La “muerte de la naturaleza” fue decretada hace más de 40 años cuando todavía no había los signos del grave escenario ambiental que la humanidad enfrenta actualmente debido a las prolongadas olas de calor, el aumento de la deforestación e incendios de bosques, la sequía de ríos y lagos y el incremento récord de la temperatura de los océanos, factores que ponen en riesgo la continuidad del mundo y las especies que lo habitan tal como la entendimos.
Lo hizo en 1980 la estadounidense Carolyn Merchant, profesora emérita de Historia Ambiental, Filosofía y Ética en la Universidad de California, en Berkeley, en su libro “La muerte de la naturaleza. Mujeres, Ecología y Revolución Científica”, que fue publicado semanas atrás —traducido en español— por Siglo XXI Editores.
Un año antes de su primera edición, el 28 de marzo de 1979, una serie de fallas humanas y en el sistema de funcionamiento causó la explosión de uno de los reactores de la central nuclear Three-Mile Island, en Pensilvania, Estados Unidos. El hecho obligó a la evacuación de más de 100.000 personas y puso en dudas la seguridad en la producción de energía atómica.
Three-Mile Island, evaluó Merchant en aquel momento, “dejó de manifiesto la muerte de la naturaleza” a causa de “la manipulación de los procesos para controlar y explotar los recursos naturales mediante el uso de la tecnología”, lo que llevó “finalmente al desastre”.
El siniestro que, a fines de los años 70, alteró el decidido impulso que Estados Unidos le había dedicado al desarrollo de la energía nuclear se debió, para Merchant, a los efectos de un fenómeno surgido cinco siglos antes: la Revolución Científica, un período considerado de iluminación intelectual por los historiadores y que dio lugar a las bases del progreso científico, tecnológico y social.
“Entre los siglos XVI y XVII -sostuvo Merchant en el libro- la imagen de un cosmos orgánico que tenía en su centro a una tierra viva y femenina dio paso a un enfoque mecanicista del mundo en que la naturaleza fue reconstruida como algo muerto y pasivo, dominado y controlado por los humanos. La muerte de la naturaleza se ocupa de los cambios económicos, culturales y científicos que produjeron esa gran transformación”, agregó. Cinco siglos después de aquella revolución, y ante la crisis ambiental actual, una parte de la sociedad occidental comienza a apreciar los valores de un mundo perdido.
Ante ese escenario, entonces, es prioritario reestructurar “el orden de prioridades” para lograr “la supervivencia de la humanidad y la naturaleza”, afirmó Merchant en una entrevista concedida a elDiarioAR.
—¿Qué puede hacer ahora la ciencia, 500 años después del inicio de la Revolución Científica, frente a un escenario ambiental en el cual el pasado mes de julio fue el más cálido desde que se tenga registro en el hemisferio norte y la temperatura de la superficie de los océanos llegó a cifras máximas históricas?
—La ciencia puede enfocarse en inventar productos que puedan reutilizarse y reciclarse, a producir alimentos orgánicos y fuentes de energía renovable. Económicamente también podría hacer una enorme contribución a la hora de garantizar el intercambio sustentable de alimentos y productos en lugar de promover actividades comerciales que busquen ganancias desde un enfoque capitalista, fomentando el crecimiento de basurales y la contaminación del agua y el aire.
—¿Cómo es posible revivir la naturaleza que, en algunos aspectos, se encuentra en una etapa de extinción y pone en riesgo la continuidad del planeta tal como lo conocíamos?
—Las tecnologías de energía limpia, la conservación de los bosques, el agua y la restauración de suelos fértiles, praderas y prados mediante la aprobación de leyes para ese fin contribuirán a la supervivencia del planeta. También el otorgamiento de ventajas fiscales a los propietarios de tierras o viviendas en las que se instalen, por ejemplo, paneles solares o instrumentos eficientes de energía. A mi criterio, la futura distribución de recursos entre comunidades debería basarse sobre la integración de ecosistemas humanos y naturales. Esta reestructuración del orden de prioridades podría ser crucial para la supervivencia de la humanidad y de la naturaleza.
