Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
Juan Carlos Kreimer, el que le puso los puntos al rock
“Escribo desde Ayacucho y Sarmiento”, leemos en el primer libro que abraza la causa del rock argentino. En los albores. Ahí, en pleno alboroto. Cuando la cosa era clara pero el horizonte incierto. El libro, Agarrate!!! (Editorial Galerna, 1970). El autor, Juan Carlos Kreimer (Buenos Aires, 1944). La cita se encuentra en la entrada de Vox Dei, un grupo que en ese momento había dejado de pertenecer a las calles de Quilmes y había llevado su rock suburbano a las noches del centro, codeándose de igual a igual con Manal y Almendra.
Pensar que unos años más tarde, Kreimer nos introducirá a un fenómeno tan musical como político en Punk - La muerte joven (Bruguera, 1977) desde el mismo lugar de los hechos, Londres. Mientras que en Búzios era un hospital de tránsito (Seix Barral, 2023) reunirá en dos nouvelles (De ninguna parte y la que le da título al texto) un momento bisagra en su vida: entre la decadencia de un mundo que abandonaba (el rock) y el nacimiento del punk en la capital inglesa, y el despertar en medio de la turbulencia en una playa brasileña.
Pero antes del periodismo, estuvo la poesía. Sucedió que nadie quería publicar al joven poeta con diecinueve años. Entonces, la resolución: la poesía por otros medios, de eso se trata su entrada al periodismo de la mano del prócer Miguel Grinberg (Buenos Aires, 1937 - 2022), que frente a una Olivetti en la redacción de la revista Eco Contemporáneo le editó –marcándole punto por punto todos los cambios– su nota sobre el estreno de Help, la película de los Beatles en 1965.
Pero como si el azar fuese una bola de billar, ese texto lo leerá Jorge Álvarez. Ante el vacío que deja la partida de Germán García en su librería-editorial, el luego mentor de Mandioca le ofrece a Kreimer incorporarse como cadete, diagramador y para ocuparse también de cosas de imprenta. Con sueldo y todo. Su jefe, Pirí Lugones. Pero al poco tiempo Álvarez quiebra: Quino le hace juicio por Mafalda por una deuda impagable por derechos de autor.
En ese mismo instante, Pirí –que lo quería como un hijo– lo lleva a la editorial Abril. Kreimer entra en 1968 como redactor a Claudia, la revista que leían su madre y amigas. Ahí le empiezan a pedir notas de rock internacional. Además, le dan material de revistas extranjeras y le consiguen vinilos: Joan Báez, Donovan, Peter, Paul & Mary, etc.
– Imaginamos que también te piden notas del incipiente rock argentino, ¿no?
– Exacto. Era un momento muy especial. Yo tenía veinticuatro años y pertenecía a la siguiente generación de jóvenes, no a la nueva. Yo venía de un mundo intelectual, ellos del universo post Elvis Presley, donde la música era más importante que publicar un libro. En cambio, Miguel (Grinberg) y sus amigos lo único que querían era sacar un libro de poesía. Si lo mirás con ojos de hoy en día, era muy de vanguardia, aunque también muy aburrido. Pero las poesías con las canciones tomaban otra dimensión. A los grandes poetas como Moris no les interesaba sacar un libro, solo cantar sus canciones. Había otra fuerza. A los más jóvenes que yo les llegaba más la música que la letra.
Como en el billar, carambola va, carambola viene. En medio de un clima beatlesco a troche y moche en el mundo y por ende en la Argentina, un amigo del club, un tal Willie Schavelzon –muy recomendable su puesta al día de una vida ligada a los libros y sus autores: El enigma del oficio – Memorias de un agente literario, Ampersand, 2023–, a cargo de editorial Galerna, le pide en 1967 un libro sobre los Fab 4. Kreimer se pone a hilar y teje Beatles & Co. Se vendió tanto el libro (hasta en España y Perú), que Schavelzon le ofrece un porcentaje de la compañía.
