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Cuando lo personal no es político: sobre madres y padres que son funcionarios públicos

Año 1996. Centro Cultural San Martín. Sesenta representantes se reunían para lo que se consideraba una jornada histórica: iban a asumir como estatuyeres para diseñar la futura Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, dos años después que la reforma constitucional del '94 le otorgara autonomía a la capital nacional. El vicepresidente Carlos Ruckauf era también estatuyente porteño y no podían arrancar la sesión sin él pero, como suele pasar, venía retrasado. Los estatuyentes seguían hablando efusivamente entre ellos y en el medio un bebé de menos de un mes que estaba en un moisés, en un rincón, con su papá, se puso a llorar ahí en el fondo, cada vez con más desesperación. Su mamá, María José Lubertino, lo escuchó a lo lejos. Lo había amamantado con ganas antes de la hora en que empezaba la sesión pero Ruckauf llevaba dos horas de retraso y el recién nacido tenía hambre. Los tiempos de los bebés pueden ser todavía más salvajes que los de la política. Lubertino, de 36 años, empezó a ver un pasamanos inverosímil con la criatura hasta que alguien se lo entregó y ella se lo puso en la teta inmediatamente. Los fotógrafos no perdieron la ocasión de retratar semejante escena y la imagen fue una de las ilustraciones de la época. Lubertino, con una sonrisa, amamantando a su hijo Manuel, no solo recorrió todos los medios, sino que también decoró comercios del interior del país para el día de la madre. A la entonces estatuyente –después diputada, después titular del INADI– la nombraron embajadora de una ONG pro lactancia, pero también fue etiquetada como polémica y controversial por haber ejecutado en un recinto público –en todos los sentidos de la palabra– un acto considerado privado y hasta íntimo:

–Los constituyentes que tenía al lado se dieron vuelta como para mirar para otro lado– recuerda Lubertino hoy, casi 30 años después–. Y me acuerdo que cuando fui a lo de Mirtha Legrand ella me dijo ‘¿No te podías haber levantado?’. Era la primera vez que tenía un cargo de representación. Después de 13 años de militancia asumía ¡ad honorem! un cargo así. No me iba a levantar de mi momento político. 

No era esa la primera vez que aparecían hijos e hijas en la política: son habituales adornando campañas de manera más y menos directa; de más grandes, además, pueden aparecer como asesores de lujo, con o sin cargos oficiales. Pero en este caso, aparecía algo así como el trabajo de los hijos –y en una mujer, y en una mujer que daba la teta– y la necesidad de que a veces, como pasa en todas las carreras, tenga que superponerse con el trabajo oficial. Casi toda su carrera política, más allá de la foto emblemática, estuvo atravesada por la crianza de sus dos hijos –uno nacido en 1996 y el otro en 2001– y la necesidad de hacer convivir esas facetas:

–Lo viví con mucha naturalidad. Conté con los dos muy buenos padres de mis hijos. Todos los temas que tienen que ver con la salud, vacunación, médico, fueron los papás de cada uno quienes tuvieron un rol más protagónico y también contamos con la invaluable ayuda de una empleada que teníamos en casa, que en ese momento dormía en casa, que era Roxana, que para los chicos fue histórica, fue mi sostén, mi soporte. Mi mamá también estuvo muy presente en la crianza de Manuel, que es el más grande, y Lili, que es la abuela paterna de Ernesto, estuvo muy presente en la crianza de Ernesto y también de Manuel. Pero en la política era todo un desastre. La gente fumaba adentro de los edificios. Yo llevaba a mi bebé a la constituyente que se hacía en la Biblioteca Nacional y había que pedir que dejaran de fumar cuando el papá me lo traía para poder amamantarlo. Había una compañera embarazada y cero registro, ni institucional ni de los otros varones. Horrible ver la poca empatía de parte de los varones –que eran la mayoría– que fumaban. 