—Distintos organismos internacionales llevan tiempo alertando sobre un empeoramiento de la situación climática y sus consecuencias para las poblaciones. Sin embargo, las grandes potencias no parecen reaccionar ante estas advertencias. ¿Qué estrategias cree que se podrían implementar en el mensaje para cambiar esta situación?
—La aprobación de leyes ambientales y la provisión de ventajas fiscales en los países capitalistas ayudaría a detener el empeoramiento del cambio climático. Además, insisto, sería muy importante el desarrollo de fuentes de energía renovables, como la solar, eólica y mareomotriz. Las contribuciones que ha hecho Naciones Unidas (ONU) a países a cambio de medidas que restauren y preserven tierras y aguas también marcarán una gran diferencia. La tierra enferma solo podría sanar con un cambio de los valores establecidos y la revolución de las prioridades económicas. En este sentido, y una vez más, hay que poner el mundo patas arriba.
—Hace más de 40 años tituló su libro “La muerte de la naturaleza”; cuando aún no se hablaba del calentamiento global. Si tuviera que volver a nombrarlo, ¿cómo lo llamaría?
—Mi libro trata sobre la revolución científica de los siglos XVI y XVII en Europa. Dado que los acontecimientos de esos siglos siguen siendo los mismos, mantendría el título. Las mujeres, la ecología y la revolución científica son temas que son muy relevantes para la interpretación de ese período y los acontecimientos de hoy.
—Su libro fue considerado innovador en el momento de su publicación por la conexión que hizo entre la feminización de la naturaleza (“la imagen de la tierra como madre nutricia que restringía las acciones de los seres humanos”) y la naturalización de la mujer. En Argentina y otros países de América Latina las mujeres han sido protagonistas de diferentes luchas en los últimos años exigiendo, por ejemplo, el aborto legal, la igualdad de derechos laborales y el reconocimiento de su rol de atención a los sectores más vulnerables. ¿Qué rol pueden cumplir los movimientos feministas al momento de exigir un cambio de vida que contemple las consecuencias del cambio climático?
—El aborto legal y los derechos laborales de las mujeres son temas muy relevantes hoy en día, porque nos permiten ganar más poder en el mercado y tener una presencia cada vez mayor en movimientos políticos. Las mujeres necesitamos una mayor participación, por ejemplo, en las candidaturas a cargos políticos y en la organización de movimientos sociales que se ocupen del cambio climático. Es para beneficio de todos los seres humanos.
—La científica británica Sherilyn MacGregor expresó hace años que hay “un silencio muy grande” respecto al feminismo ante el cambio climático y que la perspectiva feminista va más allá porque implica un análisis de las relaciones de poder entre grupos sociales, así como una participación equilibrada en los estudios científicos. ¿Tiene una opinión similar? En ese caso, ¿cómo considera lo que se puede modificar y en qué aspectos?
—Las mujeres han adquirido cada vez más conocimiento y educación sobre problemas y eventos políticos y ambientales. Una perspectiva feminista es de vital importancia porque las mujeres de hoy son las cuidadoras de las mujeres jóvenes que se convertirán en futuras tomadoras de decisiones, políticas y propietarias de empresas junto con los hombres. Tanto el movimiento feminista como el ecologista son marcadamente críticos respecto de los cotos que, tanto para la naturaleza como para la sociedad, suponen la competencia, la agresividad y la dominación surgidas del modus operandis de la economía de mercado. La ecología es una ciencia subversiva que critica las consecuencias del crecimiento descontrolado provocado por el capitalismo, la tecnología y el progreso, tres conceptos que en los últimos 200 años han sido reverenciados por la cultura occidental. El movimiento ecologista quiso reestablecer el equilibrio de la naturaleza, que fue transformado por la industrialización y la superpoblación. Ha enfatizado la necesidad de vivir dentro de los ciclos de la naturaleza como un acto de resistencia contra la mentalidad del progreso lineal y exploradora. De manera similar, el movimiento feminista expuso los costos que han sufrido los seres humanos a causa de la competencia de los mercados, la pérdida de roles económicamente productivos y significativos para las mujeres durante el primer capitalismo y la imagen de la mujer y de la naturaleza como meros recursos psicológicos y recreativos al servicio del agobiado empresario-esposo.
GT/JJD