MÚSICA

Dillom, un artista entregado a sus demonios: ¿qué transforma un alma pura en un monstruo?

“Morir es un arte, como todo”, escribía Sylvia Plath, la poeta que poco tiempo después de escribir esas líneas metió la cabeza adentro del horno con gas de su cocina y se suicidó. Dillom también convirtió en arte su propio final en Post mortem (2021), cuando en sus conciertos era llevado en su propio ataúd. Ese álbum lo instaló como una figura central de la música nueva, creando un universo paralelo dentro del trap con sus propias reglas: escenas explícitas de sexo y drogas, humor negro, angustia, rabia y terror

En el verano, Dillom fue el foco de las noticias cuando cantó en el Cosquín Rock el tema “Sr. Cobranza” (que popularizó la Bersuit en los noventa) y le añadió unos versos dedicados al ministro de Economía del gobierno de Milei: “Me muevo para aquí, me muevo para allá, a Caputo en la plaza lo tienen que matar”. 

El anuncio de la salida de un nuevo disco generó otro tipo de ruido a su alrededor. Sin embargo, Dillom no sucumbió al algoritmo ni al dictado de la industria. Prefirió el misterio antes que los singles adelanto. Su estrategia fue subir todo el disco completo de una sola vez.

Hace una semana editó Por césarea, su segundo álbum, y rápidamente se colocó en el noveno puesto del Top Global. El morbo del miedo es taquillero y lo que hizo en esta nueva producción fue crear un cuento de terror psicológico sobre el nacimiento de un monstruo. La pesadilla es que ese monstruo puede caminar entre nosotros, o puede habitar dentro de cada uno. 

Es un álbum incómodo que va a contramarcha de la escena efervescente del trap. No habla de fiestas ni marcas caras, o mansiones. Refleja el clima de hastío de la época, dominado por el miedo, los discursos de odio en las redes sociales y la crueldad de las decisiones políticas, apoyadas por un segmento de la sociedad capaz de votar en contra de sus propios intereses. 

En una de las frases del disco Dillom canta: “Entonces pienso cual es el problema/ si un poco me calienta la desgracia ajena/si colaboro con la fuente de las penas/quiero sentir que soy la carie (sic) de tu muela”.

El guion original de este disco nació de aquellos momentos claves del artista donde tomó otras decisiones que lo llevaron a un lugar diferente y le permitieron dedicarse a la música, en medio de imágenes que lo marcaron: el día que detuvieron a su madre por posesión de cocaína o el día que su padre lo echó de su casa y no tenía otro lugar a donde ir que la casa de una familia amiga que lo terminó “adoptando”. 

Dillom utilizó escenas frustrantes de la adolescencia y se preguntó qué hubiera pasado si todas esas decisiones que lo llevaron por otro camino hubieran sido distintas. Ese fue el puntapié conceptual de la narrativa del disco para crear un universo paralelo que dispara preguntas inquietantes: ¿qué transforma un alma pura en un monstruo?, o ¿cuando nace el mal? Quizás sólo hace falta una acción para que todo eso suceda, para que todo se desencadene.

La lírica del álbum y el clima cinematográfico, asfixiante, tenebroso, muestra esa radiografía de un personaje de ficción, que vive toda esa transformación, donde se acumula el desánimo, la obsesión, el resentimiento, la brutalidad, el consumo de drogas, los trastornos de personalidad y la fantasía del suicidio como solución final. Dillom escribe con la precisión de un médico forense que disecciona sin miedo el corazón de un psicópata, y que en realidad puede ser una persona común como tantas otras. 

 “Vivo con el impulso de destruirlo todo

Y hay algunas noches que me dejo ganar.

Tengo a mis demonios haciéndome los coros

diciéndome al oído que sos para mí“.

‘Por cesárea’, canción a canción 

En este cuento tenebroso de doce canciones continúa cierta tradición del rap y el trap de traficar en sus universos musicales la influencia de las películas de terror. Lo hicieron desde los raperos Nas y Tupac en los ochenta hasta Travis Scott, Odd Future y Kanye West en el siglo XXI. En el álbum Por cesárea las referencias culturales y musicales son muchas: Edgar Allan Poe, Tim Burton, Daft Punk, Blur, Kendrick Lamar, Beastie Boys, Nirvana, pop de los setenta, el jazz, la música contemporánea, el hip hop vieja escuela y hasta María Elena Walsh. 