Tiros imposibles, jugadas maestras. Pero el billar tiene sus días. Crecer en redacciones no es gratis. Tiempos de aplicar recursos de la narrativa al periodismo. Ganas de escribir sobre Pier Paolo Pasolini y Jean-Luc Godard. Pero cunde la obligación de aporrear la Remington y versar acerca del servicio técnico de calefones, de valijas, de coches o de cómo cuidar el dinero (comenzaba nuestro karma de la inflación). La prosa al servicio de la técnica pero por otros medios (de vuelta la batalla).
Kreimer, por dentro, se sentía un traidor.
– Claro, ¿qué onda tu radicalidad? Sos un hombre de palabra y con sentimientos a flor de piel. Pero más a esa edad.
– Si bien yo no era peronista en ese momento, era de izquierda. Y la izquierda me odiaba porque yo hablaba de lo que ocurría en Estados Unidos. Menos mal que se puso de moda un libro llamado Ni Marx ni Jesús de un sociólogo francés, Jean-François Revel; quien decía que en Estados Unidos estaba ocurriendo una revolución. Y de una manera esto nos salvó a Miguel (Grinberg) y a mí, porque éramos acusados de nihilistas por la izquierda. De un modo, dejé de escribir de rock cuando me fui del país en 1975 porque sentí que los grandes rockeros se habían vendido a las grandes corporaciones. Solo querían firmar con una gran compañía y vender discos. De a poco el fenómeno se iba diluyendo. Me dije: “Ya está, ya cumplí mi etapa con el rock. Me interesan más la filosofía, el urbanismo, la vida, los emergentes culturales”. Y ahí me fui a Europa.
– Esperá, no nos vayamos aún al viejo continente. En Agarrate!!! le recriminás al rock su falta de ideología. “Esta falta de ideología que manifiestan es de por sí una ideología. Aunque inconsciente o deliberadamente renieguen de ella, lo es y, para peor, una ideología cómplice con la sociedad dominante”, escribiste.
– Es que a fines de los años 60 el rock no quería saber nada con nadie. Después vino lo del Frejuli en la cancha de Argentinos Juniors en la época camporista. En esos primeros años había un desapego, pero con razones. Tal vez yo fui muy duro. Porque las ideologías eran muy blandas o muy viejas. Y, en el fondo, la gente más piola se metió en la guerrilla porque no daba más. Sin embargo, llevó a la militancia todos los viejos lastres de machismo, de poder. El Che Guevara hablaba del hombre nuevo, un concepto que era fantástico, pero todos terminaban repitiendo viejos vicios en nuevos esquemas.
En medio de una sociedad cada vez más radicalizada, el joven Kreimer es parte de los mufados, esa vertiente que con Grinberg a la cabeza no adhieren al compromiso sartreano y rescatan el espíritu existencialista camusiano (además, Albert Camus había deschavado los asesinatos y purgas del estalinismo). La cercanía con el anarcoexistencialismo del polaco Witold Gombrowicz los ubicará y desubicará en el mapa intelectual y político de esos días. Es que Gombrowicz era repudiado por ambos bandos, tanto por las revistas de derecha (Sur) como las de izquierda (El Escarabajo de Oro).
– Si vos querés una frase clave en toda mi biografía, es esta: “En el momento no nos damos cuenta lo que estamos viviendo”.
Lo dice el hombre que aquí y ahora llega a nuestra conversación en el Bar Oriente, una vieja fonda en pleno Villa Ortuzar, en su bicicleta. Con dos muertes súbitas en su haber. Un marcapasos. Una novela en ciernes de título onettiano. Un buceador inquebrantable en el universo espiritual con una serie de libros en bandeja de salida (el último y muy recomendable, El artista como buscador espiritual, Ediciones La Llave, 2022; ahora mismo corrigiendo las galeras de Para qué pasamos por la Tierra). El amigo que visita a su amigo los fines de semana en Luján (hablamos de Pipo Lernoud).
El narrador de la nouvelle De ninguna parte –que se halla en la citada Búzios era un hospital de tránsito– es alguien que es mirado con desconfianza, algo propio muchas veces del periodismo de rock; esa tensión subsiste entre el que escucha o critica a los músicos, pero también el que muchas veces busca la alianza o amistad con los mismos: “Para los compañeros del diario yo era un traidor a la causa, no quería participar de ninguna organización”. Si bien Kreimer no era tan convencional como varios de sus colegas, “para los rockeros y reventados yo también era un tipo de otro palo. Alguien en quien no se podía confiar. De careta a batidor hay solo un apriete”.
