Festival de Cannes 2024

El cine argentino resiste entre películas y eventos para visibilizar la crisis de la industria

Cannes, Francia —
20 de mayo de 2024 16:13 h

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Con cuatro largometrajes en estreno mundial, un trabajo en la nueva Competencia Inmersiva (“Gloomy Eyes”, de Fernando Maldonado y Jorge Tereso) un corto (“Nuestra sombra”, de Agustina Sánchez Gavier) y dos clásicos en copias restauradas (“Rosaura a las diez”, de Mario Soffici; y “Nueve reinas”, de Fabián Bielinsky), el cine argentino logró una presencia interesante en cantidad, calidad y diversidad en esta 77ª edición del Festival de Cannes que continúa hasta el próximo sábado. Y a esa participación en distintas secciones hay que sumarles films como “La virgen de la Tosquera”, de Laura Casabé (con guion de Benjamin Naishtat a partir de relatos originales de Mariana Enríquez); “Una casa con dos perros”, de Matías Ferreyra; y “Los ojos del abismo”, historia de terror de Daniel de la Vega ya prevendida a buena parte del mundo, que se exhibieron en distintas instancias del Marché du Film, el mercado más importante del mundo que se realiza de manera paralela al festival.

Pero la presencia de la industria audiovisual nacional no se ha limitado a las proyecciones de las películas sino que se extendió también a varios foros y eventos. Los directores y productores aprovecharon cada contacto con el público o con colegas para visibilizar la gravísima situación que atraviesa el cine argentino, con la industria prácticamente paralizada desde el 10 de diciembre último y el INCAA cerrado hasta nuevo aviso. 

El epicentro del reclamo, de todas formas, fue una concentración que se realizó en la playa que la Quincena de Cineastas, la sección paralela históricamente más combativa de Cannes, tiene a metros de la sala donde se proyectan sus films. Allí estuvieron en la tarde del domingo 19 no solo los argentinos acreditados en el festival y el mercado sino también decenas de cineastas, actores y actrices, productores, programadores, diplomáticos y periodistas de varios orígenes (sobre todo de Francia y España). Se leyó un contundente documento en castellano, francés e inglés contra las políticas generales y particulares del gobierno de Milei y luego se posó para una foto grupal con la bandera de “Cine Argentino Unido”, que viene viajando por muestras de todo el mundo. El cierre del texto plantea una distopía cada vez más posible: ¿Por primera vez en la historia la edición 2025 de Cannes no contará con ninguna producción nacional?

Más allá de protestas y especulaciones, la cosecha 2024 del cine nacional en el principal festival del planeta ha sido más que atendible. A continuación, un recorrido por los cuatro largometrajes que ya tuvieron su première mundial:

“Algo viejo, algo nuevo, algo prestado”, de Hernán Rosselli (en la sección Quincena de Realizadores) 

El director de una de las más notables óperas primas del cine argentino como  “Mauro” (2014) y de “Casa del Teatro” (2018) encontró en la historia real de una familia de Lomas de Zamora dedicada al negocio de la quiniela clandestina la inspiración para una notable mixtura entre la ficción, el documental y las home movies. 

Rosselli retrata, recupera y reconstruye la historia de los Felpeto, de quien el director fue vecino durante su infancia. Pero los Felpeto no son una familia cualquiera, sino que durante muchos años manejaron el negocio de la quiniela clandestina en varios partidos del sur. A partir de un excelente trabajo sobre todo de guion y edición (pero también en otros rubros), el realizador combina muchas imágenes grabadas por el patriarca familiar Hugo Felpeto en los años '80 (fue uno de los primeros en tener una camcorder y una videocasetera en el país), con otras obtenidas de cámaras de seguridad o tomadas de operativos policiales. 

Además el director logra que, tras la muerte de Hugo y en medio de un intrincado proceso de sucesión, el resto de la familia, en especial su esposa Alejandra y su hija Maribel pero también quienes forman parte del clan y del negocio, actúen frente a cámara (y lo hacen muy bien, con llamativa naturalidad) interpretándose a sí mismos. En la reseña del catálogo de la Quincena de Cineastas se los compara con algo de exageración con los Soprano y sobre el final aparece una imagen de Al Pacino en Scarface, pero Rosselli –un cineasta que parece obsesionado por el magnetismo de la manipulación y acumulación de billetes y las siempre extrañas rutas del dinero– consigue un  fascinante film noir sobre otra dinámica poco convencional del conurbano.

