Entrevista

Agustina Larrea: “Tengo la impresión de que lo ominoso está mucho más cerca de lo que creemos”

La podemos leer todas las semanas en este diario en sus entrevistas a escritores y escritoras y su newsletter Mil Lianas. Agustina Larrea es una de las periodistas culturales más reconocidas de la actualidad. Ahora publicó su primer libro de ficción, Los cuidados (Paripé Books), que abarca siete relatos ambientados en el pasado, en los que se insinúan algunas tramas terribles y en los que la memoria tiene un papel más que importante.

“Todas las historias guardan un misterio, todas están situadas en una zona oscura. Atravesar la oscuridad, pero no solo para descifrar los secretos, sino para iluminar los mecanismos humanos que fundan los puntos sombríos, es lo que logra Agustina Larrea con una escritura excepcional”, señala Cynthia Edul en la contratapa del libro.

Nacida en La Plata en 1982, Agustina Larrea es coautora de los libros de no ficción Quién es la chica. Las musas que inspiraron las grandes canciones del rock argentino (Reservoir Books, 2014) y Antártida. Historias desconocidas e increíbles del continente blanco (Ediciones B, 2021), así como de la novela gráfica infantil Poncho y la tormenta del fin del mundo.

Sobre la génesis de Los cuidados, el primer libro que firma en solitario, y su manera de aproximarse a la escritura se explayó en esta charla con elDiarioAR.

—¿Cómo surgieron los cuentos de este libro? Tengo entendido que fue antes de la pandemia.

—Hay una observación que me encanta que hace la escritora argentina Betina González en La obligación de ser genial sobre este asunto. Ella le dedica un buen tramo del libro a pensar alrededor del nacimiento de eso que se escribe, del impulso, del deseo por escribir. Y dice que una resiste todo lo que puede “la tentación de empezar” hasta que se produce la chispa que lleva a que una sea de alguna manera asaltada por la palabra. Una vez que se acepta esta especie de condición oscura del origen de, como dice Betina, “hacer cosas con palabras” –no hay mucha claridad por más que intentemos racionalizarlo; si hay lenguaje siempre habrá puntos ciegos–, se puede pensar en el comienzo. La distinción maravillosa que ella traza es que el comienzo de eso que escribimos no coincide necesariamente con el origen. Todo este rulo es para decir que comencé a escribir buena parte de los cuentos que integran Los cuidados en 2018, mucho antes de la pandemia. Algo que no tengo muy claro se abrió en ese momento, encontré un hueco entre mis ocupaciones, empecé a anotar imágenes o escenas y las llevé con torpeza a un taller literario que en ese momento dictaban las escritoras Romina Paula y Cynthia Edul. Escribir ficción, cuando de por sí te dedicás a escribir, como es mi caso, que trabajo desde que empecé en este oficio en medios gráficos, puede ser muy desafiante. Si pasás buena parte del día frente a una computadora, ¿tenés ganas de seguir? Pero evidentemente hay algo del deseo, de encontrar el espacio, de meterse en ese hueco y por suerte ocurrió. Me ocurrió. Pero, claro, el origen de esas historias seguramente sea muy anterior, porque la mayoría surge a partir de imágenes que arrastro conmigo desde hace muchísimos años.

—Todos los cuentos están ubicados en un pasado que incluso a veces es anterior a tu propio pasado. ¿Por qué hiciste esa elección?

—No es por ponerme esotérica ni hacer de esto un misterio, realmente no creo que haya algo así como una elección sino que, al menos en mi caso, se trata de un movimiento en una zona muy difusa entre una imagen que insiste, el cruce medio inesperado de algún recuerdo –que puede ser propio, ajeno o un poco espurio–, y una epifanía muy íntima, que quizá vista desde afuera (no quizás, casi seguro) parezca una pavada. Pero que, aunque no tenga muy claro cómo explicar, a mí íntimamente me resuena, me lleva a tironear de ahí para ver qué sale o qué se puede ir armando.

En este sentido, me encanta lo que propone Mauricio Kartun cuando habla del acto creador. Él dice que en el origen de lo que escribe siempre detecta una imagen que él llama “la imagen generadora” que es una insistencia y que a veces se ubica en el encuentro inesperado de dos elementos que a priori pareciera que no se podrían cruzar nunca. Él suele vincular esto, con esa lucidez hermosa que lo caracteriza, con mirar nubes: algunos verán eso, nubes. Pero habrá otros que encontrarán formas, un impulso que los lleve como un imán a imaginar. En el caso de los cuentos del libro, las imágenes generadoras que los impulsaron están vinculadas con el pasado. Tiendo a creer que no lo hago por un mero gesto nostálgico, sino porque cierta zona de mi imaginario, de las nubes que me voy cruzando y observando, se ubican entre objetos, lugares, personas, paisajes y hasta palabras de otros tiempos.

—Con el lenguaje que utilizás también pasa algo parecido. No hay neologismos, ni modismos, ni nada que haga referencia al lenguaje actual. ¿Esa es una elección consciente también?

