Entre el 10 y el 12 de enero de 1919, en el contexto de la Semana Trágica, se dio en la ciudad de Buenos Aires una masiva persecución contra miembros de la comunidad judía y distintos ataques a edificios de instituciones relacionadas con la colectividad. Este fue el primer pogromo perpetrado en la Argentina y a 100 años de dichos acontecimientos poco es lo que se conoce de ellos.
Para comprender el hostigamiento padecido por los judíos durante aquellos días es necesario indagar en los múltiples aspectos que lo posibilitaron. Por un lado, entender el impacto de la inmigración en la conformación de la Argentina, como país y como sociedad aluvional, y también el caso particular del arribo de los judíos.
Por otra parte es primordial interpretar el desarrollo del movimiento obrero nacional y sus componentes como actores políticos, como así también el rol de los gobiernos y la legislación vigente en 1919.
En lo estrictamente relacionado al antisemitismo, es indispensable analizar tanto su origen en el país como también a los sectores políticos que se encargaron de difundirlo instaurando distintos estereotipos, como la Iglesia católica, los grupos conservadores nacionalistas y la prensa. Entender la gran huelga y el posterior desarrollo de la Semana Trágica, como evento de gran agitación social con sus aditamentos del contexto internacional, es sumamente útil para enmarcar el escenario donde se desplegó la persecución contra los judíos.
El brazo ejecutor de la represión no fue exclusividad de las fuerzas de seguridad oficiales, sino que grupos parapoliciales integrados por jóvenes pertenecientes a la élite porteña, que luego pasarían a la historia como la Liga Patriótica Argentina, actuaron de forma simultánea en lo que se denominó la “caza del ruso”.
Es tal la omisión histórica que ensombrece los sucesos de enero que ni siquiera existe una cifra de víctimas consensuada por los diferentes investigadores que abordaron la temática. Mucho más complejo resulta intentar arribar a un número aproximado de víctimas judías en particular.
Para discernir por qué un hecho tan relevante quedó sumergido en el olvido colectivo, es imprescindible conocer el papel desempeñado por los sectores que lo propiciaron y que luego se encargaron de borrarlo de la memoria popular.
“Asombra que una matanza de tal magnitud haya podido
ser encajada por el sistema político sin más y disuelta miste-
riosamente de la memoria de los porteños, como si se hubiera
tratado, apenas, de un mal sueño. Tampoco se sabe cuántas
de esas víctimas sucumbieron en el potro de tortura ni se ha
hecho carne en la memoria histórica de la ciudad el pogrom
alentado por instituciones de la elite crematística. Todo es
olvido y pie de página, secreto y subsuelo, sangre oxidada en
los adoquines de barrios antiguos, inadvertido silencio“.
Christian Ferrer
Contexto histórico
Para comprender las diferentes olas migratorias que recibió la Argentina, entre ellas las judías, y la posterior conformación de un movimiento obrero nacional con ciertas características particulares que determinaron sus métodos de lucha, como el que derivó en la Semana Trágica de 1919, se debe analizar la coyuntura política previa que permitió la llegada aluvional de personas durante la segunda mitad del siglo XIX.
Desde la revolución de Mayo, y la posterior declaración de la independencia, hasta la conformación del Estado Nacional se sucedieron innumerables guerras, tanto contra las potencias europeas, las naciones latinoamericanas, como las propias luchas intestinas. Al mismo tiempo, en ese período también se consolidó la hegemonía de la producción capitalista. Como sostiene el historiador Gabriel Di Meglio, los 70 años transcurridos desde mayo de 1810 hasta 1880 contienen dos procesos fundamentales para comprender el desarrollo del movimiento obrero: la formación del Estado Nacional moderno y la incidencia de la expansión de la economía capitalista a nivel global.
Al primero lo relaciona con la construcción de poder por encima de las provincias, en un territorio con fronteras delimitadas, contando con el monopolio de las fuerzas y la posibilidad de acuñar moneda. El segundo proceso se desarrolló en paralelo con la expansión del libre comercio y la integración a un mercado atlántico que atravesaba un notable crecimiento. Este hecho implicó una modernización del transporte y de las finanzas, una mayor integración del territorio nacional, la concentración de la riqueza, la transformación en obreros de una parte considerable de la población y el inicio de los grandes flujos migratorios desde Europa.
