Eva Baltasar: “La maternidad empieza con una experiencia de muerte”
La escritora Eva Baltasar (Barcelona, 1978) dice que sus personajes son un “espejo” de sí misma, y lo cierto es que también lo pueden ser de muchas de mujeres. Apasionadas, pero inseguras. Aplastadas por la precariedad, con ganas de vincularse, pero con miedo al vínculo. En una huida constante, aunque no se sepa bien de qué escapan. Baltasar es la madre de las tres mujeres retratadas en las novelas 'Permafrost', 'Boulder' y 'Mamut'.
Sus protagonistas, de las que sabemos todo excepto el nombre, son un “signo de los tiempos” y su creadora las desnuda sin problemas cuando conversa sobre ellas. De hecho, esta entrevista contiene algunos 'spoilers', pero es que Baltasar habla sin tapujos ni eufemismos. Por eso es tentador conversar con ella sobre maternidad y familia, porque airea tabús que se han acumulado durante décadas. Y sobre ellos habló en la sexta edición del Kosmópolis, el ciclo de debates organizado por el CCCB, en Barcelona el pasado fin de semana.
–Se ha juntado para hablar con las escritoras Sara Mesa y Eider Rodríguez sobre la familia. En uno de sus libros, uno de sus personajes alaba “la fuerza de los lazos familiares” justo antes de que la suya se rompa. ¿Qué es para usted la familia?
–¡Uh! ¿Qué es para mí la familia? (risas). En realidad no es tan difícil. Es la gente a la que quiero, sean familiares de sangre o no. Mis hijas, mi perro... Bueno, no necesariamente en ese orden. Mi pareja iría antes que el perro al menos. Y luego algunos familiares que aprecio y las pocas amigas que tengo.
–Se le ha preguntado mucho de la maternidad. Pero la muerte y el sexo tienen mucho peso en su literatura.
–Correcto y de la muerte sobre todo se ha hablado muy poco. Sólo se ha tratado el suicidio a raíz de 'Permafrost', el primer libro.
–Aunque tiene un papel muy importante en las tres novelas. Muertes inesperadas, violentas, deseadas, frustradas, pero también muertes en vida. ¿Por qué la muerte está siempre tan presente?
–Es exactamente eso, muertes en vida. Son protagonistas limítrofes, que viven incómodas en sociedad y se dan cuenta de que, tanto los que las rodean como ellas mismas, están muertas en vida. Pero también hay muerte en aquellas que viven muy intensamente: son cosas que se encuentran, la pasión te acerca, de alguna manera, a la muerte.
–En sus libros hay mucha pasión, pero no tanto amor. O al menos, no el amor clásico. El que describe usted es animal, casi feo. De nuevo, ¿qué es el amor para usted?
–¡Ja! Pues son ganas de abrirme a los demás. Cuando hay esta necesidad es porque hay algo queriendo dentro tuyo. Algo que va precedido de soledad, que es el espacio que necesitas para conectar y conocerte, para saber cómo quieres vivir, cómo te quieres mostrar. El amor también es una construcción, no es 'Ay, que me he enamorado' y haces un 'click'. Hay que querer querer. Requiere voluntad y esfuerzo. Pero llena la vida de sentido.
–Al acabar sus novelas, pienso ¿por qué queremos? Hay historias bonitas, pero me pregunto si sus personajes se arrepienten de haber amado. Si no piensan que vuelven a estar donde estaban, pero peor.
–¡No! El amor es una transformación. Queriendo aprendes. Lo que no puedes hacer es quedarte en una relación en la que sufres. Aunque a veces lo hagamos. Si llegas a salir con un buen aprendizaje, luego puedes abrirte mejor para querer de nuevo. Yo no me arrepiento de haber querido, a pesar de los palos que pueda haber recibido. Y creo que mis personajes tampoco. El amor ha cambiado sus vidas y, en cierta manera, hace que no puedan ir dónde quieren, pero se quedan porque así lo han decidido.
–¿Hasta que punto lo deciden ellas? En el caso de Permafrost, verse obligada a cuidar de su sobrina, aunque la quiera, le impide cumplir su objetivo de suicidarse.
–Ese es un libro muy de sexo, pero sólo cuando se reconoce en los ojos de otra persona -que, curiosamente, está temporalmente ciega- conoce el amor. Pero el sacrificio que lleva a cabo de quedarse en vida para cuidar a la niña, esa redención, es una manera de matarla. El deseo de quitarse la vida hace que pueda disfrutarla. Sabía que tenía que acabar muerta, pero no la quería matar en un accidente. Así que me decidí por una muerte simbólica. Una muerte por amor. Cuando asume la custodia de sus sobrinas y empieza a medicarse, ahí se suicida en vida. Igual le sale muy bien, ¿eh?, pero nunca lo sabremos.
El deseo de Permafrost de quitarse la vida hace que pueda disfrutarla. Sabía que tenía que acabar muerta, pero no la quería matar en un accidente. Así que me decidí por una muerte simbólica
¿Se ha imaginado alguna vez cómo les va la vida a sus protagonistas después de acabar sus novelas?
No. En general me desconecto mucho. Son una compañía muy importante durante un año o dos, pero cuando acabo de escribir, la conexión se va rápidamente. Es como esa gente que deja a su pareja y al cabo de dos meses tienen otra. Pues yo igual: pongo el foco en otro personaje, que siempre es mucho mejor que el anterior, que me atrapa más. Mis personajes son, en realidad, mis ex (risas).
Hablemos de sexo. Hay muchas escenas, muy explícitas, pero a la vez delicadas. Más allá de lo estético ¿qué función tiene el sexo en sus novelas?
