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Lo que soy no está quieto ni se nombra

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Jules lo supo cuando era chica: la feminidad le daba rechazo, se sentía forzada a eso, se daba cuenta de que no era mujer. Cape piensa que la incomodidad estuvo toda su vida. Recuerda el momento exacto en que pasó: fue en 2021 cuando se anunció la posibilidad de marcar con una X el espacio reservado al género en el DNI. Pensó, “ah, claro. Soy esto”. Ari, en cambio, no recuerda cuándo lo escuchó. Elle es más grande y rememora la juventud como una búsqueda. Sabía que no era varón. Sabía que no era mujer. Tal vez, habitó esta identidad sin conocerla. Y todo eso dolía.

Yo, como elles, reconozco el sentimiento de incomodidad. El no encajar, el no entender. Y, de golpe, el alivio de poner en palabras lo que iba por dentro.

Empezar una transición como persona no binaria. 

En general, el proceso de transición es complejo y no siempre fácil de comprender, tanto para quienes lo encaramos como para quienes nos rodean. Muches lo imaginan como un recorrido lineal, un paso de un punto a otro, desde un sexo asignado al nacer a un género construido en base al deseo. Pero, ¿qué pasa si no hay un punto de llegada? ¿Y si una identidad, más que caminar, fluye entre puntos? ¿Si los desdibuja o, incluso, los borra?

No sé en dónde, pero es ahí

Jules es historietista. Empezó su transición alrededor de 2015, cuando escuchó por une amigue hablar del no binarismo. Una de las primeras cosas que hizo después de escuchar esas dos palabras fue googlear. Leyó categorías. Exploró. Aunque no sabía todavía dónde encajaba, sabía que era ahí. 

“Al principio pensé que era una persona agénero”, recuerda la artista que en Argentina es más conocide como Femimutancia. “Tenía una expresión femenina y, al año, me veía con una expresión más neutra, incluso más masculina”, agrega. 

Jules se rapó, cambió el  estilo de su ropa y empezó a indagar. Cuando empezaron a tratarlo en masculino, se sintió increíble. En lo cotidiano, comenzaba a generar confusión en les demás. Por ejemplo cuando iba a comprar a la panadería: la panadera primero le trataba en masculino, pero al escucharle hablar, se disculpaba y cambiaba al femenino.

Por muchos años habitó lo femenino desde el rechazo. Pero, con el tiempo, Jules empezó a amigarse con esa idea. “Ahora, lo estoy atravesando desde otro lugar, desde un lugar más positivo, que antes no me pasaba”, cuenta.

¿Cuál es la diferencia entre aquella feminidad que dolía y la que vivís ahora? 

No es una obligación. Nadie está esperando que me vista o me comporte de alguna manera. Cuando eso pasaba, yo trataba de encajar. Ahora sé que lo hago porque tengo ganas.

Pelo largo y rubio, a media melena de rosa suave o con rapado a cero furioso, Jules transita su identidad entre la masculinidad, la feminidad y la androginia. “Uso todos los pronombres, pero no quiero que me traten siempre en femenino” dice. “Es raro el proceso, hay una intención de preguntar con qué pronombre me identifico, pero después caen siempre en el mismo”.

“Esto no va a ser fácil”

Cape empezó su transición escribiendo sobre sí misme, desde lo privado. Su nombre ya lo había elegido en la infancia y jamás se había identificado con el del documento. Hace tres años, se emocionó al nombrarse en neutro.

Después, le pidió a un grupo pequeño de amigues que utilicen este pronombre. No tuvo mucho que explicarles, elles ya habían notado que estaba explorando. Que algo estaba buscando. De a poco, fue cambiando lo corporal. La manera de vestirse. Las cosas que antes le identificaban y ahora se veían extrañas.

Cape tuvo que decirse, al principio, que la transición no iba a ser fácil. “Necesité ser consciente de dónde vivo, la sociedad en la que vivo y tratar de buscar otras personas para no estar sole”, recuerda.

Hablas de que la transición inició un proceso, pero ¿qué fue eso que empezó? 

Un camino de encontrar mi identidad por dentro y por fuera. 

