Opinión y blogs

Sobre este blog

Del fervor feminista al temor en la era Milei: las lesbianas y la pregunta por la visibilidad

0

Estudios en todo el mundo dan cuenta de una mayor manifestación de expresiones lésbicas y bisexuales en mujeres desde el año 2016, a la par de la expansión de los feminismos. Herramientas para decidir ayudan a correr la presunción de heterosexualidad como criterio de normalidad y se suman a la conquista de leyes como el matrimonio igualitario. Las chicas que salieron a luchar con la “marea verde” junto a sus amigas, en muchos casos, terminaron siendo novias, algo más que amigas, o vivenciando otras experiencias. El fútbol femenino, otro gran territorio donde proliferan parejas hacia el interior de los equipos. 

Aldana  es una chica de menos de 30 años, y cuenta que la mitad de su vida la vivió en un pueblo de muy pocos habitantes. “Ahora sé que se está hablando mucho más en las niñeces, de que ya las parejas no sólo son ‘Mamá y Papá’, sino que pueden ser ‘Mamá y mamá’ o ‘papá y papá’”, asegura. Pero su experiencia, quince años atrás, fue otra: sólo existía lo que estaba a la vista y eso era la heteronorma: “Yo en el pueblo siempre fui heterosexual, mi pregunta hacia esa heterosexualidad que yo viví en mi adolescencia es si era lo que realmente yo quería o si era lo que había, lo que estaba acostumbrada a ver” relata.

Vivir fuera del clóset muchas veces es vivir fuera del pueblo. Aldana lo cuenta así: “Yo me di cuenta que me gustaban las mujeres cuando me vine a estudiar a Mar del Plata. Creo que no es casualidad, acá todo es más diverso y una se permite probar otras cosas. Yo sé que cuando me mostré con una mujer en Instagram, hubo comentarios, y eso lo considero como una salida del clóset”. A veces, ese camino transitado fuera del pueblo, ayuda a quienes se quedaron, repercute en la comunidad y la transforma. “Mi experiencia es que también va cambiando, ahora en el pueblo sí hay gente que vive su vida como gay, o como lesbiana” destaca.

Tu docente es lesbiana

Visibilizar no sólo tiene que ver con la tarea de dar existencia: “lo que no se nombra, no existe”, es parte de la tarea fundamental de generar representaciones. Que ser lesbiana no sea algo abstracto y tenga una cara y una historia, que le permita también a otras pensarse en ese lugar. Lesbiana como la mamá de la compañera del cole, lesbiana como la vecina, como la amiga, como la abuela, como la docente, como la médica o la verdulera de la esquina. Ellas que están ahí y tienen sus vidas, con o sin hijos, en pareja o solas, con su casa y sus mambos. 

Luisina es artista. Titiritera, docente y modelo vivo, está terminando una maestría, y tiene dos hijos. Empezó a salir con mujeres a sus 33 años en el 2021. En el ambiente artístico en el que creció no había represiones manifiestas en relación a la sexualidad, y sin embargo, cuenta que no se le dio antes. “Pensaba que no era para mí, como que no tenía la suerte de ser lesbiana. No me daba miedo, pero nunca me había pasado el encuentro con alguien, coincidir y poder tener la oportunidad de vivirlo. Hasta que en un momento apareció esa persona”.

La piel de otra mujer le cambió la intensidad, el deseo, todo. “Antes pensaba que tenía un problema, que no podía disfrutar y cuando estuve con una mujer por primera vez pude escucharme gemir y eso fue un viaje de ida. Pero a la vez siempre había estado en mi inconsciente, entonces ahora es muy fuerte eso”. 

El camino de transitar el lesbianismo es mucho más que tener sexo con otras mujeres. Ese vacío de representaciones en los relatos hegemónicos tiende a suplirse con el armado de tribus, de redes de semejantes, de acompañamiento de pares para construir identidad. “Más allá de tener un vínculo o no con una persona, me encontré con un deseo muy fuerte de posicionarme en la sociedad como lesbiana y encontrarme con otras lesbianas y sentirme identificada y leer textos y encontrar que todo lo que me pasaba a mí había eco en otras vivencias similares”. 

Respecto al clóset, o al hacer el ejercicio de visibilizar el lesbianismo en los entornos, asegura que “no hay una salida como un momento único”: “Cada vez que me pronuncio como lesbiana, hay una salida de closet porque quien lo escucha, estudiantes o pares docentes, se conmocionan. La heterosexualidad que te adjudican se rompe y se sorprenden cuando marcás la diferencia”. Para ella, que sus estudiantes sepan que es lesbiana es una forma de que vean que es una vida posible, es ampliar el horizonte del deseo.

