Sin causar demasiado estupor, podríamos afirmar que el teatro es la actividad cultural que más padeció la pandemia por la extrema dificultad de trasladar la experiencia escénica a las pantallas. Así que el regreso a las salas se vive como un reencuentro emocionante y lleno de expectativas. Entre las diversas propuestas que se estrenan a lo largo de este mes para distintos públicos, aparece Una casa llena de agua, la primera obra escrita por Tamara Tenenbaum, un monólogo exigente y contemporáneo dirigido por Andrea Garrote, protagonizado por Violeta Urtizberea y producido por la Compañía Teatro Futuro, integrada por Mariano Tenconi y Carolina Castro. En uno de los ensayos generales, sus protagonistas anticipan el estreno del sábado 18 en el Centro Cultural San Martín.
En los bordes de la clase media
“Hay una jerarquía de la humillación. La niñera le gana, por poco, a la mucama. La profesora particular le gana, también por poco, a la niñera; apenas más cómodamente si es profesora de inglés. Yo ya no conseguía más alumnos así que me tocó eso, descender un escalón. Todavía no limpio pisos pero ya limpio culos. ¿No es más indigno limpiar culos que pisos? Tal vez tendría que repensarlo todo”, se lee en las primeras líneas del relato “Lo que se me pregunta”, que Tamara Tenenbaum incluyó en su libro Nadie vive tan cerca de nadie y que es el germen de todo este proyecto escénico. “De ese cuento me quedó dando vueltas la voz de la niñera. Me interesaba el resentimiento de clase que aparece sobre todo en el comienzo y la necesidad de hablar de eso desde un lugar femenino. Ese borde de la clase media me gusta mucho, quizás porque lo conozco más que otros lugares. Ni la marginalidad total, ni la comodidad, sino el borde, y cómo se traduce en dinámicas y trabajos específicamente femeninos”, dice la autora para definir el lugar social que ocupa Milena, la niñera que protagoniza la obra, y que está entrando a dos mundos a la vez: al del trabajo por horas en una casa familiar de otra clase social, y al de la educación superior en la universidad, tratando de entender qué la inquieta y qué le fascina de ambos universos.
En el pasaje del relato al monólogo –que la autora trabajó primero en un taller con Romina Paula y luego en clínica con Tenconi–, se resolvió el problema del verosímil, porque en escena tiene que quedar explicitado quién es el interlocutor de la protagonista. Milena en escena conversa nada menos que con Angie, la beba a la que tiene que cuidar, una persona que no puede contestar porque no sabe hablar, pero que es depositaria del fluir de la conciencia de la mujer que la cuida. El tiempo que la niñera pasa cada día encerrada en una casa ajena con una beba que no emite palabra es el que se nos ofrece para acceder a sus ideas, aspiraciones e inconvenientes con dosis de humor y dramatismo.
¿Quién podía ponerle cuerpo a este personaje complejo pero a la vez fresco y juvenil? “Necesitábamos a alguien que pareciera físicamente chica, pero que tuviera la densidad emocional y el peso actoral que se requiere para sostener un monólogo largo y exigente en términos teatrales. Violeta apareció como una solución porque reunía esas dos características. Y la afinidad creativa y afectiva que se dio con ella fue genial desde el primer momento”, cuenta Tamara. Efectivamente, el despliegue escénico de Urtizberea es notable. A través de las modulaciones de sus tonos y del trabajo corporal logra volver dinámico lo estático –el interior cerrado de habitación infantil donde transcurre la obra–. En vez de volver asfixiantes las horas que pasa en las tareas de cuidado de otra persona, ensancha la subjetividad de su personaje, dotándolo de capas y capas de sentido. Ni muy oscura, ni muy alegre, ni muy eufórica, ni muy resentida, ni muy ingenua, ni muy zorra, o todo eso junto pero en cuentagotas, con la ductilidad suficiente para que no la encasillen de una vez y para siempre. Es que una niñera joven está probando cómo es el mundo, y de ahí viene gran parte de su indefinición.
“La primera vez que leí el texto me encantó. Pero sobre todo me conmovió mucho”, cuenta Violeta. “Yo había sido mamá hace poco –mi hija tenía 6 meses– y el personaje de una niñera que cuida a una bebé me interpeló mucho. Estaba súper inmersa en el mundo del cuidado, y también en el universo femenino que se instala en la obra a través de las relaciones entre la niñera y la beba, pero también entre la niñera y la madre de la beba. Si lo hubiese hecho en otro momento de mi vida, creo que me hubiera perdido un montón de cosas. En la obra le hablo a la bebé y un poco le hablo a mi hija también. Eso me conmueve y me atraviesa tremendamente. Participar de este proyecto implica una maduración como actriz para mí. Va a haber un antes y un después de haberme animado a encarar esto”, dice la protagonista.
Fue a partir de la incorporación de Violeta en el proyecto que se conversó sobre quién podía dirigirlo. Tenía que ser alguien que reuniera una buena mirada sobre el texto con una gran capacidad de trabajo con actores. El nombre de Andrea Garrote sonó con mucha fuerza por su enorme experiencia y formación. Como actriz, docente y dramaturga, Garrote viene desplegando una carrera llena de hitos memorables. Sin ir más lejos, está ahora en escena con Pundonor, un monólogo escrito y protagonizado por ella y codirigido con Rafael Spregelburd en el teatro Metropolitan en el que interpreta a una profesora universitaria que vuelve a dar clase luego de una licencia.
“La obra me sedujo desde el primer momento por varios motivos: primero porque está muy bien escrita, después porque es exigente al estar protagonizada por una persona encerrada en una habitación cumpliendo un trabajo, hablándole a un ser con otra con otra calidad ontológica que es un bebé. Y también por un motivo más emocional: yo tenía la edad del personaje en los noventa, estudiaba en la universidad pública y trabajaba de niñera. Me interesa mucho lo que tiene que ver con el relato del trabajo: cómo las personas son su situación”, cuenta Garrote.
