Tenemos que trasladarnos a 1976. En el futuro, el barcelonés José Juan Bigas Luna se convertiría en un cineasta (y artista multidisciplinar) que ganaría premios en los festivales de Donosti o Venecia y que recibiría varias nominaciones a los premios Goya. Por aquel entonces, era un joven diseñador que se estaba iniciando en el séptimo arte. Acababa de estrenar su primera película, una adaptación de una novela de Manuel Vázquez Montalbán llamada Tatuaje.
Su ópera prima fue un fracaso económico, pero Bigas quería continuar rodando. El realizador y los productores Fernando Amat y Pep Cuxart definieron un plan: rodar alrededor de una docena de cortometrajes eróticos y vender copias en formato Super-8 por correo, para que los interesados los vieran con un proyector en sus casas. Si se generaban beneficios, se afrontaría un nuevo largometraje: Bilbao. El intento resultó lucrativo, y Bigas y Cuxart continuarían colaborando en varias películas más, hasta que sus caminos profesionales se separaron; “pero la amistad continuó hasta el final”, afirma el productor a este diario.
Estos primerísimos trabajos del realizador catalán se han convertido en obras de difícil acceso. Tatuaje, que llegó a comercializarse en soporte VHS, no ha dado el salto a la era digital, ni a través de ediciones videográficas ni de difusiones en streaming. Después de su primera explotación comercial a través de la distribución de copias mediante paquetes postales, el programa de cortos (que recibiría el nombre común de Historias impúdicas) emergería de nuevo en vídeo analógico, pero iría quedando fuera de los circuitos habituales de consumo audiovisual.
Una nueva edición iba a llenar este vacío. Con ocasión del lanzamiento en soporte blu-ray e imagen en alta definición de la rotunda Bilbao, la tienda de coleccionismo expandida a sello videográfico Ediciones 79 apostó por incluir en el mismo disco una versión digital de Historias impúdicas. No se trataba de una iniciativa de restauración, sino de una digitalización modestísima que facilitaría el visionado de un material olvidado.
Como si el destino de estas obras fuese permanecer como una nota al pie casi clandestina dentro de la filmografía de su autor, este momento de visibilidad está condenado a tener una duración escasa. Los ejemplares de esta edición de Bilbao se han ido retirando de la circulación y serán sustituidos por una nueva tirada sin el programa de cortometrajes (ni un pequeño libreto con la historia original escrita por Bigas), que incluirá el largometraje y el resto de materiales añadidos: una charla con el cineasta y docente Xavi Puebla (A puerta fría).
Escribiendo una historia oral, irrumpe una discusión legal
La noticia de la recuperación de Historias impúdicas parecía un motivo suficiente para recuperar la historia de su confección. Bigas falleció en 2013, pero este diario encontró testimonios dispuestos a hablar de esos rodajes, como el mencionado Cuxart o el prestigioso director de fotografía Tomàs Pladevall. El también reputado director de fotografía Jaume Peracaula (Tras el cristal, El mar), que ha sido erróneamente acreditado en algunos artículos como participante en los cortos, se ofreció a recordar las historias que Bigas le explicó sobre el proyecto cuando fue operador de cámara en Bilbao y Caniche. Escribir una pequeña historia oral del proyecto era posible.
No obstante, contactado por elDiario.es para la confección de este reportaje, el coproductor Pep Cuxart mostró su sorpresa y enfado al descubrir de esta manera la publicación de los cortos, lo cual desconocía y sobre los cuales afirma poseer los derechos. Quien firma estas lineas puso en contacto, por primera vez, a Ediciones 79 con Cuxart. El responsable de la editora, Joan Castelló, explicó que la empresa productora de los filmes estaba fuera de actividad, que su equipo de colaboradores no había localizado a ningún detentor de los derechos y que había recabado el permiso de la viuda del realizador para publicarlos. Castelló se mostró dispuesto a llegar a algún tipo de acuerdo con el productor.
