Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.
En un contexto de violencia creciente contra activistas de derechos humanos y ante la reducción de estas agendas en muchos medios masivos de comunicación, Amnistía Internacional y elDiarioAR se unen para dar un espacio destacado a contenido federal e inclusivo.
El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad.
Punto de Encuentro pretende ser precisamente un espacio de coincidencia, pero también de debate constructivo. Porque no se puede ser feminista en soledad.
Ni locas ni castas: el desafío de habitar la sexualidad en un hospital psiquiátrico
La ley de Salud Mental habilitó un abordaje integral de las personas que transitan una internación psiquiátrica, pero el trabajo de la sexualidad sigue presentándose como un desafío.
La búsqueda del placer, los nuevos amores y la seducción son prácticas incómodas para las instituciones de salud mental, pero existen. La conexión de las mujeres que todavía viven en alguno de los 162 hospitales psiquiátricos de Argentina con su sexualidad es diversa y depende de varios factores, como la edad o el tiempo que llevan de internación, que según los últimos datos oficiales es de 8,2 años en promedio. Las condiciones de vida en la institucionalidad también representan un desafío: dormir en una habitación compartida complica la autoexploración y, a diferencia de los regímenes carcelarios, no existen las visitas íntimas. El recorte gubernamental en salud mental, como el intento de cierre de los servicios de guardia e internación del Hospital Laura Bonaparte anunciado por el Ministerio de Salud de la Nación, amenaza, sobre todo, a las más pobres con el desamparo.
Aunque pasaron cuatro años del plazo estipulado en la ley 26.657 para que cierren todos los manicomios del país, miles de personas todavía viven esas instituciones. Solana Yoma y Soledad Buhlman, psicólogas e integrantes del Observatorio de Salud Mental y Derechos Humanos de Córdoba, advirtieron en sus investigaciones que las vulneraciones de derechos más mencionadas por sus entrevistadas estaban relacionadas con la salud sexual y reproductiva. Al respecto, coinciden en que muchas veces los profesionales “llegan después”, es decir, cuando la emergencia ya se produjo. Por ejemplo, cuando se conoce la existencia de una infección por transmisión sexual, o una situación de embarazo, y en esos momentos “no existen procesos protocolizados”, alertan.
Hablar de sexualidad, el primer paso
Sobre las personas institucionalizadas recaen un sinfín de estigmas. Capas de deshumanización que desdibujan su condición humana. Pero lo cierto es que por ser personas, la dimensión sexual también existe en sus vidas. Agarrar de la mano a una compañera o acariciarle el pelo mientras están sentadas en el parque del hospital psiquiátrico también puede ser una manifestación del deseo.
Para Clara Attardo, psicóloga y creadora de los talleres “ESI para adultes”, una buena medida “para reconocer que las poblaciones tienen sexualidad” es generar espacios de diálogo al interior de los equipos de salud. A lo largo de sus años de trabajo, cuenta Attardo, se encontró con profesionales con diversas limitaciones para abordar la temática, por ello, resalta la necesidad de “armar espacios de formación y reflexión para acercarse a la sexualidad de los otros, para generar estrategias de cuidado sexual y las que sean necesarias”.
“La sexualidad va muchísimo más allá del coitocentrismo, de la penetración”, apunta Attardo, quien también es magíster en Género, Sociedad y Políticas, y precisa que en verdad es mejor hablar de “encuentros” sexuales. Las mujeres internadas “se enamoran, tienen encuentros sexuales entre ellas, se masturban, se ponen de novias, les pasan cosas”, resume. Además, apunta que la libido “va cambiando” producto de cuestiones psiquiátricas, anticonceptivas o por vivir en un país desigual con sobrecarga laboral.
En el Hospital Monovalente José A. Esteves, ubicado en la localidad bonaerense de Temperley, provincia de Buenos Aires, llegó a tener más de 2.500 internadas. Después de 119 años de historia transita el camino hacia la desmanicomialización con cerca de 400 mujeres internadas. De ese número, más de la mitad son mujeres institucionalizadas hace décadas y tienen una conexión con su propio cuerpo y con su sexualidad “bastante limitada”, asegura Marcela Gacic, actual jefa del servicio Social de ese hospital.
Según los datos del último -y único- censo nacional de personas internadas por motivos de salud mental realizado por el Ministerio de Salud y publicado en 2019, el 34,1% de las personas en la internación manifestó que no recibió visitas. De todas maneras, las visitas que sí ocurren no pueden ser íntimas, por las propias reglas de este tipo de instituciones. “Para quienes están en un hospital psiquiátrico desde hace 40 años o 50 años, poner arriba de la mesa de discusión el cuerpo tiene un proceso”, comenta. Por el contrario, para las mujeres más jóvenes o que llevan menos tiempo de internación, esa conversación “se aborda integralmente”.