– ¿Cómo te llevás con la música? Porque decís que tu acercamiento fue más intelectual.
– Soy de escuchar música, pero no la que debería. Cuando laburo, escucho mucho chamamé, mucho Chango Spasiuk. En una época fui fanático de Jorge Cafrune. Es más, estuve a punto de hacer un libro sobre él que la hija no me dejó. En otra época, mucho Keith Jarrett. Es que después del punk, como que me cuesta retomar ciertos discos de rock. Me gustó lo que decían algunas canciones. Escuché mucho Television, mucho Richard Hell, mucho The Clash. En cambio, a los Sex Pistols no los escuché tanto pese a tener mucho afecto por Johnny Rotten. Era muy divertido ir a escucharlos en las fiestas, pero si tengo que escuchar un disco prefiero algo de Björk o Patti Smith.
– Leí que en una época escuchabas mucho a los payadores.
– Sucede que es una remembranza de mi infancia. En casa se escuchaba mucho folklore en la radio. Además, la música no es el único arte. En mi vida hay mucho cine, mucho arte. Por otro lado, con el tiempo empecé a leer en orden. Porque al principio era más anárquico todo. Entonces, armé una suerte de biblioteca: desde Philip Roth a Roberto Bolaño, de Simone de Beauvoir a Samuel Beckett. La música me quedaba corta. Pasó de ser un universo a un país de ese universo.
– ¿Seguís suscribiendo a la prosa caníbal?
– Sí, por supuesto. Es el nombre de un libro que saqué en 2018, Prosa caníbal, donde abordo mi vínculo con la escritura a la que denomino “prosa transgénero”. Hoy se han roto las categorías. ¿Vos podés ser un periodista puro? No, no podés serlo. Hubo muchos cambios. ¿Qué es novela? ¿Qué es ensayo? ¿Qué es periodismo? ¿Qué es literatura? No están tan claros los límites. Se han quebrado las fronteras. Entonces, yo sigo yendo por ese lado. De alguna manera, la mayor jugada que hice en la frontera fue el libro El artista como buscador espiritual, donde encontré muchas cosas que les pasan a los artistas en el momento de crear y que son muy similares a las que le suceden a los que buscamos el sentido de la vida, a los espiritualistas, a los místicos.
– ¿Qué opacó tu vínculo con el rock?
– Mucho tuvo que ver una visita que hago antes de ir a Londres en el 76 a un campamento sufí en la campiña francesa. Algo de eso lo escribí en una nota en la revista Mutantia. Darme cuenta de que había dos realidades: la cotidiana y una más trascendente. Entonces en un momento empecé a leer otras cosas. Más ligadas a búsquedas espirituales. Una rama de la vida que era más fuerte que el rock. Después no pude volver. Y todavía no puedo volver.
Nuestra próxima invitada: Laura Ramos.
“Escribo desde Ayacucho y Sarmiento”, leemos en el primer libro que abraza la causa del rock argentino. En los albores. Ahí, en pleno alboroto. Cuando la cosa era clara pero el horizonte incierto. El libro, Agarrate!!! (Editorial Galerna, 1970). El autor, Juan Carlos Kreimer (Buenos Aires, 1944). La cita se encuentra en la entrada de Vox Dei, un grupo que en ese momento había dejado de pertenecer a las calles de Quilmes y había llevado su rock suburbano a las noches del centro, codeándose de igual a igual con Manal y Almendra.
Pensar que unos años más tarde, Kreimer nos introducirá a un fenómeno tan musical como político en Punk - La muerte joven (Bruguera, 1977) desde el mismo lugar de los hechos, Londres. Mientras que en Búzios era un hospital de tránsito (Seix Barral, 2023) reunirá en dos nouvelles (De ninguna parte y la que le da título al texto) un momento bisagra en su vida: entre la decadencia de un mundo que abandonaba (el rock) y el nacimiento del punk en la capital inglesa, y el despertar en medio de la turbulencia en una playa brasileña.