En posteriores conversaciones con este diario, Cuxart explicó que exigía la retirada de la edición de Bilbao, frustrado también por la baja calidad de imagen con la que se presentaban los cortos. Existen, de mejor calidad, unos materiales preservados por la Filmoteca de Catalunya. Dos responsables del archivo de la institución explicaron que se había realizado un telecinado digital de Historias impúdicas en el contexto de diversas medidas de conservación del legado fílmico de Bigas. La editora afirmó que inició la retirada de ejemplares de las cadenas de distribución y venta, como gesto de buena fe, desde el inicio de las conversaciones con el productor.
Hasta un cierto momento, las partes se mostraron esperanzas de colaborar en futuros lanzamientos: quizá una versión mejorada de Historias impúdicas que partiese del telecinado de la Filmoteca de Catalunya, quizá una edición de la casi invisible Tatuaje. Castelló, que ha editado varias decenas de películas con las correspondientes licencias y está trabajado con diversos históricos del cine español para una meritoria colección de ediciones videográficas de fantaterror estatal, afirmó que siempre había llegado a acuerdos satisfactorios para todas las partes y que era la primera vez que tenía un problema de este tipo. Por su parte, Cuxart mantuvo diversas charlas con este diario que evidenciaban momentos de tensión y distensión variable en la relación con Ediciones 79.
Finalmente, las conversaciones no llegaron a buen fin. El editor, molesto porque, según él, Cuxart llamase a proveedores e instituciones para acusarle de hacer una edición sin permiso, adujo que su trabajo es perfectamente legal (comenzando por el correspondiente acuerdo para publicar Bilbao con Mercury Films) y que los cortometrajes no están registrados en la Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales (EGEDA). Ante la ruptura, ambas partes declinaron hacer nuevas declaraciones para este artículo. Con todo, desde la editora han seguido atendiendo a las peticiones de nueva información por parte de este medio. Han anunciado que retirarían de su propia tienda la tirada original de Bilbao en cuanto dispusiesen de los ejemplares de la segunda edición, cuya llegada se esperaba para finales de mayo.
Los vericuetos de los derechos de autor
EGEDA ha confirmado que en sus bases de datos no aparece el registro de las Historias impúdicas, ni bajo su título colectivo ni bajo los títulos de los cortos que componen el ciclo. Por otra parte, la Filmoteca de Catalunya confirma que dispone de materiales fotoquímicos de los cortometrajes, depositados por “el señor Pep Cuxart, que manifiesta que ostenta los derechos de este título”. Este depósito se puede considerar indiciario de los derechos del productor, aunque la institución no los confirme ni los desmienta.
Un profesional de larga trayectoria en la distribución cinematográfica y la edición videográfica, que prefiere mantenerse en el anonimato, rechaza que una obra no registrada en EGEDA se convierta casi de facto en una obra libre de derechos. Y discrepa con la idea de que la base de datos de esta entidad de gestión sea una referencia tan insoslayable: “He lanzado centenares de títulos y no he hablado nunca con EGEDA”, afirma.
Al distribuidor se le hace difícil imaginar que Historias impúdicas esté libre de derechos, más allá de posibles descuidos, desactualizaciones en la formalización de estos o litigios entre diversas partes implicadas: “Cualquier creación, aunque sea un vídeo que cuelgas en internet, está protegida. Otra cosa es que tengas que hacer papeles, o que tengas que buscarlos, para demostrarlo. No sé si los responsables registraron los cortos cuando los comercializaron en Super-8, pero imagino que los licenciaron a alguien cuando se lanzó el VHS comercial”, explica.
En opinión de este distribuidor, el problema inicial (la inclusión de los cortos sin acordarlo con sus principales impulsores vivos) se podría haber visto agravado por una divergencia de puntos de vista: “Por mi experiencia, sé que hay gente de una cierta edad que no ha seguido el proceso de deterioro del sector videográfico. Se genera una diferencia de percepción que puede haber complicado mucho las cosas. Quizá Cuxart piensa que unos cortometrajes de Bigas Luna valen 10.000 o 15.000 euros, cuando en realidad hablamos de negocios muy pequeños”. Efectivamente, en algunas conversaciones con este diario, el productor mencionaba cantidades que parecían alejadas de la realidad del sector.