De todas maneras, en el Esteves, uno de los cuatro hospitales neuropsiquiárticos de la Provincia, hay abordaje: “Se trabaja con los cuerpos y la sexualidad”, remarca Gacic, aunque reconoce que, como en toda institución, se encuentra con ciertas limitaciones. “Con las mujeres de más años de internación tenés que recuperar muchísimas más cosas, entre ellas su cuerpo y su sexualidad”, asegura.
El psiquiátrico no es un buen lugar para coger, ¿o sí?
Cae la noche y la puerta del pabellón se cierra con llave. Es la hora de dormir, pero en un dormitorio compartido con otras 30 almas la relajación puede ser un desafío. Alguna con el sueño más pesado se durmió enseguida y se escuchan sus ronquidos. Otra respira fuerte y a la del fondo le da un ataque de tos. En el medio de esa tormenta de estímulos, la más nueva se hace lugar entre las sábanas: quiere darse un poco de placer. A diferencia de las cárceles, en los hospitales psiquiátricos no hay lugares específicos para las conocidas “visitas higiénicas”, por lo tanto, la gestión de la intimidad se abre paso entre los grises.
Fue en 2022 cuando dos mujeres que estaban internadas en el Hospital Esteves de Temperley se pusieron de novias. Aunque no compartían sala, después del desayuno una pasaba a buscar a la otra y se compartían frente a otras internas. No hacían esfuerzos por ocultar su vínculo. Esa, cuenta Gacic, fue la oportunidad para desplegar un dispositivo en el cual la pareja pudiera tener intimidad. “Entre mujeres también se establecen vínculos sexo afectivos y no está bueno que en una habitación de 30 o 40 camas se den esas relaciones sin intimidad para la pareja y sin intimidad para el resto de las compañeras de habitación”, aporta.
La pareja “andaba por el parque, no teniendo relaciones sexuales, pero demostrando el afecto”, repone Gacic respecto del momento en que el equipo de sala de una de ellas propuso trabajar el vínculo de pareja, la noción del deseo y la cuestión de la intimidad. Así, los trabajadores del hospital se pusieron la tarea al hombro y acondicionaron un espacio para facilitar que esas mujeres puedan tener un momento a solas. Eligieron un lugar donde ediliciamente existía la posibilidad de que fuera un espacio prolijo, y no una suerte de “recoveco o rancho”, recuerda la trabajadora social del centro de salud. El espacio de intimidad “funcionó bastante tiempo”, hasta que la pareja se disolvió, recuerda Gacic.
La idea de garantizar un espacio para los encuentros íntimos dentro de un hospital psiquiátrico fue inspirada por una capacitación que había brindado en 2018 el Ministerio de Salud bonaerense, puntualmente, el programa de Salud Sexual Libre de Violencia en Hospitales. En las charlas, dos capacitadoras contaron cómo implementaron esta solución en un hospital de varones en el que habían trabajado. “Después de un par de situaciones que habían generado mucha discordia en el hospital, algunas situaciones de varones muy públicas que habían generado todo un movimiento”, rememora Gacic respecto de cómo decidieron implementar, previo trabajo de la cuestión del consentimiento, un espacio de intimidad para los internados.
Otra cuestión que el equipo del Hospital Esteves trabaja con las mujeres que viven ahí es la profilaxis a la hora de un encuentro sexual. “Cuando trabajamos en capacitación o en visualización de derechos y trabajamos el tema del campo de látex, para visibilizar la cuestión de la sexualidad entre mujeres, para que no se olviden que por ser mujeres no es que no están teniendo relaciones”, detalla Gacic.
Por su parte, en el Hospital Borda de la Ciudad de Buenos Aires -donde se puede atender de manera ambulatoria cualquier persona, pero solo se internan varones- el abordaje de la sexualidad de los usuarios se dio de distintas maneras a lo largo de los años. “Intimidad ha habido, ya sea entre hombres o gente que ha salido, y (el barrio de) Constitución ofrece un panorama variopinto de opciones”, aporta con picardía Carlos Dellacasa, psicólogo y director ejecutivo del Museo Histórico de Salud Mental del Hospital Borda. De todas maneras, el hospital no tiene un espacio dedicado a que los internados gocen de su intimidad, porque “las instituciones toleran muy poco el erotismo” y lo consideran como un “alterador del régimen institucional”, agrega.
