Conexiones Opinión y blogs

Sobre este blog

Alfonso “Ponchi” Fernández, el coleccionista de revistas de rock argentino

Alfonso “Ponchi” Fernández (Ayacucho, Buenos Aires, 1974) podría ser un personaje de Alta fidelidad, esa película –basada en el libro del británico Nick Hornby– que giraba en torno al dueño de una disquería y sus coequipers, un grupo humano predispuesto a realizar un top 5 de todo lo que tuviese relación con la vida y los discos.

 En un punto, la efervescencia y la pasión de este comunicador social proveniente de Ayacucho, ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, instalado en La Plata desde sus años universitarios, corre por la misma arteria. Entre 2016 y 2020, Ponchi fue uno de los hacedores de Los subterráneos, programa radial que cocondujo junto a Sebastián de Benedetti y Nicolás Arias en FM Universidad de La Plata (107.5). Desde 2022, en el mismo dial, forma parte de Libroparlante junto con el periodista Federico Anzardi y el editor Roque Di Pietro (Editorial Vademécum).

En Ayacucho, ese páramo bonaerense a 272 kilómetros de la capital provincial y con 20 mil habitantes aproximadamente, un día Ponchi Fernández se vio imantado por la energía de las revistas de rock. Era fines de los años 80. Ponchi estaba buscando en el kiosco de su pueblo unos ejemplares de la extinta Canta Rock –la revista fundada por Pipo Lernoud, cuya existencia fue de 1983 a 1988– y un vecino –el mozo del bar de enfrente–, un poco mayor, fan del metal, al enterarse de que el adolescente de los Fernández andaba detrás de revistas de rock, le prometió que más tarde le alcanzaría a su casa un pilón de ejemplares.

Dicho y hecho: unas horas después el muchacho cumplía su promesa. Ponchi, aquí y ahora, puede sostener que ahí empezó todo: su fascinación por el coleccionismo. A lo largo de nuestra conversación, en un momento se jactará (sin jactancia, claro) de que fue el mayor coleccionista de casetes originales en Ayacucho y kilómetros a la redonda. Y remarcará que en los últimos tiempos, por una cuestión laboral, solo lee libros de música. Es más, tirará –como se tira una tira de asado a la parrilla– que cuenta con alrededor de novecientos libros de música. Y que el último que leyó es Amoroso - Una biografía de João Gilberto, un texto del crítico Zuza Homem de Mello, editado por el español Libros del Kultrum.

 

- ¿Es cierto que tenés ocho mil revistas de rock argentino?

 - Sí, es cierto. El número anda por ahí en revistas especializadas, sumando también los suplementos jóvenes de los diarios. Además, tengo revistas generalistas –Anahí, Antena, Así, Semana Gráfica, Radiolandia, Cristina, Somos, Siete Días, Gente, Humor, El Porteño– que incluyen notas de rock, que es otra cantidad grande de ejemplares. Y después cuento con muchísimas notas sueltas, que ordeno por fecha, en folios, y distintos anillados, cajas y carpetas que “vinieron así”, con el criterio de colección del entusiasta anterior al que ha pertenecido cada una. Por ejemplo, tengo un juego completo de Riff Raff –revista del heavy metal de los años 80–, todas perforadas en el margen izquierdo y con un espiralado y tapas que las unen. Igual, después fui consiguiendo los números sueltos. Como las revistas tienen distintos tamaños –y mi criterio es no doblar las que tienen un tamaño tabloide o superior–, la organización del material se hace un poco más complicada.

 - ¿Crees que detrás del coleccionismo hay una razón de tu parte, una lucha contra el avance tecnológico?

 - En un punto te voy a decir que diste en la tecla. No uso redes sociales ni Spotify. Pero el avance de la tecnología ayuda muchísimo en lo que tiene que ver con la conservación de la documentación y la difusión de los archivos. El laburo de Ahira me parece excelente, subiendo las digitalizaciones completas de muchísimas revistas argentinas –más allá de las especializadas en rock, claro–; el de la Universidad Nacional de Quilmes también, cuando digitalizó toda la colección de revista Pelo y permitió que miles de usuarios, periodistas e investigadores accedan a esa valiosísima información. En mi caso particular, hay mucho material que no lo tendría de no haber sido por una computadora conectada o un celular con WhatsApp. Pero la virtualidad no ha logrado desterrar esa sensación que tenemos los coleccionistas ante un material nuevo y valioso. Por más que veamos la foto en una pantallita, la sensación sigue siendo parecida a la de cruzarnos con la revista en una pila dentro de una caja de galletitas Criollitas en un canje. Por un instante se te para el corazón y se te aflojan las piernas.

