. Que no sientan más ese dolor que no les pertenece, pero les sigue doliendo en los cuerpos, es nuestra búsqueda, para construir paz desde la interculturalidad”, sostiene.

Cuenta que ella no se animó a participar como testigo en el juicio, aunque sí lo hicieron varios integrantes de su agrupación: “Napalpí, todavía me duele en el cuerpo”. Ella considera que según su cultura ancestral, “estos duelos no sanados” se transforman en dolores corporales que “ni siquiera son nuestros”, que también se transmiten ancestralmente.

Vanesa, como la comunidad de Colonia Aborígen, sufre la decisión de no haber integrado la Unidad de Ejecución de la Sentencia, creada por el mismo fallo como una de las medidas reparatorias: “Fuimos quienes aportamos más datos y lamentablemente, como grupo, quedamos afuera porque no teníamos personería jurídica”. Frente a eso, se organizaron en una Mesa de Consulta Territorial que orienta a la Unidad, integrada por varias agrupaciones de la comunidad, para ejercer el derecho a resguardar el cumplimiento del fallo. 

Vanesa reconoce que no fue fácil confiar: “el Juicio sirvió para volver a creer un poco en la Justicia”. Y habla de lo que no se hablaba, pero que se sabía. “Teníamos un mandato silencioso de muchas generaciones, una lucha que va a cumplir 100 años, que nos decía ‘sigan defendiendo nuestra verdad’”. 

El fallo, donde se reconoció la verdad indígena, fue un punto de inflexión para que las comunidades sigan un camino de reconstrucción. Y las mujeres de la comunidad son quienes siguen impulsando esa lucha por la recuperación cultural. “Trabajamos con niños, adolescentes y demás miembros de la comunidad porque notamos un gran miedo a reconocerse indígenas. Nos preguntamos ¿por qué?. Y ahí es cuando aparecen las formas de discriminaciones sistémicas que significan verdaderas barreras para nosotros y nuestro pueblo”. 

Cómo afecta por estos días la “verdad” reconocida por “los de afuera”, es el proceso que atraviesan. “El juicio significó muchísimo. Al principio creíamos que sólo para los de afuera. Para que reconozcan nuestra verdad. Pero ahora, a dos años, vemos cómo sigue impactando dentro de nuestra propia comunidad”, dice esperanzada en la reconstrucción cultural de su gente.

Status de las medidas reparatorias de la sentencia

A dos años del fallo judicial, la gran mayoría de los puntos de la sentencia se han cumplido, sin embargo restan algunos aspectos entre los que sobresale el pedido de perdón  a las comunidades, por parte del Gobierno Nacional. El provincial lo hizo en 2008. El Nacional sigue en deuda. 

Resta también organizar con el municipio de Colonia Aborigen y el IDACH la consulta popular por el cambio de nombre de Colonia Aborigen. Es que no se reconocen con ese término. Son pueblos originarios. 

También está pendiente la constitución del Museo en el edificio de la Reducción, para lo que se presume se podría lograr financiamiento internacional. 

Falta avanzar en el Congreso Nacional con la designación del 19 de julio como día de la Masacre.

El pasado 5 de diciembre, la Unidad Ejecutora de la Sentencia que integran los Fiscales Federico Carniel y Diego Vigay, más organismos del Poder Ejecutivo Nacional y de la Provincia, IDACH y Fundación Napalpí, hizo la presentación del segundo informe  ante el Juzgado Federal N° 1 de Resistencia, a cargo de la Jueza Zunilda Neiremperger, detallando la situación actual de la sentencia. 

Ante el cambio de gestión a partir del 10 de diciembre pasado, la Unidad tiene nuevos integrantes en representación de organismos  como INAI,  la  Secretaría de DDHH de Nación, la Subsecretaría de DDHH de la Provincia,y el propio IDACH. 

Según las últimas gestiones, la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía Federal del Chaco, avanzó en reuniones tanto con funcionarios nacionales como provinciales, algunos recientemente nombrados, y estiman que sea inminente retomar las reuniones con referentes de cada sector representado en la Unidad. Esperan avanzar en lo que resta para el cumplimiento de la sentencia, de cara al aniversario.

En función del significado histórico del reconocimiento de la verdad oculta sobre la Masacre, y en un contexto cercano a cumplirse 100 años del Genocidio Indigena, no es menor el avance en tanto sea el inicio de la recuperación de la cultura de los pueblos originarios, diezmados desde la colonia.

GP/MA

“El dolor sigue presente”, sintetiza Raquel Esquivel, investigadora y familiar de víctimas de la Masacre, casi un siglo después de aquel 19 de julio de 1924. Entonces, unas 500 personas, entre mayores e infancias, fueron perseguidas por el monte chaqueño para ser exterminadas. 

En similar sentido reflexiona Vanesa Barrientos, de la fundación “Renacer Napalpí”: “El sistema fue hecho para dar continuidad al proceso de exterminio de nuestros pueblos”, aludiendo a las políticas públicas estatales y costumbres sociales instauradas desde la colonia.