Evlay sabe cómo es que la cosas falten en tu casa cuando sos chico. Sabe cómo las crisis económicas de un país pueden golpear directamente adentro de un hogar. Sabe como se puede romper una pareja y como la familia se vuelve a rearmar. Sabe cómo salir adelante, porque en su casa siempre salieron adelante. Sabe como es el deseo aspiracional de un título universitario. Sabe lo que es la frustración de hacer lo que no le gusta, y también sabe la explosión que genera en el cuerpo la adrenalina de encontrar lo que realmente estaba buscando en la vida. Incluso sabe –ahora, que está sentado en este departamento moderno cuyo edificio se recorta como la proa de un barco sobre la esquina de Corrientes, donde vive y tiene el estudio de grabación el productor estrella de los discos más importantes de la actualidad– lo que es el fracaso, lo que es el éxito, y lo que significa haberse comprado una casa gracias al trabajo con la música, quizás cuando muchos de sus amigos y familiares nunca puedan alcanzar ese sueño.
Cuando se traspasa la puerta del departamento una luz natural hace que todo el ambiente se vea resplandeciente. La casa de Evlay parece la portada de una revista de diseño: los objetos, las pinturas, los colores, los muebles, todo encaja, todo es equilibrado. En unos estantes está su colección de vinilos y uno que destaca por el dibujo de tapa: Almendra en su edición original. También hay una matrícula con el número 333, el mismo que da título al primer álbum del productor Evlay, un material con paisajes oníricos y oscuros, que son el reflejo de vivir enfrente del cementerio de Chacarita.
Esa densidad de la muerte, a una cuadra de distancia, no se refleja en la armonía que fluye en este ambiente grande dividido por una gran mesa de grabación con una fila de instrumentos, donde el productor registra y diseña el audio de los discos y las canciones más escuchadas de la nueva escena: Milo J, Louta, Bizarrap, Ca7riel, YSY A, Nicki Nicole, y Paco Amoroso. Hasta bandas clásicas como Babasónicos tienen el sello de este productor, músico y compositor de 30 años que lleva una gorra de lana puesta, unos bigotes finos que le dan un aire europeo, un vestuario ancho y cómodo de skater californiano, el rostro y los brazos tatuados, la sonrisa amigable y el andar relajado, que descomprime esa contextura alta y robusta.
Hace unos días salió Descartable, el nuevo álbum de Wos, donde la firma de Evlay está en las canciones y la producción artística del disco. “Es un disco multigénero. La atmósfera es de a ratos oscura, melancólica, feliz y, al rato, full fiestero. Tiene todos esos matices. Siento que encontramos un audio que venimos buscando hace mucho tiempo. Llevamos dos años y medio trabajando. Hubo mil sesiones en todos lados. Laburamos en el sur, en Córdoba, acá en mí casa, en la casa de Valentín, en todos lados. Es uno de los mejores discos que hice hasta ahora”, dice Evlay.
¿Qué hace que Evlay sea un productor estrella de la música? Evlay construye el sonido de un álbum de principio a fin: graba, compone, cierra la idea conceptual de una canción, toca todos los instrumentos y fluye con el artista por ese universo sonoro que le propone. En la mayoría de los discos en los que participa queda impresa una huella personal, un audio que es como su firma. “Todas mis producciones tienen un piso de vinilo. Me genera calidez. Siempre trato de poner ese ruido a púa”, dice Evlay.
Como toda su familia, Facundo Yalve es oriundo de Villa Caraza. Su padre y su abuela siguen viviendo en la misma localidad, donde jugaba de chico. Cuando habla del lugar donde creció y vivió hasta los 18 años, el ambiente moderno del loft se empieza a llenar del canto de los gallos y los pájaros, el sonido de las chicharras, el grito del afilador y los anuncios de los vendedores que pasan con la camioneta y su alto parlante: compro señora, compro heladera, compro todo usado, lo que tenga. Hasta se puede percibir el perfume dulce de las flores, o el olor a Riachuelo y curtiembre, que se hace más fuerte los días de lluvia.
“Tengo muchas ganas de ir a grabar donde fue mi pieza y hacer un EP, con los sonidos y el perfume que me inspira el barrio”, dice el productor y músico, ganador del premio Gardel al mejor productor del año en 2022.
Evlay lleva el número 1824, el código postal de Caraza, tatuado en el rostro. Así le puso al primer EP que editó en 2020, a través su propio sello Caraza Records, donde aparecían los temas “520C”, “523E” y “158”, todas las líneas de colectivos que se tomaba en Lanús. Hay otros números que forman parte de sus producciones: 515 era el número de la casa en la calle San Martín donde vivió tres años con su amigo Pedrito Pascuale, guitarrista y productor del rapero Trueno. Su primer álbum editado en diciembre del 2023 se llamó 333, un número mágico que lo empezó a seguir desde que trabajó en la productora Lado3 (la misma de Lali Esposito). “Siempre que apareció fue afirmación de cosas buenas”, dice.
