Desembarco en las Georgias: chatarreros en el frío, una bandera flameando y el insólito negocio que precipitó la Guerra de Malvinas
Enviados por un empresario que quería desguazar instalaciones balleneras para obtener réditos millonarios, un grupo de obreros argentinos quedó atrapado en una isla del Atlántico Sur cuando se desató el conflicto bélico. Cuarenta años después, el periodista Felipe Celesia acaba de publicar el libro “Desembarco en las Georgias. La verdad sobre el misterioso incidente que desató la guerra” en el que, a partir de una notable investigación, reconstruye este particular episodio de la historia reciente.
“La emoción de lo desconocido era apenas un complemento para la mayoría de los hombres que aguardaban en el muelle aquel 11 de marzo de 1982. Estaban ahí, asumiendo el compromiso de permanecer cuatro meses en una isla que desconocían por completo, por la paga”. La escena pertenece al libro Desembarco en la Georgias (Editorial Paidós, 2022), del periodista y escritor Felipe Celesia donde se reconstruye un episodio desconocido, casi oculto, que tuvo lugar hace 40 años, cuando un grupo de chatarreros y técnicos argentinos fue convocado por un comerciante de la localidad de Avellaneda para desguazar instalaciones balleneras abandonadas en una isla del Atlántico Sur.
Un negocio suculento ideado por el empresario argentino Constantino Davidoff que calculaba alzarse con unos 30 millones de dólares después de una aventura difícil, pero no imposible: necesitaba una embarcación que pudiera llevar a los hombres capaces de hacer el trabajo, que los dueños escoceses de las instalaciones aceptaran su propuesta y que las autoridades británicas –entonces a cargo de las Islas Malvinas y las Georgias del Sur– le dieran el visto bueno.
Después de varias negociaciones lo consiguió y a comienzos de marzo de 1982 los obreros viajaron a bordo del buque Bahía Buen Suceso, perteneciente a la Armada argentina, en plena dictadura militar. Pronto zarpó otra embarcación, el Bahía Paraíso, que trasladó a los Alfa, un grupo de élite comandado por el represor Alfredo Astiz, que tenía la finalidad de custodiar de alguna manera la misión de los trabajadores en aquel lugar inhóspito.
Cuando las autoridades británicas detectaron esos movimientos y, sobre todo, desde el momento en que tuvieron información sobre el izamiento de una bandera argentina en el lugar, los chatarreros quedaron en medio del fuego cruzado. El conflicto bélico en ciernes, a partir del proyecto de la Junta Militar argentina que pretendía recuperar las Islas Malvinas ese año, escaló y ya no hubo cómo frenarlo.
Con una investigación notable, Desembarco en las Georgias ofrece un relato minucioso de los hechos tejido, entre otras cosas, con la voz de algunos de los protagonistas, con archivos, con los diarios personales de los propios trabajadores, con los testimonios de oficiales británicos y con documentos oficiales.
“Los chatarreros llegaron a las Islas Georgias el 19 de marzo 1982, faltaban unos días para la reconquista de las Malvinas del 2 de abril. En ese momento esta historia tuvo una estatura importantísima y ocupó la tapa de todos los diarios. Pero después esto quedó eclipsado y superado, si se me permite el término, por la propia guerra”, explica Felipe Celesia en diálogo con elDiarioAR.
Se cumplen 40 años de Malvinas, un conflicto que en este tiempo de alguna manera fue bastante narrado. Sin embargo en tu libro traés una historia poco conocida. ¿Cómo llegaste a ella y por qué te atrajo para investigarla?
