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Mujeres construyendo: una cooperativa de albañilas derriba prejuicios en San Luis
Nacieron en 2021 por iniciativa de una arquitecta que quiso nuclear a las mujeres del rubro. Tuvieron capacitaciones de UOCRA adaptadas a las tareas de cuidado. Cómo trabajan en medio de la crisis económica y los estereotipos de género.
Anahí cruzó la calle y tomó un taxi justo enfrente de la obra en la que estaba trabajando, en un barrio de la zona noreste de la ciudad de San Luis. Subió y el taxista observaba sorprendido. “Mirá, ¿esas son mujeres?”, le dijo, mientras señalaba a una cuadrilla de albañilas levantar las paredes de lo que sería en pocos días el comedor de una vivienda. “Sí, son mujeres”, le contestó. En su rostro, el orgullo por sus compañeras de la cooperativa “Matria en construcción” era imposible de disimular. Esa agrupación, que nació en el año 2021 y de la cual es la presidenta, hoy reúne a doce mujeres constructoras dispuestas a deconstruir prejuicios, reivindicar el espíritu solidario del cooperativismo y avanzar a paso firme en un rubro netamente masculino.
Corría el año 2021 y el mundo post pandemia despertaba la necesidad de retomar la unión y el trabajo en equipo. Fue ahí cuando Anahí Quiroga Nassivera, arquitecta de profesión, tuvo la idea de hacer un relevamiento a las mujeres trabajadoras de la construcción de la provincia de San Luis. En ese momento el número era alrededor de 75, pero asegura que hoy “podrían ser más”. Después de eso, y al ver a tantas mujeres trabajando solas como “satélites” en la inmensidad de una galaxia, pensó en algún tipo de proyecto que permitiera una inclusión real en un campo laboral que siempre perteneció a los hombres y en el cual era muy difícil insertarse. La respuesta era sencilla: la mejor manera de que las mujeres puedan hacerse espacio, desde siempre, fue hacerlo unidas.
Empezaron a reunirse, en ese momento, cerca de veinte mujeres constructoras, principalmente albañilas, con conocimientos de albañilería clásica, construcción en seco, pintura, electricidad y todo lo que conlleva el oficio. Así nació “Matria en construcción” y a partir de allí arrancó un camino a veces con más curvas de las esperadas, pero que nunca se deja de transitar.
“Cuando arrancamos tuvimos muchas reuniones para llegar a definir si íbamos a ser una empresa, una cuadrilla, una cooperativa. Hay algo que tiene que ver con la figura de la cooperativa, con cuál es el fin de una cooperativa; que un grupo de personas de un mismo rubro a las cuales les cuesta el acceso al laburo busquen la figura de la cooperativa para unirse y tratar de que el acceso al trabajo sea más fácil, pero a la vez más justo y en mejores condiciones”, explicó Paula Toneguzzi, una de las mujeres miembro de Matria. “En el caso de la figura de la cooperativa, no es una empresa, hay otros valores, por eso es que no podemos pasar ciertos costos por una jornada de trabajo. Porque no estaríamos respetando esos valores. Una empresa sí lo puede hacer, porque si un empleado no quiere aceptar eso, listo, llaman a otro. Lo mismo con una cuadrilla. Es lo que pagan. Entonces son muchas cosas las que diferencian a una cooperativa y por eso quizás es más difícil seguir avanzando”, agregó. Esos valores, para ellas los más importantes y lo que sostienen el espíritu de Matria, son la equidad, la solidaridad, la ayuda mutua. “Hay toda una filosofía socialista dentro de lo que es una cooperativa. Ser solidario con los ciudadanos también. Hoy por hoy tenés que estar loco para pensar en hacer una cooperativa. Porque el mundo no funciona así, el mundo es injusto, es sálvense unos pocos y los demás que hagan de su vida lo que puedan”, explicó.
El sueño de las pibas
El contexto no ayuda. Este año la crisis se resintió sobre todo en este rubro. “El cambio de Gobierno tuvo una frenada terrible en la construcción. Yo trabajo hace 10 años independiente y ni siquiera en la pandemia hubo tan poco trabajo como ahora. Empecé mi primera obra hace dos semanas. Estuve hasta junio sin nada de trabajo. El que tenía ahorros no se animaba a invertir y al que había empezado una obra se le triplicó el costo”, explicó Anahí.
