El joven Marías en el siglo XXI
Con la muerte de Javier Marías desaparece uno de los mayores novelistas del siglo XX español, pero no a la manera tontorrona en que estos días decimos que la muerte de la reina británica supone el final -otra vez- del inacabable siglo XX.
Aclaro: afirmar que Javier Marías es un novelista del siglo XX no es menosprecio por 'viejo' o anacrónico, pues en la literatura no operan los plazos y caducidades de otros campos, ni vale más lo más nuevo. Nadie hace de menos a Cervantes por decir de él que es muy Siglo de Oro, como tampoco lo es considerar decimonónico a Galdós, pues ambos fueron radicalmente modernos en su tiempo —cosa distinta es ser un novelista decimonónico en pleno 2022—. De la misma manera, fechar a Marías como novelista del siglo XX no lo devalúa, al contrario: tiene mucho mérito ser un novelista del XX y seguir gozando del reconocimiento nacional e internacional, los muchos lectores, la unanimidad crítica y los premios que sigue teniendo Marías a estas alturas del siglo XXI —y lo que seguirá teniendo, bien ganada su posteridad—.
Si digo que Marías es un novelista del XX no es por lo más evidente, lo más anecdótico de su personalidad, todo eso que en su muerte es recordado con simpatía: su orgullosa militancia analógica —su mítica máquina de escribir y su no menos mítico fax—, el personaje de Marías gruñón en las columnas de prensa —que no dejaba de ser una creciente desconexión generacional con buena parte de los cambios políticos, sociales y culturales de los últimos años—; su nostalgia por valores éticos y estéticos supuestamente perdidos, su insistencia en ambientar sus novelas en el siglo pasado como si nada le interesase ya de nuestro tiempo; sus lecturas de cabecera reconocidas que raramente incluían a sus contemporáneos, al menos sus contemporáneos españoles; o su imagen pública —retratado siempre con un cigarrillo y en una biblioteca imponente, de otro tiempo—.
Tampoco porque Marías represente un tipo de escritor hoy en vías de extinción: con relevancia pública y reconocimiento unánime, tribuna influyente en un gran medio, prestigio institucional —que él mismo se sacudió rechazando algún premio—, académico, absolutamente intocable por la crítica. Todo muy siglo XX.
Marías ya era uno de los mayores novelistas españoles antes de acabar el siglo pasado. Las que para mí siguen siendo sus mejores obras quedaron escritas en la última década del XX: Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí y Negra espalda del tiempo aparecen en el plazo de seis años, y solo por esos tres títulos ya merecería estar en todas las historias de la literatura, y por supuesto ser leído hoy. Sus novelas últimas, de las que confieso que no soy tan entusiasta pese a su exigencia sin concesiones, no dejan de parecer vueltas y revueltas temáticas y formales sobre su obra anterior.
Sospecho que los lectores de Marías son hoy en su mayoría hijos del siglo XX, y que los más jóvenes, quizás disuadidos por la caricatura del "Marías gruñón", tal vez se están perdiendo al que sigue siendo joven Marías, uno de nuestros mayores novelistas
Todo lo que hoy podamos reconocerle, su estilo personalísimo, sus obsesiones habituales, su querencia anglosajona y desapego de la tradición española, su pensamiento narrativo, sus digresiones y desvíos sin fin, su complejidad y densidad compatibles con una lectura asequible, su territorio literario y moral, su humor y sus juegos, le fueron reconocidos hace treinta años, cuando todavía era 'el joven Marías', como le llamaba Benet. Y fue entonces cuando causaron un impacto que hoy tal vez no se aprecia tanto, por haber perdido su condición pionera. Incluso en la hoy tan manida autoficción fue Marías uno de los primeros en jugar inteligentemente con la confusión entre narrador y autor.
Pocos autores pueden presumir de que tantísimos lectores recordemos de memoria un arranque de novela como aquel memorable de Corazón tan blanco, insuperable (“No he querido saber, pero he sabido…”). Y aun menos autores resisten una 'cata a ciegas': abrir un libro cualquiera suyo, y sin saber el nombre del autor identificarlo por su estilo único. En el caso de Marías, esa forma de narrar y contraer y expandir la sintaxis mediante idas y venidas, reiteraciones, paralelismos, estribillos y esa larga frase musical que lleva al lector siempre en vilo, a punto de perder el hilo pero incapaz de soltarla.
En su muerte, el mejor recuerdo a un autor siempre es su lectura, y el mejor elogio, la recomendación de que sea leído. Ojalá me equivoque, pero sospecho que también los lectores de Marías son hoy en su mayoría hijos del siglo XX, y que los más jóvenes, quizás disuadidos por la caricatura del “Marías gruñón”, y totalmente ajenos al tipo de escritor y el estilo y temas que representa, tal vez se están perdiendo al que sigue siendo joven Marías, uno de nuestros mayores novelistas. Uno de los mayores sin más, sin fechar.
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