De alguna manera, Ediciones 79 trabajaba sobre una ausencia (que los cortometrajes no aparezcan en algunas bases de datos de registro), en lugar de hacerlo sobre una certeza. Aunque las obras se presentasen como un material añadido, como una curiosidad de calidad subestándar (y proveniente de una copia comercial mantenida en un archivo privado) que no cerraba el camino de ulteriores explotaciones comerciales, su inclusión incluía algunos interrogantes y suponía un riesgo como mínimo reputacional. El mundo de los derechos de autor y editor tiene muchos vericuetos. Incluso una entidad con tantos recursos como el British Film Institute incluye una advertencia en algunas ediciones: “El BFI da la bienvenida a las comunicaciones de cualquier tenedor de copyrights cuyo permiso inadvertidamente no haya recabado”. De esta manera, se asume la dificultad de estar seguro de cosechar todos los permisos necesarios para reproducir todo el material que recoge en sus publicaciones más archivísticas.
Pero hablemos de los cortos
Con la retirada de la edición videográfica que las incluye, Historias impúdicas quedará de nuevo fuera del circuito comercial. Volverán a resultar de difícil acceso piezas como El desayuno o Cóctel internacional, que nos descubren a un Bigas en pequeño formato (los cortos se rodaron en 16 milímetros) y de proximidad (algunos rodajes tuvieron lugar en su propio domicilio) que comenzaba a introducirse en el mundo erótico sin la tenebrosidad de obras posteriores. Vemos estriptises, observaciones fetichistas de mujeres haciendo deporte y otras historias más o menos pícaras. En un texto incluido en la edición videográfica, el divulgador Carlos Benítez cita unas declaraciones que su autor realizó en 1979: “Ahora los veo como películas cómicas”.
Más de 40 años después, Cuxart considera que la iniciativa fue inhabitual, pero no insólita: “No creo que fuese algo que inventásemos nosotros. Supongo que se hacían otras cosas parecidas, pero tampoco debían ser muchas porque nos costó que Correos entendiese nuestro modelo de negocio”. “Lo que sí que había era productoras de cine erótico, porque con la muerte de Franco había surgido ese camino diferente de ganar dinero con el cine”, explica.
Cuxart recuerda que trabajaron con dos laboratorios diferentes para hacer copias de los cortometrajes porque “se vendieron a montones”. “Hacíamos doscientas copias, trescientas copias, mil copias, y las vendíamos”, declara. De esta manera, se consiguió el objetivo: “Ganar dinero para rodar Bilbao, una película que no entendía nadie y que nadie quería producir”. Apareció también la figura de Pepón Coromina, que produjo películas de Bigas, del rey del cine quinqui Eloy de la Iglesia (El diputado) o del editor y cineasta Gonzalo Herralde (El asesino de Pedralbes) en una década de dedicación al audiovisual de autor truncada por una muerte prematura.
En los cortos podían verse tanto a actrices del cine comercial de la época (Linda Lay, Rosa Raich) como a vedetes de espectáculos de variedades. O, dicen, al productor Amat ejerciendo de actor accidental. Los directores de fotografía fueron Pedro Aznar, que despuntaría a raíz de la fotografía cruda y agresiva de Bilbao, y Tomàs Pladevall, que ha recibido recientemente un premio honorífico de la Academia del Cine Catalán.