El sexo siempre cumple una función. Es la pulsión contraria a la muerte. En Permafrost la conecta con el presente, la hace sentirse extremadamente viva en una vida llena de fabulaciones de muerte. Boulder lo usa como un festival para mostrar y materializar el amor por su pareja. Fue un personaje del que estuve muy enamorada y acompañarla en esas escenas de sexo era un disfrute para mí. Y en el caso de Mamut, el sexo es el instinto biológico de preñarse. Y, luego, el instinto biológico de, simplemente, follar.
–Tiene una manera muy natural de afrontar el sexo. Incluso tratando temas polémicos como la masturbación en la infancia.
–Mira que yo empecé a masturbarme a los ocho años y decidí que Permafrost empezara un poco más tarde para que la gente no me dijera que era una depravada. Ella tenía 12 años, pero igualmente la gente se escandalizó. Me decían que las mujeres no se masturban a esas edades. Sí lo hacen, el problema es que luego se les olvida.
–¿Eso se lo decían hombres o mujeres?
Era en clubes de lectura donde, mayoritariamente, hay mujeres.
–Las mujeres también hemos crecido con la idea de que no sentimos deseo, pero usted pone el sexo en boca de una mujer.
–De hecho, de dos que follan juntas. El sexo siempre me ha interesado. ¿A quién no? Hay mucho tabú, pero yo escribo con libertad sobre temas que me han acompañado toda la vida: sexo, maternidad, miedo, duda...Es una manera de profundizar en mi subconsciente. Hago ir a las protagonistas donde yo no he ido. Me gustan los personajes, ya sea como lectora o como escritora, que me hacen sentir incómoda. Y en el tema del deseo, he intentado ir más allá. Hay una escena en que la pareja de Boulder le está siendo infiel mientras los bebés están también en la cama. Es así, por mucho que la gente se escandalice.
–Sus tres protagonistas, a pesar de ser muy diferentes, pueden ser el alter ego de cualquier mujer de entre 20 y 50 años. ¿Qué tienen en común?
–La precariedad, que nos mata en vida. Muestro cómo es vivir con desesperanza o incomodidad, pero sin victimismo. No son mujeres que se sientan víctimas, porque tampoco me siento así y mis personajes son un espejo de mí misma. Mi escritura es síntoma de una época, son mujeres que no han hecho nada y lo han hecho todo. Que intentan sobrevivir, sin hacer nada activamente, pero es lo que nos pasa a la mayoría: simplemente adaptarnos para vivir en coherencia. Aunque no lo consigamos. Todas mis protagonistas se encuentran con grandes contradicciones y, decidan lo que decidan, están sentenciadas, pobres.
Mi escritura es síntoma de una época, con mujeres que intentan sobrevivir, sin hacer nada activamente, pero es lo que hacemos la mayoría: simplemente adaptarnos para vivir en coherencia
–¿Puede ser que su gran contradicción sea la maternidad?
–Dos de ellas asumen una maternidad no deseada. Y eso trae problemas. No puedes hacer estos sacrificios: si no quieres ser madre, no lo seas. Mamut es quizás quien intenta una maternidad más coherente. Se permite hacer cosas moralmente censurables y decir que las disfruta. Eso la mantiene sana: se preña porque lo desea y se permite abandonar a su criatura porque ya no la quiere. Es el summum de la liberación, aunque sea un crimen. Abandonar a un bebé, al que se supone que dará en adopción, para que siga reproduciendo la misma rueda de la que ella escapó.
–¿De dónde nace esta visión suya tan poco típica de la maternidad?
–Me interesa la cara luminosa, que es la que nos quieren vender, encajes o no. Pero tiene también caras oscuras. Yo me he preñado porque he querido, he disfrutado del embarazo, del parto y de la lactancia de casi tres años. Pero en muchos momentos también habría deseado no ser madre. Quiero mucho a mis hijas y me ocupo de ellas, pero ¿por qué no me puedo plantear dudas?
–¿Es inevitable que la mujer desaparezca cuando se convierte en madre?
–La maternidad empieza con la experiencia de muerte. Al menos, en mis dos partos ha sido así. Literalmente, porque he chillado como en toda mi vida, con la sensación de estar rompiéndome y muriendo. Y luego, porque una parte de ti desaparece. Piensas ¿De verdad llevo nueve meses dando teta en el sofá viendo series y sin moverme? ¿Dónde está la intelectual, la curiosa? ¿En qué me estoy convirtiendo? Eso no significa que no me encante ser madre y es normal que desatiendas necesidades vitales si estás obsesionada con cuidar de una criatura, pero vi claro que tenía que volver a leer y a escribir al cabo de poco, para que no me pasara factura.
–¿El hecho de convertir su pasión en su profesión la ha desenamorado de la escritura?
–¡Qué va! Llevo escribiendo desde los 3 años, con los cuadernos esos que te daban en el colegio para que practicaras caligrafía. Siempre he sabido que escribiría, pero sin pretensión de dedicarme a ello. Hasta 2018, cuando se publicó 'Permafrost', escribía poesía y eso no da para vivir en este país ni de coña. Así que lo compaginaba con otras cosas, siempre intentando no casarme con ningún trabajo. De hecho, alguna vez que me ofrecieron un contrato fijo fui como esas novias que llegan al altar y dicen 'no, no, no, no, no'. Siempre he puesto por delante la escritura y ahora tengo la suerte de que me permite vivir.
–¿Alguna vez ha escrito algo simplemente porque tenía que pagar facturas?
–¡No! Si no pudiera vivir de esto, haría otros trabajos, como he hecho toda la vida. Y reservaría espacios para escribir. Es importante aprender a ser austera, porque la precariedad está en todos lados.
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