    

Tal era el poco registro y la poca conciencia en los años 90 de que muchas personas adultas tenemos responsabilidades de cuidado y la asunción de que esas tareas debían ser enteramente tercerizadas en mujeres mediando o no dinero– que cerca del 2000 escuché, con tono de burla, un comentario sobre un dirigente del FREPASO que, decían, era capaz de interrumpir o cambiar una reunión para ir a buscar a sus hijos a la escuela. La burla de sus compañeros de partido (progresista), pero sobre todo, la mofa que todavía le imprimía al chisme la persona que me lo contó entrados los 2000, hablaban de una época muy distinta a la nuestra. En esta, la intromisión de las tareas de cuidado aparece más naturalizada, probablemente por el discurso feminista que visibilizó el cuidado como un trabajo, por el lento aumento de la participación de las mujeres en cargos jerárquicos de la política, por la pandemia que hizo ver a mujeres y varones de distintos sectores sociales –incluso de las elites– el volumen de tiempo que necesitan los niños y también, por qué no, por Instagram, que en su necesidad voraz de contenido hace que las personas compartan públicamente mucho más de sus vidas cotidianas, como parte de la imagen que buscan transmitir pero también como un genuino retrato de lo que pasa cuando no están en sus trabajos. O para ser más precisos: en esta época, al menos, queda mal burlarse de eso. Para la política las cosas también cambiaron. Un poco.

Martín Yeza es intendente de Pinamar. Tiene 37 años, un hijo de 3, al que despierta todos los días a las 6.45 para darle el desayuno y llevar al jardín y una bebé de 10 meses. Cuando lo llamo para hablar de este tema tienen una anécdota tan reciente que casi que estaba esperando este llamado. En una semana particularmente movida para el PRO, tuvo un zoom con María Eugenia Vidal y otros referentes del partido. Su esposa estaba en inglés y la beba cursaba un virus gastrointestinal; él había quedado a cargo. La postal de su cuadradito en el zoom con su bebé a upa podría haber resultado tierna y vendedora, de no ser porque la beba vomitó tres veces a lo largo de la reunión, acompañado de llanto, obligándolo a él a levantarse, ir, venir, interrumpir su participación:

–En el momento te genera sentimientos encontrados porque, por un lado, tengo este tema que es re importante, mi país y mi responsabilidad política, y a la vez están tus bebés. Uno trata de encontrar estos equilibrios, pero suenan mejor cuando los pensás que cuando se ejecutan. Y en el momento, los que te miran –especialmente los varones– tienen también dos sentimientos a la vez como ok sí, está bien que te ocupes, pero igual lo tenés que resolver por otro lado. Son dos sentimientos totalmente contradictorios pero están ahí: sé que está bien pero no está bien. En general hay una mirada más comprensiva de la mujer que del hombre. 

En su caso, no tienen niñera, pero sí una mujer que trabaja en la limpieza tres veces por semana. “Por el momento no queremos ceder la crianza de nuestros hijos y optamos por esto, que de alguna manera tensa los tiempos para uno mismo. A nosotros nos resulta parte de la vida permitirnos disfrutar de las cosas hermosas de criar a nuestros propios hijos. Tu vida se resignifica”. El nene más grande va al jardín y la bebé no todavía. Para él, los dirigentes políticos de su edad tienden a coincidir sobre la naturalidad que le dan al cuidado igualitario de los hijos, pero con dirigentes de otras generaciones puede haber más prejuicios: “Varones que son apenas 5 años más grandes que yo ya no entienden por qué uno hace lo que hace, y ahí entra el mote de 'pollerudo'. Para mí es una obviedad que tiene que ser así, que tenemos que tratar de entender es una tarea de los dos”. El impacto de tener hijos, sobre todo pequeños, influye también en otras decisiones de la vida política, dice Yeza: 

–Nosotros con mi pareja hablamos mucho de eso. De repente te pueden hacer una muy buena propuesta laboral en el gobierno provincial, ¿Nos iríamos de Pinamar a vivir a La Plata? Acá nuestros hijos tienen a sus abuelos, primos, amigos. La actividad política tiene mucha incertidumbre y eso influye en la familia. 