No me acuerdo bien cuándo me apareció este episodio. Pero siempre escuché una suerte de lugar común, algo que se repite desde hace muchos años: que Astiz se rindió en las Islas Georgias sin tirar un tiro. Me preguntaba: ¿es cierto o no es cierto? Y me pareció que había potencial en esa historia. Entonces lo primero que hice fue comunicarme con Federico Lorenz que era el director, por entonces, del Museo Malvinas. Y él me contestó que fue así, pero tampoco me dio mucho dato que justificara su respuesta. Entonces me comprometí un poco más con el tema y me puse a investigar. No me interesaba tanto la parte bélica, aunque me parecía que había que despejar esta duda histórica: el gran represor, el que secuestró a las fundadoras de Madres de Plazas de Mayo, el que formó parte del aparato represivo más brutal de la ESMA, ¿se rindió efectivamente sin tirar un tiro en el ‘82 cuando tenía la oportunidad de medir su valor militar?
Hasta que llegaste a la historia de los obreros.
Claro, mi eje empezó a ser la experiencia de estos tipos que habían ido a ganarse el mango, a buscar una vida mejor y se habían visto envueltos en una guerra de proporciones enormes, en un conflicto entre Estados. Eso era lo que me interesaba contar a mí. Y suponía que iba a ser relativamente sencillo dar con estos nombres, lo cual fue estrictamente cierto porque la Armada, como una suerte de indemnización, pongámosle, después de haber sufrido el episodio, los consideró veteranos de guerra. Entonces forman parte de una nómina de ex combatientes a la se tiene acceso público. Allí figuran como Civiles Davidoff, porque Constantino Davidoff fue el empresario del emprendimiento, el que tuvo la idea de desmantelar estas estaciones balleneras. Y ahí es donde empieza este malentendido que termina en la guerra del Atlántico Sur.
¿Fue mal timing, fue una coincidencia que la guerra de alguna manera estaba en ciernes cuando Davidoff consiguió todo y lanzó su plan?
Sí, es muy sobre la fecha y esto no es casualidad. La Armada Argentina le libera un buque a Davidoff para que pudiera ser el transporte de los trabajadores sobre esa fecha, cuando tampoco era el momento ideal para hacer una campaña en un lugar como ese, donde las temperaturas y la climatología eran muy extremas. Todas las recomendaciones indican que cualquier cosa que vaya hacerse en la zona se haga en verano. Y acá estábamos sobre final, ya en los comienzos del otoño. Hay dos desarrollos paralelos, uno es el comercial que es cuando el mismo Davidoff dice“acá hay un buen negocio”. A medida que avanza un poco más, se da cuenta de que estaba hablando de algo millonario. Entonces avanza con las negociaciones con los propietarios del lugar, que eran unos escoceses, y logra cerrar un acuerdo para ir a desarmar esas instalaciones. En paralelo, está el desarrollo militar que tiene que ver con la tradición de la Armada Argentina de ir expandiendo las fronteras nacionales en las Islas del Atlántico Sur, en disputa con el Reino Unido, de la manera que sea. Entonces, desde principios del siglo pasado, dotaciones de marinos, civiles y conjuntos de civiles y militares fueron montando instalaciones como para hacer ocupaciones de facto. Cuando Davidoff empieza con este proyecto, a los militares, a los marinos argentinos, se les ocurre que es la excusa perfecta para enviar, junto con ellos, un grupo de infantes de marina que hicieron invernar ahí cuando los ingleses ya se estaban retirando porque se venía la época dura del otoño y del invierno. Pero eso se desestima o se desactiva en los papeles, aunque no en los hechos, cuando la Junta Militar decide hacer la recuperación de las Islas Malvinas. Las Georgias quedan a 1500 km de las Malvinas y a 1500 km la Base Marambio en la Antártida. Es realmente un lugar muy lejano y muy aislado. Lo que la Junta dice es “si nosotros reconquistamos las Malvinas, la Georgias va a ser un puesto de avanzada que nos va a costar mucho defender y que estratégicamente no va a tener mucho valor, entonces desactivemos esta idea de llevar unos muchachos que se queden a pasar el invierno porque vamos a tener este plan mucho más ambicioso de recuperar las Malvinas”.
Sin embargo se quedan.