Pero esa expansión cambió para ella después del triple lesbicidio de Barracas. Algunas frases empezaron a sonar, además de violentas, posibles. “Un chico hizo un chiste homofóbico en una clase de teatro en una escuela secundaria y dio pie para que habláramos del tema. Me contó que su padre le dice a él y a los hermanos que si uno sale gay lo caga a trompadas y se tiene que ir de la casa. Yo le dije ‘decile a tu papá que tu profe es lesbiana’ y me contestó ‘si le digo viene y te caga trompadas’”. Era una situación de aprendizaje, pero Luisina sintió miedo. “Tras el triple lesbicidio elijo dónde comunicarlo porque hay que priorizarse. Siento que hay una violencia que está admitida y estamos más en riesgo que antes”, asegura.

La religión y las terapias de conversión

Lourdes creció en una familia evangélica. Cuenta que, desde chiquita, le daba besos a la actriz Agustina Cherri en el televisor, cuando miraba Chiquititas. Ese comportamiento “desviado” a los ojos de las creencias familiares, fue rápidamente reprendido por su madre, quien ya de adultas le contó que había sido consciente temprano de su lesbianismo. Como pastores, desplegaron sobre ella todo tipo de terapias de conversión: retiros, campamentos, oratorios y supervisión trazaban una hiper vigilancia del deseo para forzar el mandato heterosexual sobre ella. Así llegó un matrimonio infeliz, y una maternidad impuesta. Esta pesada carga donde el deseo era reprimido y la cotidianidad, una cárcel de mandatos angustiantes, trajo consigo depresión e ideación suicida. El índice de suicidios en el colectivo LGTBIQ+ es alarmantemente más alto que en el resto de la población. 

Lourdes logró encontrar las grietas para explorar su deseo, y terminar con el matrimonio que padecía. Comenzar su vida como lesbiana tuvo represalias graves. Su familia colaboró con el progenitor de sus hijos para sacarle la tenencia. Su llegada a un centro cultural fue la clave para repensarse. Allí conoció a Hugo, con quien formó pareja, empezó a cuestionar su formación religiosa, y se volcó a los procesos colectivos para el cambio social.  Hoy tiene 40 años, trabaja en una cooperativa y es una activista lesbiana “para hacerle el camino más fácil a las demás”. 

Su proceso para identificarse lesbiana no fue junto a otra mujer, sino con  Hugo: “Yo me di cuenta en medio de un vínculo con un varón. Él me pasó cosas piolas para leer, que me ayudó a pensarlo. Él que hoy es mi amigo, me ayudó a transitar todo esto”. 

Según Lourdes, su decisión de asistir a la Marcha del Orgullo fue el detonante para una batalla judicial en la que consiguieron sacarle la guarda de sus hijos. Fue hace trece años, pero una batalla legal y el acompañamiento de la abogada y activista lesbiana Claudia Vega, le permitieron recuperarlos. Hoy Lourdes y Claudia, son dos grandes referentes que organizan a los activismos LGBTTIQ en Mar del Plata. Junto con Luisina Placenti, son parte de la Asamblea Lésbica de Mar del Plata. 

Tijeras, deseo y goce

Brianna se piensa como activista lesbiana, actriz, cantante y cineasta. Vive en CABA. Está trabajando en dos proyectos que dicen mucho sobre la realidad del mundo lésbico: uno es “Torta documental”, un proyecto que cuenta con más de 25 entrevistas a referentes para trazar una genealogía lesbiana y hacer un registro de las narrativas propias. El otro proyecto que sostiene es el “Cabaret Lesbiano”, donde recuperan el género para proyectar en él otras formas deseantes, vinculadas al erotismo lésbico. “Yo tenía 24 años y estaba de novia con un chico varón heterosis hacía tres años y nos íbamos a casar, y tres meses antes de del momento del compromiso que estaba pautado, a mí me empezó a gustar una compañera de la facultad que era lesbiana”. A partir de ahí, el vértigo. El 8 de Marzo de 2016, fue a su primera marcha por el Día de la Mujer. “Me cambió la vida” sintetiza. 