 - ¿En qué te convierte ser un coleccionista de revistas?

 - Siempre me gustó saber las historias con todos los detalles posibles. Es más, muchas veces puedo reconstruir una historia gracias a un detalle lateral que retengo. Tengo muy buena memoria con esos datos menores del relato. Me gusta saber el por qué, buscar causas y posibles consecuencias, ir rearmando las historias. En el programa de radio Los Subterráneos, un aspecto con el que siempre nos gustaba meternos en los reportajes era con la pata económica de las publicaciones de las que hablábamos. La historia de las revistas de rock en Argentina es en gran parte la historia de los fracasos económicos de sus editores.

 - Te volviste una fuente de consulta para editoriales como Planeta, Gourmet Musical o Vademécum. ¿Cómo armaste el archivo?

 - Se fue dando de mil modos. Los parques Rivadavia y Centenario, sitios de internet, contactos que me han regalado mucho material, amigos que me avisan de alguna casa que se está vaciando y que si no voy a buscar las revistas las tiran a la calle. También consigo mucho en las librerías de usados, tanto de Capital como de Rosario o de la costa bonaerense. Cuando hacemos un viaje familiar, busco previamente todas las librerías y canjes de usados que haya en la ciudad a la que vamos y una vez allá me armo el itinerario para garantizarme de pasar por todas.

 - ¿Cuál fue la revista más difícil de conseguir?

 - Las Bang! Es una publicación de 1968 de la que sacaron sólo diez números semanales. Hablamos de una historia que transcurrió en apenas dos meses y medio y nunca más. Había leído eso sobre su existencia pero nunca había visto ni una sola tapa, hasta que una vez vi en pantalla una copia del libro Extraños de pelo largo –inédito aún– de Mario Antonelli, donde aparecían las fotos de una o dos tapas. Ahí comenzó mi búsqueda. Afortunadamente para mí, el coleccionista –un músico de Pehuajó que tocó en alguna de las formaciones tardías de Trocha Angosta– no colecciona rock, sino beat y material sobre las bandas que según Pelo resultaron del bando de las complacientes. Finalmente accedimos a un canje que nos dejó conformes a ambos: yo le enviaría copias color de mi colección de revistas Ritmo Juvenil (que él conocía perfectamente) y varias JV en formato digital, mientas que él me enviaría las Bang! Hubo un par de noches en las que no pude dormir. Después de unas tres semanas de que todo comenzara, y por encomienda, llegaron los diez ejemplares que hoy conservo como uno de los mayores tesoros de mi archivo.

 - El River-Boca de nuestras revistas fue la rivalidad de Expreso Imaginario vs Pelo. ¿Cuáles serían los pilares de este encono?

 - Entre otras cosas, Pelo es importantísima porque se encargó de militar lo que por entonces se llamaba el movimiento de rock argentino, siempre de modo tajante y a veces de modo cruel e intolerante. A su vez es la revista que le da una columna para escribir, por primera vez, a Jorge Pistocchi –futuro editor de Expreso Imaginario y varias otras– y que, gracias a las repercusiones que tuvieron sus ideas, fue pensando en hacer sus propias revistas. Una diferencia sustancial en lo estrictamente musical está dada por la apertura de Expreso Imaginario a propuestas latinoamericanas, a la MPB, a Astor Piazzolla, al jazz rock, a la música étnica; mientras que Pelo hablaba solamente de rock. Y la mayor diferencia de posicionamiento profesional creo que está dada en la cercanía que proponía Expreso con sus lectores. No sólo desde el correo. El hecho de que las notas en Pelo no estuvieran firmadas, hacía que la lectura fuera más impersonal, y la sensación en muchos casos era como que te hablaban desde cierta superioridad. En cambio, en Expreso venían con firma y uno podía seguir a un determinado periodista; comenzaban a conocerse los nombres de Alfredo Rosso y Claudio Kleiman, dos próceres que siguen activos y vigentes hasta hoy.

 - ¿Cuál es tu revista incunable?

 - Las que aún busco son el número cero de La García, con Iván Noble en tapa; las dos Alquitrán, de diciembre de 1969 la uno y enero de 1970 la dos, y algunos números sueltos de La Bella Gente que aún me faltan. Después siguen apareciendo revistas que nunca vi –generalmente historias de pocos números–, que son las que vuelven a poner la zanahoria allá adelante para continuar la búsqueda. Es tan rica la historia gráfica rockera argentina que no tengo ni idea de cuánto me falta por conseguir.

 - ¿Cómo diste con un dibujo que Luis Alberto Spinetta firmó para la revista Disney Club en 1964?