“Para mi la única chance que tiene el cine independiente frente a la experiencia del cine industrial o las series es ese tipo de riesgo o desafío artesanal, una especie de desviación monstruosa de la prepotencia de trabajo del cine industrial. Y eso lleva mucho tiempo”, dice Rosselli en diálogo con elDiarioAR. 

Con respecto a las sensaciones de presentar su película en Cannes en medio de la catástrofe del sector, afirmó: “Es una operación que no va a solucionar ninguno de los problemas de desigualdad ni déficit fiscal y va a generar, en cambio, desocupación y un daño irreversible en el valioso entramado cultural nacional. En la Argentina existe un cine de clase media, incluso media-baja, y eso es realmente una excepción en Latinoamérica, donde generalmente filman los hijos de los viejos hacendados, nuevos empresarios o el Opus Dei y es algo que no se menciona muy a menudo. Es la clave de su vigor. Y todo eso fue posible gracias al consenso que existía entre las principales fuerzas políticas de la Argentina sobre la educación pública y que el gobierno de Milei vino a disputar con una prédica irracional pero legitimada por una crisis innegable que se agravó con la pandemia y una tendencia de la derecha global. No queda otra que resistir y manifestarse.”

“Transmitzvah”, de Daniel Burman (en la sección oficial Cinéma de la Plage)

Luego de un paréntesis de ocho años, en el que se dedicó sobre todo a desarrollar series como “Iosi, el espía arrepentido”, el director de “El abrazo partido”, “Derecho de familia” y “El rey del Once” regresó al cine con una comedia sobre la identidad en el más amplio sentido del término. En el prólogo vemos a Rubén (Milo Burgess), el hijo menor de Miriam (Alejandra Flechner) y Arón (Alejandro Awada), dueños del inmenso local de ropa Singman Modas: Elegante & Sport. Todo parece fluir en esa familia judía hasta que el protagonista y dueño de la voz en off, que está por cumplir 13 años y, por lo tanto, se acerca el ritual y la celebración del Bar Mitzvah, irrumpe para decirles que él no se siente él sino ella y que ya no se llamará Rubén sino Mumy. Luego de esa introducción, la acción salta a tiempos más actuales: Mumy Singer (la española Penélope Guerrero) se ha convertido en una estrella cantando en Yiddish y vuelve luego de mucho tiempo a Buenos Aires acompañada por su novio Sergio (Gustavo Bassani) para presentarse en el Teatro San Martín (se rodó en esa locación). Se reencontrará con su madre, que siempre ha sido más receptiva a sus cambios; mientras que la relación con su padre, más conservador, ha sido siempre tirante. Y está también su hermano mayor, Eduardo (Juan Minujín), padre de dos niños y en proceso de divorcio con su esposa Sandra (Carla Quevedo).

Así dispone las piezas sobre el tablero el guion coescrito a cuatro manos por el propio Burman y Ariel Gurevich. Una propuesta que incluye, claro, toques de humor judío, de comedia de enredos, de drama familiar, de viaje de (re)descubrimiento identitario y de musical (hay un par de inspiradas coreografías gentileza de Gustavo Wons). En su regreso a Buenos Aires, Mumy sufre varias crisis y pérdidas que es mejor no adelantar, pero de eso se trata la película: de recuperar la voz, la identidad, de reencontrarse, de hacer las paces con el pasado para sanar el presente y proyectar el futuro. Su compañero de aventuras será su hermano Eduardo, quien en medio de su patética existencia y su crisis personal, encontrará la forma y la generosidad para estar con Mumy. Sin demasiadas vueltas intelectuales, con mayor apuesta a la emoción que al gag, Transmitzvah surge como una película casi siempre eficaz, aunque menos provocativa de lo que su sinopsis podía sugerir. No hay aquí discursos ni bajadas de línea. Hay un camino, un catártico viaje interior y exterior (se filmó también en Toledo) en busca del tiempo perdido para sanar las heridas que generaron tantos rechazos y reconciliarse con una y en lo posible con los demás. En ese sentido, la película –franca y directa– cumple con su objetivo.

“Simón de la montaña”, de Federico Luis (en la Semana de la Crítica)

Luego de filmar varios multipremiados cortometrajes como La siesta (2019); En el mismísimo momento (2023), codirigido con Rita Pauls; Quedate quieto o te amo (2023) y Cómo ser Pehuén Pedre (2024), Federico Luis estrenó una muy sensible, audaz y provocadora ópera prima.