El cambio en el DNI fue uno de los primeros pasos de Cape. Mucha gente le aconsejó no hacerlo, le dijeron que iba a ser un problema. “Al final, fue un problema. Me da bronca que por tener una X en el DNI siempre tenga que hacer un pasito más que la gente. Como no estoy, tengo que lograr estar”, dice. Las trabas iban desde la falta de actualización de las bases, a no poder conseguir permisos para salir en la pandemia porque la app no identificaba los cambios. Sin embargo, no se arrepiente de la decisión: “me hace sentir orgullose de estar en un país donde reconocen mi identidad”.

En su familia el reconocimiento llegó después. Incluso, cuenta riendo, recién está llegando.

“En mi familia fue el espacio donde más tuve que armarme de paciencia”, dice. No tenían información ni tenían contacto con el mundo trans en general. Mucho menos con el no binario. Le conocen desde chiquite y hay una costumbre muy fuerte en cómo tratarle. “Definitivamente iban a necesitar más tiempo. Pero llegaron”, cuenta.

Antes de poder hablar, bailar

Ari Lorenzo es letrista y bailarine de Invisibl3s, un grupe de folclore diverso. Tiene 42 años y, aunque vivió en otros barrios y hasta en otros países, es de Mataderos. Cuando era chique, empezó a darse cuenta que no se sentía hombre, pero tampoco mujer. No tenía información sobre otras posibles identidades.

“Era una época donde teníamos, a lo sumo, dos referentas mujeres trans que eran visibles, Mariela Muñoz y Cris Miró”, cuenta, “pero también donde la gente se avergonzaba de tener una amiga trans”. Ari pasó más de la mitad de su vida sin conocer el concepto identitario que abrazaría.

Desde que escuchó por primera vez sobre identidades no binaries, hasta entender que esa definición podía definirle, pasaron tres años. “Creo que lo acepté más visiblemente cuando eliminé el ”el“ final mi nombre para ser solo Ari”, dice y agrega, “fue algo muy significativo para mí, aunque pueda parecer chiquito”.

“A mí me cuesta por ser grande. Tenemos una educación bastante diferente. Vivimos reprimiendo, tratando de encajar”, dice. “No me sentía con la capacidad de hablarlo, sentía que no tenía el conocimiento de los libros, de toda la academia, sino solamente de ir viviendo con mis miedos y las imposiciones sociales. De ir a los golpes”. 

A Ari le ayudó folclore en la transición.

Cuando empezó a bailar comenzó a liberar todas las tensiones de cuando era chique, de esto no se puede hacer, qué van a decir, esto no es lo que hace un hombre, sos una mujer.

Esas definiciones estructuradas podía empezar a romperlas desde ahí.

¿Qué sentías al bailar?

En el baile siento que puedo ir liberándome, lentamente, de lo que es la imagen hacia el afuera. Eso no significa que libere todos mis miedos hacia el adentro. Quizá mi imagen puede ser muy visible ahora, pero mis miedos hacia adentro siguen iguales. A veces me reprimo y me da bronca, porque hablo y me pongo en una posición, pero hacia adentro estoy luchando contra eso que lucho también hablando. 

Los primeros cambios en su forma de vestir fueron en los show. Usaba un poncho en el cuello, que parecía una capa. A la mitad del show lo bajaba y lo usaba como pollera. “Era la primera forma que tuve de usar una pollera frente a alguien”, recuerda.

Cuando era chique se probaba la ropa que no correspondía al género que otres le decían que tenía. Eso lo hacía. “Por eso”, dice, “quizá la información me faltó antes”. 

Cuando comenzó la pandemia, la forma de hacer los videos y conectar con su público era con una cámara. “Frente a la cámara yo podía vestirme porque era un show”, dice. “Pero, en verdad, no era solo un show porque estaba en mi casa todo el día así”, agrega. Ari empezaba a sentir que no solo podía estar en un espectáculo  virtual, sino también conduciendo en una entrevista virtual para, así, ir dando un pasito tras otro.

Hoy no va ni al supermercado con la ropa que usaba antes. “Lo que hago es fusionar los estilos dentro del mundo gaucho. Creo que encontré en ese lugar, otra vez, una libertad, una visibilidad”.

Una identidad hecha de redes

A mediados de 2021, una amiga de Cape trabajaba en el Ministerio de Salud. Ella, a su vez, tenía otra amiga que es parte de un equipo de diversidad en un Centro de Salud y Acción Comunitaria (CeSAc). Le sugirió sacar un turno y le consiguió un mail al cual poder comunicarse

Cape sabía que no quería empezar un proceso de hormonización con testosterona, pero sí sabía que  muchas cosas de su corporalidad no las quería más. “Entré con muchas dudas y me encontré con muchísimas respuestas. Me dijeron que había opciones para lograr esos cambios y lloré”, recuerda.