El álbum 333 se presentó el año pasado con un Niceto Club lleno, lo estrenó después en el Primavera Sound y hace unas semanas lo volvió a tocar en el Lollapalooza. Con sus texturas de noise, electrónica, rock y pop, el disco de doce tracks, tiene grandes colaboraciones: Santiago Motorizado, Wos, Lisandro Aristimuño, Ca7riel, An Espil, Neo Pistea y Taichu. En ese registro amplio se mueve la música de Evlay, quién tiene guardado en su cabeza un montón de información, como si fuera una biblioteca infinita de audios, efectos y samplers musicales.
“A mí me gustan los discos que tienen capas. Lo que para mí fue oscuro y divertido, quizás a vos te puede generar melancolía o algo bueno. Es lo lindo de los discos con capas. Es un camino diferente a lo que se apunta hoy en día. Tuve la crítica de algunos colegas de que tenía a Cato (Ca7riel) y no lo aproveché para hacer canciones. Lo que me representa a mí es poder estar con mi amigo haciendo esa música deforme. Es la clave. Los discos que escucho todos los días de mi vida tienen la esencia de algo diferente”, dice Facundo.
En el álbum, también, aparece su abuela Chela, que canta “Naranjitay”, un tema popular andino, que lo grabó en la pieza mientras tomaban unos mates. “Es una canción que me cantaba mi abuela de chiquito. Venía muy oscuro el disco y necesitaba algo que a mí me llevara a la paz. Escucho esa canción y me lleva a un estadío lindo de seguridad”. La canción es un guiño a la historia familiar. “Mi abuelo tenía un taller mecánico en Palermo y uno de los clientes era Jaime Torres. De tanto ir se hicieron amigos. Una vez invitó a toda la familia a que pasen un verano en Humahuaca. El también tocaba esa canción Naranjitay y todo eso viene de ahí”, cuenta Facundo.
El arte de un productor como Evlay, se refleja en este primer disco, donde interviene samples, utiliza una librería de glitchs (que suenan como el efecto de roturas digitales), se apoya en sonidos orgánicos como la guitarra acústica, el piano, el noise, o el ruido rosa que provoca el mar. “Es un viaje escuchar un disco completo. No me gusta esta idea de los singles y adelantar los temas. A mí me gustaría que la gente llegue al disco completo sin saber nada”, dice, con cierta resignación.
Lo que le da esperanza es toda la música nueva que llega a sus oídos. El año pasado fue el productor artístico de 111, el primer álbum de Milo J, un artista precoz y talentoso de Morón de solo 17 años. “Milo tiene la esencia del barrio. Es talentoso y tiene alma de productor. Me encantó laburar con él. Solamente hay que acompañarlo. En otros artistas tenés que inventar cosas, con él no tenés que hacer nada”, dice Evlay.
De alguna manera, 2019 fue su despegue en la industria musical hasta la consagración como productor artístico del disco Oscuro Extasis de Wos, que se llevó el Gardel de Oro en 2022. “Lo loco es que después de Oscuro Extasis y con los Gardel pensé que iba a tener más laburo y no. No es que me llamaron más. Siguen llamando igual”, dice el productor.
Evlay hizo todas las inferiores de la música.
Es fruto de una familia de clase media que en los noventa sufrió el deterioro económico por la crisis. Su padre tenía una fábrica de camperas que quebró cuando se abrieron las importaciones y que se reinventó a la fuerza como empresa familiar. “Trabajaba toda la familia y se hacían arreglos de calderas, o se repartía pastas con la camioneta. Lo que saliera”, recuerda Evlay. En la niñez y adolescencia de Facundo faltó plata pero no la música. Su abuela, devota del guitarrista Oscar Alemán, lo mandó de chico a estudiar con Perlita, una profesora de guitarra que le pasaba yeites de tango, folklore y lo hacía practicar “Pájaro campana”. Su padre, un aficionado al karaoke, tenía teclados y hasta una guitarra eléctrica Gibson, que se la terminaron llevando unos cobradores de deuda.
Cuando sus padres se divorciaron empezó a tocar música en una iglesia evangélica los domingos. Con esos mismos amigos con los que jugaba al fútbol formó una banda punk. El camino musical ya estaba trazado. Ingresó a la escuela Tecson de sonido cuando tenía 19 años, trabajó ad honorem en estudios de grabación, tocó para sesionistas, produjo demos.
De los muchos viajes de Caraza hasta el centro –cuando se tenía que tomar un colectivo hasta Lanús, de ahí se subía al tren Roca y después hacía una combinación con las líneas C y B del subte– salieron muchas ideas y sonidos que utilizaría en sus futuras producciones. “Era un viaje de más de una hora, pero aprovechaba todo eso estudiando, aprendiendo cosas en Youtube, leyendo o escuchando música. Era la aventura, no sentía que perdía el tiempo”, dice.
Evlay todavía sigue en una aventura como en sus propios discos. Dice que viajará unos meses a Berlín para experimentar y conocer a fondo la escena electrónica. Tiene en la cabeza, también, un viaje pendiente para quedarse unas semanas en la quebrada de Humahuaca, recobrando aquel ritual que inició su familia y su padre junto a Jaime Torres. El chico que grabó y puso las canciones en los auriculares de la nueva generación, el mismo pibe de Caraza, que se despertaba con el sonido de las chicharras y los gallos, todavía no sabe ni quiere saber dónde terminará el viaje.
GP/DTC