Sí, esto se desactiva en los papeles y no en los hechos porque el grupito de marinos que habían elegido para hacer la invernada sigue activo, sigue concentrado bajo el mando de Alfredo Astiz haciendo ejercicios y de hecho los mandan con los buques de abastecimiento a recorrer las estaciones antárticas argentinas. Cuando se complica diplomáticamente la cuestión por la presencia de los obreros argentinos, los activan y los mandan a la isla a defender a los trabajadores. Davidoff lo que intentó hacer, creo yo, es quedar bien con Dios y con el diablo: hacer su negocio, pero, por otro lado, aportar patrióticamente, si se quiere, a la Armada Argentina para este objetivo de ocupar las Islas del Atlántico Sur.
Hay algo curioso en el libro y es que se van contando hechos que con el tiempo trascienden en los medios y se hacen públicos, pero esto está cruzado con cierto material íntimo: hay sensaciones, comidas, charlas, canciones. ¿Cómo accediste a esas escenas más personales de los trabajadores?
Sí, hay una dimensión que tiene que ver con los episodios que los exceden, la guerra, las decisiones militares, las decisiones empresarias. Pero después yo estimé que la historia tenía que necesariamente contemplar una dimensión humana, íntima, privada de la experiencia personal de cada uno de ellos. Y eso lo fui relevando con materiales de gran ayuda, básicamente cuatro diarios personales, cuatro registros manuscritos que hicieron tres trabajadores y un conscripto, que muy gentilmente y generosamente me aportaron. Este registro, a diferencia del testimonio, no está mediado ni por el tiempo, ni por la construcción de un relato. Porque si bien se transcribe, ellos tuvieron que escribir eso que les parecía relevante, volcando sus experiencias, sus impresiones, esas sensaciones y esos hechos al papel inmediatamente de ocurridos. El manuscrito de Carlos Mileti, que era mecánico y entendía también de electricidad, es el más detallado de todos: se tomaba el trabajo cada noche de volcar al papel todo lo que había pasado durante el día y esto también en sincro con sus compañeros, como una suerte de acta de los obreros. Todos le habían delegado, de alguna manera, este poder de transcribir lo que había ocurrido para que quedara algún documento histórico de su paso por la isla.
En algún momento del libro definís a los chatarreros como “conquistadores inconscientes” de este lugar. Y narrás como un suceso importante el izamiento de una bandera argentina a poco de llegar a las Georgias. ¿Cómo fue ese episodio? ¿Tuvo tanta relevancia en lo que vino después?
Es que esa escena los dejó descolocados, pero a posteriori. Porque cuando lo hicieron no supusieron ni por un instante que a partir de ese izamiento los británicos iban a considerar que esa era una invasión militar de manual y que los argentinos estaban haciendo pie con ambiciones soberanas. Lo que pasó es que uno ellos era un hincha fanático de River y había llevado un banderín como hubiera llevado el banderín de su equipo favorito a cualquier lado. Ahí el director de obra dijo: “Muchachos, vamos a estar un tiempo largo, somos argentinos, pongan la bandera argentina”. Y así, sin ninguna ceremonia, sin ninguna pompa, sin ningún simbolismo del que ellos fueran conscientes, ataron un remo partido y después con alambre a un transformador eléctrico elevado y pusieron la bandera. Hay que decir que hubo una cierta picardía del capitán del buque, que el día antes de llegar a las Georgias les regaló esta bandera y les hizo un discurso inspirador de corte patriótico. Del lado de la autoridad militar fue una picardía entregarles esta bandera, pero por el lado de ellos hubo una gran ingenuidad: no tenían la menor idea de que eso podía provocar un conflicto como el que provocó.
Mencionabas antes a Astiz como una suerte de disparador que te llevó a buscar más para esta investigación. ¿En qué andaba hacia 1982? ¿Cuál fue su rol específico en esta historia?