Yo te creo hermana: abusos en la internación
El abuso sexual en un hospital psiquiátrico puede ocurrir entre pares o por parte del personal. Escuchar los testimonios de compañeras que fueron víctimas o haberlo vivido en primera persona enciende las alertas y multiplica las acciones para evitar sufrir esa vulneración. Al respecto, la doctora en psicología Sola Yoma comenta que se encontró con mujeres internadas que tenían miedo a dormir por temor a ser abusadas y advierte de los riesgos de encasillar ese síntoma como un simple insomnio.
“El ver solo la sintomatología clínica sin ver las condiciones en las cuales se encuentran insertas esas mujeres lleva a hacer abordajes reduccionistas y psicofarmacológicos”, agrega Yoma y precisa que si una mujer dice “no puedo dormir” y el equipo médico aumenta la dosis de su medicación para que concilie el sueño sin analizar que en realidad ese no poder dormir es una conducta adaptativa por encontrarse en una situación de riesgo, es un procedimiento peligroso.
De todas maneras, la licenciada en psicología Soledad Buhlman asegura que algunos profesionales reconocen como un problema la ausencia de protocolos para abordar este tipo de vulneraciones de derechos. “Además, se presenta otra cuestión, que ya tiene que ver con el hecho de que son usuarios de salud mental, entonces se pone en duda muchas veces la denuncia por parte de las mujeres”, agrega.
A diferencia de lo relevado en Córdoba por Yoma y Buhlman, disponible en la web oficial del Observatorio de Salud Mental y Derechos Humanos, en el hospital Esteves de zona sur sí hay un protocolo para casos de abuso que está en constante actualización, todo el personal conoce de su existencia y algunos profesionales están especialmente capacitados para gestionar estas situaciones si algún relato despierta inquietudes. Una parte fundamental del protocolo es que, una vez activo, hacer la denuncia judicial es un paso obligatorio.
“Cuando un abuso, así sea sospecha de abuso, tiene que ver con una relación de poder paciente-personal, se denuncia y después vemos, porque la desigualdad es clarísima”, continúa Gacic respecto a las instrucciones que mandan en el hospital donde trabaja hace 15 años. “El que hace la primera escucha no juzga si hay veracidad en el relato, porque en salud mental existe la posibilidad de que el relato quede atrapado dentro de alguna cuestión delirante. Puede existir una cuestión de abuso real que quede entrampada en eso y entonces invisibilizada”, agrega.
Para dilucidar sospechas de abusos entre pares, Gacic asegura que es fundamental el trabajo previo sobre la noción del consentimiento. “Entre compañeros también hay situaciones de relatos confusos, con lo cual se trabaja cada vez que hay un vínculo entre pares dentro del hospital la cuestión del consentimiento, para asegurar que ambas personas puedan brindarlo sin coacciones”, detalla.
“Yo creo que lo que más sucede es callar, no sé si mirar para otro lado”, aporta Attardo al debate y alienta a la conversación sobre la sexualidad adentro y afuera de los hospitales psiquiátricos, porque las personas que estamos fuera de los espacios de internación “tenemos fuertes problemas con los temas sexuales y de consentimiento”.
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La búsqueda del placer, los nuevos amores y la seducción son prácticas incómodas para las instituciones de salud mental, pero existen. La conexión de las mujeres que todavía viven en alguno de los 162 hospitales psiquiátricos de Argentina con su sexualidad es diversa y depende de varios factores, como la edad o el tiempo que llevan de internación, que según los últimos datos oficiales es de 8,2 años en promedio. Las condiciones de vida en la institucionalidad también representan un desafío: dormir en una habitación compartida complica la autoexploración y, a diferencia de los regímenes carcelarios, no existen las visitas íntimas. El recorte gubernamental en salud mental, como el intento de cierre de los servicios de guardia e internación del Hospital Laura Bonaparte anunciado por el Ministerio de Salud de la Nación, amenaza, sobre todo, a las más pobres con el desamparo.
Aunque pasaron cuatro años del plazo estipulado en la ley 26.657 para que cierren todos los manicomios del país, miles de personas todavía viven esas instituciones. Solana Yoma y Soledad Buhlman, psicólogas e integrantes del Observatorio de Salud Mental y Derechos Humanos de Córdoba, advirtieron en sus investigaciones que las vulneraciones de derechos más mencionadas por sus entrevistadas estaban relacionadas con la salud sexual y reproductiva. Al respecto, coinciden en que muchas veces los profesionales “llegan después”, es decir, cuando la emergencia ya se produjo. Por ejemplo, cuando se conoce la existencia de una infección por transmisión sexual, o una situación de embarazo, y en esos momentos “no existen procesos protocolizados”, alertan.