Y acá hay que decir que un gran acierto de la obra es estar situada en plena década del noventa: lo suficientemente lejos de nuestro tiempo como para generar una distancia por momentos irónica, divertida, empática, y lo suficientemente cerca como para que no nos suene raro el tópico de la precarización laboral, los viajes soñados en el 1 a 1 menemista, o los conflictos docentes o estudiantiles en la universidad. Si hubiera transcurrido en nuestro tiempo, las consignas y reivindicaciones del feminismo, pero también una mirada más actual sobre la infancia y la crianza con apego, habrían tenido que decir presente. Queda del lado de los espectadores activar este tipo de lecturas y hacer asociaciones a partir de lo que vemos y escuchamos ahí.
El futuro es la incertidumbre
Salir de a poco de la situación de encierro extenuante y volver al teatro se agradece. Más allá de los protocolos estrictos, del aforo y las butacas vacías salpicadas en cada sala, la experiencia física de ver una obra sigue siendo de lo más potente que hay. Y también es potente y concentrado el trabajo detrás de escena. Ya no se arman grandes elencos ni producciones con tanto despliegue, sino que todo pasa por un puñado de personas –en este caso casi todas mujeres– que se cargan al hombro la mayor parte de las tareas. Los monólogos, en este sentido, son las piezas teatrales que requieren menor cantidad de recursos y mayor intensidad de trabajo. El proceso de dirección es muy fuerte a nivel personal, emocional y profesional y la comunión entre directora y actriz acá es total. “Andrea es una gran actriz y directora y tiene mucha experiencia en unipersonales. A mí me daba mucho miedo el género y el formato. Nunca había fantaseado con la idea de hacer uno; me parecía un plan difícil, sin compañeros en los que apoyarte, en la previa, en los camarines… El vértigo de estar sola ahí es muy potente. El desafío pasa por poder lograr con mi única voz diferentes estados del personaje, y Andrea tiene un manejo increíble de eso y lo puede transmitir muy bien. Todo el tiempo estoy redescubriendo capas de la obra a través de ella. Está mi interpretación y la de ella, y así el trabajo es súper rico”, cuenta Violeta Urtizberea.
Y a su vez Andrea acota: “Me interesa mucho cómo el texto plantea de dónde viene el personaje y cuál es su universo, que es tan cercano a muchas mujeres y de muchas generaciones, y tiene esta cualidad del particular-universal: una situación que muchas hemos vivido como es la de ser joven y estar empezando a poner tu tiempo al servicio de otras personas. Trabajar en algo que no es lo que te apasiona, o lo que elegiste, cuando no te queda otra”. En este sentido, la obra está narrada desde el punto de vista del personaje de Milena, pero como espectadoras vamos atando cabos y reflexionando sobre lo que piensan y provocan los personajes extraescénicos. Es interesante ver cómo ella tiene que ir resolviendo las dificultades y los tropiezos bastante sola. “Me gusta cómo Tamara maneja con maestría la subjetividad de los jóvenes. Consigue algo muy difícil, que es que sus voces aparezcan en su literatura de una manera muy fresca y empática. Y trabajar con Violeta es un placer. Es una actriz muy talentosa, muy trabajadora. Tiene gran capacidad de escucha. La verdad es que la estamos pasando muy bien y creo que ella la va a romper. Tiene mucha gracia y a la vez es muy emocional y era algo que necesitábamos para la obra”, dice Garrote.
¿Qué implica para una jovencita sin mucha contención familiar pasar sus horas encerrada en la casa de otros a cambio de dinero? Las aspiraciones de ascenso social y de cambio de vida estallan en Una casa llena de agua gracias a la imaginación y la inteligencia de su protagonista, esta niñera que parece saber qué quiere, aunque todo el tiempo tenga que confrontar su deseo con la realidad y verlo rebotar por las paredes de la habitación de una beba noventosa. El mundo de las trabajadoras muchas veces pasa a ser casi exclusivamente su trabajo, y en el caso de Milena, ella todo el tiempo trata de lidiar con otras ideas que tiene para su vida, dejando correr las horas que pasa ahí como transitorias. ¿Puede huir de ese destino sin asumir las consecuencias? ¿Puede soportar los sometimientos sin terminar corriendo peligro? ¿Cuán felices son los otros con sus vidas consumadas cuando son examinados desde el punto de vista de una joven inquieta y desprejuiciada? La obra responde varias de estas preguntas y, a la vez, mantiene a flote otras, en una suerte de deriva anfibia atravesada por la fascinación que siente el personaje por el agua. Una fascinación un poco desajustada en relación con su realidad, pero que nos alienta a confiar en la existencia de otros mundos, aunque no siempre podamos habitarlos o conquistarlos como realmente quisiéramos.
MR
Funciones los sábados a las 21 y domingos a las 19 durante septiembre.
Viernes y sábados a las 21 y domingos a las 19 durante octubre.
Duración: 60'
Ficha técnica
Autoría: Tamara Tenenbaum
Actuación: Violeta Urtizberea
Diseño de escenografía e iluminación: Santiago Badillo
Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini
Diseño sonoro y música general: Federico Marquestó
Producción general: Compañía Teatro Futuro
Asistente de escenografía: Lara Stilstein
Asistente de vestuario: Victoria Bianchi Plaza
Asistente de producción: Malena Martin
Asistencia de dirección: Pablo Cusenza
Fotografía: Nora Lezano
Producción ejecutiva: Carolina Castro
Dirección: Andrea Garrote
Las funciones de septiembre están agotadas, las entradas para octubre se pueden comprar acá.