Astiz en ese entonces era un personaje incómodo para la Marina porque ya había hecho todo aquello que lo convirtió en lo que hoy sabemos que es. Había secuestrado a las Madres, había sido parte de la ESMA, había pasado por el centro piloto de París, había pasado por Johannesburgo, siempre con su pasado persiguiéndolo. Era un personaje un poco incómodo. Lo que él les decía a sus colegas entonces era que con esto lo estaban mandando un poco al muere, que no entendía bien por qué le habían otorgado esa misión, que era para un infante de Marina, cuando él era un hombre de barcos. Lo que se ve muy claramente es que Astiz llega con una idea de confraternizar y armonizar esa espera de la guerra que iban a tener en la isla con los trabajadores, o sea, les baja la ansiedad, les da ciertas seguridades de que los iban a evacuar. Y asume un liderazgo así facto que los trabajadores le reconocen. Es amable, toca la guitarra, canta con ellos, come, se emborracha. Es parte de esa juvenilia que se había armado ahí un poco derivada de que había que sacar por algún lado la tensión y el estrés de estar esperando una de la flotas más poderosas el mundo que venía a desalojarlos. Y, por otro lado, también era un grupo de hombres en el confín del mundo, un poco aburridos que querían divertirse. Todo esto cambia a partir del 25 de abril, cuando viene la recuperación británica de las Georgias y las cosas se empiezan a ponerse más ásperas. Astiz ya no es tan simpático, tan amable, tan encantador sino es un tipo más bien apremiado por la situación y algo asustado: lo que se ve ahí, por los testimonios de sus compañeros de armas, de los buzos tácticos de comandos, y también de los trabajadores, es que empieza a ver que la cosa iba en serio y que peligraba su seguridad. Se ve cómo él, a partir de que el cerco británico se empieza a estrechar, enseguida explica a sus hombres, a los trabajadores y a sí mismo que no había nada para hacer y que lo mejor era rendirse.
Cuando se desata la guerra, los chatarreros terminan como prisioneros. El libro ofrece una reconstrucción muy dura de esos momentos. ¿Cómo llegaste a eso?
Le di cierta extensión y cierto detalle a todo eso porque me pareció que era importante transmitir ese agobio, esa vuelta a casa extremadamente lenta y agobiante. Porque mientras estuvieron en la isla, en parte por los talentos sociales de Astiz y en parte, también, por tres aventureros franceses que se cruzaron con ellos por esas casualidades del destino, se armó más fiesta y la pasaron difícil, pero también fue interesante para ellos. El verdadero calvario lo vivieron desde que los convirtieron prisioneros. Porque si bien el ejército británico es muy profesional y está acostumbrado a gestionar este tipo de situaciones con protocolos, organización y recursos, ellos no dejaban de ser prisioneros de guerra y la vuelta a casa se demoraba tremendamente. Yo quería dejar testimonio de esto y hay partes conmovedoras, sobre todo cuando contaban qué pensaban ellos al volver, qué era lo primero que iban a comer, si iban a pedir una pizza con cerveza, si iban a comer un asado con los amigos. Ese tipo de anhelos tenían cuando estaban volviendo, que son conmovedores porque la verdad que no se merecían haber pasado por lo que pasaron. Eran trabajadores que fueron a mejorar su condición, eran obreros que vivían mes a mes, que no tenían ningún tipo de colchón y tuvieron que comerse ese garrón. Un tremendo garrón que continuó, porque cuando volvieron tuvieron que enfrentarse con esto de que los consideraban héroes de guerra y eso los desorientó por completo. Primero porque no lo pensaban así y tampoco podían decirlo muy abiertamente, porque era que como estaban traicionando las expectativas de quienes los celebraban. Y también poniéndose en riesgo porque los servicios de inteligencia de acá los extorsionaron y los apretaron violentamente poco antes de llegar para que no dijeran nada so pena de que se iban a pasar presos toda la vida ellos y sus familiares.
¿Cómo sigue el grupo una vez que vuelven?