Circular la información

La recomendación de une amigue. Un fanzine publicado por un grupo activista. Un artículo en internet. Un video de Tik Tok. La información sobre transiciones se mueve entre redes de la comunidad o Internet. Si hay algo de suerte, se consigue algún mail o número para ingresar al sistema de salud. 

La médica que atendió a Cape también le dio el contacto para conseguir un binder, una especie de top para comprimir el busto. “Yo los había visto en Sex Education y pensé que acá ni existían, la verdad”.

Así consiguió sus dos primeros binders en Armando Binders, emprendimiento fundado hace más de once años por Mor, un varón trans que inaguró esta industria en Argentina. La misma marca a la que yo llegaría, por recomendación de otres amigues, tiempo después. El mismo emprendimiento al que llevaría a una compañera de trabajo en una de sus visitas desde Paraguay. 

“El binder es una prenda íntima y colectiva, es ropa interior personal pero al mismo tiempo, por su precio, poca accesibilidad e importancia dentro de la comunidad trans masculina y no binaria se hereda, se comparte, el binder, podríamos decir, también transita”, escribía Mag de Santos, artista queer, en un artículo del diario Página/12. El binder, como otros elementos que compartimos, marca nuestras historias en la circularidad de una prenda, de un conocimiento, de un contacto.

La primera persona en tu vida 

Cape entró al lugar donde trabaja por medio de la ley de cupo laboral trans, que establece un cupo mínimo de 1% de los cargos y puestos del Estado Nacional para la comunidad desde hace tres años. Su primer día fue también el de dos varones trans. Un tiempo antes de que elles comenzaran, la oficina tuvo un encuentro para prepararse para recibirles. La mayoría no tuvo problemas con los varones, pero cuando hablaron de una persona no binaria aparecieron más dudas. 

“¡¿Con qué nos vamos a encontrar?!”, fue una de las preguntas de esa charla, según le confesó después un compañero a Cape. 

Ser la primera persona no binaria que conocen en el trabajo, en el club, en la oficina estatal al llenar un formulario, en un bar donde ahora le entrevisto y ningune de les dos corrige el “señoritas” que clava sonriendo la moza. 

“Te debe pasar, la continua respuesta de no saber cómo tratarte, de pedirme paciencia y, a veces, te cansas de ser la primera persona en la vida de todo el mundo”, dice Cape.

Una estadística muestra que de 45 millones de personas en Argentina, mil tienen la X en su documento. Según el censo de 2022, donde por primera vez se incluyó una pregunta sobre identidades trans, 37.330 se identificaron como personas no binarias. La provincia con menos personas NB es Catamarca y superan las 300. 

En el total somos el 0,08%. Al menos esta es la estadística arrojada ante la primera vez que nos preguntaron cómo nos identificamos. 

La prohibición de existir

En un país normal estarías encerrado en un hospital psiquíatrico”, escribe un usuario de X. La frase se repite por decenas, cientas, de personas que hablan de incapacidad, trastornos, invención, locura, aburrimiento, “problema de burgues” e imposición. Sucede en abril de 2022, cuando Vélez me entregó el primer cárnet no binario del fútbol argentino.

Meses después, Cape recibió el suyo en Racing. También enfrentándose a una avalancha de hate en redes sociales.

Esta persona está mal de la cabeza. Hay que encerrarla. Esto no existe. Esto no existe. Esto no existe.

“Yo enloquecí leyendo todo el hate. Es mentira si digo que recibí el mismo amor que odio”, dice elle. “Mirando la experiencia a la larga, lo volvería hacer, porque me parece super importante que se viralicen nuestras historias. Pero tienen un costo. Cuando vos apareciste, yo te hablé, cuando yo aparecí, alguien me habló y hace se va tejiendo una red”.

En junio de 2022, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires prohibió el uso de lenguaje inclusivo en las escuelas. La justificación fue una supuesta difícultad de las infancias para aprender el castellano incluyendo el uso de la “e”. Cuando se pidieron los datos que sustuvieran la idea, se invocó la existencia de un informe que nunca  se compartió publicamente.