—Una amiga que leyó el libro, un poco entre risas, me decía “un celular de este siglo, te pido, ¡uno solito!”. Aclaro que hay un celular en uno de los cuentos, pero ni siquiera es un smartphone. Otra vez, como decía antes, no se trata de una elección, de una decisión deliberada o de mera voluntad. Hace unos años, en una charla en la Feria del Libro, la escritora y docente Florencia Angilletta abrió su intervención con algo que me pareció luminoso en este sentido. Dijo: “Hace tiempo que vengo pensando que nada cambia tanto como el pasado”. A mí eso me enganchó, porque de alguna manera le cambia el signo, lo corre de la melancolía o de la pesadez, ubica al pasado en un espacio muy dinámico, en un “animal grotesco”, para recordar el título de la obra teatral de Mariano Pensotti. Contra lo que algunos suelen pensar, el pasado es un terreno fértil y lleno de posibilidades narrativas.

—En todos los relatos pasó o está por pasar algo que no queda del todo claro pero podemos intuir. Pero, como sea, casi siempre es algo terrible. Sin spoilear, ¿qué podrías comentar sobre eso?

—Es una muy buena pregunta. La verdad es que no fue pensado así, como sistema quiero decir, pero a medida que van apareciendo lectoras y lectores de los cuentos me hacen este tipo de comentarios y trato (¡con muy poca suerte!) de encontrarle alguna explicación. Tengo la impresión de que lo ominoso está mucho más cerca de lo que creemos, que es un estado de latencia que nos rodea y del que por suerte no somos del todo conscientes. A los personajes de los cuentos, en el recorte temporal particular de cada relato, los bordea alguna circunstancia un poco terrible y ellos andan un poco a ciegas. Pero no creo que en ninguno sea algo excepcional, creo que en todo caso es efecto de ese recorte (toda historia es un poco eso: una amputación) o de algo que por algún motivo empiezan a recordar y se les vuelve insoslayable.

—Hacés además una reconstrucción minuciosa de los recuerdos e incluso en alguno de los relatos te detenés sobre cómo funciona la memoria. ¿Es importante eso para vos?

—Sí, creo que es bien nítido esto en el cuento Ese calor que vuelve, pero aparece bastante también en otros. La memoria es un asunto que me desvela: qué recordamos, cuándo, de qué manera, qué elegimos, qué omitimos, qué inventamos, qué exageramos o decidimos hacer memorable. La memoria es pura falla, pura pérdida, puro cuento. La memoria es tan lábil y tan maravillosa que no deja de intrigarme.

—¿Qué elementos te disparan un cuento?

—Por lo general es un disparador que tiene que ver con lo visual, con esa imagen generadora que comentaba antes: algo que insiste mucho, que por ahí llevo años encima hasta que encuentra una forma o hasta que se cruza con otra imagen y ese choque empieza a tener algún sentido para mí. Como la cabeza del fósforo sobre la cajita, algo así. Pero no siempre sale y suelo descartar bastante. Me gusta caminar mucho y las caminatas son momentos de pesca de imágenes.

—Sos muy lectora y, por tu trabajo, hablás además con muchos escritores. O sea, sabés mucho de la cocina de la escritura. ¿Eso te influye a la hora de escribir ficción o lo manejás por vías diferentes?

—Tengo el gusto y la responsabilidad de entrevistar a escritores y escritoras muy variados por mi trabajo, pero no tengo claro si eso tiene alguna influencia concreta sobre lo que escribo. Seguramente algo quede, pero creo que también ocurre cuando entrevisto a personas que se dedican a otras actividades porque me gusta lo que se produce en las notas en general. Hay algo atractivo en esa charla tan artificial, tan próxima y tan íntima: alguien se sienta con vos una hora, te resume su vida, presenta una serie de asuntos privados que lo constituyen, te presta un pasado y unas memorias. Y vos indagás, tenés permiso para ser impune y para que después vengan otros, tipo voyeurs, a leer qué se dijo en ese encuentro, qué rescataste del diálogo, qué palabras capturaste. Es fascinante, si lo pensás. Pero volviendo a la pregunta puntual, en muchas entrevistas con autores y autoras me encanta saber cómo llegan a lo que llegan, por qué caminos, con qué métodos. Pero la mayoría de los entrevistados no tiene una fórmula o una respuesta definida. Me gusta que hasta los más admirables o los que tienen obras que me interesan particularmente admiten que escriben siempre bastante a tientas, que cada mañana o cada noche en que se ponen a hacerlo sienten lo que sintieron la primera vez que se subieron a una bicicleta.

—¿Estás escribiendo ficción ahora?

—Tengo algunos relatos en estado de latencia, pero recién están macerando algunas imágenes. Soy muy lenta en este terreno y, pese a que escribo todos los días y el músculo por mi propia actividad está siempre en movimiento, no siempre tengo las antenas encendidas en esa dirección. A la vez, y no soy original en esto: como nos ocurre a la mayoría de quienes trabajamos en medios de prensa en esta Argentina de 2024, debo trabajar mucho para llegar a fin de mes y eso me deja un tiempo bastante acotado para esto y muchas otras actividades a las que me encantaría darles más espacio.

—Tus lectores más peques quieren saber cuándo se vienen más aventuras de Poncho.

—Poncho vuelve seguro, ¡esperemos que sea pronto! La novela gráfica infantil me mete en un universo que me encanta porque, al tratarse de historias contadas en viñetas, me obliga a una economía y a una concisión en la escritura que me desafía porque suelo ser bastante dispersa o un poco vueltera. En este caso, además, se trata de un proyecto que hacemos con mis amigos Tomás Balmaceda y Alexis Moyano y adoro trabajar y pasar tiempo con ellos.

CRM/DTC