Los presupuestos se discuten entre todas y se reparten por igual. “Estamos buscando generar un espacio genuino de trabajo. A mí me quedó grabado cuando una compañera me dijo ‘estoy cumpliendo el sueño de la piba’, de poder trabajar de albañila. Las mujeres eligen trabajar de esto, a diferencia de los varones que a los 13 o 14 años el padre los llevó a la obra porque tenía que hacerlo, por obligación. Hay otra pasión, otra vocación, y está buenísimo generar ambientes cómodos”, indicó Anahí. Ella percibió el espíritu del cooperativismo desde pequeña, en su ciudad natal, Mendoza, y supo que ese sería su camino. “Mi papá era parte de una cooperativa y yo toda mi vida quise seguir esos pasos, toda mi vida soñé con construir casas para mujeres, con poder solucionar el problema habitacional que tenemos en nuestro país, que afecta principalmente a mujeres”, explicó.
Paula es una de las más “nuevitas”, ya que las conoció en una capacitación que pudieron dar a través de la UOCRA y el Ministerio de Trabajo, en 2023. En esos talleres les enseñaron a más de 75 mujeres sin conocimientos previos el oficio de la construcción, pero sobre todo pudieron tejer lazos, armar tribu, generar espacios de contención e inclusión. “Una cosa es saber de ojo y otra cosa es tener un certificado avalado por la UOCRA. Tener los conocimientos que debés tener te potencia muchísimo. Y ni hablar que yo estaba deprimida, sola, e hice el curso para salir adelante. Después le metés toda esa carga emocional que tiene que ver con cosas más personales”, recordó.
“Fueron una gran ayuda a nivel profesional y laboral. Fueron cursos largos, nos entregaron certificación y elementos de protección personal. Los cursos de la UOCRA son de 263 horas, se hacen en 2 meses, cursando todos los días. Yo lo que pedí es que lo estiraran un poquito porque no podíamos sostener que una mujer se vaya todos los días se su casa durante 2 meses, iban a quedar muchas afuera. Lo hicimos más largo, más extendido en el tiempo, y en dos turnos, para que todas pudieran participar”, explicó Anahí. “Muchas compañeras estaban mal, muchas compañeras que asistieron a los cursos estaban sufriendo violencia física, muchas iban con el botón antipánico. No es casualidad el área en el que han elegido capacitarse, no eligieron un curso de panificación o moldería, eligieron construcción. Todas las que estábamos ahí en algún momento hemos sufrido algún tipo de violencia o discriminación. Por eso no es casualidad que se elija un rubro tradicionalmente bien masculino para pararnos ahí y defendernos desde ahí”, reflexionó.
Construir entre mujeres
Es que los prejuicios por el género siguen existiendo, muchas veces son directos y otras veces es una discriminación implícita, que las deja afuera y les deja menores posibilidades de trabajo que sus colegas varones. “Se da la situación que nos llaman muchas clientas mujeres para trabajar, por una cuestión de confianza entre mujeres. Casi siempre son arreglos en la vivienda. Tenemos los conocimientos para hacer más cosas pero nos estaría faltando la estructura. Además, las chicas que tienen hijos en edad escolar y demás no pueden agarrar trabajos muy extensos de todo el día. De 8 a 12 o después a la tarde, no toda la jornada porque no se puede. El hombre puede ir de 7 de la mañana a 17, porque no tiene otra ocupación ni otra preocupación. Hay gente que lo entiende y nos recibe así. Se adaptan. Por eso es que generalmente nos contratan mujeres, contemplan todo. Hay otra empatía. Definitivamente. Son más flexibles”, dijo la arquitecta.
