ENTREVISTA

Julieta Correa y el registro de un duelo temprano: “La enfermedad de mi mamá nos transformó”

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“La que guarda los recuerdos de esta familia perdió la memoria, y desde entonces nos encontramos todos en una especie de pausa”, escribe Julieta Correa en el primer capítulo de ¿Por qué son tan lindos los caballos? (Rosa Iceberg), un debut literario con la capacidad de conmover no sólo a quienes hayan atravesado intensas experiencias de cuidado a algún familiar o amigo enfermo, aunque probablemente sea a estos a quienes el libro impacte de lleno. Desde la autobiografía, y saltando entre registros como el cuaderno de notas, los fragmentos de su diario, las bitácoras de las visitas médicas y algunas citas a los cientos de diarios que alguna vez llevó su mamá, Julieta narra con precisión y ternura el paulatino declive físico y mental de Sari, epicentro del clan, diagnosticada a los 61 años con demencia frontotemporal, después de un largo derrotero por distintos consultorios de especialistas. 

En ese mismo gesto, Julieta describe un proceso de doble transformación, suyo y también de su mamá. Ante la irrupción de esa realidad inquietante, la hija decide prestarse al cuidado con una entrega que por momentos la deja sorprendida de sí misma, busca formas de armar un espacio propio con esa mamá, que es la misma y a la vez comienza a ser una muy distinta, y encuentra formas para atravesar junto a ella ese nuevo estado de conciencia. Conforme Sari va dejando de ser la que alguna vez fue, la hija logra resignificar su vínculo con ella, convertirse de pronto en la que cuida, sin resistir la situación, sino aprendiendo a acompañar los acontecimientos con una maestría casi zen. Las palabras viejas, que brotaban a borbotones y que Julieta recuerda o va descubriendo en los diarios de Sari, son una forma de conocer o descubrir a la mamá que alguna vez tuvo. Las palabras nuevas, breves y casi siempre vacías de sentido, se convierten en una oportunidad para crear una complicidad fresca, novedosa, entre ellas. 

–Con el diario del lunes resulta obvio: una madre que toda su vida escribió diarios deja de hacerlo, impedida por una enfermedad cognitiva, y entonces su hija, que también escribe, debe sucederla en la tarea de dejar registro de los hechos. Pero no debe haber sido fácil verlo en medio de la confusión inicial, los episodios de desconcierto, las visitas a los médicos en busca de un diagnóstico. ¿Cuándo y cómo apareció la idea del libro? 

–Lo primero fueron las ganas de ir anotando todas las frases graciosas que habían empezado a aparecer en el discurso de mi mamá. De hecho, hay muchísimas que en su momento no anoté y me fui olvidando, ahora lo lamento. Sari siempre habló de una manera muy especial, pero con la enfermedad empezaron a aparecer unas estructuras gramaticales más raras todavía, algunas confusiones, frases que me resultaban únicas. Las empecé a transcribir en un documento, por fuera de un diario que yo venía llevando. A la vez, también había comenzado a leer muchos de sus diarios, que ella misma me había dado cuando su salud empezó a empeorar. Pasó bastante tiempo hasta que me di cuenta de que esas ganas de ir dejando registro eran una suerte de continuación de lo que ella había hecho toda su vida. 

–El texto fusiona, entonces, materiales que en algún momento fueron autónomos: tus diarios de pandemia, la lista de frases graciosas, los diarios de Sari. 

–Sí, todo eso finalmente se unió cuando me di cuenta de que tenía un proyecto de libro entre manos. Hay otro elemento y son las anotaciones que fui haciendo, por fuera de mi diario, para tratar de entender el origen de lo que le estaba pasando a mi mamá. Yo pasaba un montón de tiempo pensando cuándo había empezado todo, cómo habíamos llegado adonde estábamos. Tenía una obsesión por reconstruir. Porque, si bien la enfermedad se desencadenó en 2020, recapitulando me di cuenta de que los dos años anteriores ya habían sido raros: ¿ya estaba pasando algo y nosotros no nos habíamos dado cuenta? Un poco para no hablarle de esto a mi entorno todo el tiempo, para no cansarlos, empecé a anotar episodios y recuerdos recientes. Y todo eso, finalmente, también se hizo lugar en el texto. 

–Un gran acierto es la construcción de Sari como personaje. La perfilás  con mucho cariño pero sin idealización, dejás entrever una mamá que en el pasado había sido, tal vez, difícil de llevar. 

–Me interesaba aproximarme de forma cariñosa a ella –y creo que finalmente terminé por usar mucho esa palabra: amorosa, cariñosa–, probablemente porque estaba muy tomada por el momento que ella estaba atravesando. Quizá en diez años vuelvo a hacerla aparecer en algún texto y escribo una semblanza terrible sobre ella (risas). Lo cierto es que la enfermedad fue muy transformadora para nuestra relación. Yo tenía un vínculo muy distinto con mi mamá antes de todo lo que pasó, mucho más frío, a pesar de que éramos muy afines y teníamos varias cosas en común. Y es que de pronto se convirtió en una viejita tierna, cosa que fue muy desconcertante para todos los que estábamos a su alrededor. Y en la escritura, creo, terminó por imponerse algo de eso. Las relaciones con las madres suelen ser muy complicadas, quizá las más complicadas que tenemos. Y yo no estaba ni estoy exenta de eso. Pero me gusta que finalmente haya primado la ternura. Quiero decir, hay cierta reivindicación de la ternura en una época en la que el cinismo –yo puedo ser muy cínica a veces– está tan a mano. 

