Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
Ayer nomás
A poco de cumplir seis décadas de historia e historias –damos como inicio la publicación en julio de 1967 del simple de Los Gatos, “La balsa”, que en la cara b contenía “Ayer nomás” de Moris y Pipo Lernoud; dos años antes Los Beatniks, con Mauricio Birabent al frente, habían lanzado el sencillo “Rebelde”, pero no tuvo la llegada y contundencia del tema escrito por Tanguito y Litto Nebbia–, el rock argentino goza de buena salud pese a los avatares de la economía y las fuerzas del cielo.
Aquí y ahora, nuevas generaciones conviven con leyendas. Nuevas canciones conviven con homenajes a esas canciones que sabemos todos. Programas de radio conviven con emisiones en streaming. Sin embargo, poco o muy poco de crítica musical en el horizonte de este 2024. Del periodismo de rock como entelequia, como modo de mirar el mundo, poco y nada.
¿Revistas? La franquicia Rolling Stone. Un suplemento como el No del diario Página/12 sigue pero nada más en formato web. Aunque los domingos, el suplemento Radar continúa atento a muchas apariciones musicales de aquí y de allá. Mientras que plataformas como Indiehoy son la punta del iceberg de una buena suma de activistas rockerxs y digitales. Pero lejos, muy lejos, de aquella oferta que fue parte del buque insignia conocido como rock nacional.
“El tiempo pasa y nos vamos poniendo tecnos”, decía la canción. Esta mutación o transición –aún estamos en medio de la ola– ha deparado un cambio de costumbres, y con ello, una transformación en los soportes periodísticos. Si bien el rubro se mantiene en pie, la vieja escuela sufre como muchos otros oficios los embates de la información en cuanto algoritmo y clickbait.
La narrativa dice que todo empezó con la revista Pinap –dirigida por Norma Bigongiari y lanzada en 1968– que si bien no era un espacio específicamente rockero, supo atisbar el potencial de ese gueto que iba aunando público y propuestas maravillosas como la producida por la línea pionera. Los Gatos, Manal, Almendra, Vox Dei, Moris, Miguel Abuelo, Tanguito, Pappo. El sello Mandioca. La Cueva. Plaza Francia. El antecedente: la revista beatnik Eco contemporáneo, dirigida por un nombre fundamental para el rock argentino, el periodista y poeta Miguel Grinberg. Los recitales los domingos por la mañana en teatros de la calle Corrientes.
La música se convierte en la expresión más valiosa de toda una generación. Pop en tanto vaso comunicante, rock en cuanto sonido e instinto. La música comienza a transmitir la vibración y la disconformidad de una masa crítica de jóvenes. Que estableció una cultura paralela, eso que también conocemos como contracultura.
“¿Por qué gira en torno de una música y no de otra expresión artística? Porque el rock es la única manifestación que engloba a varias, trasciende sus propios discursos, no se agota en sí mismo (como una película o un libro, que una vez vistos o leídos quizá se convierte en motivo de conversación) sino que crea una cadena de realimentaciones diversas cada vez que volvés a escuchar un tema. Y fundamentalmente, porque lo experimentás en grupo”, subrayó el pionero del periodismo rock Juan Carlos Kreimer en Ayer nomás – 40 años de rock en Argentina (Musimundo, 2006).
“Una red de contención, una verdadera trama social, formada por audiciones de radio, prácticas aledañas o emparentadas con los recitales (son los años intensos de las artesanías y una mayor osadía en el vestir) y algunas revistas ‘del palo’”, destaca el crítico cultural e historiador Sergio Pujol en su ensayo “Identidad a todo volumen” (Las ideas del rock, HomoSapiens Ediciones, 2007).
Será vital en este escenario que se estaba gestando el rol de revistas como Pelo, creada por el periodista y editor Daniel Ripoll a principios de 1970, quien también estuvo detrás del origen del festival BA Rock. “A diferencia de su predecesora Pinap, (Pelo) juzga con dureza todo aquello que pretende pasar por rock sin serlo”, subraya Pujol en el citado artículo.
En 1974 Mordisco –dirigida por Jorge Pistocchi– y dos años más tarde Expreso Imaginario –el imprescindible Pistocchi reunió a Pipo Lernoud, Horacio Fontova, Alfredo Rosso, Claudio Kleiman, Fernando Basabru y a Alberto Ohanián– exhibirán una particularidad que hace al rock como (contra)cultura: su imaginario estaba construido no solo a partir de canciones y discos, sino también de poesía –con el peso del surrealismo y el simbolismo– y literatura de vanguardia, cine de autor no tan conocido, arte moderno y rupturista, ecología y todo lo referente a modos de vida alternativos (desde religión a comunidades).
No hay que aclararlo. Faltarán unos años para el surgimiento de radios como Rock and Pop (1985) o canales televisivos como Music21 (1988). Internet todavía caminaba por los laboratorios militares, solita. Aunque a mediados de los años 60 un programa radial como Modart en la noche –conducido por Pedro Aníbal Mansilla Flores– había concitado la atención de una variedad importante de escuchas que luego formarían una banda, escribirían en torno a la música o se dedicarían al arte en todas sus expresiones. Algo similar el papel del locutor y conductor Hugo Guerrero Marthineitz quien podía pasar sin levantar la púa el tema “Echoes” que duraba todo un lado del álbum Meddle (1971) de Pink Floyd.
En tanto, el periodismo de rock, más allá de la película Casi famosos –donde un adolescente vive su iniciación en el oficio siguiendo las aventuras de una banda que ama–, ha vivido entre el amor y el odio de su objeto de estudio: los músicos. En 1993, el Indio Solari cantaba en “Buenas noticias” –Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota - Lobo Suelto (1993)-: “Esa banda inconsolable de perros sin folleto/ brujas de alma sencilla, patéticos viajantes // Pobres tontos, pobres diablos, lunáticos diamantes/ prometidos de carne, lánguidos, impalpables/ son mis amantes”. Hasta se ha vuelto una materia en ciertas instituciones educativas en estos últimos abriles.
Tres años atrás, Pipo Lernoud –detrás de tres revistas fundamentales como El Expreso Imaginario (1976 - 1983), Canta Rock (1983 -1988) y La Mano (2003)– afirmó en una nota con Infobae: “El periodismo de rock ya no es vehículo hacia otra cosa”. Esa otra cosa es la que cada quince días iremos testeando, moldeando, destejiendo a través de las distintas voces y firmas que han ido testeando, moldeando, destejiendo al devenir del rock argentino.
A poco de cumplir seis décadas de historia e historias –damos como inicio la publicación en julio de 1967 del simple de Los Gatos, “La balsa”, que en la cara b contenía “Ayer nomás” de Moris y Pipo Lernoud; dos años antes Los Beatniks, con Mauricio Birabent al frente, habían lanzado el sencillo “Rebelde”, pero no tuvo la llegada y contundencia del tema escrito por Tanguito y Litto Nebbia–, el rock argentino goza de buena salud pese a los avatares de la economía y las fuerzas del cielo.
Aquí y ahora, nuevas generaciones conviven con leyendas. Nuevas canciones conviven con homenajes a esas canciones que sabemos todos. Programas de radio conviven con emisiones en streaming. Sin embargo, poco o muy poco de crítica musical en el horizonte de este 2024. Del periodismo de rock como entelequia, como modo de mirar el mundo, poco y nada.