 - Ese fue un laburo de unos cuantos meses. La Faraona, una de mis proveedoras habituales de revistas, me comentó que alguna vez supo que (Luis Alberto) Spinetta había enviado un correo de lectores a una revista infantil llamada Disney Club. Ahí empecé a buscar. Hasta que cierto día apareció publicada en internet a la venta la colección completa de diez números. Las compré sin pensarlo dos veces, me tomé el tren a Avellaneda y retiré el lote de una casa particular. No llegué ni a la esquina y me senté en la vereda, las ordené por número y empecé a pasar, página por página, para buscar el supuesto texto del Flaco. Tuve que esperar hasta el número 9. La sorpresa es que no era un texto sino un dibujo: un payaso melancólico que bien puede vincularse con el de la tapa de Almendra que dibujaría cinco años después. Más adelante Martín Graziano me entrevistó y contó la historia para La Nación. Hasta donde sé sería la primera obra artística publicada por Spinetta, con catorce años: el dibujo de un payaso, en un correo de lectores, en una revista infantil. Increíble.

 - El año que viene probablemente vea la luz finalmente el libro de carácter enciclopédico que realizaron con Sebastián Benedetti donde cuentan la historia de las revistas de rock en Argentina. ¿Con qué nos vamos a encontrar?

 - No, no se trata de un trabajo enciclopédico, sino que es más bien de carácter narrativo donde se cuenta toda una historia de más de cincuenta años en la que los protagonistas van entrando y saliendo de la escena según el período que vayamos contando. Están las más conocidas por todos –Pelo, Expreso Imaginario, Canta Rock, Rock & Pop, El Musiquero, Los Inrockuptibles, Rolling Stone–, pero también relevamos varias publicaciones que nunca fueron tenidas en cuenta en ningún trabajo anterior, y abordamos sus historias en la medida en que pudimos reconstruirlas. La idea es que el libro sirva de puntapié para que otros investigadores puedan, a partir de él, profundizar la investigación en determinadas publicaciones, protagonistas o períodos. Rearmamos la historia de Magendra –la editorial de Daniel Ripoll– en Brasil en los años 80 entrevistando a los periodistas de Río de Janeiro que laburaban para sus publicaciones. Y en la parte gráfica, habrá muchas tapas de revistas que nunca se han visto –y otras poco vistas– y afiches de calle de algunas de ellas.

- Con tamaña colección, ¿qué esperas del mañana? Walter Benjamin decía que “el rasgo más distintivo de una colección siempre será su transmisibilidad”.

- Sinceramente no pienso demasiado en qué pasará con la colección/archivo en el futuro. Seguramente (Walter) Benjamin haga referencias a colecciones de obras de arte, de pinturas, a cosas más universales. Este fato de las revistas argentinas de rock es más de nicho, ¿no? De todos modos, la que finalmente decidirá el futuro del archivo será mi hija Ema. Lo único que le di fueron las recomendaciones de a quiénes llamar el día en que yo no esté para que puedan asesorarla sobre lo que hay y las opciones de qué hacer. Ella decidirá.

- ¿Leías revistas de rock porque estabas deprimido o estabas deprimido porque leías revistas de rock?

- (Risas) Es el eterno dilema del huevo o la gallina. Lo que me asemeja a Rob Gordon, el protagonista de Alta Fidelidad, en realidad es que estoy todo el tiempo haciendo listas de top 5 en todos los rubros. Necesitamos posicionar nuestras pasiones en top 5 y debatirlas con los amigos. Músicos, compositores, temas, discos, pero también goles, delanteros, jugadas, figuras más relevantes de cualquier disciplina. Todo es rankeable; incluso las revistas de rock. Te tiro el mío (sacando a Expreso Imaginario y Pelo): Canta Rock, La García, Pinap, Bang! y El Musiquero.

 

Nuestra próxima invitada será Andy Cherniavsky

Alfonso “Ponchi” Fernández (Ayacucho, Buenos Aires, 1974) podría ser un personaje de Alta fidelidad, esa película –basada en el libro del británico Nick Hornby– que giraba en torno al dueño de una disquería y sus coequipers, un grupo humano predispuesto a realizar un top 5 de todo lo que tuviese relación con la vida y los discos.

 En un punto, la efervescencia y la pasión de este comunicador social proveniente de Ayacucho, ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, instalado en La Plata desde sus años universitarios, corre por la misma arteria. Entre 2016 y 2020, Ponchi fue uno de los hacedores de Los subterráneos, programa radial que cocondujo junto a Sebastián de Benedetti y Nicolás Arias en FM Universidad de La Plata (107.5). Desde 2022, en el mismo dial, forma parte de Libroparlante junto con el periodista Federico Anzardi y el editor Roque Di Pietro (Editorial Vademécum).