Los animales con los que vivimos se tornan francamente invasores, mientras que las poblaciones de animales salvajes declinan sin descanso desde hace decenios. Por lo demás, ¿los hay aún? Sin duda, pero ningún grupo de animales es ya realmente salvaje si se define al que lo es como un animal autónomo que no ha estado jamás en contacto con el humano, y cuyo comportamiento nunca se modificó a causa de las actividades de ese simio invasivo. Así como la mayor parte de los animales domésticos ya no tienen nada que ver con los de las crianzas tradicionales, los animales salvajes contemporáneos se alejan cada vez más del estatus que aún tenían no hace tanto tiempo. La mayoría de los que quedan fuera de los espacios protegidos están cada vez peor. Aun los espacios más protegidos son sobre todo “protegidos”, es decir sometidos a la actividad humana. Lejos de desaparecer, el principio del zoológico se ha extendido “extramuros” en proporciones desoladoras.
La apertura reciente de las reservas naturales del Ártico a la explotación petrolífera en Alaska, decidida por el Congreso estadounidense, muestra, además, que la noción de santuario es bastante relativa. De todos modos, la contaminación no conoce frontera alguna. Ya sea salvaje o no, el animal está contaminado. La intoxicación se ha convertido en la condición existencial de la animalidad contemporánea. Las amenazas más importantes son a la vez indirectas e insidiosas, lo que torna aún más difícil su gestión potencial. Hoy, ningún ecosistema está fuera del alcance de la maleficencia humana.
Así como la mayor parte de los animales domésticos ya no tienen nada que ver con los de las crianzas tradicionales, los animales salvajes contemporáneos se alejan cada vez más del estatus que aún tenían no hace tanto tiempo
En ese contexto, los animales bribones constituyen una feliz excepción que puede contribuir a devolver el optimismo, si toda vía es posible. “Animal bribón” no es una noción corriente y requiere alguna explicación. La expresión es conveniente para las cosas de las que quiero hablar aquí. Un animal bribón es uno que no entra en las categorías ecológicas con las cuales se engloba habitualmente a los animales. No es ni un animal salvaje (en el sentido de no tener ningún contacto con el humano), ni un animal doméstico (en el sentido de ser criado por el humano), ni un animal de compañía al que un humano ame. Es un animal que vive su propia vida en medio de los humanos.
En efecto, una de las características fundamentales de la animalidad contemporánea es producir animales que viven una vida que no es la suya. Una vida prestada. Una vida sustituta. Incluso el animal supuestamente salvaje y que es objeto de una “protección” constante por el humano, ya sea contra los cazadores furtivos, contra las enfermedades que pueden arrebatarlo o contra la contaminación que lo intoxica, es un animal que vive una vida que no es la suya. La rata es el animal bribón por excelencia, y habría que homenajearla más de lo que suele hacerse, pero dista de ser el único.
Hay ratas de laboratorio y ratas de compañía, pero la rata bribona es muy diferente. Es la que lleva a las municipalidades a hacer todo lo posible para liberarse de ella, sin conseguirlo. La que puede propagar enfermedades como la peste, pero también ocuparse de sanear espacios públicos. Es la que se aprovecha de los humanos para encargarse de sus asuntitos. Es el parásito suntuoso. La rata no es, desde luego, el único animal bribón, pero sí el representante arquetípico de todos ellos. En Francia, el jabalí se ha convertido en un animal bribón que prolifera de manera anárquica y destruye los cultivos al preferir las buenas cosas cultivadas por el hombre a las raíces y frutos silvestres como la castaña, que era su alimento habitual. Los jabalíes hedonistas hacen estragos en los cultivos. Lejos de ser ecologistas, no les hacen ascos a los cultivos de organismos genéticamente modificados [ogm]. Los loros son igualmente extraordinarios animales bribones, como los cuervos, pero también se dan tono en otro aspecto. Se apropian del propietario. Hacen la revolución y toman el poder en nuestras casas. A un hijo podemos ponerlo de patitas en la calle al cumplir la mayoría de edad. Un loro nos echa a perder la vida hasta el fin de nuestros días. Llevar un loro a casa es condenarse a cadena perpetua. A fin de cuentas, serán los animales bribones los últimos en sobrevivir al humano, porque siempre, al explotarlo, se opondrán a él de una manera u otra.
DL