Se desintegra bastante porque ya estaban bastante hartos de convivir y también, porque querían dejar atrás todo eso. Había dos grandes grupos, el grupo de los obreros y el grupo de los técnicos. Digamos que ahí se ven muy claramente también las diferencias de clases entre los trabajadores puros y duros y los profesionales que eran más de clase media. No volvieron a juntarse por lo menos en lo inmediato. No todos, pero sí una gran parte de ellos intentaron reclamar al Estado argentino una suerte de indemnización que no les otorgaron. Llegó a Cámara y la Justicia dijo que el Estado no tiene que hacerse responsable de los daños causados por parte de una potencia enemiga en un conflicto armado. Después fue algo bastante informal y bastante salvaje cómo fue que cada uno fue a reclamar su salario y lo que le debían. La empresa ya estaba fundida, Davidoff ya estaba apartado y nadie se hacía cargo de ese fracaso. Lograron un salario, dos a lo sumo y alguna compensación. La Marina les dio un pequeño estipendio en concepto de indemnización por sus cosas y los incluyó en la nómina de veteranos de guerra. Esto los benefició a futuro porque con el tiempo lograron tramitar sus pensiones. El Estado argentino durante muchísimos años no les prestó atención y los hambreó: hasta el noventa y pico eran un chiste las pensiones de todos los veteranos. Pero después, a partir del kirchnerismo, se fue recomponiendo eso y hoy ganan algo que es digno, digamos. A la vez todos tuvieron marcas emocionales y psicológicas por esa experiencia. La fueron tramitando como pudieron y con los recursos que tenían. Hay que pensar que habían estado en un teatro de operaciones y habían sido agredidos muy salvajemente por los británicos cuando los detuvieron: les hicieron simulacros de fusilamiento, les dispararon, les tiraron morteros, los asustaron mucho y la pasaron muy mal con situaciones de incertidumbre terrible porque no sabían que iban a hacer con ellos.
¿Y qué pasa con ellos hoy, a cuarenta años de esta historia?
Creo que en estos 40 años son la oportunidad propicia para que ellos puedan asimilar un relato un poco más coherente de lo que significó todo eso y mi libro algo viene a aportar en este sentido. A partir del proyecto, cuando empecé a contactarlos, armaron un grupo de WhatsApp. Apenas salió el libro uno ellos subió la tapa y dijo: “Señores oficialmente entramos a la historia”. Algo que no es tan así, pero habla de la sensación que ellos tenían de estar olvidados de estar, digamos, despreciados por la sociedad argentina, por su Ejército y su Armada.
¿Qué pasó con las Georgias? ¿Qué ocurre en ese territorio hoy?
Las Georgias fueron la capital mundial de la caza de ballenas durante todo el siglo pasado. Cuando se empezaron a extinguir y el aceite de ballena perdió valor en el mercado, se fue reduciendo esa actividad hasta que prácticamente quedó nula. Pero los británicos siempre mantuvieron una estación científica, el British Antarctic Survey, que en los últimos años ganó en envergadura y en proyectos y en campañas en todo ese sector, un lugar que tiene petróleo, pesca, recursos marítimos, un lugar que produce muchísimo dinero. Entonces ahí creció el interés de los británicos. En la actualidad se puede ir, hay cruceros carísimos que van a la Antártida y después recorren las Georgias. Los argentinos las circunnavegan cuando van, sobre todo las campañas del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero, que un poco hacen la misma tarea que hace el British Antarctic Survey. Hay un proceso de saneamiento y están en un plan de desarmar todas estas instalaciones balleneras que son más de 12 como para devolverle a las Georgias algo de sus condiciones originales.
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El autor
Felipe Celesia nació en Buenos Aires en 1973. Es periodista desde 1990 y escribió los libros La ley y las armas. Biografía de Rodolfo Ortega Peña (2007), Firmenich (2010), La Tablada (2013), La Noche de las Corbatas (2016) y La muerte es el olvido (2019), un trabajo monumental que cuenta la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense. Además participó en la producción periodística y entrevistas de los documentales La muerte no duele (2016) y La Feliz. Continuidades de la violencia (2019), basados en dos de sus libros.