Estos años tuvieron momentos de poco trabajo y han golpeado infinidad de puertas, incluso a nivel nacional. Pero, dejando de lado los cursos que pudieron dictar, nunca recibieron una ayuda real que les permitiera una inclusión laboral efectiva. Por un lado, las cargas de cuidado de hijos e hijas no les permiten tomar obras grandes con horarios extendidos, sumado a los propios estereotipos de género en un rubro tan asociado a lo masculino. “No debería tener que ver con la fuerza y esos prejuicios porque hay un montón de otros trabajos para los que encima no hace falta usar la fuerza, como pintar una casa, colocar cerámicos”, expresó Vanesa Ledesma, una de las trabajadoras que hoy se dedica, principalmente, a la construcción en seco. Cuando era apenas una niña acompañaba a su padre a las obras y allí aprendió. Eran cinco hermanos, un varón y cuatro mujeres, y todos ayudaban por igual en el oficio.
“En mi casa la entrada la hizo una compañera. Un vecino me dice ‘Ani, ¿me pasas el teléfono de tu albañil?’, le dije que no tengo albañil, que es albañila. ‘Ahhh, una mujer’. Le mandé el teléfono y nunca la llamó. Él vio el trabajo, nunca vio quién lo hizo. Vio el trabajo y lo vio bien, por algo me pidió la referencia”, recordó Anahí. “Sigue siendo un rubro muy masculino. Cuando dictábamos los cursos, la ropa que nos mandaban eran enorme, no era adaptable a los diferentes cuerpos de las mujeres; si usaban un talle más grande les terminaban quedando enormes de mangas y eso es un problema para la seguridad. En cambio, los zapatos de obra sí había talles en 35 o 36. Porque son para los niños. Estamos más acostumbrados a ver niños trabajando en las obras que a mujeres. Está más naturalizado”, reflexionó.
Los proyectos a futuro son varios, principalmente poder contar con los recursos para desarrollarse en la construcción en seco. “Si tuviéramos un lugar, un espacio, para poder trabajar más en construcción en seco también podríamos tener espacio de cuidado de las infancias, podríamos estar más horas trabajando allí y sumar más gente también. Hemos presentado varios proyectos ya para solicitar líneas de crédito y en concursos, para tener financiamiento, pero hasta el momento no hemos tenido suerte”, comentó Anahí.
La idea de las capacitaciones y poder tener las certificaciones era avanzar en la posibilidad de ingresar en la obra pública. El artículo 4 del Decreto 728/22 establece que un 30% de la obra pública nacional de hasta 300 millones (con sus actualizaciones) debe ser otorgado a favor de las cooperativas de trabajo. “Es difícil competir en las licitaciones frente a las empresas constructoras, por eso es necesario que haya voluntades, si no es muy difícil generar cambios”, admitió Anahí. En un año donde la inversión pública parece inexistente y las “voluntades” van en sentido contrario el escenario se torna aún más difícil, pero Matria seguirá resistiendo.
FE
Anahí cruzó la calle y tomó un taxi justo enfrente de la obra en la que estaba trabajando, en un barrio de la zona noreste de la ciudad de San Luis. Subió y el taxista observaba sorprendido. “Mirá, ¿esas son mujeres?”, le dijo, mientras señalaba a una cuadrilla de albañilas levantar las paredes de lo que sería en pocos días el comedor de una vivienda. “Sí, son mujeres”, le contestó. En su rostro, el orgullo por sus compañeras de la cooperativa “Matria en construcción” era imposible de disimular. Esa agrupación, que nació en el año 2021 y de la cual es la presidenta, hoy reúne a doce mujeres constructoras dispuestas a deconstruir prejuicios, reivindicar el espíritu solidario del cooperativismo y avanzar a paso firme en un rubro netamente masculino.
Corría el año 2021 y el mundo post pandemia despertaba la necesidad de retomar la unión y el trabajo en equipo. Fue ahí cuando Anahí Quiroga Nassivera, arquitecta de profesión, tuvo la idea de hacer un relevamiento a las mujeres trabajadoras de la construcción de la provincia de San Luis. En ese momento el número era alrededor de 75, pero asegura que hoy “podrían ser más”. Después de eso, y al ver a tantas mujeres trabajando solas como “satélites” en la inmensidad de una galaxia, pensó en algún tipo de proyecto que permitiera una inclusión real en un campo laboral que siempre perteneció a los hombres y en el cual era muy difícil insertarse. La respuesta era sencilla: la mejor manera de que las mujeres puedan hacerse espacio, desde siempre, fue hacerlo unidas.