–¿Te costó meterte con sus diarios? ¿Qué debates internos, si es que hubo alguno, te generó publicar algunos fragmentos en el libro? 

–Sari tenía cientos de diarios, escribía muchísimo. Cuando estaba ya muy mal, me dio algunos: quería que los leyera. Le hice caso. Me concentré, sobre todo, en los del último año, sumida en la pesquisa de las causas y las razones de su enfermedad. Me interesaba entender en qué medida ella se estaba dando cuenta o no de lo que estaba pasando, porque en un principio no parecía que se hubiera desconectado de la realidad, la sensación es que se había conectado a otro lado. Usar algunos fragmentos, traficarlos en mi propio texto, fue un permiso que me di. Un permiso que puede tener su incorrección pero también tiene su justificación interna. Porque Sari tenía un lenguaje, una manera de decir, que era muy particular y me importaba que apareciera: conexiones absurdas, cierta manera de ordenar las palabras. No encontré esa forma tan personal de decir que tenía todavía en sus escritos. Y desde que murió (algo que no llega a aparecer en el libro, ocurrió hace poco) no pude volver a tocar los diarios. Por ahora, los miro un poco a la distancia. Ya habrá tiempo. 

–Es interesante también cómo abordás la noción del tiempo. Por lo general vivimos con la sensación de de que el tiempo no nos alcanza para nada. Cuidar de una persona enferma, sin embargo, impone un ritmo muy distinto: un día puede volverse eterno.  

–Cuando uno está cuidando de alguien, el tiempo se trastoca por completo, pasa más lento. Ahora, a la distancia, a la vez siento que todo pasó rapidísimo, pero en el momento… Es raro pasar horas y horas con una persona que dice a lo sumo diez frases por día. Esperar todo el tiempo a que pase algo, a que recuerde algo. Se siente un poco como cuando vas al zoológico y ves a todo el mundo tratando de provocar que el león se mueva, coma, haga algo. Y el león está ahí, durmiendo, quieto: siendo un león. Otra cosa extraña es que los cambios son muy fluctuantes. Yo me había preparado para la progresión de la enfermedad, para que cada vez fuera peor. Y todo es en realidad mucho más zigzagueante. Un día notás mejoras y te preguntás: ¿y si esto se revierte? Al día siguiente, volvés a notar el retroceso. Eso puede resultar muy desconcertante. 

–La novela narra un proceso de transformación muy radical para cualquier persona que, de pronto, debe dedicarse a cuidar. ¿Qué cambios implicó en tu vida pasar de ser receptora del cuidado de otros a ser quien debía brindarlo? 

–Tener que cuidar de otros es una situación a la que llegamos casi todos –sobre todo, una gran mayoría de mujeres–, en algún momento de nuestras vidas. Yo tuve dos hermanos que cuidaron de mi mamá tanto como yo, pero hay muchísimas mujeres a las que les toca atravesarlo bastante solas. A mí me pasó a inicios de mis treinta: una edad tolerable, no por eso mucho antes de lo que me hubiera gustado. A mi edad, por suerte todavía son muchas las personas que no lo vivieron. Y creo que ahí, entre quienes pasamos por una experiencia de este tipo y quienes aún no, hay una distancia medio insalvable. 

–¿Qué cosas se aprenden? 

–Cuidar de Sari fue una experiencia que me cambió por completo, porque en mi relato sobre mí misma yo no tenía ningún instinto maternal o disposición especial al cuidado de otros. Y este proceso me hizo dar cuenta de que sí tengo capacidad de cuidar de otros, de mis amigos, de mascotas. A veces siento que fue un lujo poder cuidar así de una persona que, además, era muy receptiva al cariño que le ofrecían. Hay enfermedades que son más agresivas, hay muertes que son de un día para el otro y no te dan la oportunidad de establecer un vínculo nuevo, y hay vínculos de padres e hijos que son muy complicados. Nosotros, en cambio, vivimos una suerte de suspensión de la relación y nos dimos el permiso de desarrollar una ternura distinta con ella. A veces, incluso, lo recuerdo con nostalgia. Desde ese momento, la idea de cuidado me interesa muchísimo, y empecé a leer libros de teoría y filosofía del cuidado, un tema del que, me parece, se está empezando a hablar cada vez más. 

–Ahora que el libro está en la calle y comienza a ser leído, ¿qué sensaciones conlleva para vos haber lanzado al mundo esta, tu historia? 

–¡Estoy como un papelito temblequeante! Porque recién este año, hace poquito, empecé a contar un poco más que había escrito todo esto, que tenía este proyecto, que estaba haciendo un libro. Se lo había dado a leer a muy poca gente, lo tuve muy guardado para mí. Y estaba un poco asustada por las lecturas de los demás, creo que todavía lo estoy. Pero me empieza a pasar que hay gente que no conoció a Sari y ahora la conoce a través de lo que yo conté de ella en mi texto. Sari empieza a ser una presencia para muchos otros, eso me gusta. Y creo que a ella también le hubiera gustado. 

NL/DTC