Para Brianna, como para Lourdes y Luisina Placenti, ser lesbiana no es una orientación sexual sino una identidad política: “Empecé más a buscar espacios y así  conocí al dos de mis amigas. Ahora tengo un grupo de cuatro amigas lesbianas. Yo no sería la lesbiana que soy sin las otras lesbianas que me rodean, y eso fue evolucionando también con el tiempo y con entender que el lesbianismo, para mí por lo menos, no es con quién estoy en la cama, sino una forma de existir y de ver el mundo”.

La masacre de la Barracas volvió a poner el miedo sobre la piel de una generación de disidencias sexo genéricas que habían empezado a  caminar relajadamente por la calle de la mano con sus parejas no heterosexuales. ¿El triple lesbicidio reconstruye el clóset? Brianna explica que el miedo siempre estuvo ahí, en los márgenes, pero la masacre de Barracas lo hizo crecer. 

“Al principio estuve ahí activando con las compas en la asamblea acá en CABA, y metiéndole mucho a una fecha que hicimos para juntar plata en Casa Brandon” relata sobre el active de redes de lesbianas para acompañar a Sofía, la sobreviviente, y las familias de las víctimas fatales. “Antes era más desafiante. Ahora me pasa que si ando por la calle con una compañera y veo un policía, yo por ahí suelto la mano” refiere en relación al temor al lesbo-odio.

El activismo, la sexualidad y lesbianismo como identidad

El activismo lésbico en Argentina ha sido fundamental para avanzar en la agenda de derechos. Desde la militancia de Monique Wittig en los 70s, el lesbianismo ha dejado de ser visto sólo como una orientación sexual para ser comprendido también como una identidad política y una forma de habitar el mundo. Las identidades trans, no binaries y disidentes también se incluyen dentro de este espectro.

Parte del activismo, trabaja sobre la importancia de crear dispositivos de barrera para el cuidado en las prácticas sexuales entre personas con vulva tiene hoy dos aristas importantes. Por un lado, una activista lesbiana, Mila, creó “Vulvarnés” que como su nombre lo indica, es un arnés que sujeta un campo látex, permitiendo una forma segura y asequible de utilizar métos de barrera creados a partir de lencería, y el recorte de un preservativo peneano (esos que sí están disponibles y asequibles). Hoy son un emprendimiento autogestivo con financiamiento de la Universidad de Barcelona, y desarrollo en varios países. 

En las Universidades Nacionales se gestó otro proceso: una articulación de grupos de investigación que nuclea profesionales de la salud, ingenieras en materiales, sociólogas y otras disciplinas, trabaja en el desarrollo de un preservativo para vulvas. El estudio consiguió financiamiento de ImpactAr en 2021, y ya culminó las primeras etapas de análisis de los (pocos) dispositivos que existen el mundo, y el análisis de prácticas con un censo a personas que mantienen relaciones sexuales con otras personas con vulvas. 

Hoy en día, existen redes amplias de Asambleas de Lesbianas que articulan políticas de visibilidad, cuidado y derechos en todo el país. Desde encuentros como el “Tortazo” hasta los talleres en los Encuentros Plurinacionales de cada año, el activismo lésbico continúa construyendo espacios de lucha y resistencia, procurando que los avances en derechos no retrocedan ante la creciente amenaza de las derechas globales.

CB

Estudios en todo el mundo dan cuenta de una mayor manifestación de expresiones lésbicas y bisexuales en mujeres desde el año 2016, a la par de la expansión de los feminismos. Herramientas para decidir ayudan a correr la presunción de heterosexualidad como criterio de normalidad y se suman a la conquista de leyes como el matrimonio igualitario. Las chicas que salieron a luchar con la “marea verde” junto a sus amigas, en muchos casos, terminaron siendo novias, algo más que amigas, o vivenciando otras experiencias. El fútbol femenino, otro gran territorio donde proliferan parejas hacia el interior de los equipos. 

Aldana  es una chica de menos de 30 años, y cuenta que la mitad de su vida la vivió en un pueblo de muy pocos habitantes. “Ahora sé que se está hablando mucho más en las niñeces, de que ya las parejas no sólo son ‘Mamá y Papá’, sino que pueden ser ‘Mamá y mamá’ o ‘papá y papá’”, asegura. Pero su experiencia, quince años atrás, fue otra: sólo existía lo que estaba a la vista y eso era la heteronorma: “Yo en el pueblo siempre fui heterosexual, mi pregunta hacia esa heterosexualidad que yo viví en mi adolescencia es si era lo que realmente yo quería o si era lo que había, lo que estaba acostumbrada a ver” relata.