Los horarios de la política

En el caso de Yeza, su esposa se dedica al ámbito de la educación, pero hay veces que puede pasar que ambos en la pareja compartan la actividad política, con sus no-horarios, sus urgencias, su demanda. Así sucede en la familia de Diego Kravetz, jefe de gabinete y responsable de Seguridad de Lanús–y ahora de manera interina intendente–, y marido de Soledad Acuña, ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires. La pareja tiene tres hijos, uno de 14, uno de 3 y una bebé de 3 meses, nacida en plena campaña de su mamá como pre-candidata a Jefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En su casa trabaja haciendo tareas de limpieza y cuidado una mujer que no se queda a dormir y la hermana de Acuña también ayuda bastante con los hijos de la pareja. “Tratamos de ir complementándonos–, dice Kravetz–. Yo en general baño a los dos chiquitos a la noche y ella algunas veces tiene que ir a la tele. Soledad es una persona muy organizada y eso ayuda mucho; yo no soy tan organizado. El grande de 14 se autogestiona mucho más, pero también nos dividimos para ayudarlo con el estudio. Yo no tengo cenas de amigos, no hago cenas de la política, salvo algo excepcional, trato de no ir a programas de tele a la noche. Con el área de Seguridad a veces tenía actividades por la noche y en esos casos cortaba, volvía a mi casa, y volvía a irme. Nosotros tratamos de darle un lugar a la familia, el otro día teníamos la vigilia de Malvinas y me llevé al chiquito conmigo”. En el Instagram de Acuña, muestra cómo a veces ella también lleva a su bebé de tres meses a la oficina. Sin embargo, Kravetz, que tiene 51 años, cuenta que con su hijo mayor, nacido cuando él era legislador de CABA, no pudo tener la misma experiencia que con sus hijos más chicos: “Yo estaba mucho en la rosca, y en eso había mucha nocturnidad. La noche tiene además una serie de atractivos que también están vinculados a la política y a la rosca. Y terminan siendo todos espacios solo para hombres. En esa época tenía muchas reuniones a la noche y me perdí mucho tiempo de estar con mi hijo y lo tomo como algo disvalioso de mi experiencia como padre. No hay nada que pase a la noche que no pueda hacerse en el día. Es una costumbre que tiene la política, que es una costumbre solo para hombres. Yo me reconozco mucho más feliz y mucho más conectado con mi familia ahora desde este lugar”, dice, mientras reconoce que ha bajado últimamente la actividad más territorial de Seguridad como los allanamientos a la madrugada.

El legislador porteño Juan Valdés, padre primerizo de una bebé de tres meses, también hace hincapié en los horarios y las costumbres de la política. Por el momento, su pareja está de licencia y se ocupa del día a día de su hija, que es amamantada por leche materna exclusiva. “Nos organizamos semana a semana. Mi mamá y mi suegra nos ayudan algunos días pero el resto del tiempo nos repartimos, y yo estoy tratando de alternarnos mañana y tardes para estar con mi hija. Y los fines de semana estoy mucho más presente que lo que estaría en un año normal de campaña habitual y de mi trabajo como legislador”. En su caso, como hijo de Eduardo Valdés, militante político que ocupó distintos, reconoce que sus padres estuvieron muy presentes en la crianza y que le enseñaron que hay que exigirse mucho para poder trabajar y ocuparse de la familia a la vez. También, observa algunas diferencias:

–Mi generación ha desnaturalizado que el rol de la mujer sea el del cuidado y que los varones no debemos cuidar a nuestros hijos. Por supuesto en términos ideales sería 50 y 50. En mi caso no es así por ahora no sólo porque no tengo licencia por paternidad, sino también porque decidimos la lactancia materna exclusiva y eso hace que la madre tenga mucha más tarea que yo, al menos en esta etapa. Tengo conciencia de los privilegios que hemos tenido históricamente los varones y estoy dispuesto a transformarlos y a compartir crianza y no creer que estoy “ayudando” sino que estamos criando en conjunto y eso algo que creo que mi generación está aprendiendo. Es un aprendizaje diario. No es fácil. A veces cuesta, a veces duele sentir que te quedás afuera o te sentís relegado de algunos espacios de discusión porque tenés tareas que hacer en tu casa. Pero el único lugar en el que sos imprescindible es ahí.

Valdes, con 35 años, también menciona los horarios de la política como complejos de combinar con la crianza: “La política tiene una cantidad de folklore, de actividades, que implica mucho asado hasta tarde, una agenda en la que no tenés horarios fijos, entonces es difícil comprometerte a seguir una rutina que es justamente algo que los chicos necesitan mucho y también en la organización con la pareja. Eso implica hacer algunos sacrificios. No es que otros te relegan porque vos sos padre, sino que simplemente vos tienes que dejar de lado y priorizar otra cosa y cuando uno hace esta elección lo sabe y trata uno de generar un equilibrio, no perderse el trabajo pero tampoco relegar a la familia. Uno pierde posiciones por estar menos en los lugares, cuando estás menos te convocan menos. En la política y en todo, en los ámbitos laborales. Y la política es muy dinámica en el sentido de que todo el tiempo creemos que está el mundo por cambiarse si no estamos en determinada reunión o actividad y la verdad que no es así, lo único que realmente depende de nosotros, y en donde tenemos que estar es el cuidado de nuestros hijos”. 