Estos dos procesos, con sus consecuentes transformaciones, junto a otros factores que añade el historiador Ezequiel Adamovsky como la promulgación de la Constitución Nacional, las corrientes inmigratorias provenientes principalmente de Europa pero también desde el interior hacia las grandes urbes, la concentración de la propiedad de las tierras y la introducción de alambrado, y el crecimiento de la población urbana, fueron fundamentales para que la organización de los trabajadores del país se afianzase de manera concreta a través de los sindicatos.
Inmigración judía
Desde la época virreinal la fe judía estaba prohibida y quienes la manifestaban eran perseguidos y expulsados del territorio, cuando no asesinados. Si bien en la Asamblea de 1813 las Provincias Unidas del Río de la Plata proclamaron finalizada la Inquisición, debieron transcurrir décadas para que los judíos arribaran a la Argentina en un número considerable.
La investigadora Mara List Avner sostiene que, incluso luego de las legislaciones que promovieron la llegada de inmigrantes, en la segunda mitad del siglo XIX la cantidad de judíos en el país era mínima. Tal es así que se les dificultaba hacer un “Minián”, grupo que requiere un mínimo de 10 participantes para poder leer la Torá y realizar diferentes celebraciones religiosas.
Pero el incesante avance del capitalismo hizo necesario incrementar la mano de obra, principalmente en los grandes centros urbanos. Los trabajadores que arribaban a las ciudades provenían por un lado del interior del país, en su mayoría gauchos desplazados de los campos que ahora tenían dueños que les impedían la libre circulación de antaño. Por otra parte procedían de la inmigración europea, con preponderancia de italianos y españoles, que se instalaban preferentemente en las ciudades puerto como Buenos Aires y Rosario. Los trabajadores extranjeros en Buenos Aires en 1854 representaban el 8% de la población total, y para el año1870 ya superaban el 20%.
La sanción de la Ley de Inmigración y Colonización 817, en 1876, intentó ejecutar dos objetivos diferentes en cuanto al emplazamiento en el territorio nacional de los recién arribados. Por un lado promovió la instalación de algunos extranjeros en las ciudades y por otra parte impulsó a otros grupos a emplazarse en distintas colonias agrícolas del interior del país.
Ese tipo de inmigración aluvional incluyó a los judíos provenientes de Alemania, del Imperio Austrohúngaro y de la Rusia Zarista. Pero fue recién a partir de 1880 que la legislación argentina promocionó de forma concreta la inmigración por medio de un decreto que designó a distintos funcionarios para que viajaran a Europa con el objetivo de organizar la llegada de judíos provenientes de Rusia y del sector oriental del continente. Unos años más tarde, en 1887, se dictó otra ley que financiaba los pasajes de barco, lo que incrementó la migración de aquellas personas que más sufrían la crisis económica de este período.
Otro de los motivos que impulsaron la llegada masiva de judíos a la Argentina fueron los cada vez más frecuente pogromos en Rusia tras el asesinato del Zar Alejandro II en 1881. El término pogrom, o pogromo, deriva del ruso y significa devastación. La expresión se utiliza para aludir a los actos de violencia dirigidos hacia una población o grupo étnico. Su uso más frecuente hace referencia a la violencia antisemita, pero no se aplica exclusivamente hacia ella ya que también se emplea para denotar actos agresivos contra otros grupos.
Las principales causas de la migración judía fueron tres: las repetidas crisis económicas en sus países de origen, la política antisemita de los Zares de Rusia, y las cada vez más frecuentes persecuciones sufridas. La mayor parte de los judíos que arribaron a Buenos Aires en aquel período, según el investigador Edgardo Bilsky alrededor de un 80%, eran de origen ashkenazi, preponderantemente rusos. Esta situación hizo que rápidamente se asocie al “judío” con el “ruso”, lo que se convirtió en un sinónimo de uso extendido tanto en lo cotidiano como en los medios de comunicación, concibiendo de esa forma el estereotipo que perdura hasta la actualidad. En cambio, los judíos sefaradíes provenientes principalmente del Imperio Otomano, Medio Oriente y Marruecos, eran asociados a las denominaciones “turco” o “árabe”.
Los judíos que llegaron a la Argentina se instalaron primordialmente en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, tanto en colonias agrícolas como en las principales ciudades. La inmigración judía iniciada en las últimas décadas del siglo XIX, tanto organizada como espontánea, hacia fines de la década de 1920 alcanzó en número de 150 mil personas en la Argentina.