En “Carie”, la voz de Lali emerge grave, ululante, gótica y se hamaca sobre una nana que cita los primeros versos de “Plegaria desvelada”, de la autora de “Como la cigarra”.

“Dios mío, dame mi sueño de paz, y no de pastillas

(Y no de pastillas)

El diablo que nunca duerme. 

Penando me despabila“.

Nada puede generar tanto miedo como la propia mente humana y el artista con su música de terror psicológico pone en situación al oyente desde la primera canción del disco. “Últimamente”, comienza con un groove que recuerda a “Paranoia y soledad” de Serú Girán y que plantea rápidamente el ingreso a esa paisaje ominoso de las cuerdas del Cuarteto Divergente, dirigido por Alejandro Terán, que hizo arreglos musicales para Charly García. 

“Para sentir que algo se viene/no hace falta ser vidente”, canta Dillom en la canción de apertura con un flow lento, pesado, hasta que hay un quiebre. La voz se deforma, la base instrumental se torna oscura como una cripta. Nace la bestia. Lo demás será el derrotero de ese personaje y el in crescendo de su locura.

La producción musical de Fermín Ugarte y el ingeniero de sonido Santiago de Simone acompañan la tensión y la atmósfera densa del monólogo mental de Dillom, que parece caminar en círculos adentro de esta ópera tenebrosa y contemporánea donde se mezclan el ruidismo de las cuerdas, los samplers, los riffs de guitarras, el peso del bajo y la batería, los sintetizadores, el post rock y un audio analógico de los setenta, registrado en estudios como Panda. 

Si en su primer disco Dillom jugaba con la incorrección y el humor, en este trabajo conceptual no se corre un milímetro de este narrador en off entregado a sus demonios: en el fondo es un disco sobre el vacío, la ausencia de amor y de futuro. 

En la “La novia de mi amigo”, explora las zonas más oscuras de una relación tóxica. “No digas que no es nuestro momento, eso no es cierto/dolía menos que agarren mi cuerpo/y me arranquen los brazos/mientras estoy despierto”, canta Dillom con una voz aniñada sobre los beats aletargados de un trip hop de pesadilla y un sonido de cuerdas que parece girar de forma envolvente junto al loop mental: “Me estoy volviendo loco/me estoy volviendo loco”. 

Se puede ver la mutación entre “Cirugía”, una canción pop de amor escrita por un control freak retorcido, “Buenos tiempos”, una diabólica crónica de la tríada sexo, drogas y rocanrol (sucesora de “Hegemónica”, de su disco anterior), y “Muñecas”, que es el relato crudo en primera persona de un femicida. 

En cambio, “Mi peor enemigo” con la colaboración de Andrés Calamaro y construido sobre el sampler de un solo del trompetista de jazz latino Jerry Gonzalez, funciona como un testamento de la frustración y el zeitgeist de este tiempo. La herida irá supurando en “Mentiras piadosas” y se infectará en “La carie”, a partir de estos versos: “Entendí que hacer el mal era la única opción”.

“Coyote”, es un grito desesperado, paranoico y alienante, que cabalga sobre un hardcore tormentoso y psiquiátrico. Mientras que en “Reiki y yoga”, la película se vuelve más truculenta, con ese piano de acordes menores que va descendiendo hasta el infierno. 

En el último track, “Ciudad de la paz”, el protagonista sufre la mutación: el alma suena aliviada, ya liberada de ese cuerpo tomado por la oscuridad. Dillom canta sobre un luminoso mantra de sintetizadores pop un estribillo y una melodía pegadiza que le dan brillantez a su voz. Es un nuevo reinicio, una suerte de redención final.

En las redes se discutía si este disco no sería su obra maestra. ¿Importa eso? Lo que importa es que Dillom con 23 años, perturba con su nuevo álbum, pero sobre todo deja flotando en el aire una idea, una sensación larvada y aterradora. Cualquiera puede ser un potencial monstruo: un familiar, un vecino, un compañero de trabajo o una pareja. Sólo hay que mirar al costado quienes son los que nos rodean. 

GP/DTC