Simón (Lorenzo Ferro) tiene 21 años, se define como “ayudante de mudanza”, dice que es mal cocinero y que no sabe hacerse la cama. En los minutos iniciales de la ópera prima de Federico Luis, luego de sobrevivir de forma milagrosa junto a otros jóvenes a una arrasadora tormenta de viento Zonda durante una excursión a una montaña, el protagonista termina con Pehuén (Pehuén Pedre) en un hogar para chicos y chicas con diferentes niveles de discapacidades. Aunque él parece no tenerlas (al menos no de manera evidente), empieza a mimetizarse con el entorno, comienza a acentuar ciertos extraños movimientos corporales y tics en su rostro y, cuando una de sus flamantes amigas le regala unos de esos audífonos que se utilizan para paliar carencias auditivas, ya no dejará de usarlos. ¿Es Simón un impostor, un manipulador? ¿Qué grado de carencias y dificultades acarrea realmente? ¿Por qué se ha fascinado con estos jóvenes con capacidades diferentes? Misterios que la película irá develando poco a poco durante su algo más de hora y media de duración.

La ópera prima de Federico Luis es una propuesta provocadora, desafiante en muchos sentidos. Y es valiosa tanto por lo que propone como por lo que evita. No es sensiblera ni demagógica, no es políticamente correcta (tampoco lo opuesto), condescendiente ni paternalista. Es un film de iniciación(es), un coming of age ambientado en entornos distintos, por momentos difíciles, que se pone en el lugar de sus personajes, que adopta sus puntos de vista, sus perspectivas, sus visiones del mundo, que empatiza con ellos y los entiende, aunque en muchos casos manejen lógicas diferentes a la nuestra. Nos obliga a vencer miedos, prejuicios y rechazos (la escena del manejo de la camioneta, por ejemplo), a entender sus brotes de violencia y agresiones, a sumarnos a sus juegos inocentes, sus escarceos sexuales, sus travesuras incluso cuando estén de forma permanente en zona de riesgo y lo que tienda a surgir en primera instancia sea una actitud censora hacia ellos.

“En cada paso que dio hacia su existencia, esta película tuvo que luchar ferozmente contra otro tipo de miradas que la cuestionaron una y otra vez”, explica Federico Luis en diálogo con elDiaroAR. “Desconfiaban de ese punto de vista que yo tenía o que pudiera plasmarse en una película. También se cuestionaban si correspondía que intérpretes de condiciones físicas o mentales particulares fueran expuestos a las exigencias de un rodaje. Me gusta saber que a casi todos sus actores esta película les ofreció la primera propuesta laboral de sus vidas. En su mayoría son estudiantes de teatro, que elegí entre otros, con quienes ensayamos, con quienes filmamos y que luego cobraron honorarios. Son, gracias a la película, trabajadores profesionales. Me parece que el gesto cuestionable es más bien el contrario, el de no convocarlos para representarse a sí mismos. Como sucedía en el blackface en los años '30, cuando actores blancos pintados de negro interpretaban a los personajes afroamericanos. Me siento animado a discutir ese prejuicio e intentar torcerlo. Tengo una visión apasionada sobre la capacidad humana. ”Simón de la montaña“ intenta crear un punto de vista alternativo a las ideas más comunes y corrientes sobre la capacidad humana. Veo que existe la posibilidad de despedir a un mundo que se está enterrando y ver uno nuevo que está asomando.

Sobre el presente del cine nacional, opinó: “Me siento un privilegiado por estar estrenando mi primera película en Cannes. Me entristece que sea en este contexto. Me sorprendí cuando la contradicción se me apareció incluso dentro del probador de ropa que me prestan para el estreno. No entendía si me debía vestir para una celebración o para un funeral. Mi familia no viene de una clase social que me permita a mí saltearme al Estado. Tampoco soy hijo de cineastas o actores. Tengo el honor de haberme formado gracias a la universidad pública. Estudié Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires. Mis padres son la primera generación universitaria de la familia y también se formaron en la UBA. Mi madre trabaja y trabajó toda su vida en el hospital público. Trabajé unos 10 años hasta lograr esta primera película. Hoy estoy estrenando en Cannes porque la película recibió el apoyo del INCAA. Fue una de las últimas películas en recibir este apoyo, a seis meses del cierre del Instituto. Me cuesta pensar cómo hubiera sido para mí, si luego de trabajar 10 años, el Instituto hubiera cerrado seis meses antes y no hubiese llegado a poder hacerla. Creo que la influencia pública sobre la cultura, la educación y la salud es un gran valor. Considero que necesitan de una institución que los proteja. Sin ir más lejos, una de las personas más vulnerables que trabajaron en la película, coprotagonista y vulnerable desde el punto de vista de la salud mental y desde el punto de vista social, hoy solo encuentra contención en el sector público. Me preocupa mucho que se pierda eso y no creo que haya ninguna razón válida para que desaparezca.”