Justamente a eso apunta Micaela Gentile, Directora Nacional de Justicia y Género del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación y mamá de una nena de 5 años. Está separada del papá de su hija, con quien pasa la mitad de los días y fines de semana por medio. Su hija va al jardín y también pasa tiempo con una niñera. El papá de su hija, en tanto, le cubre varios baches cuando surgen imprevistos producto de la demanda de su función: “La política no es esencialmente incompatible con las responsabilidades de cuidado. Creo que como cualquier actividad que demanda mucho cuerpo, tiempo y cabeza tiene más dificultades que otras actividades a la hora de las responsabilidades de cuidado pero también me parece que los últimos años se ha puesto más en cuestión esta imposibilidad de cubrir todo al mismo tiempo que muchas veces tenemos como mandato cultural las mujeres. Cuando la vida política se vuelve incompatible con las responsabilidades de cuidado hay un montón de otras fallas que están sucediendo antes, durante y después como para que esto sea así. No creo que sea propio de la vida política sino de una injusta distribución del cuidado en todas las esferas. Lo que sí tiene la política y es la lucha que venimos dando las mujeres que nos consideramos feministas es amoldar prácticas y horarios para que se pueda empezar a haber una conciliación vida laboral-vida familiar. Que la política se desarrolle en horarios más amigables para las personas que tienen responsabilidades de cuidado, que tenga formas que lo contemplen, que la militancia y las organizaciones políticas contemplen que las actividades, los plenarios, etcétera, puedan ser desarrollados con niñes o que puedan tener en cuenta lo que acarreamos a veces como responsabilidad única las mujeres”.

Como declara Gentile, y coinciden todos los consultados, las cuestiones con las que lidian ellos y ellas como trabajadores y trabajadoras no difieren demasiado de mucho de lo que le pasa a cualquier trabajador. Aunque ella enfatiza en cómo trabajar estas cuestiones desde la política puede impactar en otros ámbitos: “Cuando estas cuestiones no se contemplen impactan en una menor participación de mujeres en niveles jerárquicos, por eso me parece clave problematizarlo desde la política, justamente, entendiendo que la política es aquella arma de transformación de la sociedad en un estado democrático y es la que tiene que dar una respuesta”.

La política como actividad que debería marcar algunos ejemplos, pero también la política como responsable de legislar sobre la vida cotidiana de las personas que están a cargo de otras personas, un tema en el que confluyen la vida pública y la vida privada de los funcionarios públicos.

En definitiva, en este caso, no siempre lo personal es político.

 NS

Año 1996. Centro Cultural San Martín. Sesenta representantes se reunían para lo que se consideraba una jornada histórica: iban a asumir como estatuyeres para diseñar la futura Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, dos años después que la reforma constitucional del '94 le otorgara autonomía a la capital nacional. El vicepresidente Carlos Ruckauf era también estatuyente porteño y no podían arrancar la sesión sin él pero, como suele pasar, venía retrasado. Los estatuyentes seguían hablando efusivamente entre ellos y en el medio un bebé de menos de un mes que estaba en un moisés, en un rincón, con su papá, se puso a llorar ahí en el fondo, cada vez con más desesperación. Su mamá, María José Lubertino, lo escuchó a lo lejos. Lo había amamantado con ganas antes de la hora en que empezaba la sesión pero Ruckauf llevaba dos horas de retraso y el recién nacido tenía hambre. Los tiempos de los bebés pueden ser todavía más salvajes que los de la política. Lubertino, de 36 años, empezó a ver un pasamanos inverosímil con la criatura hasta que alguien se lo entregó y ella se lo puso en la teta inmediatamente. Los fotógrafos no perdieron la ocasión de retratar semejante escena y la imagen fue una de las ilustraciones de la época. Lubertino, con una sonrisa, amamantando a su hijo Manuel, no solo recorrió todos los medios, sino que también decoró comercios del interior del país para el día de la madre. A la entonces estatuyente –después diputada, después titular del INADI– la nombraron embajadora de una ONG pro lactancia, pero también fue etiquetada como polémica y controversial por haber ejecutado en un recinto público –en todos los sentidos de la palabra– un acto considerado privado y hasta íntimo:

–Los constituyentes que tenía al lado se dieron vuelta como para mirar para otro lado– recuerda Lubertino hoy, casi 30 años después–. Y me acuerdo que cuando fui a lo de Mirtha Legrand ella me dijo ‘¿No te podías haber levantado?’. Era la primera vez que tenía un cargo de representación. Después de 13 años de militancia asumía ¡ad honorem! un cargo así. No me iba a levantar de mi momento político.