Jules recuerda haber tenido contacto con diferentes infancias que iniciaban sus búsquedas identitarias en esta época. “Escuché historias de autolesión o depresión. Se veía la diferencia de poder atravesar tu identidad y experiencia con apoyo familiar o sin eso. Es muy duro”, dice.

La última vez que atacaron a Jules por redes sociales fue hace dos años cuando le invitaron a la Crack Bang Boom de Rosario, el festival de historietas más importante de Argentina. En su biografía aparecía como “dibujante no binarie”. A los segundos, el anuncio se llenó de comentarios de odio. No sabían quién era ni qué dibujaba. Tampoco importaba.

En febrero de 2024, Javier Milei, presidente de Argentina, anunció la prohibición del lenguaje inclusivo y todo lo referente “a cuestión de género” en la administración pública. En agosto, Mariano Cúneo Libarona, Ministro de Justicia, sostuvo que el Gobierno “rechaza las diversidades sexuales no alineadas con la biología”.

Las políticas impulsadas no solo desconocen derechos obtenidos por una población ya reconocida bajo La Ley de Identidad de Género, sino que avanzan en una búsqueda de su borramiento. En estos meses, Jules volvió a presentar, junto a una compañera, el proyecto Nosotras Contamos, un catálogo de autoras de historieta y humor gráfico que publicaron entre 1930 y 2018, para exponer el CCK. Esta vez, les consultaron si tenía “algo feminista o LGBTIQ+” porque si era así, no podría exponerse.

“Todo el trabajo de investigación que busca visibilizar, gracias a las nuevas políticas públicas se corta”, dice Jules. “Estos proyectos son re importantes para construirnos, visibilizarnos y también hacer una genealogía del pasado”.  

¿Sos lo que querés ser?

“Si el Folclore es el saber del pueblo y es mi forma de explicar el mundo que me rodea, ¿por qué no podría bailarlo?”, dice Ari arriba del escenario Antonio Torno en la feria de Mataderos. Está vestide de negro, con una mascara de fiesta de carnaval veneciano en color  rosa  y con  brillitos. “Yo soy las plumas y el folclore. Vos, ¿sos lo que querés ser? ¿O lo que te enseñaron a ser?”, recita. Luego, abre su camisa revelando una remera negra con la inscripción “GAUCHE” multicolor. Se saca el pantalón, mostrando una pollera y ligas negras. Empieza a zapatear haciendo tambalear al mundo.

El video se viraliza todos los años. Las agresiones llegan desde  comentarios en redes sociales hasta segmentos enteros en la televisión, como los insultos del periodista Baby Echecopar. “Una vez me dijo (la poeta travesti) Susy Shock que lo que elles quieren es que no disfrutemos y la verdad que me cuesta disfrutar”, dice ahora Ari. “Pasé la mitad de la vida viendo cómo nombrarme. La otra mitad, tratando de decir ”sí, existo“”.

Cape, de alguna manera, concuerda: “A veces pienso que es muy loco que algo que se siente tan genuino, tan correcto para mí, puede generar tanto rechazo”. “No puede ser que por tener una identidad te odien, te quieran pegar, te echen de tu casa”, agrega Jules en otra conversación. 

Antes de cerrar la entrevista, Ari se distrae mirando al costado y susurra: “¡Mirá!”. En una mesa cercana, une niñe toma una chocolata con su mamá. Tiene puesto un vestido de princesa y una crocs rojas del Rayo McQueen, el auto protagonista de la película Cars, como para llegar a toda velocidad a dónde quiera ir, volver o llegar.

MM

Jules lo supo cuando era chica: la feminidad le daba rechazo, se sentía forzada a eso, se daba cuenta de que no era mujer. Cape piensa que la incomodidad estuvo toda su vida. Recuerda el momento exacto en que pasó: fue en 2021 cuando se anunció la posibilidad de marcar con una X el espacio reservado al género en el DNI. Pensó, “ah, claro. Soy esto”. Ari, en cambio, no recuerda cuándo lo escuchó. Elle es más grande y rememora la juventud como una búsqueda. Sabía que no era varón. Sabía que no era mujer. Tal vez, habitó esta identidad sin conocerla. Y todo eso dolía.

Yo, como elles, reconozco el sentimiento de incomodidad. El no encajar, el no entender. Y, de golpe, el alivio de poner en palabras lo que iba por dentro.