“Los domingos mueren más personas”, de Iair Said (en la sección ACID)

 Tras los cortos “9 vacunas” (2012) y “Presente imperfecto” (2015); y el largometraje “Flora no es un canto a la vida” (2019), Said presentó una película de ficción que, además de director y guionista, lo tiene nuevamente como protagonista, continuando –con las distancias geográficas, temporales y generacionales del caso– esa tradición que cultivaron los Woody Allen y los Nanni Moretti. Ya en el primer plano del film nos enteramos de que David es abandonado por su novio en medio de un ataque de llanto y desesperación cuando se encontraban en un paradisíaco enclave turístico. Y nuestro antihéroe, que está radicado en Italia con una beca para una maestría en Comunicación, deberá regresar poco después de urgencia desde Roma para asistir al funeral de su tío Pocho. El reencuentro con su madre (Rita Cortese) y el resto de sus familiares y amigos será más bien tenso. Neurótico, torpe, vehemente, voraz e inconformista, este treintañero siente que nada le sale del todo bien, que está siempre en el lugar y el momento equivocados, ya sea a la hora de tomar una pastilla para dormir antes de un vuelo, de darle un beso al profesor de manejo, de inventar un percance para seducir al vecino de al lado o de conducir luego de haber sacado finalmente el registro.

La película tiene el raro mérito de hacer que las cosas en apariencia más mundanas como un entierro o una cena de Pésaj adquieran dimensiones inusitadas, mientras al mismo tiempo se aborden cuestion es de enormes dimensiones e implicancias emocionales como la eutanasia (a su padre lo mantienen vivo con un respirador artificial) con naturalidad y practicidad, sin solemnidades. “Los domingos mueren más personas” tiene varias zonas y capas que la hacen atractiva y emotiva. Una tragicomedia que hace honor al término, ya que encuentra irrupciones de bienvenido humor absurdo (con algo del cine de Martín Rejtman) incluso en los momentos más trágicos.

“La escribí hace justo 9 años, casualmente en el viaje a Cannes 2015. Estaba atravesando un proceso familiar muy duro con la enfermedad de mi papá. Años más tarde, falleció. Pero así como la escribí en ese viaje, la dejé. Mis proyectos nacen siempre de una necesidad. Mi primer corto, 9 vacunas, fue por la necesidad de actuar y expresar una sensación y eso se repite en el resto de mis trabajos. Esa es la continuidad que les encuentro a todos. Son el resultado de procesos por lo que atravieso y no puedo ponerlos palabras de otra manera. Esta película retrata el dolor, el miedo a la soledad, a enfrentar la muerte y el sentirse perdido”, dice Said en charla con elDiarioAR.

Sobre el reciente estreno en Cannes, indicó que “la sensación colectiva de desamparo está tiñendo toda posibilidad individual de celebrar. Me es muy complicado estar alegre en este contexto. Agradezco muchísimo la posibilidad de haber estrenado en Cannes, pero la idea de pensar que ésta podría ser de las últimas películas que se financia gracias al INCAA me desespera. No puedo pensar en mi película ni en mi carrera como un hecho aislado. Este es el resultado del trabajo de muchos compañeros que se formaron gracias a otras películas financiadas por el INCAA y la película en sí es una más entre otras tantas que le debemos esa concreción. Es peligrosísima la idea de que desaparezca la industria. Me parece bien que se intenten mejorar las cosas. Siempre apoyaré eso. Pero todos los países del mundo tienen su instituto de cine. El INCAA se encargó de que todos tuviéramos los mismos derechos y posibilidades para llevar a cabo una película. Con la desaparición de esa posibilidad, los únicos que podríamos llevar a cabo las películas son los que tenemos contactos con empresarios privados y así dejaría de ser un cine democrático para convertirse en uno más elitista y que se mueve solo por intereses.”

DB/DTC