A petición de este diario, Pladevall consultó sus archivos para determinar que trabajó en dos de los cortos (El desayuno y El ídolo). Declara que no guarda demasiados recuerdos de los rodajes, y menos aún del especial método de distribución de los filmes, pero sí evoca el cuidado empleado en el maquillaje y el vestuario. Y explica que, aunque se rodase en un soporte modesto como la película de 16 milímetros, “se intentaba hacer algo muy estético, en la antítesis de lo cutre. La copia de la edición videográfica está muy degradada y eso dificulta que se perciban los detalles, pero se intentó conseguir algo muy esteticista, algo erótico de lujo. Y muy suave, en el fondo”. Cuxart también insiste en la idea de que no se trataba de “películas pornográficas, sino de erotismo”. En algunos momentos, quizá a causa de la relación de Bigas y de Aznar con el diseño y los anuncios, los cortos parecen acercarse al lenguaje publicitario.
Obviamente, la sexualidad y el desnudo (básicamente femenino) fueron dos elementos principales de la propuesta. A diferencia de las tensiones vividas durante el rodaje de Bilbao, Cuxart y Pladevall no recuerdan ningún momento problemático. “Muchas actrices se habían acostumbrado a los desnudos por el destape. Era como quitarse la ropa para una sesión de dibujo en una escuela de arte. Nos lo tomábamos con mucha calma y con mucha alegría, no era una cosa tétrica”, afirma Cuxart. “Habíamos normalizado estas cosas incluso antes del destape”, indica Pladevall, “porque se hacían dobles versiones de escenas con desnudos destinados a los mercados internacionales”. Sobre la manera de afrontar la intimidad en el rodaje, el director de fotografía no recuerda ninguna sistematología, pero considera que todo fue “muy profesional y muy tranquilo”.
Camino a 'Bilbao'
Ahora el mayor interés de estas obras es su componente histórico. Forman parte de la filmografía de alguien que se convertiría en un autor relevante del cine mediterráneo. Presagian, en detalles concretísimos y desde un enfoque mucho más ligero, las futuras trituradoras de tabúes que serían Bilbao y Caniche (que también ha sido recuperada en alta definición por Ediciones 79).
Cuxart considera que Historias impúdicas fue una escuela de cine tanto para Bigas como para él mismo. Las limitaciones en la cantidad de película disponible y en el presupuesto que dedicar al laboratorio implicaron un gran esfuerzo de planificación. “Teníamos que tener muy claro lo que queríamos, porque no se podían hacer veintisiete tomas de cada cosa”, explica. Para Pladevall, fueron “unas primeras elaboraciones del elemento más morboso de la creación de Bigas. Tatuaje fue una película bastante púdica, aunque en ese momento ya asomaba el destape”.
El rodaje de los cortometrajes también se convirtió en una manera de crear un equipo. Peracaula evoca que Bigas le habló de algunas malas experiencias vividas con miembros del equipo técnico durante la filmación de su ópera prima. Cuxart recuerda que tanto él mismo como el director conocían a poca gente del mundo del cine, “así que los cortos también nos sirvieron para conocer a otras personas que podían encargarse del vestuario, de las localizaciones... Muchas de estas personas trabajaron también en los filmes que hicimos posteriormente”. A lo largo de estos primeros años de dedicación, se iría reuniendo un grupo en el que también participaron el montador Anastasi Rinos o Consol Tura, primera esposa de Bigas, que trabajó con el realizador en roles diversos (como actriz o diseñadora de vestuario) hasta consolidarse como una prestigiosa directora de cásting. El fotógrafo Pedro Aznar brillaría en sus trabajos para Bilbao y Caniche. Posteriormente, volvería al mundo de la publicidad y de la realización de vídeos musicales.
Curiosamente, unos cortos con vocación erotizadora financiarían esa perturbadora Bilbao que invertiría la lógica supuestamente erótico-festiva (y también desatadamente androcéntrica) del destape. El segundo largometraje de Bigas supondría una tenebrosa inmersión en unas obsesiones sexuales que derivan en actos criminales, una mirada con tintes underground a una historia que podría haberse convertido en un convencional thriller de terror psicológico. Junto con Arrebato, se convertiría en un referente del cine de autor más transgresor de la España en transición a la democracia parlamentaria.